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En los últimos tiempos, he remodelado la actuación de Nora. Se acabó la histeria, basta de aspavientos y de gritos de reafirmación. Ahora recitará fríamente, septentrionalmente, todo su final. Ha llegado a serias conclusiones que van a cambiar su vida y las expone lisa y llanamente, de manera incontestable. «Tengo que tratar de educarme a mí misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea. Para ello, necesito estar sola. Y por esa razón voy a dejarte». «Después de lo que ha pasado, es inútil que me prohíbas nada. Me llevo todo lo que es mío. De ti no quiero nada, ni ahora ni nunca».

—¿Qué te parece? —le pregunto a mi Doncella rubia, en la intimidad, muy pendiente de su respuesta.

—Brechtiano —suelta.

—¿Brechtiano? —Lo peor que me podrían decir.

—Distanciado, frío, didáctico. ¿Por qué no le pintas a la pobre Nora la cara de blanco, la vistes con una malla negra y le haces recitar el final en posición de firmes y mirando al infinito?

Me gustaría abofetear tanta sinceridad.