Capítulo 13
Hadon pensó sujetarla para poder decirle que no era un enemigo. Pero, en cambio, la dejó ir. Y caminó tras ella con el agua sin cubrirle apenas, mientras la mujer nadaba velozmente hacia el hombrecillo y la niña. Los dos se habían puesto de pie y gritaban y el hombrecillo blandía un hacha de hierro de mango largo que parecía demasiado pesada para él, incluso para levantarla. Hadon extendió sus manos hacia adelante para mostrar que era pacífico. La mujer, a mitad de distancia de sus compañeros, dejó de nadar y se puso en pie, con el mar acariciando sus soberbios pechos. No sonreía, pero tampoco parecía tener miedo ya. Y cuando Hadon y ella llegaron a la playa, la mujer le habló con un fuerte acento de Khokarsa. El hombrecillo, aunque ya no gritaba, seguía con el hacha preparada por si Hadon hacía un movimiento amenazador.
—Me asustaste —dijo ella con una voz encantadora—. Pero luego me di cuenta de que tenías que ser un hombre del mar interior, por tu yelmo y tu armadura de cuero y por la gran espada que llevas en la vaina sujeta a tu espalda. ¿Pero cómo...?
—Es una larga historia —contestó Hadon—. Sentémonos aquí y te contaré todo lo que pueda antes de que nos vayamos a mi campamento.
Lalila y Paga se vistieron primero. El hombrecillo se puso una larga falda de piel gris y la mujer una falda corta y una especie de poncho del mismo material. Luego se peinó el pelo mojado con una concha de mejillón mellada. Hadon la observó con atención durante toda esta operación. ¡Qué bella era y qué piel tan blanca tenía! Y era alta, quizás cinco pies y seis pulgadas. Verdaderamente parecía una diosa.
El hombrecillo era como Hinokly lo había descrito. Sus piernas, aunque gruesas y fuertes, no eran más largas que las de un niño de ocho años. Su torso, sin embargo, era el de un hombre de tamaño normal. Tanto sus hombros como sus largos brazos estaban dotados de fuertes músculos y el pecho era corpulento y ancho. Tenía el pelo castaño, veteado de gris, una masa desordenada sobre una enorme cabeza. El ojo derecho lo tenía cubierto por un parche, resultado, según Hinokly, de haberse golpeado con una piedra cuando su madre lo arrojara a la maleza poco después de nacer. Tenía la nariz chata, la boca completa y grande y la cara llena de cicatrices. A pesar de su fealdad, tenía un extraño atractivo. Cuando sonreía, parecía casi bello.
De acuerdo con Hinokly, había nacido en lejanas tierras al norte, más allá del Mar Circundante, una tierra ampliamente cubierta de ríos de hielo en movimiento. Cuando su padre, que volvía de una cacería de perros de mar, se enteró de que había sido arrojado a la espesura para dejarle morir, salió en busca de sus huesos. Habían pasado varias semanas desde que su madre se desprendiera de él y, a pesar de ello, el padre lo encontró vivo y con salud, a no ser por el ojo machacado y la cara con cicatrices. Una loba lo había encontrado y le había amamantado. Se decía que, a veces, Paga se adentraba en el bosque y hablaba con los lobos. También se decía que, en ocasiones, se convertía en lobo por las noches y corría con su madre y los cachorros. Hadon esperaba que esto no fuera cierto. A los hombresleopardo, a los hombres-águila y a los hombres-hiena se les quemaba vivos en Khokarsa. Hadon nunca había visto un lobo, por supuesto, pero Hinokly había mencionado que Lalila le había descrito uno, y Hadon supuso que la piel que ambos llevaban puesta era de lobo.
Y los dos, una vez vestidos, se sentaron. La niña, ya más tranquila gracias a la madre, chapoteaba en el agua cerca de ellos. Hadon les contó su historia tan brevemente como le fue posible, deteniéndose de vez en cuando para explicarles alguna palabra que no entendían. Cuando hubo terminado, dijo:
—Probablemente hubiéramos continuado sin veros, pero fue la propia Kho quien me envió a vosotros. ¿Y Sahhindar? ¿Le habéis visto?
