CAPÍTULO X

Como un incendio en el bosque corrió la noticia de que Konstanty Lotaki había llegado de Varsovia a prestar testimonio en favor de Kelno. Fue un golpe tremendo para Cady.

—Llamo al estrado a nuestro último testigo, el doctor Konstanty Lotaki.

El ayudante acompañó a Lotaki por los tres peldaños que conducían al estrado. De pie, al lado del médico, se situó un intérprete de polaco. El jurado manifestó una viva atención, a la vista del recién llegado, y la sección de la Prensa necesitó mesas suplementarias. Se pidió al intérprete que tomara juramento al testigo. En aquel momento, Thomas Bannister se puso en pie.

—Señoría, como este testigo prestará declaración a través dé un intérprete y como nosotros tenemos nuestro propio intérprete polaco, desearía pedir que el intérprete de mi docto colega traduzca las preguntas y respuestas en voz alta y clara, a fin de que nosotros podamos replicar, si es necesario.

—¿Lo ha entendido bien? —preguntó Gilray.

El intérprete movió la cabeza asintiendo.

—¿Quiere preguntar al doctor Lotaki cuál es su credo religioso y cómo desea prestar juramento?

Hubo un intercambio de frases.

—No tiene creencias religiosas. Es comunista.

—Muy bien —respondió Gilray—, pueden confirmar al testigo.

Aquel hombre recio, con cara rojiza y ancha, hablaba como sumido en un trance. Dio su nombre y dirección en Lublín, donde era cirujano jefe de un hospital del Gobierno.

En 1942 le arrestó la Gestapo bajo acusaciones falsas. Más tarde se enteró de que los alemanes utilizaban este método para llevar médicos a prestar servicio en los campos de concentración. Llegó a Jadwiga y fue destinado a la sección de Kelno. Trabajó con Kelno en general, aunque tenía su propia sala de curas, su dispensario y sus salas de enfermos.

—¿Dirigía bien, el doctor Kelno, los servicios médicos?

—Dadas las circunstancias, nadie hubiera podido dirigirlos mejor.

—¿Y trataba debidamente y con benevolencia personal a sus pacientes?

—Excepcionalmente bien.

—¿Hacía discriminaciones contra los pacientes judíos?

—Nunca vi tal cosa.

—Veamos, ¿cuándo entró usted en contacto con el doctor de las SS, Adolph Voss?

—Desde el primer día.

—¿Recuerda usted una ocasión particular en que Voss le ordenó que fuese a su oficina y le dijo que usted operaría en el Barracón V?

—Nunca lo olvidaré.

—¿Querría explicar dicha circunstancia a Su Señoría y al jurado?

—Todos estábamos enterados de los experimentos de Voss. Yo fui llamado en el verano de 1943, después que hubieron enviado al doctor Dimshits a la cámara de gas. Hasta entonces, Dimshits había sido el cirujano de Voss.

—¿Fue usted con el doctor Kelno?

—Nos llamaron separadamente.

—Continúe, por favor.

—Voss me dijo que tendríamos que extirpar testículos y ovarios de personas en las cuales realizaba experimentos. Yo le contesté que no quería tomar parte en aquello; él me dijo que mandaría a un enfermero de las SS realizar las operaciones, y que yo seguiría el mismo camino que Dimshits.

Hubo una interrupción del intérprete, y un miembro de la Prensa polaca le tradujo unas cuantas palabras.

—Un momento, nada más —dijo Anthony Gilray—. Me encanta tener en mi sala a miembros de la Prensa internacional, pero prefiero que no tomen parte en los procedimientos.

—Dispense, Señoría —excusóse el reportero.

—Señor intérprete, si halla alguna dificultad, tenga la bondad de decírselo al tribunal. Puede continuar, sir Robert.

—A consecuencia de la entrevista con Voss, ¿qué hizo usted?

—Quedé muy abatido y busqué al doctor Kelno, como mi superior que era. Decidimos convocar una reunión de todos los médicos, excepto el doctor Tesslar, y todos juntos resolvimos que sería mejor, para los pacientes, si operábamos nosotros.

—¿Y lo hicieron?

—Si.

—¿Con qué frecuencia?

—De quince a veinte operaciones calculo.

—¿Operaciones con los debidos requisitos?

—Con más cuidado del habitual.

—Usted tuvo ocasión de observar al doctor Kelno, y en otras ocasiones él actuó de ayudante de usted. ¿Se trató mal alguna vez, aunque no fuera más que una sola, a los pacientes?

—No, nunca.

—¿Nunca?

—Nunca.

