Capítulo 4

Al día siguiente, Dwight recibió la comunicación de su nombramiento. Se lo designaba cirujano de la fragata H. M. S. Travail, que debía recalar en Plymouth; tenía que abordar la nave el 20 de diciembre.

Ross nada dijo de su intención de visitar a Carolina, pero habló a Dwight de su descubrimiento del origen del dinero. El rostro de Dwight se sonrojó intensamente. Afirmó que nada sabía del asunto, y ocultó sus restantes sentimientos tras una serie de disculpas por haber hablado tan libremente de los asuntos financieros de su amigo.

Ross le contestó que jamás se había sentido tan agradecido a alguien por haber hablado libremente de sus asuntos financieros.

Partió para Londres al día siguiente, cenó en Saint Austell y pasó la noche en Liskeard. Cruzó a bordo del ferry en Plymouth, y pasó la noche siguiente en Ashburton. El viernes, los pasajeros de la diligencia cenaron en Exeter y durmieron en Bridgewater, y el sábado almorzaron en Bath y durmieron en Marlborough. El último día fue muy activo, porque se levantaron temprano e hicieron una etapa antes del desayuno. Comieron en Maidenhead y llegaron a Londres poco antes de las diez de la noche. Cuando se aproximaban a la ciudad, el suelo estaba cubierto de nieve.

Estaba nevando al día siguiente, cuando Ross salió para encontrar a Carolina. Su dirección era Hatton Garden 5, y él sabía que se trataba de un elegante barrio residencial; pero Ross tuvo que preguntar muchas veces durante el trayecto. Las calles estaban más atestadas de lo que él recordaba, y la gente parecía no tener modales, y se empujaban unos a otros para adelantarse más rápidamente, o ganar unos metros de ventaja. Dos veces vio gente derribada en el arroyo. Y ya había bastante gente en el arroyo. Mendigos ciegos, exsoldados a quienes faltaba un brazo o una pierna; niños de ojos legañosos; vagabundos de espaldas encorvadas que extendían garras codiciosas. La nieve había empeorado las cosas, porque estaban desarrollándose varios combates enconados entre diferentes aprendices, y a menudo las mujeres se unían a la pelea. En medio de una disputa apareció un carruaje, y de pronto todos se volvieron contra el vehículo, de modo que casi arrancaron de su asiento al cochero. El ocupante del carruaje sabía muy bien que más le valía no abrir la ventanilla para protestar.

Ross compró un diario, pero en las páginas había más anuncios de charlatanes que noticias de la guerra. De todos modos, después de la ejecución de María Antonieta la gente se mostraba indiferente a los horrores sangrientos que los habitantes de París protagonizaban. Era evidente que los franceses habían enloquecido. Pero Inglaterra estaba en guerra. Eso era lo esencial. Los combates librados hasta ese momento habían sido decepcionantes, y poco decisivos, casi como si los combatientes no hubieran estado muy dispuestos a luchar. Pero incluso eso constituía un alivio para el sentimiento general de agobio. Y la lucha debía continuar. El país estaba en guerra. Más tarde o más temprano, se destruiría la locura. Ahora, era sólo cuestión de tiempo.

Cuando ya estaba cerca del lugar adonde iba, vio a dos hombres que de pronto se liaban a golpes. La causa era una discusión acerca de medio penique falsificado; se agredían con bastones, y vio que la nariz de un hombre recibía un golpe feroz del bastón, y que la sangre le cubría todo el rostro. Según parecía, esas cosas ocurrían no solamente en Cornwall.

Un criado de librea abrió la puerta de la casa, y miró con petulancia las ropas de Ross, que él no había tenido tiempo o paciencia para renovar desde que su situación financiera había cambiado.

—¿La señorita Penvenen? —dijo el criado, después que Ross lo obligó a bajar la vista. Preguntaría. Esperó un largo rato. El sirviente regresó. La señorita Penvenen estaba, y recibiría al señor Poldark. Ross fue llevado a una habitación elegante, con pocos muebles, y bastante fría, que daba a la calle. El criado se retiró y cerró la puerta de madera pulida con aplicaciones.

Ahora que Ross se interesaba más en los adornos y en los muebles, tomó nota del elegante escritorio de madera de avellano con las patas que dibujaban garras; los armarios de forma ovalada que guardaban finas piezas de porcelana, a cada lado del gran reborde de mármol de la chimenea. Los paneles que cubrían las paredes de la habitación eran de pino tallado, y había pocos cuadros, pero muchas miniaturas y siluetas. En el hogar ardía un fuego, pero se hubiera dicho que no calentaba la habitación demasiado espaciosa. En algún lugar de la casa varios niños reían.

