El nuevo gobernador era un personaje convincente, y persuadió a Adam para que aceptase el nombramiento de funcionario médico jefe de la Segunda División. Pudiendo moverse en libertad, brotó en él un apasionado intento de seguir adelante, de correr a ocuparse de la tarea más importante, más urgente, que era la de instruir a los funcionarios civiles y perfeccionar al personal médico y educativo. La explotación de nuevos bosques y minas, por parte de la Sarawak Orient, corría pareja con una generosa dotación de maestros y enfermeras nuevos, y con la inauguración de nuevos puestos y aeródromos.
En la Segunda División, Adam pudo continuar viviendo en Fort Bobang, pero tuvo a su cargo el cuidado sanitario de más de cien mil personas, ibanes en su mayoría, aunque con unos puñados de chinos y malayos en los centros de población. Contaba con la ayuda de cuatro médicos y una docena de enfermeras y ayudantes, y, por supuesto, con Terrence Campbell junto con unos primitivos puestos de primeros auxilios en las casas comunales. Era muy poco para hacer frente a la gran variedad de enfermedades y problemas, pero, no obstante, representaba un promedio mayor que el de otros lugares, que disponían de un solo médico por cada treinta y cinco mil habitantes.
Su eterno problema seguía siendo el de la utilización del terreno. Sencillamente, no había bastantes pastos ni tierras de labor, con lo cual la amenaza del hambre continuaba siempre vigente. A pesar de que iban arrinconando tabúes, no lograba hacer brecha en los que prohibían el consumo de la carne de venado y de cabra. Los ibanes creían que estos animales eran reencarnaciones de sus antepasados. Por otra parte, tampoco logró que dejaran de comer ratas.
Estudiando los boletines de las Naciones Unidas y otros trabajos sobre la materia, Kelno se sintió maravillado por tareas similares realizadas en el nuevo estado de Israel. Aunque completamente diferentes en estructuras, Israel y Sarawak compartían el sino de la escasez de tierra cultivable, así como la de carne de ternera y proteínas.
Israel había compensado la falta de proteínas con cultivos que exigían muy poco terreno. Las granjas de cría intensiva de pollos trabajaban sin descanso. Pero la idea no estaba al alcance de los ibanes. Los edificios requerían electricidad para que los animales pusieran de día y de noche. Además, la gallina es de por sí un ave propensa a las enfermedades, y que exige una mentalidad mucho más adelantada que la de aquella gente, si se debe criar como conviene.
La segunda idea fue lo que cautivó la fantasía de Kelno: los estanques artificiales para la cría de peces. Israel tenía un consulado en Birmania, primer intercambio diplomático que sostenía con el Extremo Oriente, y había enviado cierto número de peritos agrícolas a montar granjas experimentales. Adam sentía una vivísima tentación de ir a Birmania y estudiar los criaderos de piscícolas, pero el miedo de que algún judío le reconociera se lo prohibía.
Reunió todos los documentos que pudo sobre la materia y dispuso que sus estudiantes construyeran cerca de Fort Bobang media docena de estanques alimentados con agua de manantiales naturales y dotados de válvulas de salida para desagüe. Cada estanque fue poblado con una clase distinta de peces, a los que se cultivaba con algas y plancton de reproducción espontánea.
Se precisó una media docena de años de tanteos y errores para determinar la variedad más productiva y resistente. Resultaron campeonas una variedad de carpa asiática, y una de langosta importada de Nueva Zelanda, que se daba en agua dulce.
Y luego vinieron los años de persuasión, antes de que los estanques de cría de peces empezaran a multiplicarse cerca de los campos de los ulus, por las orillas del Lemanak.
Llegó una larga carta de MacAlister. Decía lo siguiente:
Pocas son las novedades que se producen en Budleigh-Salterton. Estoy contentísimo de que nos hayamos mantenido en contacto por correspondencia. Cuesta trabajo creer que usted haya permanecido en Fort Bobang más de una década.
He leído su comunicado sobre los estanques para peces, y los nuevos experimentos realizados por usted triturando desperdicios de pescado del mar como suplemento proteínico. Permítaseme decir sin más tardanza que considero esa posibilidad como una de las más efectivas para remediar en parte el mayor problema que acucia a Sarawak. Ahora me alegro de no haber podido convencerle de que se fuera a Kuching, a ejercer en el hospital.
Estoy completamente de acuerdo en que convendría leer su comunicado a la Real Academia Británica. Sin embargo, no comparto la idea de que se oscurezca su paternidad, atribuyéndola a «un grupo de investigación anónimo». El comunicado debería llevar escrito —debe llevarlo— el nombre de usted.
Fiel a esta idea, fui a Londres en numerosas ocasiones y, trabajando calladamente con antiguos amigos de Scotland Yard y del Foreign Office, hemos investigado discretamente sobre los disgustos que tuvo usted en el pasado con los comunistas polacos.
Hemos podido extender las investigaciones hasta la misma Polonia, a través de nuestros diplomáticos en Varsovia. Los resultados han sido completamente positivos. Todos los polacos que estaban en la Embajada de Londres se fueron hace tiempo, y como ahora usted tiene la ciudadanía británica, no caben las peticiones de extradición ni los cargos por crímenes de guerra de ninguna clase.
Más todavía, he hablado con el conde Anatol Czerny, un personaje simpatiquísimo, y también comparte la opinión de que todo ello es agua pasada, y que usted no tiene nada que temer.
Me complace vivamente saber que Stephan se porta tan bien «allá abajo». El conde Czerny me asegura también que Terrence Campbell, con sus calificaciones excelentes y el hecho de que usted solicitase la admisión hace varios años, le aceptaran en Oxford, en la Facultad de Medicina y en el Hospital Guy’s. Creo que es muy hermoso.
