Capítulo 8

Estaban todos reunidos después de la comida esperando a Finn para que les diera alguna noticia. Isea estaba sentada al lado de Cathbad y miraba nerviosa hacia la puerta, mientras que Bran esperaba tranquilo tarareando una canción que había estado enseñando esa mañana a los niños.

De los pocos niños que habían sido escogidos no todos llegarían a sacerdotes, pero él y Artaios, tenían el deber de instruirlos para que lo lograran. Finn entró y se dirigió a informarles.

—Habla —le ordenó Cathbad.

—Estuvo con otro prisionero limpiando los establos y luego llevaron a los caballos al prado. Al poco de llegar al cercado, él desapareció en la espesura. Lo seguimos y primero estuvo observando a sus hijos, sin que ellos lo supieran. Después, se dirigió al campamento de las mujeres y se puso en contacto con su esposa.

En ese momento, Isea dio un pequeño respingo que sólo Cathbad notó. Isea sabía que lo tendría difícil con su mujer allí, pero ahora que él sabía que estaba, no podían eliminarla, ya que eso pondría a Gilian en su contra y no habría marcha atrás. Necesitaba ganárselo y que él la despreciara voluntariamente si quería que su plan diese resultado.

—Estuvo hablando un rato con ella y después volvió al cercado —concluyó Finn.

—Gracias Finn —le despidió Cathbad.

Finn agachó la cabeza en señal de respeto y salió de la sala para seguir con su trabajo.

—Elvia, necesito que sigas encargándote de sus hijos —ordenó Cathbad—. Quiero que se acostumbren a ti. No podemos consentir que vean a sus padres, no de momento. Cuando llegue la hora deben sernos útiles. Será uno de los instrumentos que usaremos para que Gilian acepte su destino. Isea, tendrás que empezar a ganarte a Gilian. Si necesitas nuestra ayuda, sabes que puedes contar con ella para lo que sea.

Isea salió después de que se hubiera ido Cathbad y buscó a Finn. Necesitaba pedirle algo. Lo encontró cerca de las cocinas.

—Finn, necesito hablar contigo sobre Gilian.

—Dime lo que quieres y tus deseos serán ordenes. —Finn la miraba sin poder evitar sentirse atraído.

—Necesito que al anochecer, lo llevéis al claro donde está el cercado. Yo estaré esperando allí. Luego quiero que os retiréis y que nadie nos vigile. Yo me ocuparé de todo.

A Finn no le gustaba lo que estaba oyendo. Desde hacía mucho tiempo estaba locamente enamorado de Isea y no quería que estuviese a solas con ningún hombre.

Aunque alguna vez habían estado juntos, Isea le había dejado bien claro que ella no podía ser de nadie. Su condición de sacerdotisa se lo impedía. Aunque eso no era más que una excusa ya que ella no estaba realmente interesada en él.

—Necesito que uno de tus hombres venga a hablar conmigo a mi choza —le dijo Isea rozándole la cara con los dedos—. Intenta que sea Affagd.

Isea se dirigió a su choza. Tenía muchas cosas en que pensar. Usaría al guerrero para desacreditar y humillar a la mujer de Gilian. Cuando acabase con ella, sería él quien pediría que fuese sacrificada. Un calor especial empezó a recorrerle el cuerpo al imaginarla en el momento del sacrificio. Cómo su sangre correría por las piedras y cómo su cuerpo flotaría después tiñendo el agua de rojo. El manantial sagrado limpiaría todo para el renacer de una nueva vida. Estaba segura de que los dioses iban a bendecir ese sacrificio.

Sintió como la cortina de la entrada se abría a su espalda dejando entrar luz en la choza. El fuego de la pequeña hoguera bailó con el aire que se había colado por la puerta. Empezó a girar, pero unos brazos la dejaron bloqueada sin poder moverse. Notó una lengua que la lamía el cuello y como alguien intentaba desabrocharle el vestido.

En ese momento, Isea giró bruscamente, tirándose al suelo, alzó la pierna y consiguió darle una patada en la cara a quien le estaba sujetando. El hombre se llevó las manos a la nariz, que empezaba a sangrarle abundantemente. En ese momento Isea aprovecho para darle otra patada en el estómago que dejó a su visitante doblado en el suelo.

Isea se colocó la ropa y el pelo, mirando despectivamente al hombre que estaba de rodillas ante ella. Le agarró del pelo y le subió la cara para que la mirara. Affagd la observó con ira, pero enseguida cambió su gesto, por una sonrisa sarcástica.

—¡Qué sea la última vez que me tocas sin mi permiso! —le espetó Isea—. No te he llamado para eso. Que tú y yo hayamos practicado sexo no te da derecho a coger sin permiso lo que no es tuyo. Tengo un trabajo para ti. —Isea se recostó sobre su lecho de pieles—. Necesito que te encargues de una prisionera llamada Marian. Quiero que todo el mundo piense que ha caído en tus brazos. Intenta seducirla y si ves que no consigues pronto tu objetivo, tómala como sea pero que todo el mundo crea que se ha rendido a ti. Necesito que otro prisionero llamado Gilian crea que está contigo.

Una chispa de malicia empezó a crecer en los ojos de Affagd. Sabía quien era Marian. La había estado observando a escondidas. Affagd era uno de los guerreros más corpulentos y fuertes del valle. Era moreno y el pelo le caía en greñas hasta los hombros. Iba siempre desaliñado y su única diversión era emborracharse e intentar conseguir al mayor número de mujeres y no siempre con su pleno consentimiento.

—¿Puedo usar cualquier método para conseguirlo? —preguntó Affagd sonriendo.

—Sí, pero que no se te vaya la mano. No quiero que la mates, necesito que esté viva para que mi plan funcione.