—Hemos estado buscándole —dijo Lalila—. Cuando nos separamos y él se fue con los hombres del sur, dijo que estaba haciendo una larga peregrinación hacia el suroeste, al mar situado en el extremo del mundo, al otro lado de las montañas del suroeste de la ciudad de Mikawuru. Iba a visitar de nuevo el lugar donde nacería en un futuro lejano. Yo no entendí sus palabras, y él no dio más explicaciones. Dijo que no era un dios, que podía morir, y que había viajado hacia atrás en el tiempo, pero que ahora tenía que viajar hacia adelante, como todos los mortales.
—Yo no entiendo eso —dijo Hadon—. Pero ¿es cierto que fue él quien trajo plantas que hasta entonces no habían crecido en los alrededores de los dos mares y que se las dio a los Khoklem y les enseñó, a mis antepasados, a cultivarlas, a domesticar animales y a fabricar el bronce?
—Sí —dijo Paga con una voz tan profunda como la de Kwasin—. También fue él el quien llegó en una ocasión hasta donde estaban los antepasados de Lalila y les enseñó a domesticar cabras y ovejas, y a tejer y a teñir.
—Pero todo fue en vano —dijo Lalila—. El hombre a quien tú llamas Sahhindar me dijo que sabía que sería en vano. Mi gente está muerta ya y sus conocimientos se han perdido y no se recuperarán en muchos miles de años.
Lalila hizo una pausa, miró de manera extraña a Hadon, como si no pudiera decir lo que había en su corazón.
Y entonces añadió:
—Al igual que sus regalos para tus antepasados fueron en vano.
Hadon sintió un pequeño sobresalto y preguntó:
—¿Qué significa eso?
—No lo sé —respondió Lalila—. Pero una vez habló distraídamente de Khokarsa como si hiciera tiempo que estaba ya muerta. Muerta, enterrada y olvidada. A excepción de la ciudad de Opar. Dijo que había sido construida mucho antes de que él naciera y que todavía seguía en pie cuando nació. Pero que había sido reconstruida muchas veces. Y también dijo que ya no enseñaría cosas nuevas a los salvajes, que deberían seguir su propio camino. El tiempo le vencería, sin que importara cuánta gente hubiera sacado del salvajismo.
—Quizás visite Khokarsa de nuevo y así aprenderemos más —dijo Hadon—. Mientras tanto, debemos valérnoslas por nosotros mismos. Pero vayamos al campamento, que se encuentra a varias millas de aquí, y así me podréis contar vuestra historia.
Lalila llamó a la niña, Abeth, y le puso una capa de piel de antílope que, según dijo, había hecho para ella Sahhindar. Caminaron por la playa silenciosos durante un rato, mientras la mujer y Hadon trataban de acoplar sus pasos a las cortas piernas de la niña y del hombrecillo. Paga fue el primero en hablar. Dijo que había nacido en el seno de una tribu muy pequeña, cuya gente vivía tan aislada que se creían los únicos del mundo. Vivían de la caza y de la pesca, y su objetivo principal era los perros de mar y alguna ballena que quedaba varada ocasionalmente, criatura esta que era como un pez monstruoso, pero de sangre caliente.
Paga, abandonado por segunda vez, fue rescatado por un hombre llamado Wi y se había convertido voluntariamente en su esclavo. La tribu estaba dominada por un cruel gigante, que había matado a la hija de Wi, y por eso Wi le había desafiado para luchar por la jefatura. Fue Paga el que encontró una piedra caída del cielo, una piedra hecha de hierro y de algún otro metal que era incluso más duro que el hierro. Rudamente le había dado forma de hacha y se la entregó a Wi, y éste mató al gigante con ella y se convirtió en el jefe.
—A raíz de entonces, los problemas de Wi, en lugar de resolverse, aumentaron considerablemente —dijo Paga—. Antes había sido el esclavo del jefe. Ahora se había convertido en el esclavo de la gente. Y tenía muchos problemas con su mujer, que le amaba a él, pero no podía soportarme a mí, como les pasa a la mayoría de las mujeres. Y estaba celosa, porque Wi me amaba y no quería arrojarme al exterior de nuevo. Ella no podía entender que Wi fuera sabio y que a la vez tuviera buen corazón y me amara, no como un hombre ama a una mujer, sino como a alguien que necesitaba de su protección y que, a cambio, podía aconsejarle con sabiduría. El no creyó a la gente cuando dijeron que yo traía los males con mi magia y que por las noches tomaba la forma de un lobo. Y luego, un día, una canoa llegó flotando a la orilla y Wi encontró en ella a una mujer medio muerta. Esta mujer era Lalila. Y los problemas que había tenido Wi antes de encontrarla se convirtieron en triviales.