Se abrió la puerta y entró Carolina.

—Vaya, capitán Poldark, no pude creer que era usted. Pero el nombre no es muy común. Londres se siente honrado. Sin embargo, no he visto que enarbolen banderas para celebrar su visita.

—No ponen banderas cuando llego a un lugar —dijo Ross, al mismo tiempo que se inclinaba sobre la mano de la joven—. Las ponen cuando me marcho.

Estaba impresionado por el cambio que había sobrevenido en ella. Carolina estaba mucho más delgada, y había perdido gran parte de su belleza. Era una persona cuya apariencia sería siempre más o menos variable; pero ahora la encontraba en uno de sus peores momentos. El vestido que usaba correspondía a una moda que Ross jamás había visto, con la cintura que llegaba hasta las axilas, y el ruedo que caía en línea recta hasta el piso. Tenía mangas cortas y abullonadas, y un cinturón dorado con borlas.

—Debió haberme anunciado previamente su visita. ¿Cuánto tiempo permanecerá en la ciudad?

—Dos o tres días. No podía haberla prevenido, porque hace pocos días yo mismo ignoraba que tendría que viajar.

—¿Asuntos urgentes? ¿Tomará un poco de jerez y unos bizcochos? Y es casi la hora. Él medicó me dice que debo beber jerez cada dos horas, y a decir verdad creo que no es un remedio desagradable.

La miró mientras se sentaba, y luego él mismo ocupó un asiento del lado opuesto del hogar, mientras Carolina seguía charlando al parecer sin propósito definido. Era evidente que ella se sentía incómoda en presencia de Ross.

—Señorita Penvenen, ¿estuvo enferma?

—No me siento muy bien, y el calor del verano londinense ha agotado mis energías. ¿Cómo está su esposa?

—Muy bien, gracias. Todos estamos muy bien. Y la mina ha revelado una veta muy generosa, de modo que por primera vez en mi vida estoy ganando mucho. Y todo gracias a usted.

Carolina adoptó un aire de sorpresa más o menos convincente; y después para evitar el escrutinio de Ross, se volvió y tiró del cordón de la campanilla, que estaba a su lado.

—La semana pasada arranqué la verdad a Pascoe —dijo Ross—. Después, se mostró un poco arrepentido de sus confidencias, pero yo le aseguré que usted lo absolvería totalmente.

—En efecto.

—Sí, en efecto. De modo que no vale la pena que pierda el tiempo negando la acusación. Es culpable, señorita Penvenen, de haber salvado a tres personas del peor desastre que la bancarrota puede originar. No tenía excusas para proceder así; ni vínculos de amistad, ni una relación especial. Por lo tanto, es una acusación muy grave.

—¿Y cuál es la sentencia?

—Que reciba mi más sincera gratitud por un acto generoso, humano y cristiano, que nunca lograré comprender, pero menos aún olvidar.

Carolina se sonrojó, quizá más por el tono con que Ross había hablado que por lo que había dicho. Se echó a reír y se volvió hacia la puerta, satisfecha de la interrupción. Una vez que el jerez estuvo sobre la mesa, entre ambos, y cuando ya el criado había salido de la habitación, Carolina dijo:

—Usted exagera, capitán Poldark.

—Ross —dijo él—. Después de lo que hizo, bien puede llamarme por mi nombre de pila.

—En ese caso, capitán Ross. Usted exagera el valor de lo que hice. Me he acostumbrado a satisfacer mis propios caprichos, y ese fue uno. ¿Jerez?

—Gracias. Pero no creo que yo exagere. Usted debió haber estado en mi lugar.

—Pero no estaba. Y no olvide que en el mejor de los casos las solteronas son poco fidedignas. También hubiera podido donar el dinero a un asilo de marinos, o haberme vuelto contra usted con la misma facilidad con que lo favorecí…

—No lo creo.

—Sea como fuere, el dinero nada significa para mí. Unos pocos centenares de libras…

—Dwight me dice que su fortuna personal no es muy considerable.

Carolina guardó silencio un momento, tomó un bizcocho y lo mordisqueó.

—Usted tiene respuesta para todo. Por lo que veo, no me queda más remedio que aceptar la aureola que me ofrece. —Se llevó la mano a los cabellos—. Supongo que debe parecer cómica en una pelirroja, y de todos modos seguramente se me caerá en la primera empalizada que salte. Pero si eso lo complace, capitán Ross, no me opondré a los arreglos que usted haga. Podemos celebrar la canonización mañana a las once.

Ross bebió su jerez.

