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D +68.03.27 (RELOJ DE MISIÓN DEL SPARTAN-117)/SALA DE CONTROL DE HALO
La amplia plataforma que se alzaba sobre el negro abismo de la sala de control se le antojaba pequeña y demasiado limitada al Jefe Maestro mientras lo atacaban desde todas direcciones al mismo tiempo. Rayos energéticos de un tono rojo rubí siseaban, el aire se llenaba del olor del ozono y los centinelas voladores planeaban en círculos, buscando un punto débil en su armadura. Lo único que necesitaban era un golpe certero, una oportunidad para derribarlo, y podrían hacerse no sólo con su cabeza, sino también con el índice.
Las habilidades de intrusión de Cortana eran mucho menos convencionales desde que habían aterrizado en Halo. Le había sorprendido que usara el sistema de comunicación de su armadura como módem para proyectarse sobre los ordenadores de la sala de control. Estaba igual de poco preparado para su súbito retorno. Tras pasar tanto tiempo en los enormes sistemas del anillo, la sentía mucho más grande. Examinó durante un segundo su extraño comportamiento: su sequedad, el temperamento airado.
No tenía tiempo de diagnosticar cuál era el «estado mental» de Cortana. Aún tenía que completar una misión: proteger a Cortana y mantener a Chispa alejado del índice. El Spartan empezó a moverse, consciente de que la pasarela no tenía barandillas y de lo fácil que sería caer al vacío. Esto hacía mucho más complicado acertar a sus objetivos, pero había visto a los Flood derribar algunos centinelas, e imaginaba que si esas formas de combate podían lograrlo, él también. Decidió encargarse en primer lugar de las máquinas que volaban más cerca del suelo.
Se aseguró de lanzar ráfagas certeras contra cada uno de sus objetivos. El fusil de asalto escupió las balas y el más cercano explotó. Cambió el arma y cogió la escopeta, y siguió disparando metódicamente. Introdujo un nuevo cartucho en la cámara y disparó: gracias al amplio radio de alcance que tenían los cartuchos, la escopeta demostró enseguida que era un arma muy efectiva contra los centinelas.
Una de las máquinas explotó, otra golpeó contra la cubierta con un estruendo metálico y una tercera cayó hacia el oscuro abismo, dejando tras de sí una estela de humo.
Después de esto el combate fue más fácil, ya que le disparaban cada vez menos, y el Jefe pudo derribar a tres robots más en una rápida sucesión de disparos.
Empezó a moverse, recargando la escopeta mientras avanzaba. Una máquina, especialmente persistente, aprovechó ese momento para acertarle en la espalda tres veces, lo que disparó la alarma auditiva e hizo descender sus escudos hasta el límite.
En la escopeta sólo le quedaban cuatro cartuchos, pero el Jefe se dio la vuelta, hizo explotar al robot en el aire y giró para darle a otro. Con el arma en ristre, realizó un giro completo, intentando localizar más objetivos. No quedaba ninguno.
—Bueno —musitó, mientras bajaba la escopeta y la cargaba con más cartuchos—, no me lo digas… Deje que lo adivine. Tiene un plan.
—Sí —contestó Cortana con un tono descarado—, tengo un plan. No podemos dejar que el vigilante active Halo. Tenemos que detenerlo… Tenemos que destruir Halo.
El Spartan asintió y flexionó los hombros, que estaban entumecidos.
—¿Y cómo lo haremos?
—Según mi análisis de los datos disponibles, creo que el mejor modo de proceder es un poco arriesgado.
«Como siempre», pensó el Jefe.
—Una explosión de una envergadura suficiente ayudará a desestabilizar el anillo —explicó Cortana—, y destruirá un gran número de sistemas primarios. Nuestro objetivo es lograr una detonación a larga escala. Los reactores de fusión de una nave estelar en punto crítico podrían servirnos.
»Averiguaré dónde se estrelló el Pillar of Autumn. Si sus reactores de fusión siguen relativamente intactos, los podríamos usar para destruir Halo.
—¿Eso es todo? —preguntó secamente el Spartan—. Parece un paseo. Por cierto, me alegro de tenerla otra vez conmigo.
