SEIS
Cuando Kurt regresó a la comisaría, se encontró la entrada bloqueada por una pila humeante de cerdos muertos y a una mujer que descendía desde el primer piso por una escalera de cuerda y que sólo se percató de su presencia y de su insignia de capitán en la guerrera cuando había puesto los pies en los adoquines de la calle.
—¿Ha pedido usted todos esos cerdos? —preguntó la mujer mientras se atusaba el encaracolado y rebelde pelo rojizo que le cubría la cara para recogerlo en una coleta—. ¡Están arruinándonos el negocio; nadie va a acercarse a este lugar!
—¿El negocio?
—Sí, los clientes se niegan a visitarnos mientras siga esta peste a carne muerta.
—Bueno, veré lo que puedo hacer al respecto —concedió Kurt, todavía dándole vueltas a lo que debía hacer aquella mujer bajando desde el primer piso por una escalera de cuerda.
—Yo misma hablaría con ese simpático sargento Woxholt, pero ahora anda ocupado con Gerta la Charlatana.
—¿En serio?
—Sí. Ni idea de adónde ha ido su jefe, el capitán Schnell.
Kurt se aclaró la garganta y dio unos golpecitos en su insignia de oficial. La mujer entrecerró los ojos mirando fijamente el símbolo e inmediatamente se echó atrás.
—¡Ah! ¡Entonces es usted el capitán Schnell! ¿No?
Kurt asintió, esperando que la actitud de la mujer cambiara ahora que sabía con quién estaba hablando. Y lo hizo, pero para peor.
—En ese caso, ¿no podría hacer que quitaran esos cerdos, por el amor de Shallya? ¡Sé que hay escasez de carne fresca por culpa de la guerra, pero estamos intentando ganarnos la vida! ¿Sabe?
—Y yo estoy intentando reabrir una comisaría de la guardia —respondió, ya con la paciencia agotada por las diatribas de su interlocutora—. ¡Dígame cómo se llama y por qué regenta una casa de mala reputación en el primer piso de mi edificio!
—¡Me llamo Molly y porque el sargento Woxholt nos dio su permiso!
—¿Les dio su permiso?
—¡Exacto! —Se cruzó de brazos con obstinación—. Si tiene algún problema con nuestra presencia, discútalo con él, ¿entendido?
Una vez que había dado rienda suelta a su furia, Molly volvió a la escalera de cuerda y escaló hasta la ventana del primer piso. Antes de introducirse en la habitación lanzó un último comentario de despedida a Kurt.
—¡Y no se olvide de esos malditos cerdos!
Kurt contó hasta diez antes de llamar a gritos a su sargento. Woxholt emergió de la comisaría por la ventana de la planta baja pocos segundos después y corrió hacia Kurt con las manos tendidas en un gesto de súplica.
—Ya sé lo que vas a decirme. Estaba liado con Gerta cuando los carniceros descargaron todo esto aquí fuera. Acabo de enterarme. Dame veinte minutos y lo habremos recogido.
—¿Y respecto a nuestras invitadas femeninas del primer piso?
Jan puso los ojos en blanco.
—Es temporal. Hasta que les encontremos otro lugar donde trabajar, eso es todo.
—¿Por qué tenemos que…? —Kurt terminó ahí la frase. No tenía ningún deseo de alargar aquella conversación—. Da igual. Seguro que tienes tus razones.
—Las tengo —afirmó Jan. Se le escapó la mirada hacia la ventana central del primer piso—. ¿Con cuál de ellas has hablado?
—Molly. Menudo carácter, por cierto.
—¿Cómo es físicamente? —preguntó inocentemente el sargento.
Kurt fulminó a Jan con la mirada.
—¿Que cómo es físicamente?
—Todavía no la he visto. Sólo hemos hablado a través de la puerta de la habitación donde se han atrincherado.
—¿Que cómo es físicamente? —repitió Kurt.
La ira empezaba a dominar su voz.
Jan abrió los brazos.
—Mejor olvida la pregunta.
—Sí, más me vale.
Jan asintió.
—Bueno, ¿quieres que te haga de guía en un recorrido por la comisaría para conocer a los nuevos agentes y ver los medios que tenemos para trabajar? Todo está casi listo y en marcha…
—Eso si no tenemos en cuenta los cerdos que bloquean la entrada ni a las chicas de Molly ejerciendo su oficio en el piso de arriba.
