El Gran Londres incluye la City de Londres y treinta y dos distritos, entre los cuales figuran la antigua City de Westminster y el antiguo distrito real de Kensigton, y otros sectores famosos tales como Chelsea, Harrow, Hammersmith, Lambeth, y los que llevan el pintoresco nombre de Tower Hamlets (Aldeas de Torres).
La City de Londres es un pequeño sector de unos pocos kilómetros cuadrados situado a lo largo de la ribera del Támesis, desde el puente de Waterloo hasta el puente de la torre. La City es autónoma y todos los años renueva con gran pompa su estatuto legal mediante el pago a la Corona de seis herraduras, sesenta clavos de herradura, un hacha y una hoz. Dentro de sus trescientas hectáreas, el lord mayor es soberano y no tiene otro superior que la misma Corona, de modo que cuando el rey o la reina cruzan el límite de su demarcación, han de detenerse y aguardar el permiso oficial y la bienvenida del lord mayor.
Las numerosas ceremonias con gran despliegue de togas y pelucas, contrastan hoy humorísticamente con las damitas minifalderas del distrito financiero.
En tiempos antiguos, los diversos gremios de pescadores, herreros, tenderos, taberneros y otros más, elegían a los funcionarios de Londres, los cuales llevaban togas, mazas, cetros y espadas que denotaban sus cargos y jerarquías.
Los límites de la City están bien señalados, siendo el más visible la estatura del grifón, donde la calle Strand se convierte en Fleet Street, delante de los tribunales. La tradición exige que los padres lleven a sus hijos al lindero y les den una fuerte palmada en la espalda, para que el hijo recuerde siempre el límite de sus viajes. Es una ceremonia a la que llaman «zurrar los linderos».
Dentro de esta milla mágica, la City alberga Fleet Street, centro periodístico del mundo; la vieja dama de Threadneedle Street (que es como llaman al Banco de Inglaterra), el Lloyd, Petticoat Lane, la torre de Londres, la catedral de San Pablo, el Old Bailey, con su negra fama de ser el juzgado de lo criminal más famoso del mundo, los grandes mercados del pescado, todos bajo la protección de ceremoniosos lanceros y apoyados día tras día por unos guardias urbanos de un metro ochenta de estatura y que llevan en el casco unos distintivos que los diferencian de los guardias urbanos de los otros barrios de Londres.
Hay todavía otra gran institución en la City: los Royal Law Courts, o tribunales de justicia del rey, y tres de los cuatro colegios de abogados. Del mismo modo que la City es autónoma respecto al Gran Londres, así los colegios de abogados son autónomos en cuanto a la City.
Los colegios de abogados cobraron existencia siglos atrás, cuando los caballeros templarios, monjes guerreros, consiguieron que se les diera, en 1099, una sede para «observar los votos de pobreza y castidad», entreverándolo todo con algunos hechos sanguinarios. La orden fue abolida por mandato del papa en 1312, pero el espíritu de los templarios subsiste todavía hoy en la hermandad masónica, cuyos miembros tienen en elevada estima la dignidad que llaman caballero templario.
En el año 1200, con la expulsión de los templarios, los abogados se metieron en el Temple. Por aquellos días, abogados y médicos eran como sacerdotes, y la ley, por su propia naturaleza, era un precepto.
La Carta Magna del rey Enrique III puso fin a muchas leyes-preceptos, y al cabo de un tiempo desembocó en la ley común. Para entonces los colegios habían tomado a su cargo la instrucción en leyes y el mundo de la justicia.
Hay una estrofa que resume los colegios.
El colegio de Gray para paseos,
El colegio de Lincoln para muralla,
El Temple Interior para jardín,
El Temple Medio como salón.
El salón del Temple Medio se tambalea por los blasones. Ahí fue donde tuvo lugar la primera representación de la Decimosegunda noche, de Shakespeare. La mesa de servir, debajo del dosel, está hecha con la madera del Golden Hind, de sir Francis Drake, e Israel y sus almirantes eran los protectores de la institución. Bajo su signo del cordero divino, Goldsmith, el doctor Johnson y Blackstone ejercieron su cargo, y Chaucer residió allí y escribió los Cuentos de Canterbury. No menos de cinco miembros del Temple Medio firmaron la Declaración de Independencia americana. En sus jardines empezó la guerra de treinta años de las Dos Rosas.
