CAPÍTULO VIII

Los barqueros de Adam Kelno maniobraban hábilmente la piragua cubierta, de diez metros de longitud, sobre los burbujeantes rápidos por donde el afluente Lemanak se precipitaba en el río Lampur. No resultaba difícil reconocer la piragua del doctor, porque era la que tenía el motor fuera borda más grande de todas las que subían por el Lemanak. La embarcación siguió luego el curso más tranquilo de las aguas, deslizándose ante un grupo de cocodrilos dormidos. El sonido del motor los incitó a dejarse resbalar por las márgenes, hasta el agua. Una horda de monos lanzaba alaridos, saltando de una copa de árbol a la otra.

A lo largo de quince kilómetros aguas arriba del tributario Lemanak, había una serie de largas casas de la tribu Ulu, de los Sea Dayaks. Cada una de tales casas constituía un poblado colectivo edificado sobre postes de madera dura, que albergaba de veinte a cincuenta familias. Aquella especie de edificios se arrimaban a la orilla del río en una longitud de más de sesenta metros. Una escalera que podía levantarse para arriba —precaución que antes sirvió de medida defensiva contra los ataques de los enemigos vecinos— servía de acceso a la terraza común. Frente al río había un largo andén descubierto, una cocina común y un sector de trabajo. En la parte posterior de cada casa había pequeñas habitaciones privadas para cada familia. Todo ello estaba cubierto con techos de hoja de palma y ripia. Abajo, los cerdos y los pollos corrían libremente, pisando excrementos humanos; unos perros sarnosos luchaban por la vida.

Quince casas de este tipo formaban una unidad tribal de los ulus, bajo el gobierno de un cabecilla llamado bintang, nombre tomado de las estrellas.

La llegada del doctor Kelno fue saludada con un golpear de gongs, la bienvenida de costumbre para todo visitante. Durante el día, mientras el doctor Kelno trabajaba en la clínica, los turah, o jefes de las otras casas largas, iban llegando para la reunión que el bintang había prometido al médico.

Al atardecer todos estaban reunidos. Vestían chaquetas de punto de colores vivos, sombreros de forma cónica rematados con plumas, y se adornaban con una variedad de pulseras en brazos y piernas. Tenían la piel color de aceituna, alcanzaban una estatura de poco más de metro y medio, y sus rasgos fisonómicos eran una mezcla del negroide y el oriental. El pelo, negro brillante, lo llevaban recogido en un moño, hacia la nuca, y en hombros, piernas y manos ostentaban complicados tatuajes. Algunos de los turahs más ancianos lucían los tatuajes con que se premiaba, en días no muy lejanos, al cazador de cabezas que había cobrado más piezas. A todo lo largo de la casa colgaban de las viguetas decenas de calaveras, limpias y mondas como el interior de una calabaza. A medida que los turahs iban acudiendo, el bintang les ofrecía cerveza caliente de arroz, que ellos bebían a la par que mascaban cacahuetes y fumaban toscos cigarros en un rincón de la terraza común.

Más allá, en el muelle y secadero, las mujeres se dedicaban a la tarea de cocinar, tejer esteras de bejuco y telas de colores vivos, hacer joyas y curar el sagú, alimento feculento sacado de troncos de árboles. Debajo de los desnudos pechos llevaban una especie de corsés hechos con varios aros de latón que les rodeaban todo el cuerpo, adornos realzados a su vez con monedas y cadenas de metales preciosos, mientras unos pesados pendientes les deformaban los lóbulos de las orejas. La animación duró hasta que llegaron el doctor Kelno y su intérprete.

Con la llegada del médico y su acompañante, el ambiente se puso sombrío. Definitivamente, inspiraba unos sentimientos contradictorios. El bintang les pidió que colocaran las esteras coloreadas y ornamentadas que les servían de asiento sobre el suelo de bejuco. El doctor Kelno y Mudich, su intérprete, se sentaron frente a los demás. El bintang y su brujo principal —el manang de la tribu, llamado pirak—, se sentaban algo alejados de los otros. El pirak era uno de los santones hereditarios llamados por los espíritus para que repartiesen salud y la sabiduría de los dioses. Entre los manangs había muchas categorías y rangos. El pirak, ejemplar viejo y arrugado de la especie, pertenecía a una categoría especial llamada manang bali, y aunque varón, adoptaba el vestido y el comportamiento de una mujer. Se dedicaba a seducir hombres jóvenes, pero sin descuidar tampoco al otro sexo. El pirak recibía unos honorarios exorbitantes en víveres y regalos por la representación de su farsa mística. Demasiado viejo para heredar el caudillaje del bintang, el pirak estaba decidido a conservar su exaltado puesto y creía que el doctor Adam Kelno significaba una amenaza.

Hubo una serie de comentarios sin importancia; luego el intérprete entró en materia, mientras los famélicos perros se zampaban los restos de los manjares delicados.

—Doctor Adam dice —empezó Mudich— que estación de monzón se nos echa encima y que río crecerá. Doctor Adam no volver en mucho tiempo. Año pasado, durante monzón, cólera muy malo. Este año, doctor Adam no quiere eso. Pide poner medicina con aguja para salvar de cólera. Sólo veinte familias todas casas largas estar de acuerdo. Doctor Kelno preguntar cómo ser eso.

—Porque Espíritu Viento, Espíritu Mar, Espíritu Bosque y Espíritu Fuego ser escogidos por Espíritu Jefe, Patra, para gobernar enfermedad. Nosotros haber preparado aves para sacrificio y tocaremos gongs cuatro noches después primer monzón. Di al doctor Adam que nosotros tener muchas maneras combatir enfermedad.