—El viaje me llevó cinco días. Carolina…, en el camino he pensado mucho en usted.

—Espero que no lo haya hecho los cinco días. Recuerdo que una vez me ardieron las orejas, pero me pareció que era un acceso de fiebre.

—Vine a decirle… una de las cosas que tengo que decirle es que muy pronto podré pagar todo lo que le debo. Traje una letra por 280 libras esterlinas contra el banco de Pascoe; son los intereses de un año. Pero de aquí a pocos meses le reembolsaré el capital.

—Ya lo ve… usted me elogia, y lo único que hice fue aceptar una buena inversión. No creo que mis tíos consiguieran que mi dinero ganase el veinte por ciento cuando ellos lo administraban.

—Usted dice que es solterona, pero no creo que continúe mucho tiempo en ese estado. Antes de partir alguien me habló de su compromiso… con cierto lord Coniston, ¿verdad?

—¿Acaso eso afecta la seguridad de mi inversión?

—No. Sólo revela mi interés en su futuro.

Carolina se puso de pie y le sirvió otro vaso de jerez. La curva exterior del brazo mostraba una sucesión de leves pecas que la hacía aún más atractiva.

—Capitán Ross, ¿no pensará hacerme una propuesta personal?

Él sonrió.

—No soy musulmán. Y hasta ahora rara vez lo había lamentado…

Carolina hizo una leve reverencia antes de volver a sentarse.

—Gracias por mostrarse tan amable. Pero sus cumplidos son un tanto apresurados. No me he comprometido con Walter.

—¿No? ¿No se ha comprometido con lord Coniston?

—Parece sorprendido. ¿Es importante… quiero decir, para usted?

—Bien, sí…

—Él lo propuso una o dos veces, la última vez el mes pasado. Es un hombre bastante agradable, pero no creo que me case con él.

Ross clavó los ojos en su copa de vino. La respuesta de Carolina lo había sorprendido totalmente. Todo lo que había pensado decirle y todo lo que se había propuesto no decirle, se fundaba en la noticia de un casamiento próximo. Pensó que su propia disposición mental exigía cierta reelaboración, y no dispondría de mucho tiempo para eso.

—Su tío de Cornwall dijo a una persona de mi relación que usted había comprometido definitivamente con ese hombre.

—Mi tía Sara, con quien vivo aquí, siempre se apresura. Lord Coniston es soltero, y pidió mi mano; para ella eso ya es suficiente. Pero ¿por qué lo inquieta el hecho?

—Si no lo cree una impertinencia, ¿puedo preguntarle por qué no lo acepta?

Carolina sonrió.

—Oh, el carácter veleidoso de mi sexo.

—Además, usted no lo ama.

—Como usted dice, no lo amo.

—En realidad, es probable que aún esté enamorada de Dwight Enys.

Ella tomó otro bizcocho.

—¿Quizá la impertinencia está en esta pregunta, y no en la anterior?

—¿Sabe que se incorporó a la marina?

Ella alzó rápidamente los ojos.

—¿Qué, Dwight? No, no lo sabía. —Por primera vez él había conseguido sorprenderla.

—Esta semana aborda su nave en Plymouth. Desde que usted se fue, él no ha podido recuperar la calma para continuar viviendo en Cornwall.

—¡Qué absurdo de su parte! Habría creído que sería capaz de comportarse con perfecto sentido común.

—Uno no siempre puede comportarse de un modo muy razonable cuando ama a una persona como él la ama.

—En realidad, ¿usted vino a agradecerme el dinero, o a representar el papel de embajador?

—Dwight nada sabe de esto. Pero la semana pasada dijo a Demelza que se alejaba de la región a causa de usted.

—¿Y qué debo hacer? ¿Enfermar y morir por eso? ¿Usted se sentiría mejor si yo desfalleciera elegantemente?

—Me sentiría mejor si usted me explicase por qué usted se fue de Cornwall cuando él no acudió a la cita, esa noche. Oh, eso no. Eso la entiendo muy bien. Pero ¿por qué no aceptó después sus razonables explicaciones?

Carolina se puso de pie y se acercó a la ventana.

—Y eso, ¿en qué le concierne?

—De pronto, me concierne profundamente. Hace mucho que siento un sincero afecto por Dwight. Ahora, tengo con usted una gran obligación. Quiero saber.

—Eso no es de ningún modo una excusa para interferir.

Ross se acercó a la joven.

—Carolina, quiero saber.

En ese momento, dos niñas salieron de la casa, al cuidado de la gobernanta, una mujer mayor. Una de las niñas elevó los ojos hacia la ventana, y vio a Carolina y la saludó. Esta alzó una mano en respuesta.

