El actor que interpretó a Jimmy Porter en mi versión de la obra de Osborne ya ha vivido los minutos de gloria que le correspondían. La fama tardó en llegar, pero llegó, y el actor se la fumó en un santiamén y, con ojos melancólicos y ausentes, vio cómo se alejaban los buenos días y ahora ya nadie sabe a qué se dedica.
En el momento álgido de su éxito, estuvo trabajando simultáneamente en una serie de televisión, mi Mirando hacia atrás y el rodaje de una película con un director de primera fila. Y, en sus ratos libres, organizaba multitudinarias orgías en una casa con jardín que tenía alquilada en el barrio de los ricos. Putas, cocaína, marihuana, alguna menor más o menos engañada, y mi mujer. Diez o doce tíos y tías, a la voz de «ya» todos en pelotas, o Tatan Nené hacía un strip–tease, o se rifaba una polla para ver quién la chupaba… Se decía que Jimmy Porter se aburría si había menos de diez personas en su habitación mientras follaba.
Quedó mal con todo el mundo: lo mataron en la serie de televisión, por su culpa nos retiraron de cartel una semana antes de lo previsto y la película ni siquiera se llegó a estrenar. Borraron su nombre de todas las agendas y ahora se le conoce por el último papel importante que interpretó: «Sí, hombre, aquel que hacía de Jimmy Porter en el último montaje de…».
Le he pedido que venga a verme después de comer, a la terraza de un bar próximo al teatro. Ha respondido: «¡Hombre, con mucho gusto!». Seguramente piensa que quiero contratarlo para mi próximo proyecto.
Tomaremos sendos cafés y Ballantines con hielo. No abordaré el tema hasta que nos lo hayan servido y el camarero esté bien lejos.
Entretanto, le comento que estoy preparando una cosa nueva, la adaptación al teatro de Reservoir Dogs, la película de Tarantino. No le digo que cuento con él para el reparto, pero permito que lo sobreentienda. Le brillan los ojos. Si fuera un perro, sacaría la lengua, jadearía y pegaría saltitos a mi alrededor.
Nos sirven. Y, cuando lo veo más desprevenido, ataco:
—Por cierto… Me han dicho que, cuando hacíamos Mirando hacia atrás, te tiraste a mi mujer.
—¡Ja, ja! —dice, azorado, al tiempo que se ruboriza violentamente—. ¡Qué cosas tienes!
—Bueno, ¿qué me dices?
Jimmy Porter mira a un lado y a otro, desasosegado. Tiene los ojos rojos, va despeinado y mal afeitado y hace tiempo que no se cambia de ropa.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Laura.
—Qué jodida. —No se atreve a mirarme—. Qué hija de puta. Qué cojones. Qué huevos.
Le acabo de dar un disgusto descomunal.
—¿Me dijo la verdad o no?
—O sea, que no te fías de ella.
—¿Me dijo la verdad o no?
—¿Pero no ves que yo no puedo contestarte a eso, hombre? ¿No te das cuenta?
—¿Por qué?
—Porque, si te digo que sí, nunca me vas a dar ese papel en Reservoir Dogs. Y, si de todas formas no piensas darme ese papel, no tengo por qué contestarte.
Cabecea, impaciente por verse fuera del atolladero.
—He venido a pedirte un favor. Pero está en función de lo que me contestes.
Cabecea y cabecea.
—Oye… —Se acoda en la mesa—. Yo montaba fiestecitas con amigos y amigas, ya lo sabes, estuviste en más de una, ¿no? Bueno, pues creo que sí, que Laura vino a alguna sin ti. Estaba por allí, ¿sabes? No recuerdo si me lo monté con ella o no, pero es muy probable. Lo hacíamos todos con todos.
—Le diste por el culo —dije—. La agarraste por el pescuezo, le hincaste la cabeza en la almohada y le diste por el culo delante de todos. Entretanto, ese amigo tuyo de las melenas, el grandote, se hizo una paja y se corrió en la boca de Laura. ¿Te acuerdas?
Bebe whisky. Mucho whisky. Apura el vaso y apuraría cinco más si los tuviera sobre la mesa. Y, vencido ya, recurre a la insolencia.
—Sí, me acuerdo. —Dispuesto a liarse a puñetazos si la ocasión lo requiere. No dice: «¿Y qué pasa?», pero lo piensa.
—¿Te gustaría repetir? —pregunto.
Me mira con recelo. Toma mi vaso y apura mi whisky. Mira en derredor. Todo el repertorio de su desasosiego. Se ruboriza. Se frota las manos, se frota la cara. No sabe qué responder. Pienso que debe de hacer meses que no echa un polvazo como es debido.