DOCE

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D +73.30.16 (RELOJ DE MISIÓN DEL SPARTAN-117) / A BORDO DE LA BANSHEE CAPTURADA, EN LAS INMEDIACIONES DEL PILLAR OF AUTUMN

La Banshee aullaba mientras atravesaba un valle estrecho y un terreno baldío, árido. La sombra de la nave de asalto corría por delante de ellos, como si estuviese ansiosa por llegar la primera al Pillar of Autumn. El Jefe Maestro sentía las ráfagas de aire que se alzaban en el morro de la nave, y que golpeaban contra su armadura. Le sentaba bien poder estar fuera de los retorcidos corredores y de los hacinados compartimentos, aunque fuera sólo durante un breve espacio de tiempo.

La primera señal de la presencia de la nave en la superficie del anillo fue el surco de un centenar de metros de profundidad que el casco del Autumn había excavado en la corteza de Halo. Empezaba en el punto en que el crucero había chocado contra el suelo, desaparecía en el lugar en que la nave había rebotado y reaparecía a medio kilómetro de distancia. Desde allí, el surco seguía en línea recta, tan rígido como una flecha, hasta el lugar donde la nave estelar descansaba, con la proa aplastada colgando al borde de un enorme precipicio. No era la única nave del área, ya que otros aparatos, pertenecientes al Covenant, también estaban presentes. No había, pues, ninguna razón para sospechar de la Banshee que se acercaba. Todavía no.

El Spartan, deseoso de que su acercamiento pareciese el habitual en un vehículo de aquellas características, escogió uno de los hangares de lanzadera vacíos que tenía la nave a estribor, e inició el descenso. La mala suerte hizo que el motor dejase de funcionar en el último momento y la Banshee se estampó contra el casco del Autumn. Aunque el Spartan logró saltar en el último momento, el caza extraterrestre cayó sobre las rocas. Para nada era la entrada discreta que había deseado. De todas formas, teniendo en cuenta los planes que Cortana tenía reservados, habrían advertido su presencia enseguida.

—Tenemos que llegar al puente —dijo Cortana—. Desde allí podremos usar los implantes neurales del capitán para iniciar la sobrecarga de los motores de fusión de la naves. Calculo que la explosión dañará los suficientes sistemas para provocar la destrucción del anillo.

—Eso no será un problema —confirmó el Spartan, mientras se dirigía a una de las esclusas de aire—. No sé quién es el mejor haciendo explotar cosas, si usted o yo.

En el mismo momento que salió de la esclusa, el detector de movimiento se llenó de puntos rojos; había algunos elementos hostiles desplazándose a su izquierda. La única pregunta era: ¿A qué se enfrentaba, al Covenant o al Flood? Si pudiese elegir, prefería al Covenant. Quizá, solo quizá, el Flood aún no había localizado esa nave.

El pasillo estaba cerrado hacia la derecha, por lo que no tenía más elección que girar a la izquierda, pero en lugar de caer bajo el ataque del Covenant o el Flood… el Spartan fue atacado por un puñado de centinelas.

—Oh, oh —musitó Cortana mientras el militar abría fuego—, parece que el vigilante sabe dónde estamos.

«Y me pregunto si sabrá qué tramamos», pensó el Jefe.

Uno de los robots estalló, otro cayó sobre la cubierta con un sonido metálico y el Jefe empezó a acribillar a un tercero.

—Sí, creo que quiere mi cabeza… aunque viene a por usted, realmente.

La inteligencia artificial no hizo ningún comentario mientras el tercer robot explotaba y el Jefe se desplazaba por el largo pasadizo, refugiándose en los hangares de las lanchas salvavidas. Aparecieron dos centinelas más, que también volaron por los aires y se convirtieron en chatarra.

Después de llegar al extremo del corredor, viró a la derecha y descubrió una escotilla de mantenimiento abierta. No era lo más ideal, ya que no le gustaba tener que desenvolverse en espacios tan estrechos, pero se metió dentro, se encontró en medio de un laberinto de conductos y erró un poco por ellos antes de descubrir una trampilla abierta sobre una cubierta. Un rebaño de formas infecciosas surgió de aquella abertura. Esto contestaba la pregunta del Spartan: parecía que los Flood ya habían localizado el Autumn, y que se habían instalado.

Musitó un juramento, reculó e hizo llover balas por la trampilla. Al ver un portador, supo que habría muchos más. Lanzó una granada de plasma por el hueco y se regocijó al oír la explosión subsiguiente.

Parecía que los conductos de mantenimiento no lo llevaban a donde quería ir, así que se dejó caer por la trampilla, aplastó un puñado de especímenes infecciosos y disparó contra otros dos. El pasillo estaba hecho un asco, con los mamparos bañados en sangre, pero estaba bien iluminado. Se lanzó hacia un armero colocado en una de las paredes, y recogió cuatro granadas de fragmentación además de más munición. Las guardó y siguió adelante.

Dos centinelas sacaron el morro tras una esquina, abrieron fuego con sus láseres, y recibieron su merecido.

—Debían estar buscándonos —apuntó Cortana—, pero estoy pensando que los han destinado aquí para contener al Flood.

La teoría tenía sentido, pero no servía de ninguna ayuda ya que el Jefe Maestro tenía que enfrentarse por igual a los centinelas, al Flood y al Covenant para recorrer los pasillos de la nave hasta llegar a las zonas más profundas y caóticas del Autumn, donde lo esperaba un contingente de Élites y Grunts para desayunárselo.

Había muchos, demasiados para encargarse de ellos únicamente con la arma de asalto, así que empezó con un par de granadas. Uno de los Élites quedó hecho pedazos por ambas explosiones, otro perdió una pierna y la onda expansiva hizo que un Grunt cruzara volando toda la habitación.

Se estaba cerrando el círculo… Había aplastado a tropas del Covenant antes del aterrizaje forzoso, y aquí estaban de nuevo. El enemigo nunca aprende.

Pero había un superviviente, un Élite bastante duro que le lanzó una granada de plasma y sólo falló por unos escasos centímetros. El Jefe Maestro se apartó a la carrera y ya estaba fuera del alcance de la explosión cuando el objeto estalló. El Élite embistió contra él, recibió buena parte de un cargador y por fin cayó sobre la cubierta, muerto.

No quedaba mucho para llegar al puente, quemado, donde un equipo de seguridad del Covenant seguía trabajando. Se había corrido la noticia: sabían que el humano estaba en camino, y abrieron fuego en el momento en que lo vieron.

El Spartan volvió a usar una granada y a continuación aplastó la cabeza de un Élite con el puño. La cabeza del extraterrestre se convirtió en pulpa y el cuerpo cayó al suelo, como si se tratase de una marioneta sin hilos. La armadura le daba la fuerza necesaria para darle la vuelta a un Warthog. De repente, cuando creía que la batalla ya había terminado, un Grunt le disparó por la espalda. Si le disparaba de nuevo, podría llegar a matarlo.

El tiempo pareció detenerse mientras el Jefe Maestro se volvía hacia la derecha.

El Grunt, que estaba escondido dentro de un compartimento de equipo, se quedó congelado al ver que el alienígena no sólo había sobrevivido a lo que debería haber sido un disparo mortal, sino que se daba la vuelta para enfrentarse a él. Estaban a un brazo de distancia, lo que se tradujo en que el Jefe Maestro alargó el suyo, arrancó el respirador del rostro de su atacante y cerró la puerta.

Se oyó un fuerte clic, seguido por unos golpes salvajes, mientras el Jefe se dirigía al lugar desde donde habitualmente el capitán Keyes emitía las órdenes. Cortana apareció sobre el panel de control que tenía delante. Dirigiera a donde dirigiese la vista, la inteligencia artificial sólo veía equipo quemado, manchas de sangre y visores destrozados.

Meneó la cabeza, triste.

—Salgo de casa unos días y mira lo que pasa. —Cortana se llevó una mano a su semitransparente frente—. No tardaremos mucho… Mira, esto tendría que darnos el tiempo suficiente para llegar a la lancha salvavidas, y poner algo de distancia entre nosotros y Halo antes de la detonación.