—Dejando aparte esos asuntos, sí, todo está listo y en marcha —precisó Jan.
Kurt meneó la cabeza con desesperación.
—De acuerdo. Muy bien. Hazme de guía.
—Excelente. —Jan se dio la vuelta para conducir a Kurt al interior de la comisaría sin recordar la montaña de cerdos que impedían la entrada—. De momento utilizaremos aquella ventana. Da al salón de la antigua taberna. He pensado que podríamos convertirla en la sala de atención a los ciudadanos. La barra es larga y podría servir como mostrador de recepción.
—Suena bien —reconoció Kurt—. ¿Y qué hay de los cerdos?
Jan asintió y gritó a viva voz hacia el edificio:
—¡Scheusal! ¡Holismus! ¡Venid aquí fuera!
El hombretón bretoniano fue el primero en precipitarse torpemente por la ventana; salió a la carrera y se plantó en posición de firmes delante del capitán. Holismus era más delgado y probablemente tenía diez años menos que Scheusal, pero sus movimientos no fueron más ágiles y se tambaleó varias veces antes de unirse al grupo. El mugriento pelo rubio le caía sobre la cara marcada por la viruela, y el hedor a cerveza rancia de su aliento era notorio. Jan suspiró y meneó la cabeza antes de presentar a los dos hombres a Kurt.
—Creo que a Scheusal ya lo has conocido antes.
La mano que Kurt había tendido a Scheusal desapareció sepultada en el puño del hombretón.
—Peleó de una manera excelente…
—Jacques, capitán.
—Peleó de una manera excelente, Jacques. Teniendo en cuenta lo que el resto de capitanes me ha enviado, me sorprende que su oficial anterior le permitiera abandonar su comisaría.
—El capitán Rottenrow dijo que era un alborotador porque me peleé con otro Gorra Negra.
—Entiendo. ¿Y cuál fue el motivo de la pelea?
Scheusal apartó la mirada. Parecía terriblemente avergonzado por la respuesta.
—Puede contármelo, Scheusal. En lo que a mi respecta, todos los hombres destinados a esta comisaría empiezan con la hoja de servicios en blanco. Los errores que cometiera en el pasado se quedan en el pasado. Yo sólo lo juzgaré por lo que haga aquí.
—Fue por Raufbold. No paraba de hacer comentarios sobre mi acento. Decía que no me entendía.
—¿Raufbold? ¿Jorg Raufbold? —Kurt suspiró—. ¿El hombre que se autodenomina Jorg el Guapo?
—Ese mismo.
—De modo que el capitán Rottenrow ha preferido enviarlos aquí a los dos antes que tratar de resolver el problema. —Scheusal se encogió de hombros en un gesto de impotencia—. Bueno, Jacques, es una buena noticia contar con usted —dijo Kurt con una sonrisa en los labios—. Con hombres como usted respaldándome podemos conseguir grandes cosas en este lugar.
—Sí, capitán.
Jan se deslizó hacia el otro guardia de vigilancia.
—Y éste es Lothar Holismus.
El hombre saludó llevándose la mano a la frente; en el empeño estuvo a punto de perder el equilibrio.
—¿Holismus? ¿Alguna relación con Joost Holismus, el último capitán de esta comisaría? —preguntó Kurt.
—Era mi hermano mayor —respondió arrastrando las palabras.
—Joost era uno de los mejores capturando ladrones de toda la ciudad —señaló. Espero que su hermano comparta con él algunas de sus habilidades.
Holismus hipó.
—¿Cuenta el tiempo que podía pasar hincando el codo?
—Por supuesto —respondió Kurt—. Lo que le he dicho a Jacques también es aplicable a usted, Lothar. No me interesa por qué lo han enviado al Puente de los Tres Céntimos o sus acciones pasadas. Para mí, su carrera empieza aquí y ahora, pero si quiere labrarse un futuro en cualquier rincón de esta ciudad, deberá controlar su afición a la bebida.
—Sí, capitán.
—Se acabaron las presentaciones —declaró Jan—. Quiero que saquéis esos cerdos de la entrada de la comisaría. Llevadlos al carnicero más cercano y que los pongan a curar; nos las apañaremos con las raciones.
Kurt frunció el ceño.
—Va contra mis principios aceptar nada de personas de la calaña de Henschamnn, pero…
—Dudo que estén envenenados, pero habrá que examinarlos antes de comerlos.