—Doctor Lotaki, según su docta opinión, ¿significa un peligro para el paciente dejarle un órgano que haya sufrido los efectos de los rayos X?

—No soy un radiólogo experto. No tengo opinión en eso. Sólo me ocupé de que los pacientes no fuesen operados por personas menos hábiles.

—¿Qué clase de anestesia se administraba en tales ocasiones?

—Novocaína, para un bloqueo espinal, después de una inyección preliminar de morfina, a fin de tranquilizar al paciente.

—¿Quiere explicarnos qué otras personas había en la sala de operaciones?

—Un equipo quirúrgico, una persona que cuidaba de los instrumentos. El doctor Kelno y yo nos ayudábamos mutuamente. Y nunca faltaba la presencia de Voss y un par de alemanes más.

—¿Se encontró personalmente con el doctor Mark Tesslar?

—Sí, varias veces.

—¿Qué se decía en general de sus actividades?

—En un campo de concentración circulan rumores de todas clases. Yo me mantenía al margen de esos asuntos. Soy médico.

—De modo que usted no pertenecía a ninguna organización clandestina, ni a la llamada organización internacional, ni a la nacionalista, ¿verdad?

—No.

—¿No sentía antipatía hacia el doctor Tesslar, ni él se la tenía a usted?

—Claro que no.

—¿Estuvo presente el doctor Tesslar en alguna operación llevada a cabo en el Barracón V, y en la que usted actuara de cirujano o de ayudante?

—No, nunca.

—¿Se hizo alguna de tales operaciones con una prisa indebida o con descuido?

—No. Las hacíamos según los procedimientos normales, y sin que el paciente sufriera casi ningún dolor.

—Veamos, a usted le sacaron del campo de concentración de Jadwiga en 1944, ¿no es cierto?

—Me sacó el doctor Flensberg para llevarme a una clínica cerca de Munich. Me destinó a cirugía.

—¿Le pagaban?

—Flensberg se quedaba todos los honorarios.

—Pero se vivía mejor que en Jadwiga.

—Cualquier cosa era mejor que Jadwiga.

—¿Les vestían y les alimentaban decorosamente, y eran libres para ir a donde quisieran?

—Vestíamos y comíamos mejor, pero a mí me vigilaban continuamente.

—Y al final de la guerra, ¿volvió usted a Polonia?

—Allí vivo y trabajo desde entonces.

—Fundamentalmente, en Jadwiga, usted y el doctor Kelno hacían la misma clase de trabajo para el doctor Voss. ¿Sabía usted que al doctor Kelno le reclamaron como criminal de guerra?

—Sí, me lo dijeron.

—Pero usted no había pertenecido a la organización clandestina nacionalista, con lo cual no formularon acusaciones contra usted.

—No había hecho nada malo.

—Veamos, pues, doctor Lotaki, ¿cuáles son sus convicciones políticas actuales?

—Después de lo que vi en Jadwiga me he convertido en un antifascista decidido. Y opino que la mejor manera de combatir al fascismo es por medio del partido comunista.

—No hay más preguntas.

Thomas Bannister se arregló la toga cuidadosamente, se situó en el puesto de costumbre y estudió a Lotaki, tomándose un largo rato de silencio intencionado. Abe pasó una nota a O’Conner:

«¿Estamos en un aprieto?»

«Sí», decía el papelito de respuesta.

—¿Está usted de acuerdo, doctor Lotaki, en que, antes de Hitler, Alemania figuraba entre las naciones más civilizadas y cultas del mundo?

—¿Cómo? ¿Naciones esterilizadas?

Hubo el alivio de unas carcajadas.

—No se rían de ningún testigo en mi sala —ordenó Gilray—. En cuanto a ese tipo de preguntas, míster Bannister… usted conoce su trabajo, y yo no voy a darle consejos… No importa, continúe. Señor intérprete, explique la pregunta de nuevo.

—Estoy de acuerdo en que Alemania era civilizada antes de Hitler.

—Y si alguien le hubiera explicado a usted lo que Alemania haría en la década siguiente, usted se habría negado a creerlo.

—En efecto.

—Asesinatos en masa, experimentos con conejillos de Indias humanos, extirpación forzada de glándulas sexuales, con objeto de proceder, a su debido tiempo, a la esterilización en masa. Usted no habría creído esas cosas antes de Hitler, ¿verdad?

—No lo hubiera creído.

—¿Y habría dicho usted que ningún médico que hubiera prestado el juramento hipocrático podía tomar parte en aquellos experimentos?

