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Salí, mi viejo coche consiguió arrancar y pronto estaba de vuelta en la cama con Betty.

—¡Oh, Hank! ¡Qué bien!

—¡Y tan bien, nena! —me pegué a su cálido trasero y me quedé dormido en 45 segundos.

Pero a la siguiente mañana ocurrió lo mismo.

—Eso es todo, Chinaski. No hay nada hoy para ti. Siguió así durante una semana. Me sentaba allí todas las mañanas desde las 5 a las 7 de la mañana y me quedaba sin paga. Mi nombre había sido borrado incluso de los repartos nocturnos. Entonces Bobby Hansen, uno de los auxiliares que llevaban más tiempo de servicio, me dijo:

—A mí me hizo eso una vez. Trató de matarme de hambre.

—No me importa, no pienso besarle el culo. Lo dejaré o me moriré de hambre, ya veré.

—No tienes por qué. Preséntate en la estafeta de Prell todas las noches. Le dices al jefe que no te dan trabajo que hacer y que puedes ayudar como auxiliar especial.

—¿Puedo hacer eso? ¿No hay reglas en contra?

—A mí me daban un cheque cada dos semanas.

—Gracias, Bobby.