Al poco de llegar Marian a la choza se enteró de la noticia. El ácido empezó a subirle hacia la boca y tuvo que salir a vomitar. Además tampoco podía decir nada. Tenía que poner buena cara para no poner en peligro a Gilian.
Dentro de la choza Isea contaba a Elvia su aventura de la noche anterior con Gilian. Marian no se esperaba esa traición por parte de su marido. Además Isea no estaba escatimando en detalles.
Elvia se alegró por ella. Aunque Isea no había vuelto a comentar nada sobre la atracción que sentía por Gilian, era de todos conocida y se alegraba por su amiga. Aunque le parecía un poco cruel la manera en la que se estaba enterando su esposa.
Marian tuvo que ir a por un cubo de agua para limpiar lo que había ensuciado. Cuando se dirigía a la fuente al lado de los establos se encontró con Gilian.
Al principio, quiso darle una oportunidad para que se explicara. No quería prejuzgarle sin que antes le contara lo sucedido.
Gilian se acercó a ella lentamente. Se dio cuenta que no la miraba a la cara y le pareció mala señal.
—¿Tienes algo que decirme? —dijo Marian mirandole fijamente.
—Lo siento —Gilian seguía sin mirarla a los ojos.
—¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Tan poco valgo para ti que no me merezco una explicación? —Marian estaba al borde del llanto.
—No sé como ocurrió —Gilian levantó la mirada—. Ella no significa nada para mí. Te quiero más que a mi vida y no podría estar sin ti. No quiero que me perdones porque no me lo merezco. He actuado como un mezquino y te he herido en lo más hondo de tus sentimientos. Pero te prometo que no volveré a acercarme a ella.
—Lo siento Gilian, pero no te creo. Te estás engañando a ti mismo. Tú sientes algo por esa mujer, porque sino, no habrías estado con ella —Marian recogió el cubo del suelo para irse pero antes se giró—. No me prometas cosas que no vas a poder cumplir.
Gilian intentó coger el cubo para ayudar a Marian, pero ella se lo arrebató con fuerza y siguió su camino.
Estaba claro que algo no andaba bien en su cabeza. No debía culpar a Isea de lo ocurrido la noche anterior, porque él podía haber elegido no entrar.
Estaba hecho un lío respecto a sus sentimientos. Seguía amando a Marian locamente y su mayor felicidad sería vivir con ella y sus hijos en el valle. Pero Isea tenía algo especial que le hacía perder la cabeza. Era misteriosa y tenía un punto de peligro que a él le atraía irremediablemente. Se dio cuenta que no podía seguir así o perdería a su familia.
Los habitantes del valle habían vuelto otra vez a sus trabajos después de la fiesta de la noche anterior. Affagd estaba esperando a Marian en la puerta de su choza.
Desde que había llegado al valle, se había obsesionado con ella y cada día la requería más. Affagd sabía que ella sentía asco por él, pero no le importaba mientras pudiera tenerla cada vez que él quisiera.
Su obsesión llegaba a tal extremo que ya no pedía salir del valle a proteger el perímetro de seguridad. Aunque antes era lo que más le gustaba, ir de caza como lo llamaba él, ahora permanecía todo el tiempo que podía dentro del valle.
A Affagd le gustaba ver sufrir a los demás y estaba disfrutando de lo lindo con el trabajo que le habían asignado con Marian. Tanto, que iba a intentar que esto se alargase lo máximo posible. Cuando se cansase de ella, simplemente la mataría. A ella y a su marido.
Al regresar al campamento, Gilian notó que Albert estaba nervioso. Llevaba alterado toda la mañana pero no quiso darle mayor importancia.
—Tengo que hablar contigo de algo y no sé cómo empezar —Albert miró a Gilian de reojo.
—Suéltalo, no tienes porque preocuparte. Hoy ya llevo un mal día —le tranquilizó Gilian.
—Me he enterado de algo que te concierne a ti y a tu mujer —Albert continuó mirando a Gilian de reojo.
—¿Te refieres a lo de Isea? ¿A lo que pasó anoche? No te preocupes lo debe saber toda la aldea, incluida mi mujer —Gilian sonrió pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos.
—Pues no. No me refería a eso —Albert le miraba ahora confundido—. Es algo sobre tu esposa y un guerrero llamado Affagd.
—¿Qué es lo que pasa con Marian y ese hombre? —preguntó Gilian preocupado.
—No te enfades, yo solo soy el mensajero, pero se comenta en la aldea que tu mujer pasa mucho tiempo con él.
—Habrá estado haciendo recados para Isea. Desde que trabaja para ella, casi no tiene tiempo para nada.
—No es eso lo que se dice —Albert sentía pena por su amigo—. Creo que deberías vigilarla. A veces las prisioneras del valle tienen obligaciones que no pueden eludir.
Gilian se quedó pensando en lo que le había dicho Albert. Quizá Marian había tratado de decirle algo y él no la había prestado atención.
Isea se encontraba en la choza de Cathbad confirmando lo ocurrido la noche anterior. Estaba muy satisfecha de haber conseguido lo que quería sin tener que recurrir al elixir para estar con Gilian.
—Todo va saliendo bien —se alegraba Cathbad— dentro de poco estará preparado para ocupar su lugar y tú estarás a su lado como gran sacerdotisa del valle.
—Espero que los dioses te escuchen —le contestó Isea sonriendo.
—No creo que tengamos problemas. Tú sigue actuando como hasta ahora y la vida de este valle perdurará por mucho tiempo.
—Ayuda a Elvia con los niños. Que ellos se acostumbren a ti. Y respecto a su mujer, cuando pierda el interés por ella será el momento de tomar la decisión. Sería un gran regalo para los dioses.