La siguiente voz que oyó el Spartan fue la de Chispa Culpable 343.

—Me temo que ésa no es una opción viable.

—Mierda —gruñó Cortana.

El Jefe alzó su arma, pero no había ni rastro del vigilante ni de los centinelas, aunque eso no evitaba que el robot siguiese hablándole al oído. La inteligencia artificial se había conectado a su sistema de comunicación.

—¡Es ridículo que le haya dado a su IA tanta cantidad de información! ¿No le preocupa que la capturen… o que la destruyan?

—Está en mi sistema de datos… Es una conexión local —indicó Cortana.

Aunque no estaba cerca del puente, el vigilante estaba a bordo de la nave y saltaba de un panel de control al siguiente, absorbiendo la información de los subprocesadores no sentientes de Cortana con la misma facilidad que pasaría el aspirador por unas cortinas.

—¡No se puede ni imaginar lo divertido que es esto! Tener información de todo el tiempo que hemos perdido… Oh, cómo disfrutaré categorizando cada momento. Me sorprende que quisiera destruir toda esta instalación, todos estos datos… Estoy casi sin palabras.

—Ha detenido la secuencia de autodestrucción —advirtió Cortana.

—¿Por qué sigue enfrentándose a nosotros, Reclamador? —preguntó Chispa—. ¡No puede vencer! Denos la inteligencia artificial… y me aseguraré de que su muerte sea poco dolorosa…

Las siguientes palabras de Chispa Culpable 343 desaparecieron, como si alguien hubiese apagado un interruptor.

—Al menos todavía tengo el control de los canales de comunicación —indicó Cortana.

—¿Dónde está? —preguntó el Jefe.

—Estoy detectando algunas presencias en toda la nave —contestó Cortana—. Seguramente se trata de centinelas. El vigilante… se encuentra en la sala de motores. Debe de estar intentando desconectar el núcleo. Incluso si pudiese volver a poner en marcha la cuenta atrás… No sé qué hacer.

El Spartan se quedó mirando el holograma, sorprendido… Eso la hacía parecer más humana.

—¿Cuánta energía necesitaría para romper uno de los escudos de los motores?

—No mucha… —contestó Cortana—. Quizá bastaría con una granada en el sitio adecuado.

Sacó una granada, la lanzó por los aires y la recogió de nuevo.

Los ojos de la inteligencia artificial se abrieron como platos y asintió.

—De acuerdo. Vamos a ello.

El Spartan se puso en marcha.

—Jefe! —gritó Cortana—. ¡Centinelas!

Las máquinas atacaron todas al unísono.

El comandante Silva estaba de pie, en posición de descanso, con los pies separados, las manos cogidas a la espalda. Observaba desde la altura las pistas de aterrizaje, donde los hombres que estaban a su cargo se afanaban con los últimos preparativos necesarios para el asalto de la nave del Covenant, el Truth and Reconciliation.

Quince Banshees, rescatadas de diferentes lugares en la superficie de Halo, ya una zona de guerra, esperaban la orden de despegue.

Los Pelicans, tres de los cuatro que los humanos todavía conservaban, hacían descender las rampas de acceso para que los marines, bien armados, subieran a bordo. Cada uno de los doscientos treinta y seis soldados supervivientes iba armado con armas adecuadas para la misión que los esperaba. Nada de largo alcance, como lanzacohetes o fusiles de precisión; sólo armas de asalto, escopetas y granadas, todas ellas letales en espacios cerrados, y efectivas tanto contra el Covenant como contra el Flood.

El personal naval, de los que quedaban setenta y seis, iba armado con fusiles y pistolas de plasma del Covenant; gracias a su peso ligero, además del hecho de que no necesitaban munición adicional, los marineros podían transportar consigo herramientas, comida y suministros médicos. Tenían órdenes de evitar el combate siempre que fuese posible y de que se concentrasen en controlar la nave. Dieciséis de ellos tenían habilidades consideradas críticas, por lo que a cada uno de ellos se les había adjudicado dos guardaespaldas.

Suponiendo que Cortana y el Jefe Maestro fuesen capaces de completar su misión, tomarían una de las lanchas salvavidas que aún quedaban en el Autumn y se reuniría con el Truth and Reconciliation en el espacio. Aunque a veces era un tanto molesta, el comandante estaba seguro de que Cortana sería capaz de pilotar la nave alienígena y llevarlos a casa.

Si eso fallaba, Silva esperaba que Wellsley, ayudado por el personal de la Marina, fuese capaz de hacer entrar el crucero en el espacio estelar, de vuelta a la Tierra. Ya había planeado completamente ese acontecimiento, junto con la ropa que llevaría y el discurso que tenía preparado, corto y emotivo.

Como si los pensamientos del comandante lo hubiesen convocado, Wellsley decidió interrumpir en ese momento los sueños del comandante. La inteligencia artificial, que viajaba en una matriz acorazada colgada del hombro de Silva, no se disculpó, como siempre.

—La teniente McKay ha contactado con nosotros, comandante. Fuerza 1 en posición.

Silva asintió, pero recordó que Wellsley no podía verlo.

—Bien. Ahora, si pueden seguir sin ser descubiertos las dos próximas horas, todo irá bien.

—Tengo toda mi confianza depositada en la teniente —contestó la IA.

El verdadero significado que implicaban esas palabras era evidente: si la inteligencia artificial tenía fe en McKay, eso significaba que le preocupaba todo lo concerniente al superior de la teniente. Silva suspiró. Si se hubiese tratado de un humano, haría tiempo que el comandante le habría enseñado cuál era su lugar. Pero Wellsley no era humano, no se le podía manipular de la misma forma que lo hacía con sus subordinados de carne y hueso pero, como el humano a partir del cual lo habían modelado, tenía la tendencia a decir todo lo que se le pasaba por la cabeza.

—Muy bien —empezó el comandante, todavía reacio—, ¿cuál es el problema?

—El problema —contestó Wellsley— es el Flood. Si el plan tiene éxito y conseguimos tomar el Truth and Reconciliation, seguro que a bordo habrá especímenes del Flood. Aún más, si nos basamos en la información que Cortana y yo hemos podido reunir, ésa es la única razón de que la nave permanezca donde está. Ya se han realizado todas las reparaciones que requería, y en estos momentos las tropas del Covenant están intentando esterilizar el interior de la nave antes de despegar.

—Eso contesta tu pregunta —dijo Silva, intentando contener su impaciencia—. Para cuando logremos dominar la nave, la mayor parte de los seres del Flood ya estarán muertos. Una vez estemos allí, enviaré equipos de rastreo y exterminio para localizar a los supervivientes. Con la excepción de unos cuantos especímenes, que se contendrán bajo vigilancia, el resto se enviará al espacio. ¿Contento?

—¡No! —contestó Wellsley con firmeza—. Si un portador escapase en la Tierra, el planeta entero estaría condenado. Esta amenaza es tan peligrosa como el Covenant, si no más. Cortana y yo estamos de acuerdo: no podemos permitir que ninguna forma de Flood salga de este sistema.

Silva miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oír lo que iba a decir y dejó que la furia tiñese su voz.

—Tanto tú como Cortana tenéis tendencia a olvidar algo muy importante… ¡soy yo quien está al mando aquí, no vosotros! Y os desafío a que en mis órdenes encontréis algo que se refiera a una amenaza mayor que la del maldito Covenant…

»Vuestro papel es aconsejarme; el mío es tomar las decisiones. Y creo que podríamos encontrar formas mejores de luchar contra el Flood si nuestros científicos contasen con especímenes vivos con los que experimentar. Más que eso, es necesario que los nuestros vean al nuevo enemigo, que sepan lo peligrosos que son, que crean que se les puede conquistar.

Wellsley consideró la opción de llevar el debate un paso más allá y señalar que la ambición de Silva le nublaba el juicio, pero decidió que sería una pérdida de tiempo.

—¿Es ésa su decisión final?

—Sí.