—Yo me alegro de estar otra vez con usted —contestó Cortana.
El Jefe Maestro sabía que lo decía en serio. Aunque había diversos biosentientes humanos que ella consideraba sus amigos, el vínculo que compartía con el Spartan era único. Mientras compartieran la armadura, compartirían su destino. Si él moría, ella moría. No hay relaciones mucho más dependientes que ésa, y a Cortana aquello le parecía a la vez maravilloso y aterrador.
Las pisadas de las botas del Spartan sonaban apagadas mientras éste se acercaba a las enormes puertas y pulsaba el interruptor. Se encontraba en uno de los rincones del gran espacio que se abría ante él, y se quedó observando mientras los dos grupos de enemigos se enfrentaban entre ellos e iban mermando su número. Cuando el último robot se estrelló contra el suelo, aún quedaban dos Elites en pie. El Jefe Maestro tendría que encargarse de ellos.
El soldado del Covenant descubrió al humano, vio que era éste el que tendría que acercarse a ellos y lo esperó. El Jefe se aprovechó de la poca cobertura que había y descendió a lo largo de la estancia. Sólo le quedaba medio cargador de munición dentro del fúsil de asalto, así que no tenía más opción que encargarse de ellos con la escopeta. A esa distancia, no era el arma ideal.
Disparó un par de cartuchos para captar su atención, esperó a que los Élites se acercaran y lanzó una granada de plasma en el hueco que quedaba entre los dos. La explosión mató a uno de esos seres e hirió al otro. Un simple disparo con la escopeta bastó para acabar con él. Cruzó por encima de los cadáveres a grandes zancadas, pero aprovechó para cambiar su arma de asalto por un fusil de plasma.
Le quedaba por recorrer un trayecto corto a través de una habitación vacía y de nuevo saldría por la cúspide de la pirámide. Había oscurecido ya, y una nueva capa de nieve había cubierto el suelo desde el momento en que el oficial se había abierto camino hacia la sala de control desde el valle que ahora lo esperaba debajo.
Había algunos vigilantes, pero todos ellos estaban de espaldas a la puerta metálica, y no se molestaron en darse la vuelta hasta que ésta estuvo medio abierta. Entonces vieron al humano, reaccionaron, aunque tardíamente, y empezaron a disparar. El Jefe ya estaba preparado, y los derribó con su arma de energía. Los Élites se retorcieron y cayeron, y rápidamente los siguieron los Jackals y los Grunts.
La violencia acabó tan súbitamente como había empezado. La nieve que caía en espiral sobre la única figura que seguía en pie empezó la larga y ardua tarea de cubrir todos los cuerpos con una manta blanca y mostrar una imagen irreal de paz.
Cortana aprovechó la momentánea pausa para poner al Spartan al día sobre su plan.
—Las máquinas de estos cañones son los mecanismos primarios de disparo de Halo. Están formados por generadores de pulso de tres fases que amplifican la señal de Halo y le permiten alcanzar con sus disparos hasta lo más profundo del espacio. Si conseguimos estropear o destruir los generadores, el vigilante deberá repararlos antes de poder usar Halo, y esto nos debería conseguir algo más de tiempo. Voy a marcar la posición del generador más cercano con un punto de navegación. Necesitamos avanzar para neutralizar ese aparato.
—Entendido —contestó el Jefe, mientras descendía por la primera rampa, hacia la plataforma que lo esperaba abajo. De nuevo el elemento sorpresa jugaba a su favor. Había matado a dos Élites, cazado a dos Jackals antes de que lograsen huir y se había cargado a un Grunt que había aparecido justo por debajo de él.
El viento silbaba alrededor de ese costado de la pirámide. El Spartan dejaba un camino de huellas mientras avanzaba hasta el lugar en que la rampa se unía a la pasarela del siguiente nivel. Cruzó hasta el otro lado de la estructura y se enfrentó a dos Elites que acababan de subir por la siguiente rampa y doblaban la esquina tras la que se encontraba él.
