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Laura fuma y reposa en la cama, despatarrada. Quiere saber a qué responde mi súbito arranque. Yo me visto de prisa, casi furtivo, ansioso por salir cuanto antes del dormitorio, de casa, perderla de vista como si este no hubiera sido más que un polvo rápido con una prostituta callejera.

Le digo:

—Estaba pensando en esa actriz, la que hace de Linde, y me he puesto caliente.

Laura frunce los ojos. Casi me compadece.

Me pongo los calcetines. No hay nada más patético que un hombre que se pone los calcetines.

—¿Qué te ocurre? Estás… Nunca te había visto así.

—El enamoramiento es una crisis de personalidad. Afecta a todos los aspectos de la vida. El trabajo. El ocio. ¿Te enamoraste de Jimmy Porter?

¿Por qué hablo de enamoramiento? ¿Quiero convencerla de que estoy enamorado de mi señora Linde? ¿Quiero convencerme?

Me pongo la camisa. No hay nada más grotesco que un hombre con camisa y calcetines y sin pantalones. No me gusta que Laura me vea así. La mataría.

—Jimmy Porter era brutal —dice ella al fin—. Durante un tiempo, eso me excitó. Me gustaba. Supongo que hizo aflorar mi vena masoquista.

—¿Qué te hacía? ¿Te pegaba? ¿Te tiraba de los pelos?

—Me pellizcaba los pezones. Me los retorcía. Me hacía daño de verdad.

—¿Y dices que te gustaba?

Me he puesto los pantalones. Se acabó. Me voy. Meto los faldones de la camisa, me abrocho el botón y la cremallera. El cinturón.

—Me gustó, sí. Me sometió. Me sometieron entre él y ese amigo que tenía…

—¿Un amigo?

—Sí. Ese grandote y musculoso que tenía un bar. El de la melena.

—¿Te violaron los dos?

—Fue en una de sus orgías, para gran diversión de todos los presentes. Me resistí a mordiscos y puntapiés, pero aquella bestia me sujetó por los brazos. Jimmy Porter me agarró por la nuca y me clavó la frente en un almohadón y me hizo poner las rodillas cerca del pecho, para que me quedara el culo en pompa. Y entonces me sodomizó. Entretanto, el amigo de las melenas miraba y se masturbaba. Descargó primero Jimmy Porter. Entonces, el melenas me dijo: «Levanta la cabeza, levanta la cara, y abre la boca». Levanté la cara, pero no abrí la boca. El semen me fue a parar a la nariz, a los labios prietos, y se deslizó por mi barbilla, hacia los pechos. Una auténtica cascada.

—Y te gustó. —Petrificado. No lo puedo creer.

Suspira. Expele el humo del cigarrillo. Cierra los ojos. Yo ya me he calzado, ya me pongo la chaqueta.

—No —reconoce—. No me gustó. Pero Jimmy Porter venía y me lo hacía. Y, durante un tiempo, yo no me podía negar. Era aquella época en que tú estabas muy concentrado en el montaje de Mirando hacia atrás, no me hacías mucho caso y me harté de tu ausencia. Supongo que te estaba castigando. Y, a la vez, me castigaba a mí misma por mi infidelidad. Te jodía poniéndote los cuernos, pero me jodía a mí misma por ponértelos. Puesta a follar, follar sufriendo. O quizá pensaba que estabas demasiado pendiente de Jimmy Porter, y follar con él era equivalente a follar contigo. Quién sabe.

Me voy. Sin más.

¿Y dónde iré a estas horas? ¿A qué viene tanta precipitación? ¿De qué estoy huyendo?