Con todo, es el salón lo que continúa siendo la señal magnífica, subyugadora del Temple Medio. Con treinta metros de longitud, alcanza una altura de diecisiete metros y tiene el techo de madera labrada, con viguetas isabelinas también labradas. En el año 1574, algún tiempo antes de la Armada Invencible, se levantó un magnífico biombo de madera trabajado a mano para salvar los diecisiete metros de anchura del salón. Filas de recias mesas se extendían a todo lo largo del salón, hacia la tarima flanqueada por una pared artesonada, ostentando los escudos de armas de tesoreros y lectores. En la tarima, los benchers, o ancianos del Temple, presidían las copiosas comidas y las desenfrenadas juergas. En las paredes laterales y en la del fondo hay un total de catorce ventanas de cristal policromado, con escudos de armas de los lores cancilleres del Temple Medio. Regios personajes, pintados por Hogart y Van Dyke contemplan, desde lo alto, todo el lugar.
Cruzando una estrecha callejuela se sale del Temple Medio y se entra en el Temple Interior, cuyo detalle más caracterizado lo constituye la iglesia de los Caballeros Templarios, consagrada en 1185 y que se ha librado milagrosamente de los incendios periódicos que arrasaron la City durante la Edad Media, pero sufrió mucho durante la blitzkrieg alemana. Hoy, magníficamente restaurada, es uno de los pocos templos redondos existentes en Inglaterra. Fue erigido a semejanza del Santo Sepulcro de Jerusalén, y sus suelos están cubiertos con efigies marmóreas de caballeros del siglo XIII, y una arcada de grotescas cabezas de piedra que representan almas del infierno. Cerca de ellas estaban las celdas donde los pobres, los deudores y otros pecadores morían de hambre contemplando a los caballeros en sus santas oraciones. Christopher Wren embelleció el templo con una nave rectangular.
Gran parte del Temple Interior ha sido destruida y reconstruida por causa del fuego y la guerra, pero son sus nombres lo que hace perdurable su gloria. Charles Lamb, William Makepeace Thackeray, Boswell, Charles Dickens… Y hermosos son los nombres de sus edificios y calles, como los de Hare Court (Tribunal de la Liebre), Figfree Court (Tribunal de la Higuera), Ram Alley (Calleja del Morueco) y King’s Bench Walt (Paseo del Jurado del Rey), con su inmensidad de césped descendiendo hacia el Támesis.
Los dos sectores del Temple (Medio e Interior) están separados del mundo exterior, del bullicio de Fleet Street y del Ribazo Victoria por las murallas y las puertas de Christopher Wren.
En la parte trasera de los Tribunales de Justicia, entre las calles High Holborn y Carey, se levanta el Lincoln’s Inn, en un emplazamiento ocupado antiguamente por los friars (frailes) en el paraje conocido actualmente por Chancery Lane. Cuando el arzobispo de Canterbury cambió su nombre por el de Blackfriars (dominicos), sus casas fueron asignadas a Henry de Lace, conde de Lincoln, en 1285. El corazón de los amenos campos de Lincoln’s Inn es el de Old Hall, erigido en 1489, y todavía está intacto, que utilizan como sala de lectura. Este es el Inn de William Pitt, y Disraeli, Cromwell y el mártir Tomás Moro, que figuró entre sus nuevos primeros ministros y sus veinte lores cancilleres.
Al otro lado de High Holborn, una calle nombrada según un camino abierto por el gran incendio, e inmediatamente al otro lado de la extensión de la City, se halla el cuadrángulo del cuarto Inn, el de Gray, que es la vivienda de sir Francis Bacon. El de Gray está casi inactivo en la actualidad como albergue de abogados en ejercicio, habiendo sido alquiladas a procuradores la mayoría de sus oficinas.
Los cuatro Inns (colegios de abogados) son parte integrante de la historia y la grandeza inglesas. Conjuntamente forman la Facultad de Derecho, y en adición a su propia individualidad particular, poseen enormes bibliotecas, celebran debates o juicios simulados, son recipientes del mecenazgo real, están llenos de estudiantes y albergan las comidas oficiales en que se da el espaldarazo a los nuevos abogados para su actuación ante los tribunales.
Mientras el mundo gira en torbellino a su alrededor, ellos continúan viviendo en una serenidad casi monástica, ataviados con sus togas características y, por tradición, yendo a la guerra juntos en un solo regimiento, el de los colegios, o los tribunales.
