EL tiempo es un caballo que llora como una máquina sentimental. Escribo en la copa del árbol de los días poemas en prosa y libros de colores. Mi hijo se ha dormido en lo más profundo de sus zapatos y hay un reloj de pulsera fornicando en algún sitio con la eternidad. Espero que una mujer desnuda me llame por teléfono para invitarme a la vernisage de sus pechos. Octubre es lúcido como un matemático y extenso como la actualidad. No sé qué voy a hacer esta tarde, pero me gustaría amar a una muchacha que no tuviera un empleo fijo, o sentarme a leer en el parque, bajo la luz de los eclipses. Sea como fuere, enjabono mi cuerpo y me siento a esperar que la teoría de la relatividad llame a mi puerta.