—Bien pensado.
Woxholt puso manos a la obra a Scheusal y Holismus y luego condujo a Kurt hacia una de las ventanas de la planta baja.
—¿Qué te parecen?
—El bretoniano promete, si somos capaces de mantenerlo alejado de Raufbold. En cuanto al hermano de Joost… —Kurt meneó la cabeza—. He visto hombres tomando ese camino demasiadas veces. Sólo uno entre una docena consigue regresar.
—Había pensado darles el mando de un turno a cada uno —le confió Jan—. A Scheusal el vespertino y a Holismus el nocturno, y poner un par de hombres a sus órdenes a ver qué tal se desenvuelven.
—¿Y tú el turno diurno?
—Claro. Ya soy demasiado viejo para andar buscando problemas en mitad de la noche. ¡Por los dientes de Taal, si tengo que levantarme casi todas las noches un par de veces para vaciar la vejiga!
Kurt se detuvo un momento para observar a los agentes atareados con los cerdos.
—¿No crees que podrías estar precipitándote con ellos? ¿En serio te parecen capaces de asumir la responsabilidad?
Una sonrisita apareció en el rostro de Jan.
—Tuve la misma conversación con el primer capitán que te tuvo a sus órdenes cuando ingresaste en la guardia, y saliste bien parado, ¿no te parece? —Agarró del hombro a Kurt—. Confía en mí para hacer mi trabajo, ¿de acuerdo?
—Confío en ti, ya lo sabes.
—Entonces confía en mi buen ojo para estas cosas.
—Lo haré. Ya lo hago.
—De acuerdo.
Jan sostuvo la ventana abierta para que Kurt trepara al interior y luego fue detrás de él.
* * *
El salón de la taberna era más amplio de como Kurt lo recordaba de su breve visita anterior. A ese cambio de percepción ayudaba que la nube baja de humo se había disipado y que las antorchas llameantes colgadas a intervalos regulares a lo largo de las paredes mejoraban considerablemente la iluminación. Una larga barra de madera se prolongaba en un lado de la sala desde la ventana destrozada por la que había entrado Kurt. El resto de los guardias estaban amontonando en un rincón las sillas y las mesas que poco antes habían utilizado los clientes de la taberna, de modo que el suelo aparecía como una vasta superficie de madera desierta. Había un puñado de puertas en el salón; dos comunicaban con sendas escaleras que subían al primer piso, mientras que las otras ocultaban las que descendían a las entrañas del edificio.
—Arriba disponemos de seis habitaciones, tres dan a la fachada delantera y otras tres a la parte de trasera —explicó Jan.
—Con las chicas de Molly en el cuarto central delantero —puntualizó Kurt—. Ése iba a ser mi despacho.
—Cada cosa a su tiempo. Estoy pensando en poner cuatro celdas en el centro de esta sala, pegadas entre sí. Así quien esté en el mostrador tiene a la vista a los prisioneros y puede controlar lo que hagan en todo momento.
—No habrá mucha privacidad.
—Nadie pasará mucho tiempo encerrado aquí. Los borrachos se quedarán en una celda hasta que se despejen, las mujeres ocuparán otra, los hombres recién llegados la tercera y los que estén a la espera de ser trasladados a la isla de Rijker, la cuarta.
—Suena sensato. ¿Y la gente que queramos interrogar o aislar?
—Hay cuatro cámaras en la parte de abajo. Suelen inundarse cuando sube la marea; por tanto no podemos mantener a nadie encerrado mucho tiempo allí, pero servirán para lo que dices.
Kurt asintió mostrando su conformidad.
—¿Y arriba?
—Salas de entrevistas con los testigos, una sala de interrogatorios para los sospechosos y luego los dormitorios para los hombres que los necesiten, más el cuarto para las necesidades.
—¿Qué pasa con Belladonna?
Llegó el turno para el desconcierto de Jan.
—¿Quién?
Kurt le habló sobre la intrigante joven que se había presentado voluntaria para incorporarse a la nueva comisaría y le explicó sus habilidades para descifrar las pistas del escenario de un crimen.
—Nunca había servido en la guardia con una mujer —señaló Jan—. ¿Sabrá desenvolverse entre los hombres? ¿Qué pasa si inicia una relación con alguno de ellos?
—Ha mantenido a raya al comandante durante tres años; creo que sabrá hacer frente a tipos como Jorg el Guapo y sus amigotes.
