CAPÍTULO XXXVIII

Thomas Bannister reconstruyó su versión por espacio de varias horas con la misma voz armoniosa y contenida que había empleado en todo el juicio.

—Esta es la relación, tal como la Historia lo registrará, de lo que los cristianos hicieron con los judíos a mediados del siglo XX en Europa. En toda la Historia no tenemos otro capítulo más negro. Por supuesto, Hitler y Alemania deben cargar con la culpa de lo que sucedió; pero aquello no habría sucedido, si otros centenares de miles de personas no hubieran cooperado con ellos.

»Estoy de acuerdo con mi docto colega en que a los ejércitos les enseñan a obedecer, pero cada día vemos pruebas más claras de personas que se niegan a matar a otras personas. En cuanto a la historia de Abraham y Dios…; bien, todos sabemos cómo terminó aquello. Dios sólo hizo un juego de palabras, y no se llevó al hijo, ni mucho menos. Mas, sea como fuere, yo no podría imaginar al coronel de las SS doctor Voss en el papel de Dios, como tampoco a Adam Kelno en el de Abraham. La verdad es que Voss no se vio obligado a someter al doctor Kelno a uno de los experimentos de Otto Flensberg. El doctor Kelno estudió con calma la situación y no se resistió en absoluto. Hizo lo que hizo sin vacilar, sin necesidad de que le amenazasen ni empleasen contra él tácticas de terror.

»Ustedes le han oído declarar que se negó a administrar a un prisionero una inyección letal de fenol. ¿Qué le sucedió, en consecuencia? ¿Cómo le castigaron? Él sabía perfectamente que a los médicos no los fusilaban ni les enviaban a la cámara de gas. ¡Lo sabía muy bien!

»Uno pensaría que un hombre que hubiera hecho lo que Adam Kelno hizo se callaría, se consideraría muy afortunado y trataría de conllevarse con su conciencia, si la tiene, sin querer ponerlo todo a lo vivo otra vez, después de cerca de veinticinco años. Si lo ha hecho ha sido porque creyó quedar impune. Pero ¡ay!, apareció el Registro Médico, y él ha tenido que confesar una mentira tras otra, y otra, y otra.

»Algunas de las personas que se encuentran en esta sala y tengan una hija, ¿podrán olvidar jamás a Tina? Tina Blanc-Imber tenía padre y madre, y ambos sobrevivieron al holocausto y supieron que su hija había sido asesinada en ocasión de utilizarla como conejillo de Indias. Y no fue un médico nazi el que la mató, sino un polaco, un aliado. Si esto le hubiera ocurrido a cualquiera de nosotros, y más tarde hubiésemos sabido que un médico inglés había destruido a nuestra hija, como un matarife, en un experimento médico inútil y perverso…, ea, todos sabríamos qué deberíamos hacer con él.

»Estoy de acuerdo en que el campo de concentración de Jadwiga era espantoso, como nada lo fue jamás. Sin embargo, miembros del jurado, la crueldad del hombre hacia sus semejantes es tan antigua como el hombre mismo. Y el hecho de que uno se encuentre en Jadwiga, o en otro lugar cualquiera donde haya gente inhumana, no le da derecho a echar por la borda su moralidad, su religión sus principios y toda la serie de cualidades que hacían de él un ejemplar decente de la especie humana.

»Ustedes han escuchado el testimonio de otros médicos del campo de concentración de Jadwiga, de dos de las mujeres más nobles y valerosas que hayan honrado con su presencia un tribunal inglés. Una de ellas, judía y comunista; la otra, devota cristiana. ¿Qué sucedió cuando Voss amenazó con aplicar la corriente a la doctora Viskova? Ella se negó y se dispuso a quitarse la vida. ¿Y la doctora Susanne Parmentier…? Ella también estaba en el mismo rincón infernal de Jadwiga. ¿Quieren tener la bondad de recordar lo que le dijo al doctor Flensberg?

»Y han sabido también del más valiente de todos. Un hombre corriente, un profesor de lenguas vivas en un pequeño instituto de Polonia, Daniel Dubrowski, que sacrificó su propia masculinidad para que un hombre más joven tuviera la posibilidad de llevar una vida normal.

»Miembros del jurado, hay un momento en la experiencia humana en que la vida de uno mismo no tiene ya sentido, si se dirige a la mutilación y el asesinato de su prójimo. Hay una línea de demarcación de la moralidad que nadie puede cruzar, si quiere seguir considerándose miembro de la especie humana; y esto vale lo mismo para Londres que para Jadwiga.

»Se cruzó la línea y ese crimen no admite redención. El antisemitismo es el azote de la especie humana; es la marca de Caín sobre todos nosotros.

»Nada de lo que el demandante hubiere hecho antes, o hiciere después, puede redimirle de lo que hizo allí. Hipotecó su derecho a nuestra compasión. Y yo sugiero que no debe ser recompensado por un jurado británico, en méritos de lo que hizo, con nada más que nuestro desprecio y la moneda más ínfima del reino.