—Muchas, muchas, muchas —añadió el pirak, el brujo, señalando su bolsa de augurios, piedras y hierbas sanadoras.

De los turahs se elevó un murmullo de asentimiento.

Adam inspiró profundamente, se dominó e inclinóse hacia su intérprete.

—Quiero que le diga al bintang lo que sigue: Yo daré mi medicina a las familias que lo quieran. Si cuando haya pasado la estación monzónica, las familias tratadas por mí siguen bien, mientras que muchas otras a las que no se dio mi medicina han muerto de fiebre, ¿demostrará eso que los dioses están en favor de mi medicina?

Mudich fingió no entenderle. Adam le repitió la frase muy despacio. El intérprete se revolvió, luego meneó la cabeza.

—No le puedo preguntar eso al bintang.

—¿Por qué no?

—Pondría al jefe en una situación violenta ante los turahs, si resulta luego que usted tenía razón.

—¡Vaya! ¿No es él responsable de la salud y el bienestar de su gente?

Bintang también es el responsable del mantenimiento de las leyendas. Las enfermedades vienen y se van. La leyenda queda.

«Muy bien —se dijo Adam—, atacaré el problema desde otro ángulo».

Y una vez más, explicó cuidadosamente a Mudich la pregunta que formulaba.

—El doctor Adam le dice al bintang: «¿Por qué está tan cerca del río el cementerio?» El doctor Adam dice que hay que trasladarlo porque ensucia el agua, y el agua mala produce enfermedades.

—No es cierto —respondió el bintang—. El Espíritu causa enfermedades.

Los turahs movieron la cabeza una vez más, en señal de asentimiento.

Adam vio la cólera en los ojos del pirak. El manang bali era el encargado de dar sepultura a los muertos, y los entierros le proporcionaban buena parte de sus ingresos y sus bienes.

—Leyenda decir que hay que enterrar en montículo junto a río. Campo de entierro en sitio bueno ahora. No hay que cambiarlo.

—El doctor Adam dice que no enterramos limpio. No enterramos a bastante profundidad y muchos sin una caja dentro de la cual ponerlos. El doctor Adam dice que eso daña el agua cuando corre cerca del terreno de entierros. Perros y cerdos no encerrados van al campo de entierros y comen muertos. Cuando nosotros comemos cerdos y bebemos agua, eso nos causa enfermedad.

—Si mujer muere desangrada cuando pare hijo, no puede tener ataúd —replicó el manang bali—. Si guerrero muere, hay que enterrarle junto agua, para facilitar su viaje a Sebayán.

—¡Pero cuando ustedes le entierran con todo aquel montón de comida, los animales lo desentierran!

—¿Cómo podría hacer viaje a Sebayán, sin comida? Además, doctor Adam, en Sebayán él ya no tener problemas, de modo que mejor llegar allá —dijo el bintang.

—Si jefe muere —añadió el pirak— hay que quemarlo y darlo a Espíritu de Fuego. Doctor Adam no comprender que nosotros debemos enterrar según manera de morir gente.

De modo que cambiar el emplazamiento del cementerio se convertía en otro empeño vano. Kelno se atascaba en una ciénaga de superstición y tabúes. A pesar de todo, insistió:

—Doctor Adam dice que última vez que venir traer semillas y ramas de bolondrón para plantarlas en campo cerca bosque de sagúes. Bintang prometió plantar bolondrón porque ser bueno para comerlo y hacernos fuertes.

—Nosotros saber —cortó el pirak— por augurios de pájaros que campos junto bosque sagúes ser malditos.

—¿Y cómo se han enterado de eso?

—Muy difícil leer augurios pájaros —explicó el pirak—, necesitar muchos años de aprendizaje. Manera como canta pájaro, manera volar, manera gritar, manera como dos pájaros volar juntos. Pájaros dar tan mal augurio que nosotros matar cerdo en ceremonia y leer huellas hígado cerdo. Todo decir que campos estar malditos.

—Doctor Adam dice que sólo tener mitad terreno de cultivo que necesitar. Debemos aprovecharlo todo. Bolondrón expulsar espíritus de campos. Bolondrón alimento sagrado —tradujo Mudich, tratando de aprovechar los mismos tabúes de aquella gente para sus propios fines. Pero el fracaso continuó haciendo sentir su peso.

—Doctor Adam haber comprado. Doctor Adam haber comprado cuatro búfalos de agua a los chinos. ¿Por qué no ir tú a ciudad de Sarebas y traerlos aquí?

—Búfalo augurio sagrado, lo mismo que mariposa y pájaro azul.

—Pero tú no traerlos para comer, sino para trabajar campo.

—Maldición hacer trabajar augurio sagrado.

Al cabo de otra hora de discusiones, Adam se sintió agotado. Pidió que le excusaran de participar en el banquete y de presenciar la pelea de gallos, y se despidió secamente. Pirak, el manang bali, sentíase henchido de benevolencias, ahora que había triunfado en todas las disputas. El doctor Adam no retornaría hasta pasado el monzón. Mientras el médico subía a su bote y ordenaba a los barqueros que se alejasen de allí, los ulus que había en la orilla le hacían señas de despedida con ademán poco convencido. Cuando la embarcación dobló el recodo, el bintang miró a Mudich y le preguntó:

—¿Cómo haber venido aquí el doctor Adam, si odiarnos tanto?