Kurt examinó al resto de sus hombres mientras terminaban de apilar el mobiliario de la taberna.
—Cuéntame algo de los demás. ¿Quién va a ser nuestro mayor problema?
—Eso suena a que ya has conocido a Raufbold.
—Tuvimos una pequeña conversación. Realmente tiene una opinión muy elevada de sí mismo, aunque dudo que sea de mucha utilidad para la guardia.
Kurt desvió la mirada hacia el Gorra Negra que hablaba con Raufbold. Poseía un rostro agradable de rasgos afilados enmarcado en una cabellera castaña y el porte resuelto de una persona que sabía lo que quería.
—Me sorprende que hayas propuesto a Holismus antes que a él. Parece tener pasta de líder.
—Ése es Hans-Michael Mutig, de Tempelwijk. Al capitán Wout se le agotarían los elogios si empezara a hablar de él.
—Lo que nos lleva a la pregunta obvia: si Mutig es tan valioso, ¿por qué nos lo ha endosado Wout?
—Exacto. Dame un borracho y te diré dónde estás —respondió Jan—. Me da la impresión de que Mutig, detrás de todo ese descaro y esa bravuconería, es un hombre que aún no ha sido desenmascarado. Esconde algo.
Faulheit pasó resoplando y jadeando junto a Kurt y Jan mientras arrastraba la última mesa hacia el rincón. Su considerable panza le entorpecía los esfuerzos.
—Ya sabes lo que pienso de Martin Faulheit…; todo glotonería, nada de gloria.
Kurt golpeó cariñosamente la barriga de su sargento.
—Ya nadie está tan esbelto como antaño.
Jan metió tripa, provocando que su pecho se hinchara aún más.
—Yo tengo excusa. He estado jubilado hasta esta tarde. Lo de Faulheit es simple pereza, le basta con hacer lo mínimo para ir tirando. No me fío ni un pelo de él.
Dos guardias de vigilancia permanecían de pie junto a la ventana rota, contemplando ensimismados el Bruynwarr. Kurt reconoció al hombre de la izquierda, pero no había visto antes al otro guardia. Tenía una abundante cabellera negra, la nariz aguileña y unos ojos pequeños y oscuros.
—Narbig fue el otro voluntario además de Scheusal para el primer asalto a la taberna. Peleó bien a pesar de su exceso de peso.
—Las cicatrices son de hace un par de años, pero no le cuenta a nadie qué le ocurrió. Se niega a bajar a cualquier espacio subterráneo. Le han sancionado cuatro veces, por eso ha acabado aquí. Lo del miedo a meterse bajo tierra es una estupidez. Joaquim es uno de los mejores hombres que he adiestrado jamás —explicó Jan—. El otro también es problemático. Se llama Helmut Verletzung. Tiene el temperamento de una fiera enjaulada, a juzgar por los cardenales que lucía su última esposa cuando se atrevía a ir al mercado. Estuvo en la guardia fluvial una temporada, pero lo expulsaron por violento. Se ha especializado en robar a los pobres y a los débiles. Lo peor de todo es que Verletzung obtiene resultados. Para él el fin justifica los medios. Es un problema, de eso no hay duda.
Kurt frunció el ceño.
—Eso no diferencia a Verletzer del resto del grupo precisamente.
—Se llama Verletzung, no Verletzer —le corrigió.
—Por las barbas de Sigmar, ¿cómo tienes esa facilidad para recordar todos los nombres?
—He sido sargento durante quince años, tú llevas de capitán menos de quince horas. Deja que pase el tiempo, Kurt, y acabarás aprendiéndolos. Para ello se me ha ocurrido que lo mejor seria salir de patrulla con los hombres. No hay nada como patear las calles y los callejones con un agente nuevo para descubrir sus puntos fuertes y los débiles. Así hice contigo cuando ingresaste en la guardia.
Kurt asintió.
—Antes había otro hombre por aquí, uno pequeñito con cara de comadreja…
—¿Uno con bigotillo, con actitud como de humillación y los ojos libidinosos?
—Ese mismo.
—Willy Bescheiden. Valiente y astuto en la pelea, aunque tiene un problemita con el juego. A Willito le gustan demasiado los dados, pero la habilidad que demuestra en El Ancla y el Sol no se corresponde con su entusiasmo. Tiene línea directa con la Liga, así que casi siempre está incluso mejor informado que yo de lo que sucede en Marienburgo. Sin embargo, esa línea directa tiene a Willy agarrado por el bolsillo. Huelga decir a quién se ha vendido para salvar el pellejo, y ya no digamos quién se beneficia de ello.