Sólo tuvo tiempo de disparar más y más, intentando sobrecargar la armadura del Covenant. Si los alienígenas hubiesen estado más lejos no lo habría logrado, pero las ráfagas de plasma les acertaban de cerca, y eso marcó la diferencia. El primer Élite emitió un balbuceo mientras caía; el segundo intentó esquivar un disparo, pero le voló media cara. Se llevó las manos al rostro, se dio cuenta de su estado y estaba a punto de gritar cuando un rayo de energía le arrebató la vida.
—Espere, deberíamos pilotar una Banshee de ésas —le indicó Cortana cuando el Spartan se disponía a descender hasta el valle—. La necesitaremos para llegar a tiempo a los generadores de pulso. —Como muchas de las sugerencias de la inteligencia artificial, era más sencillo decirlo que hacerlo, pero el Jefe Maestro siempre escogía la opción más rápida y valoró la posibilidad de hacerlo.
Al salir de la pirámide, veía montones de tropas del Covenant, pero ninguno de los seres del Flood, y se vio embargado por una extraña sensación de alivio. Los combatientes del Covenant eran duros, pero él podía llegar a comprenderlos, y eso disminuía su aprensión.
Al fusil de plasma alienígena le faltaba la precisión de una pistola M6D o de un fusil de francotirador, pero el Jefe hizo lo que pudo para encargarse de algunos de los Covenant que tenía delante. Lamentablemente, sólo había podido acertar a tres extraterrestres cuando llamó la atención de un tanque Wraith, además de la de más tropas. No podía hacer nada más que recular por la ladera.
El Wraith, que lo bombardeaba con su plasma, evitó que otras fuerzas del Covenant lograran acercarse a él. Esa ventaja no le duraría mucho, y eso suponía que tenía que encontrar nuevas armas o municiones, y que tenía que encontrarlas ya.
Aunque no hubiera señales de actividad de los Flood, sí que había algunos cadáveres medio congelados desparramados por el terreno, lo que sugería que había tenido lugar una escaramuza significante en las últimas dos horas. Los Flood normalmente llevaban las armas de sus víctimas, por lo que el Jefe corrió de cuerpo a cuerpo, buscando lo que necesitaba. Durante unos segundos parecía que la búsqueda era inútil, hasta que descubrió una serie de M6D, pistolas de energía, cuchillos de combate y otros equipos… De todo excepto lo que realmente necesitaba.
Entonces, cuando ya casi había perdido la esperanza, vislumbró unos centímetros de tela militar debajo de un combatiente muerto. Apartó el Elite mutado y sintió un entusiasmo creciente. ¿Estaría cargado el lanzacohetes? Si lo estaba, era su día de suerte.
Una comprobación rápida le bastó para asegurarse de que el arma estaba cargada, y, como para demostrar que los golpes de suerte vienen de tres en tres, encontró un par de cargadores a unos metros de distancia.
Armado con el lanzacohetes, estaba preparado para ponerse manos a la obra. El Wraith suponía la amenaza más importante, así que decidió encargarse de él en primer lugar. Tardó un tiempo en recorrer de nuevo la ladera de la pirámide, en busca de un punto desde el que poder disparar, pero al fin lo encontró. El monstruo se acercaba peligrosamente. Disparó un par de cohetes al tanque de mortero y lo vio explotar.
Hizo caer los tubos de los obuses ya usados, recargó el lanzacohetes y cambió su objetivo. Dos nuevos proyectiles salieron disparados y detonaron en medio de equipos del Covenant. Se dejó caer, y dejó a un lado el lanzacohetes: tenía una cantidad limitada de munición y una vez que la había empleado no tenía más remedio que volver al valle inferior y acabar el trabajo de la forma difícil.
Se acercó silenciosamente a un par de Élites apostados junto a una Banshee. Cayeron bajo dos golpes mortales que les destrozaron la columna vertebral; el Jefe superó sus cuerpos caídos. Inspeccionó los controles de la Banshee mientras Cortana recuperaba los archivos que los chicos de información habían preparado, basados en los exámenes que habían realizado a los aparatos capturados.
