TE conozco, decía la muchacha, yo te conozco, decía vagamente en la niebla, con gruesos labios de vacío. Y estaba en su matorral de bruma, junto al perro ardiente, y me miraba, te conozco, yo te conozco, en la mañana fría, muy fría, enredada de brumas, y había en la arboleda emboscadas de niebla, y yo, con mi dolor, mi miedo, mi soledad, mi incertidumbre, me detuve ante ella, recuerdo, lleno de un deseo pálido y súbito. Te conozco, yo te conozco, y tenía el pelo fuerte y partido, los ojos negros y duros, el rostro rejuvenecido por el frío, una precisión de estatua adolescente, una borrosidad de lenguaje y de niebla. El perro, a su lado, era un fuego en forma de perro, una hoguera-perro ardiendo en la mañana helada, llamando por los ojos y la boca. Te conozco, yo te conozco, decía.
Pude haber dado un paso adelante, haber tocado con mi mano la ausencia de aquel rostro, haber deshecho la imagen, reduciéndola a arenisca de realidad, de verdad. Pero mi mano quedó en el aire, sin peso, acechada por el perro, rehuida por la muchacha, y nos separamos. Te conozco, yo te conozco. Era una mujer agreste en el corazón helado de la ciudad, era una arcilla con más salud que hermosura. Pero qué lejana era. Siempre habrá quedado por realizar mi amor, mi deseo por aquella criatura emparentada a su odioso perro, en una de las mañanas más frías y dolorosas de mi vida.
La sangre de la herida, el dolor vagando por el cuerpo como un murciélago gris y ciego, la fiebre, el miedo, el miedo, eso soy yo, eso eres. ¿Qué otra cosa, si no? Llegamos a generar una sustancia de consistencia variable, más bien mediocre, que es la imaginación, la literatura, la estética, el lirismo, el bien, la fe en el hombre, la Historia, la libertad, la justicia. Pero basta esa gota de sangre, ese quejido mudo de mi cuerpo, ese goteo rojo de la vida, para que todo se borre y yo me reduzca a mi dolor. Se contrae el ser como el gusano amenazado. Yo no soy mi dolor, decía el poeta. Ya lo creo que sí. El dolor, la sangre, la fiebre, el miedo, los heraldos negros de la muerte, tan lejana, tan distraída, ahuyentan en un momento todos los pájaros de la cabeza.
Miro mi gota de sangre, la miseria que doy de mí, y observo con, una repugnancia apasionada, con un amor sórdido de animal por su, animalidad, la efusión de la vida en la muerte, de la muerte en la vida. Qué presto a desanudarme en la nada, qué flojo por todas partes el saco de mi vida. Soy agua en una cesta, fardo de lluvia que gotea muerte por todas partes.
¿Y el suicidio? Hace falta mucha fe en la vida para suicidarse. El suicidio es la máxima afirmación de la vida. Si alguna vez me suicido, no será por falta de fe, sino todo lo contrario. Sólo hay suicidios apasionados. De momento, resido en el escepticismo. Resido hasta que una gota de sangre, un tiburón de miedo me corre por el cuerpo. El cuerpo es una máquina de vivir y resulta inútil advertirle continua mente que la muerte no importa. El cuerpo no tiene más que una dirección. No se puede persuadir a la flecha en el aire de que cambie de orientación.
Estoy aquí con mi miedo. Soy un intestino que sangra o un corazón que enrojece de fiebre. La filosofía, el arte, las ideas y la belleza no son sino treguas entre enfermedad y enfermedad. Y las enfermedades no son sino treguas de la muerte.
Recojo mi sangre con amor y desprecio. Pero en el remolino de horror, cuando sólo eres piedra de dolor y miedo, mineral de espanto nace, como una flor en la roca, la imaginación, la metáfora metaforizando sobre la enfermedad, la visión distanciada de uno mismo. Y la distancia es estética. La estética es distancia. ¿El espanto puede dar lirios? Ya lo creo. ¿Qué soy, entonces, quién soy? Tanta fisiología ha originado lo inefable. Tanto fruto de muerte ha dado una flor de sueño la imaginación, la belleza siniestra del mundo mirado por mí. El pensamiento no es sino una continuación de las necesidades de la selva. Pero la emoción lírica se sale de todas las necesidades. Ahí está hombre; en la emoción lírica, en el sentimiento lírico.
¿Esta sangre, entonces? Toco mi sangre dura, toco mi cuerpo herido, y me reconforto de evidencias, aunque sea esto la evidencia de la muerte.