Despertó en total oscuridad. No sabía cuanto tiempo llevaba allí. El pánico empezó a agarrotarle los músculos. Debía respirar y mantener la calma. Con las manos empezó a palpar a su alrededor, tocó la antorcha que estaba clavada y un par de botellitas que tenía alrededor. Encendió la antorcha e iluminó la caverna. Entonces empezó a recordar. El elixir no le había bloqueado como la última vez, preservaba en la memoria todo lo que había sucedido.
Se levantó poco a poco y comenzó el camino de regreso hacía el exterior. Todavía era de noche e Isea le esperaba en un campamento improvisado en el que había encendido una hoguera.
Estaba asando algún animal porque le llegaba el aroma hasta allí arriba. Cuando llegó a su lado, Isea sacó un odre y dos copas y le sirvió un poco de vino a Gilian.
—¿Qué ha pasado dentro? —Isea estaba expectante como si fuera una niña pequeña a la espera de una buena historia.
—Creo que deberías esperar a mañana. No debo ser yo el que te revele nada —Gilian no tenía ganas de darle ninguna explicación a Isea.
—Yo sin embargo sí tengo una revelación para ti —Isea hizo una pausa antes de continuar—. Estaba deseando contártelo, pero tenía que esperar el momento adecuado. Sé que lo entenderás.
Gilian estaba ansioso por saber lo que Isea le iba a contar. Ya llevaba demasiadas revelaciones para una sola noche y pensaba que las confesiones de Isea cada vez correspondían más a una persona que estaba perdiendo la cordura.
—Cuando llegaste al valle —continuó Isea— Cathbad nos dijo que eras El Elegido. No nos dijo como lo sabía pero todos confiamos en su criterio. Nos dijo que debíamos ayudarte y que tu tendrías que desear quedarte a vivir en el valle, pues eras nuestro salvador. —Isea hizo otra pausa—. Finn nos comunicó que tu familia había sido capturada el mismo día que entraste en el valle. Esto nos hizo pensar que nos ayudaría, pues significaba que las personas que tú querías estaban aquí.
Gilian dio un respingo. Dejó de beber y prestó toda su atención a lo que le estaba contando Isea.
—Tus hijos han sido cuidados por una sacerdotisa para que fuesen conociendo y amando el valle y yo misma me he encargado de que tu mujer Marian estuviese bajo mi protección. —A Gilian no le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación—. Yo quería protegerla por ti —Isea hizo una pausa dramática—. Pero ella no te ha respetado como debía, te ha deshonrado y no ha estado a la altura de ser tu compañera. Ha estado engañándote con uno de los guerreros del valle. Él intentó ignorarla, pero ella fue muy insistente.
Gilian estaba tan tenso que iba a romper la copa de un momento a otro.
—Que nosotros nos hayamos enamorado no estaba previsto, pero sucedió así. Sé que has estado viendo a tu mujer, pero también sé que ha sido por pena. Para que no te sientas mal, ella te fue infiel antes de que tú y yo estuviésemos juntos. Para recuperar tu honra, he decidido que tu mujer sea ofrecida en sacrificio a los dioses y así tú y yo podamos amarnos sin impedimentos.
A Gilian casi se le atraganta el vino. Esa mujer se había vuelto loca. Ahora si que tenía claro que debía irse antes de que Isea saliera de la cueva y empezara el ritual.
Sabía que él había contribuido a que Isea se hiciese una idea equivocada, pero no sabía hasta que punto. Se preguntaba en cuántas cosas más, Cathbad y los demás sacerdotes, le habían intentado manipular. Aún así, debía continuar con la farsa hasta haber escapado de allí. Lo mejor sería seguirle el juego a Isea.
—Estoy seguro de que tu siempre haces lo mejor para el valle, Isea. Si tu crees que cuentas con el beneplácito de los dioses para esa ofrenda, debes hacerlo. —Gilian intentaba mantener la calma—. Además como tu bien dices, sólo siento lastima por Marian, no me importa su destino ya que ahora no está ligado al mío. Lo único que me preocupa es que mis hijos estén bien y proteger el valle.
—Ya he pensado en eso. —Isea acarició el rostro de Gilian— Seré como una madre para ellos. Estarán junto a nosotros y aprenderán a quererme con el tiempo —susurro, acercándose a los labios de Gilian para besarle.
—Gracias Isea. Me tranquiliza saber que piensas así —Gilian no podía decirle más, pues se le había atragantado las palabras en la garganta.
Mientras cenaban y bebían en la placidez de la noche, el cerebro de Gilian iba a toda velocidad. Ya no podía esperar más. Al día siguiente todo tenía que estar listo y si no lo estaba debían huir de igual manera.
Pasaron la noche en aquel campamento improvisado. La última noche que Gilian pasaría con Isea.