Activó el generador de energía. Se preguntó por qué los extraterrestres no le habían atacado con la nave, pero se sentía agradecido de que no lo hubiesen hecho. Echó un vistazo al panel de control. El Jefe Maestro no había pilotado antes uno de esos cazas, pero estaba entrenado para pilotar la mayoría de las naves atmosféricas y espaciales de la UNSC, así que, entre su propia experiencia y los archivos técnicos que le ofrecía Cortana, le fue relativamente fácil dominar los controles. Se tambaleó un poco en el despegue, pero no pasó mucho tiempo antes de poder estabilizar el vuelo y hacer ascender la Banshee.
Estaba oscuro y seguía nevando, lo que se traducía en una visibilidad pobre. Mantenía la vista fija en el señalizador de navegación que Cortana había proyectado en su HUD y en el panel de instrumentos. El diseño era diferente, pero los indicadores de dirección y de altura no diferían mucho de lo que debían ser, y permitían que el humano mantuviese la orientación.
El caza alcanzó una buena velocidad, y como el siguiente valle estaba bastante cerca, en poco tiempo el Spartan pudo vislumbrar la plataforma que estaba sobre un saliente del barranco, además del fuego enemigo que se alzaba para darle la bienvenida. Parecía que se había corrido la voz, y que el Covenant no quería visitas.
En lugar de aterrizar con el fuego alrededor, decidió dar un par de vueltas ametrallándolos antes. Voló bajo y usó los cañones de plasma y de combustible de la Banshee para barrer la plataforma de centinelas antes de frenar para lo que esperaba que fuese un aterrizaje sin enemigos a la vista.
La Banshee chocó contra la plataforma, dio un salto y se detuvo. El Jefe desmontó, cruzó una escotilla y se introdujo en un pasadizo.
—Tenemos que interrumpir el flujo de energía del generador de pulso —lo informó Cortana—. He ajustado su sistema de escudos para que liberen una descarga electromagnética que destruya el generador… pero tendrá que meterse dentro del flujo para poner en marcha la descarga.
El Jefe Maestro se detuvo ante la siguiente escotilla.
—¿Que tendré que hacer qué?
—Tendrá que meterse dentro del flujo para poner en marcha la descarga —repitió la inteligencia artificial con toda naturalidad—. La descarga electromagnética debería ser capaz de neutralizar el generador.
—¿Debería? —preguntó el Jefe—. ¿De qué bando está?
—Del suyo —replicó con firmeza Cortana—. Estamos juntos en esto, ¿recuerda?
—Sí, lo recuerdo —gruñó el Spartan—, pero no es usted la que acaba con heridas.
La IA decidió permanecer en silencio mientras el Jefe atravesaba la escotilla, se detenía para ver si alguien quería comprobar si llevaba invitación y siguió al indicador de navegación hasta la cámara situada en el centro del edificio.
Una vez allí resultaba imposible no reconocer el generador de pulso. Era de una tonalidad blanca tan intensa que el visor se oscureció automáticamente para proteger la vista del Spartan. Y no era sólo eso, ya que el Jefe podía sentir cómo crepitaba el aire a su alrededor mientras se acercaba a las estructuras de guías en forma de letra delta, y se preparaba para atravesarlas.
—¿Tengo que entrar aquí dentro? —preguntó de nuevo el Jefe Maestro, acuciado por las dudas—. ¿No hay una forma más sencilla de suicidarse?
—Estará bien —contestó Cortana, intentando calmarlo—. Estoy casi segura.
El Spartan se dio cuenta del «casi», apretó los dientes y se lanzó al interior de la cegadora luz. La respuesta fue casi instantánea: se produjo algo parecido a una explosión, la luz empezó a latir y, como consecuencia, el suelo empezó a temblar. El Jefe se dio prisa en apartarse, sintió una ligera succión pero consiguió liberarse. Cuando lo logró, se dio cuenta de que los escudos habían quedado vacíos. La piel le ardía, como si hubiese sufrido quemaduras solares.
—El centro del generador de pulso está apagado —informó Cortana—. Buen trabajo.
Apareció un nuevo escuadrón de centinelas. Se deslizaron por la cámara del generador de pulso estropeado como buitres, se desplegaron y barrieron el área con sus rayos de energía de color rubí. Los vigilantes no sólo intentaban reparar el daño causado, también buscaban el Indice.