—¿Cómo está su prima política, Elizabeth Poldark?

—Volvió a casarse. Con George Warleggan.

—Oh… Eso sí que me sorprende. ¿Vive en Trenwith?

—Sí. A un paso de mi casa.

—Lo cual sin duda no le agrada.

—No me agrada.

—¿Y su mina? ¿De veras está prosperando?

—En efecto, al extremo de que aún no podemos calcular la verdadera riqueza de la veta.

—Mi tío estuvo enfermo. ¿Sabe si ha mejorado?

—Por el momento, sí.

Carolina se volvió, y sus dedos aún sostenían las cortinas. Ross vio los puntitos color ámbar en los ojos de la joven.

—Sí, si eso lo complace, confesaré que amaba a Dwight. Decirlo no me reconforta, porque sé que no podríamos haber sido felices. Ese día vine a Londres con mi tío porque estaba profundamente irritada, molesta, decepcionada… todos los sentimientos que usted puede imaginar. En ese momento no sabía que Dwight había hecho todo lo que hizo por usted… para ayudarlo. Sabía que había ido a Sawle, en respuesta a un llamado de último momento de alguien que lo necesitaba más que yo. El hecho de que después se hubiese complicado en una pelea con los aduaneros, y de que lo hubieran golpeado y arrestado, no me importó tanto como usted parece imaginar. Que hubiera ido a ver a la muchacha Hoblyn fue un… un síntoma, un símbolo. Es lo que usted no entiende, y lo que él debe comprender. Por lo menos, intenté explicárselo en mi carta. Capitán Poldark, Ross como usted dice que debo llamarlo, ¿vio a Dwight en el curso de esas últimas semanas, antes del día en que debíamos huir para ir a establecernos en Bath?

—Supongo que sí. No recuerdo.

—Bien, se comportaba como si estuviese preparándose para hacer algo vergonzoso y perverso. Oh, sí, a su modo estaba enamorado de mí, y por lo tanto su rostro mostraba una expresión alegre y vivaz; ¡pero en el fondo se sentía muy mal! Creía que yo no lo advertía, pero todo era muy evidente. Dejaba a sus enfermos, su gente, sus pacientes, huía de un modo vergonzoso, en medio de la noche, para ir a vivir a una ciudad elegante y adinerada. Tal vez tenía motivos para reaccionar así, no sé si esa actitud era justa o errada, pero en esas condiciones el matrimonio no podía hacerlo feliz. Usted me creerá una mujer voluble, y caprichosa, pero a decir verdad no soy tan superficial como usted supone. Por lo menos, pude advertir que nuestro futuro sería muy desagradable si se pasaba la mitad de la vida acusándose por haber abandonado a sus enfermos, ¡y tratando de no atribuirme la culpa! Es verdad. ¡No menee la cabeza, es verdad!

—Sí, lo comprendo, y no lo niego. Nada sabía de todo esto. Desconocía por completo esos detalles. ¿Le explicó todo eso a Dwight en la carta?

—Hasta donde me fue posible.

Ross se paseó por la habitación, y por un momento ninguno de los dos habló.

Ross dijo:

—La deserción, como usted la llama, era particularmente difícil para Dwight, a causa de un asunto con otra mujer, hace varios años. Una paciente…

—Sí. Keren Daniel. Estoy al corriente del asunto.

—No lo defiendo, pero supongo que era un mal antecedente si después se trataba de dar un paso que a él mismo le parecía un tanto sórdido. No faltarían quienes dirían que se había casado con usted por su dinero.

—¡Oh, la gente! Si uno se pasara la vida pensando en lo que la gente dice, no se apartaría un paso de su propio hogar.

—Concuerdo con usted. Y en principio estoy seguro de que también Dwight aceptaría su punto de vista. Pero él es una persona muy sensible y escrupulosa. Comprendo el punto de vista de nuestro amigo; y ahora también el suyo… Pero si los dos se amaban, ¿no podían hallar el modo de resolver el problema?

—¿Y que yo viviese con él en los tres cuartos de su casita, mientras mi tío renegaba a pocos kilómetros de distancia, y todos los habitantes de la región se enteraban de lo que ocurría?

—No… ¿Pero no habría sido mejor recibirlo cuando él vino a Londres para hablar con usted?

La joven miró a Ross con una expresión levemente despectiva.

—No soy de hierro, aunque sin duda usted lo crea.

—No —dijo Ross—. No lo creo. A medida que la conozco, usted me agrada cada vez más.

Mientras las mejillas se le teñían de rubor, Carolina dijo:

—Creo que todavía me hará una propuesta.