—Pues que Dios lo ayude —contestó la IA, seria—, porque si su plan fracasa, nadie más tendrá el poder para hacerlo.

El compartimento, un espacio que no había sido alcanzado aún por los combates, había servido en otro tiempo como una sala en la que los pilotos de los Longswords, los Pelicans y las lanzaderas podían prepararse. No había sufrido muchas modificaciones, sólo la instalación de algunos muebles para dormir, de una mesa con un poco de comida y de cajones con suministros, pero ahora servía como un cuartel general no oficial para las fuerzas del Covenant que se habían instalado a bordo del Pillar of Autumn.

Los oficiales al mando, o lo que quedaba de ellos, estaban sentados, adormilados, en las incómodas sillas alienígenas, muchos de ellos demasiado cansados para moverse; miraban a su líder, confundidos. Se llamaba ‘Ontomee, y estaba perplejo, frustrado y secretamente aterrorizado. La situación a bordo del Autumn se había deteriorado de forma trágica. A pesar de todos sus esfuerzos para detenerlo, el Flood seguía infiltrándose en la nave.

Aquellos seres asquerosos habían logrado controlar la zona de los motores de la nave cuando un nuevo enemigo, que era hostil al mismo tiempo contra el Covenant y contra el Flood, envió un ejército de robots voladores y se hizo con el control de la sala de motores.

Ahora, como para demostrar que ‘Ontomee estaba maldito de veras, había entrado en juego otra amenaza; el líder se mostraba reacio a compartir las noticias con los cansados Élites que tenía delante de él.

—Parece ser que un humano se ha estrellado con una Banshee contra el lateral de la nave —explicaba ‘Ontomee sin mucha convicción— y ha subido a bordo.

—¿Un humano? —preguntó un veterano llamado ‘Kasamee, frunciendo el ceño—. ¿Un humano solo? Con todos los respetos, Excelencia, un humano más o menos no supondrá mucha diferencia.

‘Ontomee tragó saliva.

—Sí, bueno, normalmente estaría de acuerdo contigo, pero se ve que este humano es poco habitual. En primer lugar, porque está provisto de una armadura especial; en segundo lugar, porque parece ser que tiene una misión; en tercer lugar, porque él solo ha matado a todos los miembros del Equipo de Seguridad 3, que tenían la responsabilidad de vigilar el puente de control y mando.

El oficial que respondía al nombre de Huki ‘Umamee, hasta entonces amodorrado, empezó a parecer interesado, aunque nadie más se dio cuenta de ello. Se irguió en la silla y prestó más atención. Como había decidido sentarse en la última hilera, a ‘Zamamee le costaba oír bien. Los otros siguieron conversando.

—¿Un humano ha logrado todo eso? —preguntó ‘Kasamee con un deje de incredulidad en la voz—. Casi parece imposible.

—Sí —coincidió ‘Ontomee—, pero lo ha logrado. Y no sólo eso, después de hacer lo que tuviese que hacer en el puente de mando, salió, y en estos momentos se encuentra en alguna otra parte de la nave. —El Élite examinó los rostros que tenía delante y preguntó—: ¿Quién tiene la pericia y el valor necesario para encontrar al alienígena y matarlo?

La respuesta llegó con una velocidad satisfactoria.

—Yo —dijo ‘Zamamee, poniéndose en pie.

‘Ontomee miró con dificultades a causa de la iluminación humana.

—¿Quién eres?

—‘Umamee —mintió el Élite.

—Ah, sí —contestó ‘Ontomee agradecido—. Un comando… Eres precisamente el tipo de soldado que necesitamos para acabar con ese gusano bípedo. La misión es tuya. Mantenme informado.

»Ahora, prestemos atención a estos nuevos mecanismos voladores que…

Más tarde, cuando la reunión ya había acabado, ‘Kasamee fue a buscar al joven oficial, para felicitarlo por su iniciativa. Pero, al igual que el humano al que el Élite debía localizar, el oficial había desaparecido.

El Jefe Maestro había logrado despejar la ruta de salida del puente y llegó a una serie de pasillos que desembocaban en más Flood; los acribilló. Cortana calculaba que podrían acceder a la sala de motores desde la zona de criogénesis. Hacia ella se dirigía el Jefe. El problema es que seguía encontrándose con portezuelas atrancadas, puertas cerradas y otros obstáculos que le impedían seguir una línea recta.

Después de cruzar una estancia larga y oscura llena de armas, el Jefe oyó sonidos de combate que venían de detrás de una escotilla cerrada. Se detuvo, oyó que los ruidos se apagaban y se deslizó hacia el pasillo. Los cuerpos lo cubrían todo. Él siguió caminando, pegado a un mamparo, hasta que vio unas espinas que sobresalían de un módulo de carga. ¡Un Hunter! O, para ser más exactos, dos, ya que siempre viajaban por parejas.

Como no llevaba consigo ningún lanzacohetes, el Jefe tuvo que ayudarse de las únicas armas pesadas que tenía: las granadas.

Lanzó dos granadas seguidas, con mucha rapidez, y vio cómo la mole con espinas se desplomaba. Oyó un rugido lleno de furia cuando el segundo Hunter lo embistió.

El Spartan disparó para frenar un poco al extraterrestre, se retiró tras la escotilla y dio gracias cuando la puerta se cerró. Esto le dio dos o tres segundos para afianzar los pies, sacar otra granada y prepararse para lanzarla.

La escotilla se abrió, la granada de fragmentación voló recta y la explosión dejó inconsciente a la bestia. La cubierta tembló cuando el cuerpo cayó al suelo. El Hunter intentó alzarse, pero cayó bajo una lluvia de balas perforadoras.

El Jefe se mantuvo alejado de la mole, abandonó la sala y corrió hacia el nuevo corredor. Mientras recorría los pasillos de la nave, no dejaba de ver mamparos salpicados de sangre, cuerpos muertos derrumbados en posturas imposibles, escotillas voladas, chispas saltando de cualquier caja de electricidad y una serie de pequeños incendios, que, gracias a la falta de materiales combustibles, parecían estar contenidos.

Delante de él oyó el sonido de armas automáticas y cruzó una nueva escotilla. En la siguiente sala, había un incendio en el punto en que dos tuberías atravesaban un conducto de mantenimiento. Estaba cerca de la sala de criogénesis, o al menos eso creía; tenía que encontrar una forma de entrar en ella.

No le hacía mucha gracia tener que cruzar las llamas de un salto a menos que fuese absolutamente necesario, así que decidió virar hacia la derecha. Los ruidos de combate aumentaron al abrir una puerta que daba a una estancia enorme, en la que un equipo completo de especímenes del Flood se enfrentaba contra un racimo de centinelas. Apoyó el arma al hombro y disparó: los centinelas cayeron al suelo, los portadores explotaron y todo el mundo empezó a dispararse unos a otros en una locura de rayos cruzados, proyectiles de 7,62 mm y agujas explosivas.

Cuando los robots ya habían quedado fuera de combate y la mayor parte del Flood había sido neutralizada, el Jefe pudo cruzar hasta el centro de la sala, subir una escalera y acceder a la pasarela superior. Desde esa posición privilegiada podía echar un vistazo a la sala de control del mantenimiento, donde un par de centinelas se afanaban en freír a un grupo del Flood, ninguno de los cuales se dejaría achicharrar sin plantar cara. Aquellos seres estaban demasiado ocupados para preocuparse por humanos que anduviesen sueltos, así que el militar lo aprovechó para cruzar la pasarela y entrar en la sala de control.

Enseguida se dio cuenta de que había sido un gran error.

Al principio no le iba tan mal, o eso parecía, ya que acabó con los dos centinelas y empezaba con el Flood. Pero cada vez que acababa con uno de los ejemplares, parecía que dos más ocupaban su lugar; se vio obligado de nuevo a ponerse a la defensiva.