—¿Dónde está ahora?
—Arriba, vigilando que Gerta la Charlatana no se marche hasta que hayas tenido la oportunidad de hablar con ella.
—Por lo menos está haciendo algo útil —señaló Kurt, paseando la mirada por el grueso de la fuerza de su nueva comisaría—. ¿Es mi imaginación o hemos recibido la peor colección de matones, borrachos y cobardes de la ciudad?
Jan sonrió.
—Me parece que lo has resumido perfectamente. Hay un par de diamantes en bruto entre esta pandilla, pero la mayoría te clavará un puñal por la espalda a la mínima oportunidad.
—Encantador. —Kurt advirtió que el día ya declinaba en el exterior de la comisaría—. Está empezando a anochecer. ¿Quieres empezar las patrullas esta noche o esperamos a mañana por la mañana?
—Ya que estamos, podríamos empezar hoy —sugirió su sargento.
—Me parece bien. Reúne a los hombres.
Jan saludó escuetamente y luego bramó a los guardias que formaran en dos filas en el centro de la sala. Holismus y Scheusal ya habían terminado de trasladar los cerdos y se unieron al grupo. Bescheiden fue el último en aparecer precipitadamente por la escalera oriental y se abrió un hueco en la primera fila.
—La he dejado hablando con Molly a través de la pared —dijo a modo de explicación, apuntando al techo con el pulgar—. Creo que están intercambiándose batallitas sobre hombres.
Kurt aguardó a que el silencio fuera absoluto antes de hablar.
—En primer lugar, quiero agradecerles a todos su ayuda en la recuperación de este edificio para sus fines legítimos. Si bien todavía no hemos tomado posesión de él por completo, podemos decir que los Gorras Negras vuelven a estar presentes en el Puente de los Tres Céntimos. Hace escasas horas les prometí que antes de que acabara el día esto sería de nuevo una comisaría de la guardia de vigilancia. Algunos de ustedes se rieron, hubo incluso quien se burló de mí. Sin embargo, he demostrado que tenía razón. Tomen esto como una lección si quieren: cuando digo que quiero algo, es que lo quiero, y cuando quiero algo, lo digo. Nunca les prometeré algo que no tenga intención de cumplir, y nunca les pediré algo que no haría yo mismo. Ahora, ya han oído suficientes discursos por hoy. El sargento Woxholt repartirá las asignaciones para los próximos días. Si alguno de ustedes quiere quejarse de los turnos, que lo discuta con él. Si alguno quiere quejarse del sargento Woxholt, mala suerte. El sargento Woxholt es el mejor sargento de la guardia de vigilancia y somos afortunados de contar con él. ¿Sargento?
Jan dio un paso al frente. Una sonrisa irónica destacaba en su rostro preocupado.
—Cuando diga su nombre den un paso al frente y respondan alto y claro: «¡Sí, sargento!». ¿Entendido?
Algunos agentes mascullaron una respuesta ininteligible.
—¿He preguntado si lo han entendido? —insistió Jan, alzando el volumen de su voz.
—¡Sí, sargento! —bramaron los hombres al unísono.
—Así está mejor. Ahora, pasemos a los nombres. ¡Scheusal, Bescheiden y Verletzung! —El trío respondió a la llamada—. Harán el turno vespertino hasta que termine el Geheimnistag. Después evaluaré el trabajo en equipo de cada grupo y haré cambios en sus miembros si lo considero necesario. Tómense esto como un período de prueba, una oportunidad de demostrarme su valía. —Bescheiden alzó dócilmente una mano—. ¿Sí? ¿Qué ocurre?
—Yo estaba asignado al turno diurno en mi comisaría anterior… —empezó a decir, hasta que la mirada del sargento lo cortó en seco.
—Ahora trabajará en el turno vespertino, que empieza una hora antes de que se ponga el sol todos los días y acaba cuando el turno nocturno lo releve. ¿Scheusal?
—¿Sí, sargento? —respondió sorprendido el grandullón.
—Estará al mando del turno vespertino hasta nueva orden. Bescheiden y Verletzung responderán ante usted, usted responderá ante mí y yo, ante el capitán. Ésa será nuestra cadena de mando. ¿Queda claro? —Scheusal asintió—. Pueden regresar a la fila.
