En noviembre de 2011, fui invitado a impartir la primera conferencia John Peel en la BBC en honor del gran locutor y pinchadiscos[34]. Hablé acerca del «peelismo», la actitud de alguien que se toma la molestia de pasar su tiempo escuchando; y no olviden que yo había sabido por vez primera de la importancia suprema de escuchar por Roland Kirk en los años sesenta. Hablé sobre mi artista interior y señalé que las seis libras de cada entrada irían destinadas a la Musicians Union Benevolent Fund.
Cuando se alcanza mi edad, las obras de caridad se convierten en algo necesario en la vida: por medio de las mismas, las viejas estrellas de rock no perdemos de vista la dureza del mundo real, a la vez que alcanzamos a conocer a muchas personas. Supone una cura de humildad, y una de sus vertientes más aleccionadoras es la censura que ejercen algunos periodistas, convencidos de que no lo hacemos más que por motivos egoístas y de interés personal; ante lo cual sólo puedo decir que mejor harían en ser algo más desprendidos ellos mismos.
Tres años antes, en diciembre de 2008, los Who fuimos invitados por George W. Bush y el Kennedy Center Honors Committee. Aunque se trata de un honor concedido a los artistas que nada tiene que ver con la política, entiendo que difícilmente se me ofrecerá jamás un tipo de homenaje parecido en mi país. Se me negará el «momento Harold Pinter» de poder explicar por qué lo rechazo.
Sea como fuere, confío en Gran Bretaña y en su proceso democrático. Estoy orgulloso de que mi tarea cree empleo, y aunque sea rico y privilegiado, de corazón y actitud sigo siendo socialista, un activista pronto a defender al perdedor y al marginado, así como a entretenerlo.
Sería hipócrita decir que no me he visto afectado por la percepción que tienen de mí personas que no me conocen ni saben de mí más allá de lo que hayan leído en los tabloides por mi arresto de 2003. Hace ya tiempo que abandoné mis afanes de caballero blanco en ese sentido, pero sigo siendo dolorosamente consciente de las repercusiones que todo aquello pueda haber tenido en las fundaciones en que he colaborado y en las que me veo obligado a mantener un perfil discreto.
Bastó pulsar el botón de un ratón para ocasionar una avalancha de malentendidos.
Pero sigo hacia delante. Siempre me ha acompañado un orgullo combativo, retador y antagonista. Es algo que tengo muy a flor de piel y que prende con facilidad, se remueve y planta cara. Forma parte de quién soy yo.
¿Y qué pasó con aquel hermano menor dentro de mí? La carta que le escribí al Pete de ocho años sigue siendo una de las afirmaciones más importantes de mi vida. «Recuerda —le dije— que los malos sentimientos que a veces experimentas, te ayudan a ser más fuerte, más capaz y empático ante el dolor que otros puedan sentir. Tienes buen corazón y vas a salir de ésta. La vida puede ser dura, y de hecho te va a resultar duro aceptar lo maravillosa que es la vida que te tocará vivir. Ello se debe a que no sientes que te lo merezcas».
Eres inteligente. Lamentablemente, no ejercitarás tu cerebro tanto como deberías. Tu amor propio es deficiente, y caerás en fases de pereza que te mantendrán algo estancado. Tienes una gran imaginación, y eso puede bastarte en cierto sentido. Pero debes tener cuidado y tratar de respetar los hechos. No puedes simplemente inventarte aquello que no has conseguido aprender. Tu fracaso académico ha sido una parte fundamental del motor que impulsa tu inspiración artística.
Cuando tu madre te critica o desdeña por tu aspecto, sólo está comunicando cómo se siente consigo misma. Siente que su madre debió de tener algún motivo para abandonarla. Pasarás por una adolescencia extraña, pero eres un chico adorable, encantador. Trata de recordar que no todo en la vida puede ser perfecto. Cometerás errores. Es inevitable. No eres feo ni malo; sólo lo serás cuando te comportes de mala manera.
Disfruta de la vida. Y cuidado con lo que deseas; recuerda que puede que lo consigas.