Capítulo 20

Las manos le sudaban mientras intentaba coger el cuchillo. Marian tenía claro que no iba a tener otra oportunidad. Isea no se encontraba en la choza y ella debía conseguir todas las armas que pudiese. Ariane cogería de la cocina cualquier cosa que pudiese utilizar. Y Tara se encargaría de conseguir algo de agua y comida. No sabían el tiempo que tendrían que estar escondidos.

Gilian les había dicho que estaba seguro de encontrar el camino de regreso al exterior. Pero no sabía si los seguirían y si tendrían que esconderse en el bosque hasta que pasase el peligro. Se temía, que viajar con los dos niños supondría más tiempo y más peligro.

Aunque Gilian estaba exento del trabajo con los animales, le había pedido a Isea que le dejara esos dos días seguir en su puesto, mientras ella estaba inmersa en los preparativos.

La noche anterior, Gilian le había demostrado que estaba dispuesto a compartir con ella su vida en el valle y a olvidarse del exterior. Ella estaba contenta por como estaba saliendo todo. Aunque Gilian hubiese matado a Affagd, estaba segura que no era porque amara a su esposa, si no por lastima hacía la que era la madre de sus hijos.

Esa noche, Isea le contaría a Gilian que conocía la existencia en el valle, de su mujer y de sus hijos. Cuando le contara todo lo que había hecho su mujer con Affagd estaba segura que la repudiaría y que agradecería que ella fuese la ofrenda en el sacrificio. También le contaría que ella sería quien cuidaría de sus hijos. Si Gilian no estaba locamente enamorado de ella todavía, eso haría que lo estuviese. Él le había confesado que la quería y ella iba a corresponderle quitando del medio al único estorbo que tenían para ser feliz: Marian.

Esa noche estaba más nervioso de lo normal. No estaba seguro de cual sería el mejor momento para iniciar la fuga. Isea caminaba al lado suyo por el bosque. El sonido de los grillos les acompañaba en aquella marcha a lo desconocido. No sabía lo que le esperaba pero no podía negarse a complacer a Isea, ahora no.

Subieron por una pendiente hasta la entrada a una cueva. Ante ellos se abría una gran arcada de piedra. Isea paró en seco ante la entrada de la gruta.

—A partir de aquí debes entrar solo.

Gilian penetró en la cueva con la antorcha en la mano. Según empezaba a recorrer el camino se le empezaron a agolpar las imágenes. Era la misma gruta por la que caminaba en el sueño. Al pensar hacia donde le llevaría, el corazón le empezó a martillear dentro del pecho.

Cuando entró en la gran caverna se dirigió sin pensarlo a donde sabía que estarían los dibujos. Cuando miró hacia la pared reconoció lo que tantas veces había visto en sueños.

Un poco más adelante vio en el suelo tirada una botellita como la que él llevaba, para poder abrir su mente según le había dicho Isea. Vio una antorcha apagada, la retiró y colocó la suya en su lugar, luego se sentó mirando hacia el lago. Destapó la botella y bebió de su contenido. Empezó a sentirse mareado y todo le daba vueltas a su alrededor. Entonces comenzó a recordar la última vez que había sentido ese vértigo. Fue la primera noche que visitó a Isea en el bosque. Recordó también a la mujer que se le había aparecido en esa misma cueva. Y lo que había pasado entre Isea y él. Los músculos se le tensaron.

Como una aparición vio surgir del lago a la Dama Laudine. Parecía que se deslizaba sobre la superficie lisa del lago. Algo en ella hizo que se le erizara el vello.

—Te he estado esperando desde hace mucho tiempo —la voz de Laudine sonó profunda en aquel vasto lugar. Sus pupilas parecían diluirse para formarse otra vez. Gilian recordó sus palabras cuando tomó aquella noche el elixir.

—Me dijiste que me ayudarías a recordar quién soy y cuál era mi lugar. —Gilian no podía despegar la mirada de sus ojos cristalinos—. ¿Me puedes ayudar ahora? —Gilian sentía un miedo visceral hacía aquella mujer. No le agradaba estar allí solo, con lo que parecía un espectro. No es que no fuese bella, pero era una belleza irreal.

—Ha llegado el momento, en el que debes ayudar a tu mente a que te muestre todo el poder que posees —Laudine se dirigió hacia Gilian.

Puso sus manos sobre la frente de Gilian y un latigazo le recorrió la espalda. Sintió una descarga y una infinidad de imágenes se agolparon en su mente. Fue entonces cuando comprendió todo. Laudine retiró las manos y fijó su mirada en él.

—¿Cómo lo has hecho? —dijo sin aliento Gilian.

—No he sido yo, tú lo has hecho posible. Solamente necesitabas dejar tus prejuicios a un lado —Gilian miró hacia la botellita que había contenido el elixir.

—¿Qué contiene ese líquido? —Gilian recordó como le había mareado el elixir y empezó a comprender.

—Algo que te ayuda a penetrar hasta lo más profundo de tu mente —dijo Laudine—. Desde hace miles de años han existido lugares en los que el hombre ha sido capaz de hablar con los espíritus, los dioses o la madre naturaleza, da igual el nombre que le pongas. Este es uno de ellos. Antes podían llegar a nosotros sin necesidad de ningún elixir o ritual. Pero llegó un momento en el que los hombres racionalizaron todo lo que no comprendían y se perdió la capacidad para dilucidar por ellos mismos. Sólo algunos nacéis con el don de buscar otro sentido a las cosas. Cuando se despierta en vosotros, entendéis la esencia de la vida y estáis en armonía con las fuerzas de la naturaleza. Simplemente tenéis que aprender a desaprender y hacer caso a vuestro instinto. La mente tiene más poder del que se le concede. Por eso Cathbad supo que eras El Elegido para salvar el Valle.

—¿Y cómo me reconoció? —preguntó Gilian.

—Aunque no lo creas, él piensa que fue por las marcas en tus pupilas, pero yo sé que fue su intuición lo que le iluminó. Cuando mañana Isea venga a verme le ayudaré, como ayudé a Cathbad. Debe entender cual es tu lugar en el valle. Tienes que asumir la importancia de permanecer aquí, para poder proteger este lugar y preservar su magia hasta que el hombre recupere el poder de percibir la realidad en toda su amplitud.

El sueño empezó a vencerle y Laudine comenzó a desaparecer bajo las frías aguas del lago.

Gilian lo sentía de verdad pero debía abandonar el valle. Amaba a su mujer y a sus hijos y no podía soportar vivir sin estar con ellos.