Cuando el turno vespertino se había reincorporado a la formación, sonaron otros tres nombres. Holismus, Raufbold y Narbig dieron un paso al frente obedeciendo la voz seca del sargento.
—Ustedes harán el turno nocturno. —Raufbold refunfuñó inmediatamente, pero un gruñido despectivo de Woxholt dejó mudo al vanidoso agente—. Tomarán el relevo del turno vespertino a medianoche y permanecerán de servicio hasta que el turno diurno los releve una hora antes del amanecer cada mañana. Holismus, usted estará al mando del turno nocturno.
Raufbold resopló con sorna al oír el nombramiento, pero ya había aprendido a mantener la boca cerrada.
Jan ordenó que el turno nocturno regresara ala fila y luego gritó los nombres de Mutig y Faulheit.
—Ustedes dos harán el turno diurno junto con otra agente, Belladonna Speer. Yo estaré al mando de este turno, ya que es el más largo y seguramente el que sufrirá el mayor ajetreo. No cometan ningún error. Las exigencias en esta comisaría los llevaran hasta los límites de sus capacidades y más allá. Todo aquel que espere que su servicio como Gorra Negra en el Puente de los Tres Céntimos sea un paseo es un idiota y un bobo. Hay mucha gente que no nos quiere aquí y unos cuantos han decidido echarnos. Ése es su propósito. El nuestro es permanecer aquí. ¿Alguna pregunta?
Bescheiden hizo el ademán de levantar la mano, pero cambió de opinión, sin duda con el recuerdo presente de la reprimenda que se había llevado con la pregunta anterior.
—Muy bien. El grupo del turno vespertino que venga a verme después. Los del turno diurno pueden irse a casa, y espero verles mañana antes del amanecer. En cuanto al turno nocturno, en el piso de arriba hay catres repartidos por todas las habitaciones. Formen una cuadrilla y coloquen cuatro en un dormitorio. Pueden dormir allí hasta que empiece su turno. ¡Rompan filas!
El grupo se escindió en los tres grupos recién creados para los distintos turnos y los agentes se presentaron unos a otros e intercambiaron impresiones sobre la situación. Jan miró al capitán en busca de su aprobación.
—¿Contento?
Kurt asintió.
—Un buen inicio. —Paseó la mirada por los rostros expectantes del turno vespertino que merodeaba cerca de él—. Me parece que te esperan.
—Déjales que esperen un minuto más. En eso consiste buena parte de nuestro trabajo, esperar a que suceda algo malo, esperar un atraco o un asesinato, esperar a que un borracho regrese a su casa tambaleándose desde el puerto o la taberna y la emprenda a golpes con su familia.
—Dudo que tengamos que esperar hasta la hora de cierre para que nos llegue el primer caso —afirmó Kurt—. Por cierto, será mejor que hable con Gerta la Charlatana antes de que se canse de las dotes para la conversación de Molly.
* * *
En cuanto el capitán desapareció en el piso superior, una brigada de elfos con el semblante implacable irrumpió en la comisaria, todos armados con espada, arco y flechas. El cabecilla exhibía una larga cabellera rubia que le caía por detrás de los hombros; sus ojos eran penetrantes y la boca severa. Ordenó a sus hermanos que se detuvieran con un simple gesto y los elfos se cuadraron con precisión marcial. Jan y los guardias de vigilancia enmudecieron, atónitos ante la repentina visita, e intercambiaron miradas de desconcierto. Raramente se avistaban elfos fuera de su distrito, y sin duda nunca habían sido vistos en Suiddock, por no hablar ya del Puente de los Tres Céntimos. De modo que el hecho de que aparecieran de aquella manera, armados para el combate y una agresividad asesina a flor de piel, no presagiaba nada bueno.
El líder de los elfos puso los brazos en jarras, frunció el ceño y olisqueó desdeñosamente con su delicada nariz el aire viciado de la comisaría.
—¿Quién está al mando de este tugurio? —preguntó.
Todos miraron a Jan, que suspiró y dio un paso al frente.
—Nuestro capitán está arriba, hablando con la testigo de un importante crimen. Hasta que regrese yo estoy al mando.
—¿Cómo se llama?
Jan se cruzó de brazos.
—Puede llamarme sargento Woxholt. ¿Cómo le llaman a usted los humanos?
