Capítulo 5

Cathbad se dirigió hacia los campamentos al atardecer para elegir a uno de los prisioneros.

Sabía perfectamente quién sería el elegido, esa misma mañana habían llegado siete prisioneros al valle. No era lo normal, la gente no se acercaba tanto al perímetro. Pero debido a la escasez se estaban volviendo imprudentes.

El elegido estaba en el campamento de los hombres. Cuando le había mirado a los ojos había visto la mentira y la maldad en él.

Cuando Cathbad e Isea entraron en el campamento estaban todos los prisioneros allí. Se dirigieron a Albert para saber dónde estaban los nuevos. Él los condujo a la primera cabaña.

Al entrar le vieron tumbado, Isea le hizo una señal para que se levantara y los siguiera. Antes de salir vieron como el último prisionero que había llegado no se movía. Isea se agachó para confirmar que estaba vivo y le hizo una señal de asentimiento a Cathbad. Gilian estaba inconsciente sin poder moverse debido al efecto de los dos pinchazos. Isea permaneció un momento con la mano en el cuello observando como dormía. Se levantó y lo dejó descansando.

Salieron con el otro prisionero. Este miró desconfiado al resto de sus compañeros. No le gustaba la cara de angustia con que le miraba el resto.

Cathbad, Isea y el prisionero se encaminaron hacia el lugar donde iba a tener lugar el sacrificio. Al salir del campamento dos guerreros se unieron a ellos.

Caminaron hacia el interior del Valle. Cuando llegaron a la pared de roca donde nacía el manantial sagrado, todos los habitantes del valle estaban esperando. Habían formado un círculo con antorchas colocadas detrás de cada uno, lo que hacía que sus caras quedaran en penumbra.

Los dos guerreros, introdujeron al prisionero dentro del círculo hasta depositarlo ante la roca. El agua discurría formando un pequeño estanque. Isea le ofreció a Cathbad el brebaje que Elvia había colocado en una horquilla sobre el fuego. Después, ofreció a sus compañeros. El prisionero miraba asustado a su alrededor, y aunque no intentaba escapar, tenía una actitud defensiva.

—En agradecimiento por concedernos lo que tanto tiempo ansiábamos, os ofrecemos este sacrificio para que sigáis bendiciéndonos con vuestra gratitud —dijo Cathbad.

Después sacó una daga. El filo resplandecía con la luz del fuego. Se paró delante del prisionero y le rebanó el cuello. Este cayó sobre el manantial con las manos sujetándose el corte y tiñendo de rojo el agua. Cathbad se quedó estudiando la mancha de sangre que se había formado.

Las demás personas del círculo empezaron a entonar una melodía mientras cogían sus antorchas. Los cinco sacerdotes permanecían en el centro del círculo con los rostros alzados. Este ritual se repetía desde hacía infinidad de generaciones, para que los dioses los protegieran y los guiaran en su sabiduría.

Se despertó bruscamente bañado en sudor. Otra vez volvía a tener la misma pesadilla que le hacía despertarse gritando. Caminaba por una gruta húmeda y oscura, de cuyo techo salían estalactitas que se unían con las estalagmitas del suelo. Estaba todo oscuro. Solamente le iluminaba una pequeña antorcha que le permitía ver dos pasos por delante de donde pisaba. El silencio era absoluto, sólo roto por el ruido de una cascada de agua. Al final de la gruta se abría una vasta cueva, el techo estaba tan alto que no podía ver donde acababa. Oía la cascada pero en la oscuridad no podía ubicarla. Solo podía ver la orilla de un lago.

De pronto sentía la necesidad de acercarse a la pared que tenía a su derecha. Con la pequeña antorcha que portaba podía ver los dibujos de la pared. Eran espirales y signos que no entendía.

Cuando iba a tocarlos, notaba el aliento de alguien en su espalda. Los pelos de la nuca se le erizaban. En el momento que intentaba girarse para ver quién era, la antorcha se apagaba. Sentía el aliento cerca del oído y como le susurraba palabras. Unas uñas le arañaban la espalda y a Gilian le recorría un escalofrío que le llegaba hasta la médula.

En ese instante, se despertaba y no conseguía recordar las palabras que había oído. Era como si alguien tirase de ellas y se las robase de la mente.

Al incorporarse fijó la mirada en la pared de la choza. Por un momento no supo dónde estaba. Miró a su alrededor para ver quién estaba con él. La tarde anterior se había quedado dormido por efecto de los pinchazos, y ahora mismo no reconocía a los dos hombres que estaban durmiendo a su lado.