—Quizá dentro de poco reciba de mí una propuesta de distinto carácter. ¿Aún ama a Dwight?

—Con loca pasión.

—No. —Ross apoyó la mano sobre el brazo de Carolina—. Dígame la verdad, Carolina.

Ella meneó la cabeza.

—Esta entrevista me parece muy embarazosa.

—Dwight estará en Plymouth toda esta semana y parte de la próxima. Si usted viajase conmigo cuando yo regrese, el jueves…

Ella lo miró fijamente, irritada.

—¡Sin duda, usted está loco!

—¿De veras? Todo depende de lo que usted sienta por él.

—De ningún modo depende de eso…

—Entonces, ¿de qué? Usted podría estar en Plymouth el domingo. ¿No le parece que vale la pena una reunión definitiva? Jamás hablaron razonablemente, en presencia de un tercero, ¿verdad?

—Rara vez es posible mostrarse razonable en ocasiones así.

—Lo dudo. De todos modos, es su última posibilidad de verlo.

—No creo que usted deba apelar a mis sentimientos.

—Bien, usted no puede desentenderse de los hechos.

—Es exactamente lo que usted está haciendo. Los hechos no han variado desde que nos separamos. No son mejores ahora que entonces.

—Sí, han variado. Ahora usted no lo obliga a dejar a sus amigos de Sawle. Lo hace él mismo, por propia voluntad. Hasta ahora no entendía por qué él lo creía tan necesario. Ahora comprendo. Si usted se encuentra con él ahora estará frente a un hombre que ya se alejó de sus vínculos anteriores.

—Y se ató a la Marina.

—Sí. No existe un modo cómodo de huir hacia Bath. La situación ha cambiado, para bien y para mal. Valdría la pena reconsiderar el asunto.

Pareció que ella vacilaba un momento. Después, meneó enfáticamente la cabeza.

—Imposible…

—Sólo una persona puede determinar que esto es imposible; y esa persona es usted.

—Sí… tiene razón. Tiene toda la razón del mundo, Ross. He hablado como si todos los defectos y las debilidades fuesen imputables sólo a Dwight. ¿No cree que desde entonces he tenido tiempo suficiente para examinar mi propio carácter? Lo que ocurrió, y el modo de ocurrir, logró que yo misma me conociese mejor. ¿Sabe qué ocurre cuando la cólera y la amargura son tan intensas que uno sólo puede dañarse a sí mismo…y continúa lastimándose constantemente, de modo que parece que no hay modo de evitarlo? Eso no ha cambiado. Y tampoco cambió la posibilidad de que vuelva a ocurrir.

—¿Por qué no?

—Bien, quizá esta actitud se ha debilitado, pero no desaparecido. ¿Cómo podría hacerlo? Si yo pudiese interpretar de otro modo los sentimientos de Dwight, yo misma sería una persona distinta. Pero no soy una persona distinta. No soy más que yo misma. No sólo yo esperaba demasiado de él, sino que él esperaba demasiado de mí. Tengo menos experiencia que usted acerca de la vida conyugal, pero difícilmente podría imaginar un modo peor de empezar. Los dos contribuimos a la ruptura… a una ruptura muy profunda. No tengo el valor necesario para volver a herirme, y herirlo también a él.

Durante unos instantes ambos callaron. Al fin, Carolina dijo:

—Además, lo que usted se propone no podría ser el resultado de un solo encuentro. Ya lo he perjudicado bastante… he trastornado su vida, y después lo abandoné. Que se marche… en paz.

Ross extrajo su cartera, y desplegó un pedazo de papel.

—Aquí está mi letra. Su banquero se ocupará de enviar un recibo.

Carolina recibió el documento. Ross no admitía de buen grado la derrota; le desagradaba profundamente.

Ross dijo:

—Debo informarle otra cosa. Su tío no está muy bien de salud. Dwight me dice que ha conseguido contener los progresos de la enfermedad; pero no es probable que la condición actual del paciente mejore mucho. Cuando Dwight se haya embarcado, usted debería volver a Cornwall.

—Muy bien.

El rostro de Carolina mostraba una expresión inerte, un gesto que él no había visto antes; parecía que la emoción la había fatigado. Invitó a Ross a reunirse esa noche con sus tíos, pero él rehusó, con la excusa de que estaba muy atareado. Cuando ya salía, Ross dijo:

—Si cambia de opinión antes del jueves, me encontrará en la posada «Mitre», de Hedge Lane. Está frente a la plaza Leicester.

—Muy bien —volvió a decir Carolina— pero no será posible. Después, Ross salió a la calle atestada de gente.