Se retiró a la antecámara que estaba al lado de la sala de control. El humano no tenía otra opción que colocarse de espaldas a una escotilla cerrada. Los especímenes más grandes venían de dos en dos, de tres en tres… mientras que las formas infecciosas se acercaban en enjambres. Algunos de los ataques parecían ser espontáneos, pero la mayoría estaban coordinados: uno, dos o tres combatientes saltaban hacia adelante para morir bajo el atronador fuego del arma de asalto; caían cuando al Spartan se le acababa la munición, y en esos momentos los portadores aparecían en escena, tambaleándose.

Se colgó al hombro el fusil de asalto, agarró la escopeta, esperando encontrar un momento de calma para recargar, y abrió fuego sobre las abultadas monstruosidades antes de que estuviesen bastante cerca para que la explosión de sus cuerpos pudiese afectarlo.

A continuación, con las formas infecciosas que volaban en todas direcciones, era sólo cuestión de hacer limpieza, seguido de un esfuerzo desesperado por cargar ambas armas antes de que la siguiente oleada de criaturas intentase atropellarlo.

Se sumió en un ritmo constante de movimiento y disparos. Había conseguido atravesar la nave, cada vez más cerca de la zona de motores, deteniéndose sólo para disparar contra objetivos que veía claros. Después, con mucha rapidez, dejó caer el cargador, recargó las armas y siguió internándose en la nave.

El ruido generado por sus propios disparos resonaba en sus oídos, el vomitivo hedor de la sangre del Flood se le atascaba en la garganta y su mente se atontó a causa de la constante muerte.

Tras acabar con un equipo de combate del Covenant, se agazapó tras un puntal de soporte para colocar unos cuantos cartuchos más en la escopeta. Sin previo aviso, un combatiente le saltó a la espalda y le golpeó el casco con una gruesa llave inglesa. El escudo se le apagó a causa de la fuerza del golpe, lo que permitió que una forma infecciosa aterrizase en su visor.

Mientras intentaba recuperarse del impacto y agarraba el resbaladizo cuerpo de la forma infecciosa, el penetrador consiguió atravesar el sello del cuello, localizó la piel desnuda y la abrió de un tajo.

El Spartan gritó del dolor, sintió cómo el tentáculo le buscaba la columna vertebral y supo que todo se había acabado.

Aunque Cortana no podía agarrar un arma y matar ella misma a la criatura, tenía otros recursos y se apresuró a echar mano de ellos. Con cuidado, para no desperdiciar demasiada energía, la LA. recuperó un poco de energía de la armadura MJOLNIR y la usó para crear una descarga eléctrica. La forma infecciosa empezó a vibrar cuando notó que la electricidad la atravesaba. El Jefe se retorció mientras el penetrador hacía pasar un choque en su sistema nervioso; la vaina explotó y roció el visor del Spartan de sangre verde.

El Jefe podía ver lo suficiente para seguir luchando, y así lo hizo: mató con una ráfaga de balas al combatiente de la llave inglesa.

—Lo siento —dijo Cortana, cuando el Spartan logró despejar el área circundante—, pero no se me ha ocurrido otra cosa.

—Lo has hecho perfecto —contestó mientras recargaba el arma—. Ha estado muy cerca.

Pasaron dos o tres minutos antes de que acabara con el Flood, y él pudiese tomarse el tiempo necesario para quitarse el casco, arrancarse el penetrador de la piel y aplicarse una venda antiséptica antiadherente en la herida. Le dolía una barbaridad. El Spartan guiñó los ojos mientras se colocaba de nuevo el casco en la cabeza y sellaba de nuevo el traje.

Se detuvo para matar a un par de las formas infecciosas y siguió buscando un acceso a la zona de criogénesis. El Jefe atravesó más pasadizos, cruzó un laberinto de conductos de mantenimiento y fue a parar a un corredor; el suelo tenía una flecha roja pintada que decía: motores.

Por fin.

Ya no le preocupaba poder acceder a criogénesis, así que el oficial atravesó una puerta y fue a parar al primer pasillo que encontró bien iluminado, sin salpicaduras de sangre, sin cadáveres. Una serie de nuevos recodos lo llevó a una nueva escotilla.

—Hemos localizado la sala de motores —indicó Cortana.

El Spartan oyó un canturreo, y supo que Chispa Culpable 343 estaba cerca. Había empezado a atravesar la escotilla cuando Cortana gritó:

—¡Atención! El vigilante ha desactivado todos los controles de mando. No podemos reactivar la cuenta atrás. La única opción que nos queda es detonar los reactores de fusión de la nave. Eso debería causar suficientes daños para destruir Halo.

»No te preocupes… Tengo acceso a todos los planos y procedimientos de los reactores. Te guiaré. Primero tenemos que separar los empalmes de los tubos, lo que nos dejará libre un cañón que desciende directo al núcleo de fusión primario.

—Qué bien —comentó el Spartan—. Tenía miedo de que fuese complicado.

El Jefe volvió a abrir la escotilla, entró en la sala de motores y una forma infecciosa saltó a su peto.

El ataque al Truth and Reconciliation se realizó a una velocidad vertiginosa; un escuadrón de quince Banshees surgió aullando desde el sol, atacaron a un número similar de naves del Covenant asignadas a patrullar alrededor del acorazado y derribaron a la mitad durante los primeros sesenta minutos de combate.

Mientras los combates entre los cazas continuaban, el teniente Cookie Peterson y el resto de los pilotos de Pelicans soltaron a Silva, Wellsley y cuarenta y cinco marines bien armados sobre el hangar de lanzaderas de la nave enemiga. Los primeros soldados que bajaron de las rampas acabaron con el equipo del Covenant con una sola andanada de balas, aseguraron todos los accesos y enviaron un equipo de quince Helljumpers en busca de la sala de control.

Conscientes de que ocupar la sala de control no significaría nada a menos que también dominasen los motores, los humanos atacaron por tierra casi simultáneamente. Gracias a sus esfuerzos anteriores, cuando el Jefe Maestro y un grupo de marines se infiltraron en la nave, en busca del capitán Keyes, McKay conocía todo lo que habían averiguado durante la última misión, incluida una detallada descripción del ascensor gravitatorio, un vídeo de los corredores interiores y datos operativos que Cortana había robado de los sistemas de la nave.

No le sorprendió mucho que hubiesen triplicado la seguridad alrededor del ascensor tras la anterior incursión. Aunque McKay y su equipo habían logrado acercarse a metros de la colina donde estaba enfocado el campo de gravedad, aún tenían que encargarse de seis Hunters, doce Elites y un buen número de Grunts y Jackals antes de que pudiesen abordar la nave que tenían encima.

McKay se había adelantado al problema, y su equipo de quince personas iba equipado con ocho lanzacohetes, y todos apuntaban directamente a los Hunters.

Las Banshees pilotadas por Covenants acababan de ser atacadas; los monstruos de espinas estaban mirando hacia el cielo, casi vacío de nubes, cuando McKay dio la orden:

—¡Ahora!

Apretaron el gatillo de los ocho lanzacohetes al mismo tiempo y dispararon por segunda vez. Dieciséis proyectiles volaban hacia los extraterrestres. Antes de que los Hunters tuviesen ni siquiera la posibilidad de prepararse, una serie de estallidos rojos y anaranjados los hicieron saltar en pedazos.

Tres o cuatro Élites habían muerto durante el ataque inicial, lo que se traducía en que algunos de los supervivientes sirvieron de diana para dos nuevos misiles. Dejaron de existir en cuanto los proyectiles de 102 mm detonaron.

Los que sobrevivieron el bombardeo, no muchos, fueron derribados muy rápidamente cuando el resto del equipo lanzó granadas contra las posiciones enemigas a la vez que fuego automático. Sólo tardaron treinta y seis segundos en acabar con todos.

Pasaron un minuto subiendo a la carrera la colina y acabando con el vigilante que estaba arriba. Sólo había pasado un minuto y treinta y seis segundos cuando los humanos aparecieron en el interior del Truth and Reconciliation, liquidaron a los Grunts que estaban vigilando y desactivaron el ascensor.

Jenkins iba encadenado entre dos marines. McKay hizo una señal al trío para que avanzasen.

—Vamos, marines, tenemos que tomar la sala de motores… ¡todos en marcha!