—Voy a intervenir —dijo el juez Gilray—. Uno de los problemas de este caso gira en torno de los actos voluntarios en oposición a los actos involuntarios, en su contexto con la moralidad humana.

—Señoría —replicó Thomas Bannister, levantando la voz por primera vez—. Cuando utilizo las palabras «tomar parte en» me refiero a todo cirujano que haya extirpado órganos sexuales. Me refiero a que el doctor Lotaki sabía lo que hacía Voss, y por qué le ordenaban que cortase testículos y arrancase ovarios.

—Lo hice a la fuerza.

—Permítame aclarar esto —repuso Gilray—. Nos encontramos en unos tribunales ingleses, y esta causa se lleva de acuerdo con las normas de la ley civil de Inglaterra. Veamos, pues, ¿pretende usted, míster Bannister, sentar un principio ante el jurado, fundándose en que una operación realizada a la fuerza equivale a una justificación contra el libelo?

—El principio que siento, Señoría —replicó secamente Bannister—, es el siguiente: ¡Que ningún médico, prisionero o no, tenía derecho alguno a efectuar aquellas operaciones!

Por la sala flotaron murmullos contenidos.

—Bien, pues ahora ya sabemos dónde estamos, ¿verdad?

—Doctor Lotaki —continuó Bannister—, ¿creía usted realmente que Voss habría utilizado a un enfermero inexperto de las SS para realizar aquellas operaciones?

—No tenía ningún motivo para dudarlo.

—Voss acudió a Himmler solicitando permiso para llevar a cabo los experimentos. Si no se extirpaban los testículos y los ovarios, en las debidas condiciones, resultaban inservibles para los experimentos. ¡En nombre de Dios! ¿Cómo puede creer nadie esa tontería del enfermero de las SS?

—Voss no estaba cuerdo —balbuceó Lotaki—. Todo aquello era demencial.

—Pero recurría a una invención. Había que presentar informes a Berlín, y disponer de cirujanos hábiles.

—De modo que me hubiera enviado a la cámara de gas, como al doctor Dimshits, y habría buscado otro cirujano.

—Doctor Lotaki, ¿tendría la bondad de describir al doctor Dimshits a Su Señoría y al jurado?

—Era un judío anciano; tendría setenta años, o más.

—Y el vivir en un campo de concentración, ¿le había envejecido más aún?

—Sí.

—¿Cuál era su aspecto físico?

—Parecía muy viejo.

—¿Y débil y caduco?

—Yo no sabría decirlo.

—Que ya no servía como cirujano…, que ya no les servía para nada a los alemanes, ¿verdad?

—Yo… no podría decir… Él sabía demasiadas cosas.

—Pero usted y Kelno sabían eso mismo, y no les llevaron a la cámara de gas. A ustedes les llevaron a unas clínicas particulares. Yo sugiero que el doctor Dimshits fue a la cámara de gas porque era viejo e inservible. Yo sugiero que esta fue la verdadera causa y no otra. Veamos, ahora; el doctor Kelno se ha declarado víctima de un complot comunista. Usted es comunista. ¿Quiere explicarnos esa cuestión?

—Yo estoy en Londres para decir la verdad —gritó Lotaki, alterado—. ¿Por qué piensa usted que un comunista no puede decir la verdad, ni prestar testimonio por un no comunista?

—¿Ha oído nombrar a Berthold Richter, el jerarca comunista de la Alemania oriental?

—Sí.

—¿Se da cuenta de que él y centenares de nazis están ahora en el régimen comunista, habiendo sido antes oficiales de los campos de concentración?

—Un momento, por favor —interpuso Gilray, volviéndose hacia el jurado—. Estoy seguro de que míster Bannister tiene razón en esto último que ha dicho, pero el hecho de que lo dicho sea cierto, no significa que sirva como prueba, a menos que sea presentado como tal.

—Lo que yo sugiero, Señoría, es que los comunistas tienen una manera muy oportuna de rehabilitar a los antiguos nazis y miembros de las SS que les resultan útiles. Por muy negro que sea su pasado, si se arrodillan ante el altar del comunismo y son útiles al régimen, ese pasado se olvida.

—No sugerirá usted, en verdad, que el doctor Lotaki fuese nazi.

—Yo sugiero que el doctor Lotaki es un genio en el arte de sobrevivir, y que no sólo se ha comprado la salida una vez, sino dos. Doctor Lotaki, usted ha dicho que fue en busca del doctor Kelno como superior suyo que era, y que habló con él de las operaciones. ¿Qué habría hecho usted si el doctor Kelno se hubiera negado a efectuarlas?

—Yo…, yo me habría negado también.

—No hay más preguntas.