Ninguno de ellos era Albert, el hombre con el que habló en la otra choza. Ni tampoco los otros dos hombres que lo acompañaban. Uno era menudo pero de complexión fuerte. Tenía poco pelo y un gran bigote que le daba un aspecto bastante peculiar. Su nombre era Ryan. Le había causado buena impresión y la simpatía parecía que había sido mutua.

El otro hombre era más alto pero igual de fuerte que Ryan. Su nombre era Owen, tenía una gran mata de pelo rubio y barba aunque no muy larga. Sin embargo este no le había causado tan buena impresión. Con sus pequeños ojos y su gran nariz le recordaba a un halcón buscando una presa. No le gustaba la gente que no miraba a los ojos. Owen estaba moviéndolos continuamente y daba la impresión de que buscase algo.

Volvió a mirar a los dos hombres de los camastros. Ninguno de ellos se movía. Se levantó con cuidado y salió de la choza.

Estaba amaneciendo y todo se veía verde y frondoso a su alrededor. A Gilian le relajaba observar la naturaleza. Era feliz cuando caminaba por el bosque al amanecer. Se sentía bien con el olor a hierba húmeda y el sonido de los pájaros al cantar. Era como si pudiese sentir la naturaleza dentro de él.

Alguien se acercó por detrás, Gilian se giró bruscamente y vio venir a Albert.

—¡Vaya tarde la de ayer! —comento Albert cuando llegó a su lado—, ¿oíste algo?

—No sé a que te refieres —contestó Gilian—. Yo no he oído nada. Debí de dormirme profundamente. ¿Qué ha pasado?

—Ayer al atardecer vino a nuestro campamento Cathbad y una de las brujas que va con él, Isea.

—¿Qué querían? —preguntó Gilian.

—Buscaban a alguien para sus ritos.

—¿Para qué querían a alguien de nuestro campamento? Ninguno de nosotros pertenece a este valle. ¿O sí?

—Precisamente por eso vinieron aquí —Albert fijó su mirada en el suelo—. Digamos que somos el centro de la fiesta. Cogieron a uno de los nuevos que llegó ayer antes que tú. Entraron en tu choza. Tuviste suerte, te podría haber tocado a ti.

—¿Te refieres a otro que dormía en mi choza?

—Sí, ayer llegaron tres antes de que te trajeran a ti —volvió a mirar Albert con nerviosismo—. Te debiste de dormir antes de que ellos regresaran de su nuevo trabajo. Eligieron a uno de ellos.

—¿Para qué lo eligieron?

—No lo sé seguro. A nosotros no nos permiten movernos de aquí cuando hacen alguna de sus ceremonias. Pero al que eligen nunca regresa —dijo Albert mirando otra vez hacia el suelo y haciendo marcas con el pie.

—¿Has pensado alguna vez en escaparte? —Gilian se fijó en la marca en forma de espiral, igual a la suya, que Albert tenía en el brazo.

—Muchas veces, pero hay algo en este valle que es como si… —Albert se quedó callado—. Bueno, es hora de trabajar —agarró de los hombros a Gilian y le sonrió—. Te acompañaré hasta las cuadras. Están junto a la aldea.

A Gilian no le había pasado desapercibido el cambio de humor de Albert. Estaba claro que algo había que le asustaba y él iba a encontrar la manera de descubrirlo.

Se adentraron por el sendero que llevaba a la aldea. Esa misma mañana, tendría que encontrar la manera de escabullirse y descubrir algo sobre su familia.

Cuando llegaron a la aldea donde habitaba la gente del valle, tuvo que pararse en seco. El corazón le dio un vuelco al ver a Marian andando entre las chozas con otra mujer al lado.

Su primer impulso fue salir corriendo para abrazarla y saber de los niños, pero de pronto recordó lo que le había dicho Albert y se quedó clavado en el lugar.

Cuando se dio cuenta que Marian le había visto y empezaba a moverse hacia él con la angustia reflejada en la cara, Gilian agarró a Albert, le dijo algo al oído, se dio media vuelta y se dirigieron por otra calle hacia las cuadras. Al doblar la esquina giró la cabeza y miró como Marian se quedaba parada y con lágrimas en los ojos mirando como él se alejaba de ella.

Nada deseaba más que abrazarla y consolarla, decirla que todo se iba a solucionar. Pero intuía que no era el momento, que algo había en ese lugar que les hacía correr un grave peligro y necesitaba averiguar qué era, cómo evitarlo y salir de allí todos con vida.

Siguió andando con Albert hacía las cuadras pensando como contactar con Marian sin que le vieran.