Jenkins, o lo que quedaba de él, podía oler al Flood. Estaban allí, se escondían en la nave. Se retorció para intentar comunicárselo a McKay. Lo único que logró fue soltar una serie de gruñidos y gemidos Los humanos tenían la nave, pero también tenían algo más… Algo que podía matarlos a todos.

‘Zamamee empujó a Yayap al interior de la central de comunicaciones del Covenant, muy bien vigilada, y dejó que el Grunt se tomase unos segundos para mirar a su alrededor. Aquel espacio había albergado todo el equipo de comunicación asociado con los cazas auxiliares, las lanzaderas y los transportes del Pillar of Autumn. Habían arrancado todos los aparatos humanos para dejar espacio al equipo Covenant, pero casi todo el resto de los elementos seguían en la misma posición. Un equipo de seis técnicos de comunicación estaba trabajando, de espaldas al centro de la estancia, con los equipos colocados delante de ellos. Se oía el murmullo constante de las conversaciones a través de los altavoces que tenían encima, y alguno de ellos resonaba con el ruido del combate, mientras lanzaban órdenes y recibían informes.

—Aquí estarás sentado tú —explicó el Élite, señalando hacia una silla vacía—. Lo único que tienes que hacer es escuchar a las comunicaciones que lleguen, anotar los informes sobre el humano y pasarme esa información por radio.

»Estamos seguros de que tiene un objetivo. En el momento en que sepamos hacia dónde se dirige, yo estaré allí para recibirlo. Sé que preferirías estar presente a la hora de matarlo, pero eres el único en quien puedo confiar para realizar el trabajo de comunicación. Espero que lo comprendas.

Yayap, que no quería acercarse ni de lejos al humano, intentó parecer contrito.

—Realizaré mi tarea, Excelencia, y me regocijaré en el triunfo del equipo.

—¡Ése es el espíritu! —exclamó ‘Zamamee para transmitirle coraje—. Sabía que podía contar contigo. Ahora siéntate ante esa consola, colócate esos auriculares y prepárate para tomar notas. Sabemos que ha abandonado lo que los humanos llaman «el puente», que ha luchado en un lugar cercano a la sala de control de mantenimiento y que la última vez que lo vio se dirigía hacia la sala de motores. En estos momentos no tenemos soldados en esa zona, pero eso no importa, ya que el verdadero reto está en descubrir adonde se dirigirá a continuación. En cuanto me des esa información, llevaré a mi equipo de combate al lugar indicado y el humano caerá en la trampa. El resto será muy sencillo.

Yayap recordó sus encuentros previos con el humano, sintió que un escalofrío le recorría toda la espalda y se sentó. Algo le decía que cuando llegase el momento del enfrentamiento final entre el humano y el Élite podía ser muchas cosas, menos sencillo.

La escotilla de la sala de motores se abrió, una forma infecciosa saltó a la cara del Jefe Maestro y él le disparó un cuarta parte del cargador. Eran muchas más balas de las necesarias para un solo objetivo, pero el recuerdo de cómo el penetrador se había deslizado por debajo de su piel aún seguía fresco en su mente y no quería volver a tener ninguna de esas vainas cerca de su cara nunca más, especialmente cuando aún tenía un agujero en el sello del cuello. El indicador rojo del navegador señalaba el camino que tenía que seguir: debía ascender por una escalerilla que lo llevaría al otro extremo de la enorme estancia.

Avanzó hacia una plataforma elevada, pasó corriendo al lado de unos paneles de control y pasó agachado por una escotilla que lo llevaría al Nivel 2. Siguió una pasarela que desembocaba en un área abierta, y después una nueva escalerilla que subía al Nivel 3. Estaba a punto de llegar arriba del todo cuando dos combatientes cayeron bajo la fuerza de sus atinados disparos. Recogió la munición y las granadas de estas criaturas y siguió.

—No es aceptable, Reclamador —entonó Chispa Culpable 343—. Debe entregarnos el objeto.

El Jefe ignoró al vigilante, subió hasta el Nivel 3 y encontró una fiesta de bienvenida organizada por el Flood. Abrió fuego, bajo el que cayeron dos combatientes y un portador, y reculó para recargar.

Con un nuevo cargador en posición, volvió a abrir fuego, partió al monstruo más cercano por las rodillas y lanzó una granada en medio de la multitud que tenía delante, que explotó y los envió al infierno.

Unas ráfagas rápidas de fuego automático le bastaron para acabar con los supervivientes y permitirle llegar al otro extremo de la pasarela. Un grupo de formas del Flood lo esperaban allí para darle la bienvenida, que se convirtió rápidamente en un ataque lleno de determinación mientras él corría por el acero resbaladizo a causa de la sangre y atravesaba la puerta que había al final de la rampa.

Avanzó por la pasarela del Nivel 3 y enseguida empezó a encajar disparos. Se desató un caos total: los centinelas disparaban contra el Flood, el Flood contra los centinelas, y todos querían un pedazo de él. Era importante estar concentrado en la misión, así que el Spartan se deslizó temerariamente hacia el panel de control más cercano. Lo colocó en posición de «Abierto» y oyó cómo la señal de alarma sonaba, seguida de la voz de Cortana.

—¡Bien! ¡Hemos completado el primer paso! Ahora tiene vía libre para disparar contra el reactor de fusión. Necesitamos una explosión catalizadora que desestabilice el campo de contención magnético que rodea la célula de fusión.

—Vaya —comentó el oficial, mientras saltaba sobre una repisa de cemento reforzado y notaba cómo empezaba a moverse—, y yo que creía que sólo tenía que tirar una granada en un agujero.

—Eso es lo que he dicho.

El Jefe sonrió, socarrón, mientras aparecía una ranura rectangular muy brillante; lanzó una granada a la abertura.

La explosión que se produjo lanzó pedazos de metal requemado alrededor del compartimento, lleno de humo.

«Una ya está. Quedan tres», se dijo el Spartan mientras los centinelas le disparaban y los rayos láser le golpeaban el pecho.

Gracias a la naturaleza del ataque, tan rápida como un rayo y muy bien coordinada, los humanos tenían el control sobre más del ochenta por ciento del Truth and Reconciliation, y se preparaban para el despegue. Se ocuparían de las secciones que no estaban bajo su control más adelante. Hacía rato que no habían tenido contacto con Cortana, y Silva pretendía ir sobre seguro. Si Halo estaba a punto de explotar, prefería estar lejos cuando eso sucediese.

La sala de control del acorazado era presa de una actividad frenética mientras Wellsley se enfrentaba contra el ordenador de navegación no sentiente de la nave, el personal de la Marina se esforzaba por familiarizarse con el funcionamiento de los sistemas de control alienígenas y Silva se regocijaba por su último triunfo. El ataque había sido tan rápido, tan efectivo, que los Helljumpers habían logrado capturar un ser que se llamaba a sí mismo «Profeta», y que alegaba ser un miembro importante de la clase gobernante del Covenant. Ahora estaba encerrado, y se convertiría en un nuevo elemento del retorno triunfal de Silva a la Tierra. El oficial sonrió mientras se soltaban las amarras gravitacionales de la nave, el casco se balanceó ligeramente y empezaron las últimas comprobaciones antes de emprender el vuelo.

A muchos pisos por debajo, McKay sintió que alguien le golpeaba el brazo.

—¿Teniente? ¿Dispone de un segundo?

Aunque no estaban en la misma cadena de mando, la capitana de corbeta Gail Purdy sobrepasaba en rango a la marine, que contestó:

—Sí, señora. ¿En qué puedo ayudarla?

Purdy era una oficial de ingeniería, uno de los dieciséis que iban acompañados por guardaespaldas; los dos estaban de espaldas a ella. La oficial era de mediana edad, corpulenta y pelirroja. Los ojos reflejaban seriedad, y estaban clavados en los de McKay.

—Acérquese. Quiero enseñarle algo.