—Cierto —dijo Lalila—. Aunque no albergo en el corazón ningún deseo de crear molestias, mi presencia parece causar problemas. Para abreviar la larga historia, Wi me cuidó hasta devolverme la vida y me protegió. Nos enamoramos, aunque Wi no podría casarse conmigo porque había promulgado una ley que obligaba a cada hombre a tomar una sola esposa. Y él no podía ser tan cruel para...
—Agallas, eso es lo que no tenía —dijo Pagas.
—Tan cruel para repudiar a su mujer. Al final, el gran río de hielo, cuyo frente dominaba la aldea, se movió y aniquiló a la mayoría de la tribu. Algunos de nosotros, Wi, el hijo de Wi, la mujer de Wi, su hermano, la mujer de su hermano, Paga y yo, quedamos vivos, pero flotando sobre una montaña de hielo. Esta empezó a derretirse y tuvimos que salir de allí en nuestro bote, que era sólo un pequeño tronco que habían vaciado. Wi, al ver que se metía en el bote lo hundiría con su peso, le dio un empujón con todos nosotros, menos él, dentro. Empezó entonces a caer la niebla y apenas pudimos verle. Pero Paga se tiró a las frías aguas y nadó hasta los restos de la montaña de hielo. Si tenía que morir, quería hacerlo con Wi. Además, no podía soportar la idea de dejarle morir completamente solo. Morir con los seres queridos a tu alrededor es malo, pero morir solo es terrible.
»Yo no sabía qué hacer. Amaba a Wi y deseaba morir a su lado. La vida no merecía la pena sin él. O, al menos, eso pensé entonces. Pero el hijo de Wi estaba conmigo y necesitaba a alguien que le protegiese. Luego consideré que tenía a su madre y al hermano y la cuñada de Wi. Y con una menos, sus probabilidades de sobrevivir serían mayores. Así que me lancé al agua y nadé también hasta la montaña de hielo. Y allí esperamos a que el frío o el mar nos llevaran consigo, pero al poco rato la niebla aclaró. No se veía a los demás por ninguna parte y nunca más los volvimos a ver. Pero había tierra a una o dos millas de nosotros y vimos varios árboles arrancados que flotaban en las proximidades. Nadamos hasta uno y Wi partió las ramas que estaban en la superficie y dio la vuelta al árbol y partió las del otro lado. Y utilizando las ramas como remos llevamos el tronco a la orilla. Casi morimos en el intento, pues nuestros pies viajaban sumergidos en las heladas aguas. Pero sobrevivimos.
—Y luego —intervino Paga— anduvimos por toda la costa buscando a los demás. Como dice Lalila, nunca los volvimos a ver. Al final nos dirigimos hacia el interior, hacia la tierra de Lalila. Encontramos el lago donde la gente vive en chozas construidas sobre pilares. Pero las chozas estaban vacías y los huesos de sus dueños se hallaban en el lago o a lo largo de la orilla. No sabíamos qué era lo que había causado aquellas muertes. Pensamos que a muchos les podía haber matado algún tipo de peste y que los demás habían huido. Esperamos durante tres lunas por si alguno de ellos volvía, pero todo fue en vano. El fruto del amor entre Lalila y Wi había nacido.
»Entonces apareció una banda de hombres altos y rubios y huimos a las montañas. Nos persiguieron hasta que nos vimos atrapados en una cueva, atrapados entre el oso de la cueva y los hombres de fuera. Wi mató al oso, una criatura cuyo tamaño era dos veces el de un león, pero recibió un grave zarpazo en la espalda. Luego se volvió y se enfrentó a los rubios mientras yo atacaba con una lanza detrás de él, entre sus piernas. A siete hombres mató con su hacha antes de que una lanza le atravesara la garganta. Y parecía que todo había terminado para nosotros, cuando se oyeron gritos que venían de los hombres que aún estaban fuera. Los de dentro salieron corriendo, sólo para acabar abatidos por unas flechas que venían tan veloces que parecía que las disparaban tres hombres. Los rubios que quedaban huyeron y, al poco, desde detrás de una roca, apareció un hombre alto, de pelo negro y ojos grises. Era Sahhindar, que había visitado de nuevo la aldea, había visto nuestras huellas y nos había seguido.
