Tenía que obligarse a salir del camastro. Desde que había empezado a trabajar para Isea le costaba hasta respirar. La vida en el valle se le estaba haciendo demasiado cuesta arriba. No sabía el tiempo que iba a aguantar con esta presión.
Sus compañeras se habían dado cuenta que algo la pasaba. Estaba más apática si cabe que antes. Y para colmo no sabía nada de Gilian desde hacía varios días.
Affagd la seguía acosando y no sabía el tiempo que iba a pasar hasta que él intentase algo más. Sabía que pronto se cansaría del juego y no veía la manera de librarse de él.
Isea le hacía la vida imposible. Aprovechaba cualquier ocasión para humillarla. Hablaba cosas de Gilian delante de ella y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no delatarse. Isea tenía un interés especial por Gilian y le gustaba relatar a Elvia todo lo referente a sus encuentros con él.
Marian no sabía que creer sobre lo que contaba. No se podía imaginar que Gilian, en la situación en la que estaban, estuviera engañándola con esa mujer. ¿Qué le pasaba? ¿Ya no le importaban sus hijos y ella?
Se preguntaba que había pasado con la promesa que le había hecho sobre escapar de allí. Notaba que él estaba rehuyéndola y eso le provocaba un dolor insoportable.
Llegó a la choza de Isea y respiró hondo antes de retirar la pesada cortina de la entrada. Cuando empezó a habituarse a la luz, casi se le sale el corazón del pecho.
Gilian estaba tumbado en la cama de Isea. Su primer impulso fue saltar encima de él y ahogarlo, pero entonces se dio cuenta que le hacía una señal para que guardara silencio.
Marian se quedó parada en la entrada dejando caer la pesada cortina. No sabía cómo actuar. Recordaba el reencuentro en el campamento y como deseaba abrazarlo y besarlo. En ese momento no tenía ganas ni de hablar con él. Contempló como se levantaba y se dirigía hacia donde estaba ella con una sonrisa en los labios.
Cuando intentó besarla, Marian apartó la cara y se deshizo de su abrazo. Gilian le obligó a mirarle.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó acariciando su cara.
—¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado de estar con Isea? Porque ella parece estar muy a gusto contigo.
—Escúchame —le suplicó Gilian— entre ella y yo no hay nada. Sólo está enseñándome sus costumbres y sus creencias. Cree que me adaptaría bien a la vida en el valle y yo creo que tiene razón. Podríamos quedarnos a vivir aquí, es un lugar especial y me encuentro como si estuviera en casa. Ayer me llevó a ver a los niños y los estuve observando un rato sin que ellos me vieran. Son felices aquí y no les faltaría de nada.
—¿Tu crees que ella dejaría que viviésemos todos juntos aquí en el valle? ¡Qué ciego estás! Sólo te quiere para ella. No te compartirá con nadie. En cuanto se entere de mi existencia, ¡me matará!
—Isea no es así —dijo enfadado Gilian—. Ella no hace daño a los demás. Es sacerdotisa y su cometido es buscar el bienestar de todos los habitantes del valle y de este lugar. Son gente de paz y sólo se defienden de las amenazas del exterior.
—No te entiendo —Marian lo miraba como si no le conociera—. Si tú te has cansado de buscar la manera de escapar de aquí, yo no. Me están acosando y no se el tiempo que podré evitar hasta que consigan lo que quieren —Marian comenzó a llorar.
—Si alguien te quiere hacer daño, díselo a Isea, estoy seguro de que ella te protegerá. Aun así, yo no consentiré que te hagan daño —Gilian volvió a intentar besarla.
Esta vez Marian le dejó. Le echaba mucho de menos. Él y sus hijos eran toda su vida. La razón para que ella siguiera luchando. Notó sus manos acariciándola por debajo de la ropa. Las voces de gente en el exterior, los sacó de ese momento tan íntimo.
—Tengo que irme. No quiero que me pillen aquí —Gilian salió de la choza.
Marian no sabía como Gilian se había enterado que estaba sirviendo a Isea, aunque tampoco era difícil enterarse en el valle de las cosas. A pesar de que había bastante gente, al final todos se conocían y sabían de la vida de los demás. Era como una gran familia.
Cathbad y el resto de los sacerdotes estaban reunidos en la gran choza. Muchos habitantes también se encontraban allí. Cuatro personas habían sido capturadas en el perímetro de seguridad que rodeaba al valle y estaban esperando para recibirlos.
Marian seguía esperando a que Isea regresara a su choza. Mientras, arreglaba todo para que ella no tuviera razones para castigarla. Sabía que aún así corría el riesgo de volver a sufrir su ira.
Se estaba acercando la hora de la comida y Marian estaba acabando de prepararlo todo para volver a su campamento cuando Isea entró en la choza.
—Tengo un encargo para ti —le dijo nada más llegar—. Affagd me ha pedido un ungüento para una herida que le ha causado uno de los nuevos prisioneros. Quiere que tú se lo lleves a su choza esta noche. Después de cenar quiero que vengas a recogerlo.
—Pero señora, Affagd me está acosando y tengo miedo de que me haga daño.
—¡Sucia ramera! —le espetó Isea—. Como te atreves a acusar a uno de nuestros guerreros con tus mentiras.
—¡Pero es verdad! Juro que no la miento —dijo Marian llorando—. Desde que he llegado al valle, me persigue e intenta que esté con él.
—¡Cállate! —Isea la agarró fuertemente del brazo—. Harás lo que te digo y no quiero oírte gimotear más.