Capítulo 23

Isea estaba al pie de la subida a la gruta, permanecía recostada sobre un árbol esperando al atardecer. Tenía los ojos cerrados disfrutando del sonido del bosque. Ella sentía como la naturaleza le hablaba. Desde pequeña había sido adoctrinada para servirse de las fuerzas de la naturaleza por el bien de su comunidad.

Después de un rato sintió el frescor del atardecer. Quedaba poco para entrar y sentía una angustia en la boca del estómago. No controlar la situación y que los acontecimientos dependieran de otra persona la hacía sentirse vulnerable.

Por fin, cuando el sol descendió por el horizonte, Isea entró en la cueva.

El grupo de Gilian permanecía escondido esperando la orden de Finn para poder entrar en la gruta que los llevaría a la salida. Era el mismo lugar por donde habían entrado ya que no existía otro lugar por donde salir. Parecía que había pasado mucho tiempo desde aquel día pero en realidad hacía un mes de aquel desgraciado incidente.

Todavía tenía grabado en la retina el momento en que Marian se había reencontrado con sus hijos. La escena fue tan desgarradora, que a la mayoría les embargó la emoción. La impresión la había dejado tan aturdida que cayó de rodillas llorando. Los niños corrieron a abrazarla y estuvieron un rato llorando sin querer separarse. Desde ese momento Marian agarró a sus hijos y Gilian no fue capaz de separarlos ni en los momentos en que tenía que ayudarles a continuar el camino.

Estaba a punto de atardecer y la libertad estaba al alcance de su mano. Finn apareció por la salida de la gruta para decirles que ya podían entrar. Cuando llegaron a las dos grandes cavernas donde habían permanecido mientras eran examinados, vieron el cuerpo de cuatro guerreros muertos en el suelo. Finn les dijo que cogieran también las armas de esos hombres.

—Aquí termina mi ayuda —dijo Finn—. Procurad que no os capturen, sabéis que alguno de mis hombres controlan el perímetro exterior. Creo que con tu ayuda, Gilian, podréis escapar. Posees un don especial para fundirte con la vegetación como nosotros. Debes utilizarlo para salir de aquí. Si alguna vez os encuentro cerca de aquí os mataré. Espero que no intentéis volver, ni contéis a nadie la existencia del valle. Si lo hacéis yo mismo os buscaré y haré que paguéis por ello.

—¡Que tengas suerte! —es todo lo que le dijo Gilian antes de que Finn desapareciera por la gruta hacia el valle.

Isea estaba sentada en el mismo lugar que habían estado todos sus antecesores. No le había gustado la sensación cuando había entrado por la gruta, era un cosquilleo que le llegaba hasta la base del cráneo. Tampoco le gustaba la sensación agobiante de la caverna en donde se encontraba, pero sabía que era su deber y no tenía otro remedio que permanecer allí.

Destapó la botellita y bebió hasta que estuvo totalmente vacía. Dejó el cuerpo relajado para tener todos los sentidos preparados. Cuando sintió el efecto del elixir se preparó para lo que sabía que iba a pasar.

Abrió los ojos de golpe, una mujer la miraba muy cerca de ella. No se la esperaba así, en la mente de Isea se había formado una imagen de Laudine que no se correspondía con lo que estaba viendo.

La mujer era tan delgada que tenía el aspecto de una calavera. El pelo era blanco y pegado a su cráneo como si tuviera aceite. Su mirada era lo peor, era como un pozo negro. Toda la retina era opaca, parecía como si tuviera dos bolas negras en lugar de ojos. Estaba tan cerca que a Isea le incomodaba su presencia. Las manos eran como garras con las uñas curvadas.

—Teníamos toda nuestra confianza puesta en ti y nos has fallado Isea —en tono de fatiga, fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Laudine—. Para nuestra desgracia serás la ruina de este valle. Tu egoísmo ha logrado que este lugar preservado desde tiempo inmemorial, en un futuro sea destruido. La gente del exterior vendrá y arrasará el valle. Nosotros desapareceremos con él y la vida tal como la conoces cambiará.

—Lo siento Laudine, no era eso lo que pretendía. Seguro que puedo hacer algo para evitarlo —se apresuró a decir Isea.

—Nuestra esperanza, Gilian, se ha convertido en nuestro verdugo. Tú has conseguido que él no quiera permanecer en el valle y de él partirá la semilla de nuestra perdición.

—Te equivocas —le contradijo Isea—. Él se quedará aquí conmigo, y los dos juntos devolveremos al valle el poder y la vida que en otro tiempo poseyó.

—Estás confundida Isea —Laudine fijó su mirada en la entrada de la caverna—. Él te lo confirmará.

—¿Él?