—Enterramos a Wi y, con él, mi corazón —completó Lalila—. Luego le contamos nuestra historia a Sahhindar y él nos dijo que nos llevaría a una tierra donde podríamos vivir con comodidad, una tierra como nunca hubiéramos soñado. Cuando nos encontramos con la expedición de Khokarsa, Sahhindar nos confió a su cuidado. El resto ya lo sabes.
—No todo —respondió Hadon—. Cuando la expedición se vio atacada ¿cómo escapásteis de los salvajes después de que volcara vuestra embarcación?
—Nadamos hasta la orilla opuesta —dijo Paga—, aunque el peso del hacha casi me ahoga. La llevaba atada a la cintura y no podía soltar el nudo. Pero Lalila me ayudó a aguantar el hacha. La llevamos entre los dos, nadando con un solo brazo. La niña sabía nadar casi desde que nació, por lo que no teníamos que preocuparnos por ella. Cuando llegamos a la orilla, el río se había llenado de cocodrilos, atraídos por el alboroto. Fue una gran suerte para nosotros, puesto que se habían quedado cinco salvajes para perseguirnos. Pero no intentaron meterse en el río. Y por eso decidimos dirigirnos hacia el norte, en la dirección que ellos no supondrían que fuésemos a tomar. Como ya he dicho, también nos propusimos buscar a Sahhindar y relatarle lo que había sucedido.
Hadon comentó:
—Me pregunto por qué Sahhindar no os acompañó durante todo el camino hasta Khokarsa. Sería, quizás, porque sabía que había muchos peligros entre el Mar Circundante y el Kemu.
—Yo creo que se encontraba en una de sus misiones cuando nos rescató —dijo Paga—. La retrasó hasta vernos a salvo. Cuando nos encontramos con los hombres de Khokarsa, pensó que podía dejarnos a su cuidado. Estaba deseando proseguir su marcha.
—Tal vez no nos habría dejado si hubiera sabido que yo llevaba a su hijo en mis entrañas —dijo Lalila—. Pero entonces ni yo misma lo sabía. Claro que eso no tuvo ninguna consecuencia al final, porque lo perdí dos lunas después de que fuera concebido.
—¿Tú llevabas la semilla de un dios en tu vientre? —exclamó Hadon, sintiendo una especie de temor reverencial, a la vez que, por alguna desconocida razón, le invadía una sensación de tristeza. ¿Por qué razón oculta se sentía así? ¿Era porque tenía celos?
—Él dice que no es un dios, pero verdaderamente está más cerca de ser un dios de lo que pueda estarlo cualquier mortal —dijo ella—. Sin embargo, yo no soy la única. Él dice que la mitad de la población de las tierras al norte del Mar Circundante y la mitad de la población de Khokarsa debe descender de él. Después de todo, ha estado recorriendo estas regiones por espacio de más de dos mil años.
—Yo mismo puedo seguir la pista de mis ascendientes hasta llegar a Sahhindar —dijo Hadon—. Aunque, para ser sincero, muchas veces me he preguntado si la genealogía no era algo que se habían inventado mis antepasados. Pero, al parecer, no.
—Lalila también es descendiente de Sahhindar, bisnieta, creo —dijo Paga. Y, con una risita, añadió—: De hecho, Sahhindar comentó una vez que descendía de sí mismo. Aunque no sé qué quiso decir con eso.
Llegaron a la vista del campamento e inmediatamente recibieron el alto de un centinela. Hadon, tras sufrir la molestia de identificarse, escoltó a sus tres acompañantes hasta el cuartel general, una pequeña choza hecha con palos y cubierta de ramas. Una vez en ella, pidió a Tadoku que convocara a todos para que fueran informados de que se había completado la primera fase de su misión. No tenía intenciones de buscar también a Sahhindar. Si Minruth quería saber dónde estaba, se le daría la localización general. Que enviase a otros a buscarles.