McKay siguió a la otra oficial hasta una tubería alargada que servía de puente para el hueco de un metro de largo que había entre dos instalaciones. Jenkins, cuya única opción era ir a donde fueran los marines que lo vigilaban, se vio obligado a seguirlas.

—¿Lo ve? —preguntó la oficial de la Marina, señalando la tubería.

—Sí, señora —contestó McKay, preguntándose qué relación podría haber entre ese tubo y ella.

—Es un punto de acceso entre los conductos de fibra óptica que enlazan la sala de control con los motores —explicó la ingeniera—. Si algo cortara esa conexión, los generadores de energía se desatarían. Quizá haya otra forma de transferir la energía, pero aún no lo hemos encontrado. Teniendo en cuenta que el veinte por ciento de la nave aún está bajo el control del Covenant, le sugiero que aposte una guardia en esta parte del equipo hasta que todo el Covenant esté encerrado.

La sugerencia de Pirdy tenía la fuerza de una orden.

—Sí, señora. Me ocuparé de ello.

La oficial de la Marina asintió en el mismo momento en que la cubierta se sacudía, lo que obligó a las dos mujeres a agarrarse al canal de fibra. Dos personas cayeron al suelo. Purdy sonrió.

—Bastante burdo, ¿eh? El capitán Keyes la dominaría perfectamente.

A Silva no le preocupaba el dominio completo de los controles de la nave mientras llegaban las últimas cargas de personal de la UNSC al hangar de lanzaderas, aseguraban los Pelicans y cerraban las puertas externas. El Truth and Reconciliation empezó a separarse de Halo, que seguía agarrándolo con fuerza.

No, Silva estaba satisfecho pudiendo alejarse de la superficie, sentir cómo la cubierta vibraba al ritmo de los motores, que se esforzaban por elevar incontables toneladas de peso muerto a pesar de la atracción de la gravedad del anillo hasta el punto en que la nave quedaría liberada.

Espoleado por la vibración o quizá sólo cansado de esperar, el Flood escogió ese momento para atacar la sala de motores. Un conducto de ventilación se abrió de golpe, una avalancha de formas infecciosas brotaron de él y cayeron bajo un fuego instantáneo.

Jenkins se volvió loco: empezó a retorcerse, a farfullar incoherentemente mientras los marines intentaban mantenerlo bajo control.

El combate duró menos de un minuto; todas las formas del Flood fueron aniquiladas, sellaron el conducto y colocaron la puerta en su sitio. Pero el ataque sirvió para confirmar la preocupación que ya sentía McKay. El Flood era como un virus extremadamente mortal, y era de ingenuos pensar que podían controlarse con algo que no fuese la exterminación total. La marine usó su posición como segunda al mando para conectar con Silva e informarlo del ataque. Acabó diciendo:

—Es evidente que la nave sigue infectada, señor. Sugiero que comprobemos y esterilicemos hasta el último centímetro cuadrado antes de elevarnos.

Negativo, teniente —contestó Silva con firmeza—. Tengo motivos para creer que Halo estallará enseguida. Además, quiero conservar algunos especímenes, así que debería hacer todo lo posible para capturar algunos de esos cabronazos.

La teniente tiene razón —intervino Wellsley con voz fría—. El riesgo es demasiado grande. Le sugiero que lo reconsidere.

Mi decisión es definitiva —bramó Silva—. Ahora vuelvan a sus deberes. Es una orden.

McKay rompió la conexión. Ser militar incluía muchas virtudes, al menos en su mente, y la más importante de ellas era la lealtad. Pero no era una lealtad sólo hacia el Ejército, sino a los miles de millones de gente que habitaba la Tierra; ella tenía que responder directamente a ellos. Ahora se enfrentaba a un dilema entre la disciplina militar, que era el elemento que lo mantenía todo unido, y el propósito de todo… ¿Qué debía hacer?

La respuesta, aunque pareciera extraño, le llegó de Jenkins. Éste había escuchado su parte de la conversación y empezó a retorcerse. El movimiento cogió a uno de los guardias por sorpresa. Éste cayó cuando Jenkins saltó en dirección de la conexión de fibra óptica, y aún estaba intentando ponerse en pie cuando el combatiente se quedó sin cadena de la que tirar. Unos segundos después los marines tenían a Jenkins bajo control.

No había logrado hacer lo que sabía que era lo correcto, y con las cadenas aún bien apretadas, Jenkins miraba a McKay con ojos implorantes.

McKay se dio cuenta de que la decisión estaba en sus manos, y que aunque suponía un horror que iba más allá de lo que cualquier persona pudiese imaginar, era algo muy sencillo. Tan sencillo que incluso Jenkins, tan grotescamente alterado como estaba, sabía hacía dónde caía su lealtad.

Poco a poco, la marine cruzó la cubierta hasta el punto en que se encontraba el guardia, le ordenó que se tomase un descanso, miró a su alrededor y preparó una granada. Jenkins, que seguía siendo incapaz de hablar, formó con los labios la palabra «gracias».

Silva estaba demasiados pisos por encima para sentir la explosión o para oír la detonación, aunque fuese amortiguada, pero fue testigo en primer plano de los efectos.

—¡Los controles no funcionan! —gritó alguien.

La cubierta se inclinó y el Truth andReconciliation cayó hacia atrás. Wellsley hizo un último comentario:

—Le has enseñado bien, comandante. Puedes estar orgulloso.

La proa se hundió, una serie de explosiones recorrieron todo el casco y la nave, al igual que todos los que iban a bordo, dejó de existir.

¿Estás seguro? —preguntó ‘Zamamee. Su voz sonaba distorsionada tanto por el efecto de la radio como por la estática.

Yayap no estaba seguro de nada, aparte de que los informes que oía eran cada vez más negativos, ya que las fuerzas del Covenant caían bajo el poderoso fuego del Flood y los centinelas. El Grunt sentía como una piedra en la base del abdomen, y empezaba a tener náuseas.

Pero contar eso no serviría de nada, y menos con alguien como ‘Zamamee. Así que decidió mentir:

—Sí, Excelencia. Basándome en los informes y mirando los planos que tenemos aquí, en el centro de comunicaciones, parece que el humano sólo podrá salir por la escotilla E-l 17, recorrer el trayecto hasta el ascensor V-1269 y subir hasta un corredor de servicio de Clase 7 que recorre la nave por el centro.

Buen trabajo, Yayap —contestó el Elite—. Nos ponemos en marcha.

Por motivos de los que no acababa de estar seguro, y a pesar de sus muchos fracasos, el Grunt empezaba a sentir un extraño afecto hacia el Élite.

—Vaya con cuidado, Excelencia. El humano es extremadamente peligroso.

No te preocupes —repuso ‘Zamamee—. Tengo una sorpresita para nuestro adversario. Una cosita que equilibrará las fuerzas. Te llamaré en cuanto esté muerto.

—De acuerdo, Excelencia —contestó Yayap. A continuación oyó un chasquido y supo que sería la última vez que oiría la voz del oficial. No porque creyese que ‘Zamamee fuese a morir, sino porque creía que todos se encaminaban a la muerte.

Por eso el diminuto alienígena anunció que se tomaba un descanso, salió del centro de comunicaciones y nunca volvió.

Poco después cargó comida y metano suficiente para un día en un Ghost, condujo el vehículo lejos del Pillar of Autumn y enseguida encontró lo que buscaba: la sensación de paz. Por primera vez en muchos días, Yayap se sentía feliz.

Cuando la última granada estalló, el Jefe Maestro notó que la tubería sobre la que se encontraba empezaba a vibrar, al mismo ritmo que los reactores, y Cortana gritó a sus oídos.

—¡Ya está! Los motores entrarán en estado crítico. Tenemos quince minutos para salir de la nave. Deberíamos salir afuera y llegar al ascensor de la tercera cubierta. Nos llevará a un corredor de servicio de Clase 7 que atraviesa toda la nave a lo largo. ¡Deprisa!

El Jefe saltó sobre la plataforma del Nivel 3, acabó con un combatiente y se giró hacia la escotilla de su derecha. La atravesó, corrió a lo largo de la pasarela hasta una segunda puerta que se abría en el área que daba directamente ante el gran montacargas.