En cada edificio, un abogado de la reina o abogado veterano «dirige» a los jóvenes en una serie de cámaras. Con frecuencia, dos abogados de la misma cámara discuten desde lados opuestos de la sala del juzgado.
Algunos dicen que aquello es una sociedad particular de discusiones, que esos dos mil abogados de los tribunales gozan de excesivos privilegios, y que los millares y millares de leyes civiles particulares son demasiado arcaicas e intrincadas.
Sin embargo, ahí existe la ley por la ley. El abogado defiende el caso por unos honorarios establecidos y no se le permite apropiarse de parte del juicio del cliente. No puede ser condenado por lo que diga ante el tribunal, y a su vez, no se le permite que procese a un cliente a causa de los honorarios.
Dentro de los Inns se desconoce la corrupción.
Al abogado de los tribunales le juzga un hombre elegido entre los abogados de la reina, y en una sala de juzgado especial.
Al estudiante nuevo a quien acompañan a una cámara para que estudie, le advierten severamente que se halla en la casa de los Caballeros Templarios, en medio de reyes y reinas, estadistas, jueces, filósofos y escritores. Será gobernado por los benchers, o mayores, y recibe la sabiduría del lector o jefe de conferencias.
Un joven, o muchas personas mayores, en posesión de un diploma adecuado y unos centenares de libros, puede entrar en un colegio y ser aceptado por un maestro de cámaras.
Más de un abogado que actúa brillantemente en la sala del tribunal pierde la paciencia al redactar los procedimientos, y aquí es donde el alumno nuevo puede granjearse poco a poco el aprecio de su maestro. Indagando a fondo y redactando laboriosamente unos alegatos técnicamente perfectos puede conquistar el afecto del mentor.
El alumno trata de instruirse todo lo posible. Lee los papeles de su maestro, busca argumentos legales para que este los utilice, le acompaña a las salas de tribunal y trabaja intensamente hasta altas horas.
El alumno aprende a tener todos los puntos y comas de la ley a disposición de su maestro. Adquiere la habilidad de tomar notas con presteza y exactitud en el tribunal, y la de adivinar las preguntas que le hará su maestro.
Las cosas siguen este curso por espacio de unos tres años. Hay que estudiar, aprobar exámenes, asistir a cierto número de banquetes ineludibles en el Inn y hay que intervenir en debates y juicios simulados.
Al estudiante le caen a veces algunas gangas. Acaso un abogado veterano excesivamente ocupado necesite un ayudante que le «retoque» o prepare el trabajo o que hasta defienda una causa de poca monta en el condado.
Cada serie de cámaras que reúnen desde dos a veinte abogados es dirigida por un secretario, hombre importantísimo que puede acelerar la carrera del alumno o tenerle a este consumiéndose de coraje. Negocia en representación de los abogados con las oficinas de los procuradores, asigna casos y fija los honorarios trabajando por una parte de estos.
Después de que el joven brillante defendió casos de poca importancia y manifestó mucha diligencia, el secretario empezará a confiar algunos casos más importantes.
Para progresar rápidamente el estudiante escribe en las revistas de leyes y asocia su nombre al de los consejeros legales.
Conseguido el título y después de asignársele a una cámara, el nuevo abogado se halla entre otros diez o doce abogados noveles y es dirigido por un abogado de la reina eminente. Hay demanda de buenos abogados noveles. En un espacio de cinco años acaso pueda ascender a una cámara más importante. Un día, después de una exhibición singularmente brillante, el abogado de la reina recompensa al novel con una simbólica bolsa roja para guardar la toga, la peluca y los libros.
Al cabo de unos quince años como novel, poco más o menos, la Corona puede nombrarle abogado de la reina. Entonces el novel desecha la toga hecha de paño y, como abogado de la reina, viste la seda.
Cuando uno es abogado de la reina, le basta con celebrar debates en la sala del tribunal, puesto que todos los trabajos preparatorios se los hacen los noveles.
A la edad de cincuenta años o más, un abogado de la reina destacado puede ser destinado a la magistratura, en calidad de juez, con lo cual queda elevado automáticamente a la dignidad de caballero. Ha llegado a la cumbre de la carrera de Leyes.
Por otra parte, puede continuar en la categoría de abogado adjunto hasta el día en que muera.