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—¿Qué placer hallamos en tocarnos? ¿En lamernos? ¿Has pensado alguna vez cuál es el placer que obtienes tú de una felación?

—Felación y felatio me suenan pedantes.

—Y mamada es una grosería.

—A mí me gusta llamarle auparishiaka.

—Llámalo como quieras. ¿Qué placer recibes tú al chupármela? ¿Crees que es el tacto del pene en tu paladar? ¿Sólo eso?

—No es sólo el paladar. Mientras chupo, al mismo tiempo puedo acariciarte los huevos, o meterte un dedo en el culo…

—Muy bien, muchas gracias, muy generosa. Pero, insisto: ¿qué placer obtienes tú con eso?

—¿Y qué placer obtienes tú cuando me comes el coño?

—Eso es lo que estoy preguntando. Hace tiempo que me lo pregunto. ¿Qué placer obtengo, realmente, al tocarte las tetas? ¿Es el placer que deriva directamente del sentido del tacto?

—Es la comunicación. Son las reacciones del otro, lo que buscamos y lo que nos excita. Son sus gemidos, sus convulsiones, su abandono…

—No, no, no. De momento, yo ya tengo mi respuesta. Es el placer de rebajarse, de degradarse al servicio de otra persona…

—Yo diría que es algo puramente generoso. Es el placer de causar placer.

—No, no, no. Es el placer de vivir la humillación.

—Siempre estás pensando en términos de poder o de dominio, de víctimas y verdugos —protesta la Doncella rubia.