El Jefe oyó que la maquinaría rechinaba, por lo que supuso que había disparado algún sensor, y esperó a que llegase el elevador. Por primera vez en muchas horas no había ninguna amenaza cerniéndose sobre él, ningún peligro inminente, y el Spartan se permitió relajarse un momento. Fue un error.

—Jefe! —gritó Cortana—. ¡Atrás!

Gracias al aviso ya estaba reculando por la escotilla cuando apareció el ascensor… y el Élite sentado en la torreta de plasma abrió fuego.

El oficial de operaciones especiales Zuka ‘Zamamee disparaba un Shade. El cañón de energía ocupaba casi toda la plataforma, y dejaba poco espacio para los Grunts que lo habían ayudado a colocar el arma encima del ascensor. El rayo azul chocó contra la escotilla que empezaba a cerrarse y destrozó media puerta.

Sintió un momento de euforia mientras las ondas de energía volaban hacia su objetivo. La victoria estaba a punto de ser completa, y podría recuperar su honor. Después ya trataría con ese molesto Grunt, Yayap.

Iba a ser un día glorioso.

—¡Mierda! —exclamó el Jefe—. ¿De dónde ha salido eso?

—Parece que alguien le ha seguido la pista —contestó Cortana—. Ahora prepárese… Tomaré el control del ascensor y haré que descienda. Usted debe lanzar un par de granadas en el hueco.

‘Zamamee vio que el rayo de energía acertaba en la escotilla, sintió un momento de regocijo cuando el humano escapó a toda prisa y la plataforma se detuvo.

El Élite había disparado de nuevo, voló lo que quedaba de la puerta tras la que se refugiaba el humano cuando oyó un chasquido: volvía a descender.

—¡No! —gritó, convencido de que uno de los Grunts era responsable de ese movimiento repentino; se desesperó porque el humano se escapase de nuevo de sus garras. Pero era demasiado tarde y los pequeños alienígenas no podían hacer nada para evitar que el ascensor siguiera descendiendo.

Entonces, mientras su objetivo desaparecía de su vista y ‘Zamamee abroncaba a sus subordinados, dos granadas cayeron encima de ellos, rodaron por el suelo y explotaron.

La fuerza del estallido elevó el Élite sobre su asiento, lo que le permitió ver una última vez a su adversario, y lo hizo caer. Golpeó la plataforma con un golpe seco, oyó cómo algo se rompía y se dispuso a ver por primera vez el paraíso.

Cortana hizo ascender de nuevo el ascensor. El Jefe Maestro tuvo que adentrarse en la plataforma salpicada de entrañas y dejó que lo llevara hasta el corredor de servicio que había arriba. Cortana aprovechó para avanzar en el plan de huida.

—Cortana a Echo 419. Contesta, Echo 419.

Te recibo, Cortana —contestó Foehammer, desde algún punto por encima de ellos—. Te oigo perfectamente.

El Jefe Maestro oyó una serie de explosiones que hacían que el ascensor temblase, y supuso que la nave empezaba a desmoronarse. No podía esperar al momento en que se librase de él.

—Los motores del Pillar of Autumn están llegando al punto crítico, Foehammer —continuó Cortana—. Requiero extracción inmediata. Prepárate para recogernos en el punto de acceso externo 4C, tan pronto como recibas mi señal.

Afirmativo. Echo 419 a Cortana… Las cosas se están poniendo peliagudas allí abajo. ¿Va todo bien?

—¡Negativo, negativo! —dijo la LA. cuando el ascensor volvió a tambalearse—. El núcleo de fusión de la nave está desestabilizado, sin control. Los motores deben de haber sufrido más daños de lo que imaginábamos.

La plataforma se detuvo con un golpe brusco y un fragmento de chatarra cayó del techo.

—Tenemos seis minutos antes de que los conductos de fusión estallen —le dijo la IA al Spartan—. ¡Tenemos que salir ya! ¡La explosión generará una temperatura de al menos un millón de grados! ¡No esté aquí cuando explote!

Era un consejo excelente. El Jefe Maestro cruzó una escotilla y llegó a un compartimento lleno de Warthogs, cada uno de ellos aparcado en su plaza. Escogió uno que se encontraba cerca de la entrada, saltó al asiento del conductor y sintió cierto alivio cuando el vehículo se puso en marcha.

La cuenta atrás que Cortana proyectaba en la pantalla interior de su HUD no sólo corría… sino que corría muy rápido, o eso le parecía al Jefe, que maniobraba para salir del garaje, giraba a la izquierda para evitar otro Warthog que estaba ardiendo y se lanzaba sobre una avalancha de tropas del Covenant y del Flood. Un Élite cayó bajo los enormes neumáticos, lo que hizo que el vehículo se tambalease. La rampa que iba a continuación estaba repleta de formas infecciosas, que estallaron como petardos cuando el humano aceleró; algunos rayos de plasma intentaban alcanzarlo por la espalda. Siguió con prudencia, para no cometer un error que le hiciera perder un tiempo precioso, y levantó el pie del acelerador al llegar a la parte superior de la rampa.

Ante él continuaba un largo pasillo, con pasarelas a ambos lados, un puente para peatones en la distancia y un estrecho túnel de servicio justo delante. Un par de formas de Flood estaban situadas justo delante de las entradas y dispararon contra él. El Jefe hizo avanzar el Warthog y se metió dentro de la abertura.

La rampa volvía a bajar. El Spartan frenó, y se alegró ya que algo explotó y lanzó metralla justo delante de él. El Jefe alzó el pie del pedal del freno, convirtió un portador en fosfatina y lanzó el todoterreno hacia la siguiente rampa.

Emergió del túnel inferior y, al ver una barrera delante de él, viró a la izquierda y recorrió todo lo largo de la pared. Vio una rampa estrecha, aceleró para ascender por ella y saltó por encima de un par de huecos… aunque si hubiese sabido que existían nunca se habría atrevido a hacerlo. Sintió el cambio de rasante, frenó cautelosamente y se alegró al volver a dirigir el Warthog dentro de otro corredor de servicio.

Delante de él tenía un grupo de Flood, y los aplastó bajo las ruedas.

—Lo has hecho muy bien en la última sección —observó Cortana, admirada—. ¿Cómo sabías que había que saltar?

—No lo sabía —contestó el Jefe Maestro, mientras el todoterreno surgía del túnel y se volvía a meter en otro.

—Ah.

Ese pasillo estaba vacío, lo que permitió al Spartan a acelerar mientras conducía el Warthog hacia un corredor más grande. El Warthog dio un salto en el aire y el Jefe apretó a fondo el pedal; intentaba ganar algo de tiempo.

El corredor era largo, y estaba tranquilo y despejado, pero los condujo hasta un infierno de metal volando por los aires, seres del Flood asesinos, centinelas con sus láseres; todos querían acabar con él mientras se detenía, vislumbraba una rampa elevada a la izquierda y viraba hacia ella bajo rayos de energía que chocaban contra la superficie de su armadura y exploraban el interior del vehículo.

El Spartan intentó controlar el Warthog cuando uno de los neumáticos pisó un pedazo de metal y amenazó con lanzarlos a todos sobre el caos que se había desencadenado abajo. Fue difícil, con el fuego llegándole de todas las direcciones posibles, pero el Jefe realizó las maniobras adecuadas, bajó la rampa, giró a la izquierda y se encontró en un enorme túnel con pilares centrales que se perdía en la distancia.

Avanzó, esquivando todas las columnas, intentando ir lo más rápido posible, atropelló a un grupo del Covenant que luchaba contra el Flood, recibió los disparos de unos centinelas y dirigió el todoterreno hacia una nueva área exterior, que también contaba con una barrera.

Una serie de explosiones hicieron que la valla que tenía delante se llenase de llamas y humo. El Warthog estuvo a punto de volcar.

