Todo el mundo en la aldea estaba ocupado con los preparativos de la fiesta. Celebraban la entrada de la primavera. El valle era igual que un vergel. Las plantas habían florecido y el campo parecía una alfombra de colores.
Esa noche habría música y diversión para todos. Muchas mujeres preparaban comida para toda la aldea. Los hombres habían ido a cazar, pescar o recolectar para que tuvieran suficiente materia prima para esa noche. Suculentos platos se prepararían para la ocasión.
Las mujeres y los hombres se vestían con sus mejores galas. Ellas con túnicas de vivos colores y coronas de flores. Ellos con sus mejores cotas y las armas bien pulidas.
Cathbad e Isea habían decidido ir a recoger plantas medicinales por el bosque. Él quería aprovechar la ocasión para hablar con ella, ya que desde que había llegado Gilian al valle, había acaparado todo su tiempo. Cathbad necesitaba contar lo de su enfermedad y pensó que era mejor no andarse con rodeos.
—Me estoy muriendo, Isea —dijo Cathbad de pronto.
—¡No digas eso! —le recriminó Isea, mirándole de pronto—. Nadie sabe exactamente cuando va a morir
—Yo si lo sé —le sonrió Cathbad—. Lo noto. Cada vez tengo menos fuerza y mi poder se debilita. Necesito prepararte para la sucesión.
—Ya me has explicado todo lo que necesito saber —Isea se apartó un insecto de la cara—. Aunque no creo que te estés muriendo, si algo pasa, estaré lista para afrontar mi deber.
—Aún hay cosas que desconoces y que sólo se te mostrarán cuando llegue el momento —Cathbad hizo una pausa—. Quiero que estés preparada. Tu tiempo se acerca. Cuando llegue tendrás que hacer lo que sea mejor para el valle. Tú eres una sacerdotisa y deberás anteponer el bienestar del Valle a tus deseos.
—Sabes que siempre haré lo mejor para nuestra gente y para este lugar. Desde pequeña me habéis preparado y no os defraudaré.
—Bien, me agrada escuchar tan sabias palabras. ¡Bueno, ahora cuéntame los progresos con Gilian! —Cathbad se agachó a observar una planta mientras esperaba lo que Isea tenía que decirle.
—Creo que no falta mucho para conseguir nuestro objetivo. Lleva dos semanas aquí y cada día se le ve más entusiasmado. Dentro de poco no querrá irse de nuestro valle —Isea se agachó para ayudar a recoger la planta.
—¿Has yacido con él? —Isea le miró fijamente. La pregunta la había cogido por sorpresa.
—Sí, pero él no lo recuerda. Estaba bajo los efectos del elixir sagrado —dijo Isea ruborizándose.
No le gustaba que Cathbad le hiciera esas preguntas. Lo veía como a un padre y le avergonzaba hablar de ese tema con él.
—Bien. Si te quedas en cinta, todo será más fácil. —Cathbad se levantó.
—¿Qué pasará con su mujer? No creo que él quiera dejarla. Sus hijos están progresando muy bien. Cada día quieren más a Elvia y no creo que tengamos problemas para su integración. Pero su mujer es diferente.
—Cuando llegue el momento tomaremos la decisión. Si ella debe morir se arreglará para que él no sufra.
—Bien —Isea sonrió pensando que todo estaba saliendo como ella quería.
Marian no podía aguantar más, estaba llegando al límite de su resistencia. No quería contar a Gilian lo sucedido con Affagd porque estaba segura que intentaría matarlo. Si eso sucedía el siguiente en morir sería él por haber atacado a un habitante del valle.
Tampoco sabía cómo se comportaría Gilian con ella. Podría culparla de lo sucedido por no haber tomado suficientes precauciones. ¡Como si ella pudiese haberlo evitado!
Luego estaba el asunto de Isea. Tenía bien claro que se había enamorado de Gilian y que no pararía hasta conseguirlo.
Cuando regresaba a su campamento vio a Affagd que la hacía una señal para que fuera hacia su choza. Ya sabía lo que significaba aquello. Desde aquella primera noche en su choza no había dejado de perseguirla.
Eso tampoco se lo había contado a Gilian. Tenía tantas cosas que ocultarle, que si alguna vez se enteraba, no la iba a perdonar. Pero prefería sufrir vejaciones a verle muerto. Marian se dirigió hacia la choza de Affagd resignada a sufrir otra vez el calvario.
Gilian se dirigía a la fiesta como le había pedido Isea. Sabía que a sus compañeros no les agradaba la camaradería que ahora tenía con los habitantes del valle y en particular con Isea. Albert era el único que todavía le trataba como a uno más. Si se quedaba en el valle haría que él también se integrase en la aldea.
Cada vez veía menos a Marian y eso no le gustaba. Parecía que ella le rehuía y no entendía por qué. Ya le había explicado el motivo de su visita a la choza de Isea, la noche en la que lo vio. Pero en vez de dejarle terminar, Marian huyó corriendo de su lado. Veía la tristeza en sus ojos, pero él sabía que todo cambiaría cuando viviesen todos juntos y felices en el valle, integrados como miembros de pleno derecho.
Al llegar a la explanada de la fiesta, buscó a Isea entre la gente. No le hizo falta buscarla mucho porque apareció en seguida a su lado.
Esa noche estaba tremendamente hermosa. La corona de flores le realzaba su belleza y el vestido que llevaba insinuaba a la perfección su figura. Cuando llevaban un rato bebiendo y comiendo Isea le pidió que la acompañara.
Estuvieron andando largo rato, mientras Isea le contaba anécdotas de la gente del valle, lo que hacía que los dos se fueran riendo de buena gana.
Por fin, llegaron al lugar donde Isea tenía preparada una pequeña tienda con pieles, un fuego y bebida. Gilian estaba muy a gusto en compañía de Isea y no dudó en tumbarse con ella para seguir la velada.
Cuando llevaban un rato hablando y riéndose, además de dar buena cuenta del vino, Isea se levantó y le pidió que la siguiera. A Gilian le costó incorporarse, había bebido demasiado.
A través de la maleza, se veían unas luces en el suelo. Al entrar por un hueco, se quedó sin palabras. Vio un estanque iluminado con velas alrededor. Isea se acerco a la orilla, se quitó el vestido y se metió dentro. Desde allí le llamó para que entrara con ella. No sabía si por efecto del vino o por la atracción que le provocaba Isea pero accedió a su petición.
Se deshizo de la ropa y se metió dentro. En ese instante no pensó en nada, sólo se dejó llevar por el momento.