La Doncella rubia y tetuda está empeñada en hacerme una demostración de su sistema de masturbación manual.
—Tienes que embadurnarte la mano con algo grasiento, o gelatinoso, como aceite, o jabón, o yema de huevo… Pero nunca hay que tratar de imitar un yoni. El yoni es inimitable. Si te das con jabón es porque te queda la mano más lubricada y mejor que con simple saliva.
—Y también resulta más limpio.
—Concéntrate, que yo te estoy hablando en serio. Una vez has conseguido la erección suficiente…
—¿Esta erección es suficiente?
—No está mal, pero las he visto mejores.
—Hombre, muy amable.
—Entre estas mismas piernas las he visto más grandes, y tú también.
—¿Pues qué podemos hacer?
—Imaginación. Piensa.
—¿Puedo tocar, también?
—Eso es trampa. Piensa. ¿En qué estás pensando? Bueno, no importa, no me lo digas, sigue pensando en ello, que la cosa va bien. Ahora, observa: abrazo con la palma de la mano la cabeza del pequeño y la muevo así, lentamente, sin prisas, como si fuera un tapón de champán que se niega a salir, movimiento de rosca, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, uno, dos, ¿qué tal?
—Sigue, sigue.
Pero no es lo mismo.
No.
No es lo mismo. Cierro los ojos y veo a mi adorada y despiadada señora Linde.
La Doncella me habla de sus gustos personales:
—Lámeme el bhipin. Sólo el bhipin. Te prohíbo que toques nada más con tu lengua.
—No sé si podré contenerme. Estoy deseando metértela. —Esto pronunciado con dificultad, con la lengua fuera, haciendo puntería para tocar el bhipin y nada más.
—Si me la metes, te pondré una penitencia. Sólo el bhipin. Así. Así.
—¿Y si te chupo…?
—Limítate a lamer el bhipin con la punta de la lengua. Sólo eso. Y, si te aburres, puedes irte haciendo una paja entretanto.