—Puede llamarme Tyramin Silvermoon. He venido a reclamar el cuerpo de mi hermano Arullen.
Jan inclinó la cabeza en señal de condolencia.
—Lamentamos su pérdida, Tyramin Silvermoon, hermano de Arullen. Pero el cuerpo no se encuentra aquí.
El ceño fruncido de Silvermoon se arrugó aún más y su mano derecha se deslizó hacia la empuñadura de la espada.
—Me dijeron que mi hermano fue encontrado a no más de doscientos pasos de este lugar. ¿Acaso no son ustedes los garantes de la ley, los encargados de que se aplique la justicia en esta parte de la ciudad?
—Lo somos, pero esta comisaría en la que estamos ahora era hasta hace unas horas un centro de vicio y perversión, no el lugar apropiado para un cadáver, y mucho menos para un hijo de la casa de los Silvermoon.
El elfo paseó la mirada por la antigua taberna sin perder el constante brillo de repugnancia de los ojos.
—Veo que dice la verdad, sargento Woxholt. Le creo, aunque la compañía que lo rodea y el lugar que lo alberga no son dignos de confianza.
Jan inclinó levemente la cabeza como agradecimiento al cumplido, a pesar de su mordacidad. Entretanto, la cabeza le bullía. La casa de los Silvermoon se encontraba entre los clanes élficos más poderosos e importantes. El hecho de que uno de sus hijos hubiera muerto allí suponía una auténtica calamidad para la ciudad. Si el culpable o los culpables no eran atrapados, y pronto, las consecuencias podrían ser desastrosas para cualquiera que se viera envuelto en el caso. Debía hacer lo imposible para calmar al hermano del elfo fallecido; de lo contrario sólo conseguiría crear más problemas a la comisaría en los días venideros. Jan hincó una rodilla en el suelo e hizo una venia.
—Podrá encontrar el cuerpo de su hermano en el templo de Morr, no muy lejos de aquí. Cuando lo desee, lo conduciré hasta él personalmente para asegurarme de que se le devuelve el cuerpo de Arullen sin demora alguna.
Silvermoon asintió complacido.
—Nos llevará ahora, sargento \Woxholt. Nuestros padres y el resto de las familias élficas están llorando la pérdida de mi hermano. Cuanto antes lo lleve de vuelta a la residencia de nuestro padre, mejor.
—Por supuesto —convino Jan—. Concédame un momento para organizar a mis hombres.
—Mis hermanos y yo estaremos esperando fuera, en el puente, donde el aire se ajusta mejor a nuestras preferencias.
Silvermoon condujo su brigada fuera de la comisaría, dejando sin palabras al atónito sargento.
Cuando desaparecieron, Jan maldijo entre dientes y se puso en pie.
—Bescheiden, quiero que vaya corriendo al templo de Morr en Stoessel. El sacerdote se llama Otto; dígale que voy a llevar una tropa de elfos furiosos para recoger el cuerpo. Puedo dar un rodeo por calles residenciales y retrasarlos un par de minutos, pero no más o se darán cuenta de que estoy entreteniéndolos. Otto tiene que dejar el cuerpo listo para entregárselo. Si ha extraído alguna prueba del cadáver que la esconda antes de que yo llegue con los elfos.
—¡Sí, sargento! —el diminuto Bescheiden enfiló hacia la puerta principal.
—¡No, idiota! —musitó Jan—. Si Silvermoon le ve saliendo por ahí, sospechará nuestras intenciones al instante. Tendrá que trepar por la ventana rota y caminar sigilosamente por el filo hasta el templo abandonado de al lado.
Bescheiden hizo lo que le habían ordenado sin dejar de refunfuñar y farfullar que no era una cabra de monte.
Jan echó un vistazo a los demás tratando de decidir quién merecía su confianza.
—Mutig, suba y cuéntele al capitán lo que sucede. Será mejor que de momento no se encuentre con los elfos; de ese modo seguirá con las manos limpias en este asunto. ¡Venga!
Mutig salió disparado hacia la escalera y subió los, escalones de dos en dos.
—Los demás ya conocen sus cometidos. Faulheit, puede irse a casa. Scheusal, lo dejo al mando hasta que regrese del templo. Los del turno de noche suban a preparar el dormitorio, y no confraternicen con Molly y sus chicas. Todo aquel al que pille visitándolas pasará una semana en el sótano barriendo el suelo durante la pleamar.