CAPÍTULO V

La habitación que Abraham Cady quería más en el mundo era la biblioteca de David Shawcross, con su aroma a cuero de lujo de las preciosas encuadernaciones azules, verdes y castañas de la increíble colección de primeras ediciones. Allí estaban representados casi todos los escritores importantes del siglo XX. Abe se enorgullecía de que El holocausto fuese la obra exhibida como el mejor libro que Shawcross hubiese publicado jamás.

Al cabo de un momento llegó Alien Lewin, procurador de Shawcross. Era un hombre distinguido, para procurador, y completamente fiel a David.

—Antes de que entremos en materia —dijo Lewin—, me gustaría aclarar un punto. ¿Qué recuerda ahora del párrafo ofensivo? ¿Cómo lo pusieron en el texto?

Abe sonrió y dijo:

—Cuando concedo una entrevista a los periodistas terminan escribiendo de tres a cuatrocientas palabras sobre mi persona. Y siempre habrá una docena de errores. En un libro de setecientas páginas, y más de cuatrocientas mil palabras, yo cometí uno. Lo reconozco, fue una estupidez. Esos mismos detalles sobre Kelno habían sido publicados anteriormente; su nombre estaba en la lista de los criminales de guerra reclamados por la justicia. Después de las indagaciones que realicé, y particularmente después de leer los sumarios de los juicios por crímenes de guerra contra médicos, creo que cualquiera hubiera estado dispuesto a creer lo que le dijeran de todos ellos. Lo que leí sobre Kelno en fuentes que hasta entonces habían merecido toda confianza, estaba completamente de acuerdo con otros datos sobre las atrocidades alemanas. Lo cual no me excusa, naturalmente.

—Abraham es el novelista más completo y pundonoroso que existe hoy —declaró Shawcross—. Ese error hubiera podido cometerlo cualquiera.

—Desearía que lo hubiera cometido otro —dijo Lewin—, preferiblemente de otra casa.

Abrió entonces la cartera, mientras pedían whisky para todos. Luego agregó:

—Como usted y Shawcross han estado en estrecha relación, sabe ya que los datos recogidos por cada uno de nosotros, independientemente, coinciden bastante. En cuanto a la situación dentro de la casa, Geoff y Cecil tienen el plan de marcharse, a menos que haya una fusión o una asociación, y esto es imposible hasta que esté resuelto el proceso.

—No me había dado cuenta —contestó Abe.

—Hemos de ponerle al corriente de la situación fiscal de Shawcross Limited, para que comprenda cómo llegamos a la decisión que hemos tomado.

—Lamento tener que fastidiarle con todos estos detalles feos —dijo Shawcross—, pero la situación es demasiado grave.

—Suéltenlo, vamos.

—Las listas en curso, las proyectadas y el movimiento de dinero motivarán que se gane una cierta cantidad. Como usted sabe seguramente, míster Shawcross no es un hombre extremadamente rico. Los Bancos y los impresores le concedían mucho crédito gracias a una reputación personal excelente. El activo que tiene hoy la compañía radica en su lista de fondo y en tres series sobresalientes.

»Su fortuna personal —continuó Lewin—, no es enorme. Se lo juega todo, en un proceso judicial de la envergadura del presente.

»Yo soy judío, míster Cady, y me encargué de este asunto con la predisposición más favorable. Hemos pasado meses enteros preparándolo y ahora debemos contemplar con serenidad y sangre fría los riesgos que corremos y las posibilidades que tenemos. Contamos con cierto número de vagas declaraciones hechas por personas operadas en Jadwiga; pero no hay nadie, excepto el doctor Tesslar, que asegure haber sido testigo presencial de las mismas. Encargué a tres abogados que repasaran a fondo la declaración del doctor Tesslar, y todos opinan que dicho médico sería un testigo muy vulnerable, sobre todo en manos de un abogado como sir Robert Highsmith. Entonces llegamos a la cuestión de si vendrían o no a Londres otros testigos; pero en caso de que vinieran, su valor resulta bastante dudoso. Ante un tribunal inglés, no tenemos muchas posibilidades…, si es que tenemos alguna.

»He aquí, por lo demás, los otros factores —prosiguió Lewin—. Kelno goza de una gran reputación. El factor gastos, al disputar un pleito como este, le deja a uno sin aliento. Técnicamente, Shawcross queda a salvo del libelo por el contrato firmado con usted. No obstante, si continúa en la situación de coacusado, Kelno le perseguirá a él antes que a nadie, porque Shawcross tiene su dinero en Inglaterra. Cualquier juicio de cierta consideración podría llevar a la quiebra a míster Shawcross.

»En el momento actual, Richard Smiddy está dispuesto a aceptar una actitud razonable. El simple hecho de sacar a míster Shawcross de este lío con una indemnización por daños y perjuicios, y el retirar treinta mil ejemplares de El holocausto le dejará bastante desquiciado. Pero al menos entonces podrá admitir un socio. El corazón me dice que, más que dinero, lo que Kelno pretende es quedar exonerado personalmente, y que al final aceptará un acuerdo razonable con usted. Si usted se hace el terco y pierde en Inglaterra, él se dirigirá entonces contra unos veinte editores extranjeros, ante los cuales tiene usted una responsabilidad grande.

—¿Sugiere usted que yo proponga un arreglo?

—Sí.

—Está bien —contestó Abe—; me gustaría contratarle como procurador mío.

Lewin sonrió y aceptó con un gesto.

—Y ahora que ya es mi procurador, queda despedido —concluyó el escritor, y salió de la biblioteca.