Pero el Jefe ya sabía cómo ocuparse de aquellas máquinas asesinas y empezó a esquivar sus láseres mientras las destruía una tras otra. El aire se espesó a causa del olor a ozono, y él logró retirarse. Recorrió de nuevo el conducto por el que había entrado, hasta llegar a la plataforma donde lo esperaba la Banshee.
—El segundo generador de pulso está localizado en un cañón cercano —anunció Cortana—. Póngase en marcha y le indicaré la posición en el navegador cuando nos hayamos acercado.
El Jefe Maestro lanzó la Banshee hacia una ancha loma, hacia el siguiente objetivo.
Al faltarles la refrigeración necesaria para preservarlos, los cadáveres depositados sobre las mesas de metal ya habían empezado a corromperse. El hedor obligó a Silva a respirar por la boca cuando entraba en la morgue improvisada y esperaba a que McKay empezara su informe.
Seis Helljumpers, armados hasta los dientes, estaban alineados en una de las paredes, preparados para responder en el caso de que uno o más de los seres del Flood volviesen a la vida. Parecía poco probable, a juzgar por la cantidad de daños que había sufrido cada uno de esos cadáveres, pero aquellas criaturas habían demostrado que eran muy resistentes y que tenían una alarmante tendencia a reanimarse.
McKay, que aún intentaba recuperarse de que más de quince marines hubiesen perdido las vidas bajo su mando en un solo combate, estaba pálida. Silva la comprendía, incluso la compadecía, pero no podía permitirse expresar aquellos sentimientos. No tenían tiempo para el duelo, para dudar de sí mismos, para culparse. El comandante de la compañía tenía que hacer lo que había hecho, es decir, tenía que tragárselo todo y seguir adelante. Hizo un gesto frío con la cabeza.
—¿Teniente?
McKay tragó saliva, intentando contener las náuseas que sentía.
—Señor, sí, señor. Es evidente que aún desconocemos muchas cosas, pero basándonos en nuestras observaciones durante el vuelo y la información que hemos adquirido de los prisioneros del Covenant, esto es todo lo que sabemos. Al parecer, el Covenant llegó aquí en busca de «reliquias sagradas», aunque creemos que con eso se refieren a tecnología útil, y se encontraron con una forma de vida a la que se refieren como «el Flood». —Hizo un gesto señalando a las criaturas tumbadas sobre las tablas—. Éstos son los especímenes del Flood.
—Encantadores —murmuró Silva.
—Por lo que hemos podido deducir —continuó McKay—, los Flood son una forma de vida parasitaria que ataca a los seres sentientes, les borra las mentes y controla sus cuerpos. Wellsley cree que Halo fue construido para albergarlos, para mantenerlos bajo control, pero no tenemos ninguna prueba directa de ello. Quizá Cortana y el Jefe puedan confirmar nuestros descubrimientos cuando podamos volver a contactar con ellos.
»El Flood se manifiesta de varias formas; para empezar tenemos a éstos —siguió McKay, usando su cuchillo de combate para pinchar una de las formas infecciosas, ahora flácida—. Como puede ver, tiene tentáculos a modo de piernas, además de un par de penetradores muy afilados. Los usa para invadir el sistema nervioso central de la víctima y controlarlo. Al final, consiguen abrirse camino dentro del cuerpo anfitrión y habitan dentro de él.
Silva intentó imaginarse qué debía de sentirse y un escalofrío le recorrió toda la columna, aunque su aspecto externo se mantuvo inmutable.
—Por favor, continúe.
—Sí, señor. —McKay se desplazó hasta la siguiente mesa—. Esto es lo que el Covenant llama un «combatiente». Como puede comprobar por lo que le queda de cara, éste era un humano. Creemos que era una técnico de armas de la Marina, a juzgar por los tatuajes que aún se le distinguen en la piel. Si mira por el agujero del pecho, podrá ver los restos de la forma infecciosa, que se había deshinchado hasta llegar al tamaño necesario para encajar entre el corazón y los pulmones.