Querido Kelno, le ruego que acoja favorablemente mi petición de que se lea su informe ante la Academia usando su nombre de usted. Mis más cariñosos recuerdos para su esposa. Con la mayor amistad,
Sinceramente suyo,
J. J. MacAlister, M. D.
Adam tomó la decisión de permitir que MacAlister leyera su comunicación, sin pararse demasiado en indagaciones. Había ido numerosas veces a Singapur, Nueva Zelanda y Australia y no hubo incidentes. Sus pesadillas habían desaparecido casi por completo. Pero el hecho decisivo fue el amor a su hijo. Quería que Stephan estuviera orgulloso de él, y este deseo contrarrestó sus temores. Stephan iría a Harward dentro de unos años. El pensar en una separación prolongada le obligó a tomar en consideración la idea de irse él también a Inglaterra. Además, se lo debía a su esposa. Con lo cual, el informe se leyó declarando el nombre de su autor.
Eran los días de las nuevas tendencias, en que estaba de moda que los blancos meditasen sobre las tierras estériles y la vida mísera de negros y amarillos, y sobre las muertes en masa por inanición. Una conciencia movida ya demasiado tarde y con muy pocos medios para salvar a la mitad de los seres del mundo que pasaban hambre. El documento de Adam Kelno causó sensación
Como científico puro que era, hubo de recurrir a un método que muchos juzgaron extremadamente cruel. La mitad de las casas colectivas de los ulus recibían sus medicinas, estanques de cría de peces, programas sanitarios, y nuevos cultivos y métodos de cría de animales. La otra mitad se quedaban sin todo eso, a fin de proporcionar estadísticas comparativas. El superior porcentaje de defunciones, la longevidad menor, el nivel de desarrollo y la vitalidad, también menores, ponían de relieve con viveza extremada las consecuencias benéficas de su programa.
Utilizar conejillos de Indias humanos era un procedimiento que a los científicos les disgustaba, pero lo comprendían. Una segunda parte del documento resultaba particularmente interesante para aquellos que habían trabajado y luchado en las colonias, y era la que se refería a romper tabúes antiguos.
El informe se divulgó copiosamente, cosechó grandes elogios y se convirtió en un documento clásico de referencias para los equipos médicos, científicos y expertos agrícolas que luchaban con el hambre por todo el mundo.
Lo mejor de todo era que en ninguna parte se notaban reacciones contrarias a la mención del nombre de Adam Kelno.
Dieciocho meses después de publicado el documento: «Estanques artificiales para pescado, y su efecto en la dieta y la salud de los pueblos primitivos; empleo de los desperdicios molidos de pescado como complemento proteínico; tablas comparativas de dietas y vacunas», un equipo internacional de la UNESCO llegó a Sarawak y se encaminó hacia Fort Bobang para realizar un estudio de primera mano del trabajo de Kelno. Un mes más tarde enviaban un informe según el cual «las Naciones Unidas deberían destinar fondos y personal a Fort Bobang, para participar en el estudio».
Ahora Adam pensaba en Singapur como lugar adecuado para unas gozosas reuniones con Stephan. Esta iba a ser la mayor de todas las fiestas. Stephan había sido admitido en Harward y pronto emprendería el viaje a EEUU para estudiar arquitectura.
—Tengo que darte una noticia, hijo —dijo Adam, incapaz de contenerse más—. Madre y yo hemos discutido la situación. Quince años en la selva son más que suficientes. Regresaremos a Inglaterra.
—¡Padre, me quedo sin palabras! ¡Es maravilloso, sencillamente maravilloso! ¡Qué extraños rumbos señala la vida! Terry en Inglaterra, con ustedes. Yo, en América.
—Un médico y un arquitecto de Fort Bobang. ¡No está mal! —dijo Adam con un asomo de tristeza—. Los funcionarios de las Naciones Unidas se han puesto realmente al mando de todo lo de Bobang. Por así decirlo, mi trabajo ha terminado. El servicio médico de Sarawak ha sido duplicado, y hay muchas cosas en marcha. Me satisface decir que para cuando Sarawak pase a formar parte del estado malayo, sir Abdel Haji Mohamed, que será sin duda alguna el primer ministro, quiere que me quede.
—No son tontos.
—Quizá viva bastante para ver el día que vivamos juntos en Londres.
Stephan sabía que aquel era el sueño de su padre, y no quería amargarle el momento, pero en su interior comprendía que él tenía que realizar su tarea en un sitio lejano.
Los Kelno hicieron el viaje de Singapur a Kuching llenos de optimismo. La capital parecía salida de una narración de Somerset Maugham. Lady Grayson, la esposa del gobernador, les envió una invitación oficial para que se reunieran con ellos en un garden party, celebrando el cumpleaños de la reina.
Cuando llegaron a la mansión del gobernador, lord Grayson en persona salió a su encuentro y les acompañó hasta el iluminado jardín para reunirse con una lucida representación de los más altos funcionarios del Gobierno, con sus uniformes blancos, y de los malayos y chinos que dentro de poco administrarían el Estado. Cuando entraron, se hizo el silencio en el jardín y todo el mundo fijó la mirada en Adam.
El gobernador hizo un gesto con la cabeza y la orquesta indígena interpretó una marcha.
—¿Qué pasa, lord Grayson? —preguntó Adam.
Lord Grayson sonrió.
—Señoras y señores, vuelvan a llenar las copas. Anoche recibí un aviso de la Oficina Colonial; en Londres ya se ha publicado la lista del cumpleaños de la reina. Entre los elegidos por haber honrado al Imperio, al doctor Adam se le ha concedido la Orden de Knight’s Bachelor.
—¡Oh, Adam, Adam…!
—Señoras y señores, un brindis en honor de sir Adam Kelno.
—¡A su salud! ¡A su salud!