Una vez hubo salido de la rampa, las cosas fueron un poco más sencillas: el Spartan entró en un túnel enorme, aceleró durante todo el recorrido, frenó al llegar a un área abierta e hizo que el vehículo se adentrase en un corredor de servicio más pequeño. Algunas formas infecciosas hacían ruidos al explotar cuando los neumáticos las aplastaban. El motor gruñía, y el Jefe estuvo a punto de fastidiarlo todo al salir del túnel a demasiada velocidad. Se dio cuenta de que había otro pasadizo que avanzaba por debajo de la superficie y dio un volantazo que no sólo hizo que las ruedas delanteras se resintiesen, sino que estuvo a punto de hacer volcar el Warthog. Logró que el todoterreno se mantuviese en pie pisando el freno en el último momento, aunque también gracias a la buena suerte. Acto seguido, el Jefe Maestro enfiló hacia una plataforma elevada, un laberinto de columnas.

Se cagó en todo ya que tenía que avanzar sorteando obstáculos, y, mientras, todos los extraterrestres, todos los monstruos y todos los robots que contaban con un arma aprovechaban para practicar su puntería con él. A continuación llegó a un nuevo camino, que se extendía en línea recta, tuvo que hundirse de nuevo en un corredor de servicio y salir de nuevo por una rampa hasta llegar a un túnel de tamaño considerable. Cortana aprovechó para pedir de nuevo la evacuación.

—¡Cortana a Echo 419! ¡Requerimos extracción ahora mismo! ¡Ya!

Afirmativo, Cortana —contestó la piloto, mientras el Jefe Maestro aceleraba para llegar a un paso elevado.

—¡Espera! ¡Detente! —ordenó Cortana—. Aquí es donde nos recogerá Foehammer. Mantén la posición.

El Spartan frenó, oyó el siseo de las comunicaciones por radio y vio que un transporte de la UNSC se acercaba por su izquierda… Pero el Pelican dejaba detrás de sí una estela de humo. El motivo era evidente: una Banshee se había colocado detrás del transporte e intentaba alcanzar uno de los motores de la nave. Se produjo un destello de luz cuando el generador de energía de estribor recibió un impacto y se incendió.

El Jefe se imaginaba la situación de Foehammer a los controles, luchando por salvar su nave, sin perder de vista el paso elevado.

—¡Arriba! ¡Arriba! —gritó el Spartan, esperando que pudiese enderezar la nave, pero era demasiado tarde. El Pelican perdía altura, pasó por debajo del paso en que se encontraba él y desapareció de la vista. Oyeron la explosión tres segundos después.

¡Echo 419! —gritó Cortana. Y, al no recibir respuesta, confirmó—: Ha muerto.

El Jefe Maestro recordaba la alegre voz que le hablaba por radio, las incontables ocasiones en que la piloto le había salvado el culo a alguien, y sintió una gran pena.

Se produjo una larga pausa mientras la LA. se conectaba a los sistemas de la nave que aún seguían en funcionamiento.

—Hay un Longsword aparcado en el Hangar 7. ¡Si nos ponemos en marcha ya podemos llegar a tiempo!

La goma chirrió contra el suelo cuando el Jefe pisó a fondo el acelerador, condujo el Warthog hacia una escotilla, lo hizo descender una rampa y entrar en un túnel. Unas enormes columnas marcaban el centro del paso, y una serie de rejillas cóncavas hicieron que el todoterreno se tambalease antes de volver a asentarse sobre el pavimento. Las explosiones hacían que la metralla saltase por ambos lados del túnel y casi hacían imposible oír lo que decía Cortana, que hablaba de algo sobre «toda velocidad» y un agujero que había a continuación.

El Spartan apretó el acelerador a fondo, pero el resto era más cuestión de suerte que de habilidad. El Jefe Maestro hizo que el Warthog ascendiese por una rampa. Sintió que el estómago le daba un vuelco cuando el todoterreno saltó por el aire, cayeron dos o tres niveles, aterrizaron con un fuerte topetazo, derraparon y se detuvieron.

El Jefe luchó con el volante para que el morro volviese a apuntar en la dirección correcta y echó un vistazo a la cuenta atrás. 01:10:20. Aceleró y el Warthog dio un salto hacia adelante, recorrió un túnel estrecho y frenó un poco cuando descubrió un conjunto de barreras que bloqueaban la carretera. Ése no era el único problema… Toda el área estaba repleta de combatientes del Covenant y del Flood. El Jefe Maestro saltó fuera del coche y empezó a correr, acribillando por el camino a un Élite que tuvo la mala suerte de querer impedirle el paso.

El caza estaba justo delante de él, esperando a que subiera a bordo; sólo tenía que bajar por una escalerilla. Los rayos de plasma pasaban silbando por encima de su cabeza, las explosiones lo llenaban todo de restos destrozados… y por fin llegaron. Las botas resonaron contra el suelo metálico mientras entraba en la nave.

La rampa se alzó a tiempo, justo cuando se acercaba una multitud de Flood. El Longsword tembló con una nueva explosión que hizo que todo el Pillar of Autumn se sacudiese. El Spartan avanzó tambaleándose. Pasaron unos segundos preciosos mientras se sentaba en el asiento del piloto, ponía en marcha los motores y tomaba los controles.

—Allá vamos.

El Jefe usó los propulsores de la nave para alzar el Longsword de la cubierta. Hizo que la nave girara en dirección contraria a las agujas del reloj y apretó el acelerador. La fuerza de la gravedad lo presionó contra el asiento; el caza salió del hangar y se dirigió hacia la atmósfera.

Yayap ya había llegado al pie de las colinas, oyó una serie de explosiones amortiguadas y se dio la vuelta a tiempo de ver cómo brotaban unas flores anaranjadas a todo lo largo del maltratado casco del Autumn.

Cuando el núcleo de fusión del crucero rebasó el punto crítico, un sol compacto nació sobre la superficie de Halo. La esfera termonuclear abrió un cráter de cinco kilómetros en el material superdenso del anillo y lanzó oleadas de presión de una gran fuerza a todo lo largo de la estructura. A ambos lados de la explosión, la bola de fuego allanó y esterilizó el terreno. En unos minutos, el núcleo de color amarillo y blanco había consumido todo lo que se podía quemar, se colapso y se apagó.

La estructura del anillo seguía rotando, pero era incapaz de mantener las fuerzas que se arracimaban alrededor de aquel punto debilitado, por lo que empezó a desmoronarse. Grandes pedazos de escombros salieron disparados hacia el espacio, mientras aquella sección del anillo de cinco kilómetros de ancho del casco del mundo anillo era seguida por una cantidad todavía mayor de metal, tierra y agua, y se producía una cascada de explosiones, terroríficamente silenciosas.

Un pitido insistente empezó a sonar para acompañar las palabras temperatura de motores crítica que se iluminaban en el panel de control.

—Apáguelos —dijo Cortana—. Los necesitaremos después.

El Jefe Maestro se incorporó para apretar unos cuantos interruptores, se levantó del asiento y llegó al mirador a tiempo de ver cómo el último pedazo intacto del casco de Halo se partía por la mitad, con un movimiento lento que parecía salido de un ballet.

Por algún motivo pensó en la teniente Melissa McKay, en sus ojos verdes, tranquilos, y en que no había podido conocerla bien.

—¿Alguien más ha escapado?

—Escaneando —contestó la IA. Se calló, y el Spartan pudo ver cómo los datos atravesaban el terminal principal. Unos segundos después volvió a hablar, con la voz extrañamente serena—: Sólo queda polvo y reverberaciones. Somos los únicos.

El Spartan se estremeció. McKay, Foehammer, Keyes y todos los demás muertos. Igual que los niños con que se había criado. Igual que una parte de sí mismo.

Cuando Cortana habló fue como si la IA tuviese que justificar lo que había sucedido.

—Era nuestra obligación… por la Tierra. Hemos derrotado a todo un ejército del Covenant. Y el Flood… No teníamos elección. Con Halo, hemos acabado.

—No —contestó el Jefe, sentándose de nuevo tras los controles del Longsword—. Aún quedan soldados del Covenant ahí fuera. La Tierra sigue en peligro. Acabamos de empezar.