Finn estaba en la entrada con la antorcha apagada observando a Isea como hablaba con alguien que él no conseguía ver. Parecía desesperada y a punto de llorar.

Cuando Isea siguió la mirada de Laudine y vio una sombra cerca de ella, sobresaltada gritó. Finn se acercó hacia ella para tranquilizarla e Isea vio desparecer a Laudine hacia el interior del lago.

—¿Qué haces tú aquí? —gritó Isea cuando distinguió a Finn—. No te está permitido entrar. Este lugar es sagrado, sólo podemos entrar los Grandes Sacerdotes. Estás profanando un lugar mágico.

—No te preocupes Isea, ahora me iré —Finn levantó las manos intentando apaciguarla—. Solamente he venido a comunicarte que Gilian ha huido del valle con su familia.

—¡Nooo! —chilló Isea, comenzando a llorar—. Cómo lo has consentido. Tú deber era evitarlo.

Ahora comprendía Isea las palabras de Laudine. ¿Cómo le había podido hacer eso Gilian? ¡Le había dicho que la amaba, que estaría con ella para siempre! La había engañado y lo pagaría caro.

—¿Por qué no le has detenido? Era tu obligación.

—Sinceramente Isea, no me importa que haya huido, esto facilita las cosas entre tú y yo. Ese hombre te había embaucado y te nublaba el juicio. Ahora comprenderás que lo mejor para todos es que nosotros estemos juntos.

—Estúpido —dijo Isea mientras se incorporaba despacio—. Cómo te atreves ni siquiera a pensarlo. Tu y yo nunca estaremos juntos.

Se abalanzó hacía él, mientras sacaba el cuchillo que llevaba para el sacrificio de debajo de la túnica. A Finn no le dio tiempo a reaccionar. No vio venir el cuchillo. Isea se lo clavó en el estómago tantas veces que le dolían los músculos del brazo.

Cuando Finn cayó a sus pies, Isea se sentó al lado suyo y lloró desconsoladamente. Lo había perdido todo. Había fallado a Cathbad y a todos los habitantes del valle. Ella que debía ser la guía de su tribu y en vez de eso había sido el verdugo.

No está todo perdido pensó. Iría detrás de él y acabaría con toda su familia. Después haría que regresase al valle con ella. Ya conseguiría que él la amase. Con el tiempo…

Estaban escondidos entre la vegetación del bosque. Debían ir despacio para que Gilian pudiese inspeccionar la zona y comprobar que no había nadie vigilando. Gracias a él estaban seguros que saldrían de allí. Era como si tuviese un sexto sentido para moverse en el bosque.

Marian estaba tan feliz de estar otra vez todos juntos que lo pasado en el valle le parecía un sueño.

Isea llegó al lugar donde todos estaban esperándola. Algunos guerreros tenían cara de preocupación pues la mujer designada para el sacrificio, Marian, no se encontraba en el campamento y dos mujeres más habían desaparecido.

Habían intentado localizar a Finn pero no estaba por ninguna parte. Del campamento de los hombres también habían desaparecido cuatro prisioneros. Se lo habían comunicado a Artaios pero este había pedido que esperasen a la vuelta de Isea.

Cuando la vieron aparecer, estaba cubierta de sangre. Artaios se adelantó para preguntarla.

—¿Por qué estás así? ¿Qué ha pasado? —la agarró por el brazo para que descansase.

—Finn está muerto. Cayó por un barranco mientras estaba esperando a que saliera de la cueva.

—¿Cómo sabía que estabas allí?

—Debió de estar espiando cuando te lo transmití a ti. Solo tú y yo sabíamos donde iba a estar, por lo que él debió oírlo —dijo pensativa Isea—. Antes de caerse, me dijo que Gilian y su familia habían escapado del valle.

—No sé cómo lo pudo saber, nosotros nos hemos dado cuenta hace poco y si él te estaba esperando debía de llevar mucho rato allí —Artaios estaba preocupado—. Algo no me cuadra en todo esto.

—Debo ir a detener a Gilian —Isea miraba suplicante a Artaios—. Consigue a los mejores guerreros, debemos partir ya.

Artaios se puso en movimiento, la gente miraba a los demás con cara de preocupación. Esto no era bueno. No se debía cambiar la tradición.

Isea salió corriendo hacia su choza. Cuando llegó se cambió de ropa, se puso una cota de malla y se enfundó una espada.

Cuando salió había dos docenas de guerreros preparados para acompañarla. Artaios también estaba entre ellos.

—Yo también te acompañaré —Artaios no quería dejarla sola.

Cuando Isea le miró a los ojos, Artaios sintió un escalofrío. Era la mirada de una persona que había perdido todo.