Silva no quería mirar, pero sabía que tenía que hacerlo, y se acercó lo suficiente para ver un cuero cabelludo lleno de arrugas, del que colgaban aún algunos mechones de pelo aislados. Sus ojos catalogaron todo un circo de horrores: la piel de aspecto enfermizo; los ojos, alarmantemente azules, desorbitados, en respuesta a dolores inimaginables; la boca retorcida, sin dientes; el agujero ligeramente arrugado hecho por una bala de 7,62 mm en la mejilla derecha; el cuello lleno de bultos y de pinchazos; el pecho huesudo, partido por la mitad de manera que los senos flácidos de la mujer colgaban a ambos lados; el torso, asquerosamente retorcido, agujereado por tres heridas de bala; los brazos fibrosos, delgados; los dedos, todavía gráciles, en uno de los cuales aún lucía un anillo.
El comandante no dijo nada, pero su cara debió de reflejar todo lo que sentía, ya que McKay hizo un gesto de asentimiento.
—Es bastante horrible, ¿verdad, señor? Ya había visto gente morir con anterioridad, señor… —Tragó saliva y meneó la cabeza— pero nunca nada igual.
»Un triste consuelo es que las víctimas del Covenant no tienen un aspecto mucho mejor. Esta soldado iba armada con una pistola, seguramente la suya propia, pero parece que los Flood son capaces de recoger y usar cualquier arma que puedan conseguir. Y no sólo eso; también son capaces de golpear de forma muy violenta, casi letal.
»La mayor parte de los combatientes parecen ser derivados de los humanos o los Élites —continuó McKay, mientras se dirigía a la última mesa—. Sospechamos que consideran a los Grunts y a los Jackals demasiado pequeños para convertirse en material de combate de primera clase, y por eso los usan como una especie de núcleo alrededor del cual puede crecer la forma portadora. Es difícil de asegurar mirando sólo el montón de desperdicios que tiene en esta mesa, pero esta forma contenía cuatro de las infecciosas, y cuando reventó, la fuerza de la explosión dejó sin sentido al sargento Linden.
Eso, o la imagen mental que sugería aquella explicación, sirvió para que los Helljumpers, alineados en la pared posterior, sonriesen nerviosos. Parecía que les gustaba la idea de que alguien le diese una lección a Lister.
—¿Wellsley les ha hecho pruebas a todos éstos? —preguntó Silva, ceñudo.
—Sí, señor.
—Excelente. Buen trabajo. Que incineren los cadáveres, envíe a estos soldados a la superficie, a tomar un poco de aire fresco, y venga a mi despacho dentro de una hora.
—Sí, señor —asintió McKay.
Zuka ‘Zamamee esta tumbado boca abajo sobre la tierra endurecida y usaba su monocular para observar el Pillar of Autumn. No tenía mucha vigilancia, ya que el número de soldados del Covenant había disminuido demasiado, pero el Consejo había reforzado las fuerzas de seguridad como consecuencia del ataque humano; eso se demostraba por la presencia de Banshees, Ghosts y Wraiths que patrullaban el área circundante a la nave derribada. Yayap, al lado del Elite, no tenía el mismo aparato y tenía que confiar en su propia vista.
—Este plan es una locura —le dijo ‘Zamamee a media voz—. Debería haberte matado hace mucho.
—Sí, Excelencia —coincidió pacientemente el Grunt, sabiendo que sólo hablaba por hablar. La verdad era que su oficial temía volver a bordo del Truth and Reconciliation, y no tenía otra opción que aceptar el plan de Yayap, sobre todo si se tenía en cuenta que no había sido capaz de diseñar uno propio.
—Repítemelo todo otra vez —le ordenó el Élite—, para asegurarme de que no cometes errores.
Yayap observó el lector que llevaba en la muñeca. Le quedaban dos, quizá dos unidades y media de metano, antes de que se vaciasen los tanques y se ahogase, pero parecía que ese problema no preocupaba para nada al Élite. Estaba tentado de desenfundar la pistola, dispararle a ‘Zamamee en la cabeza y poner en práctica su estrategia por su cuenta. A pesar de todo, estar acompañado por aquel soldado tenía sus ventajas, además de la vertiginosa sensación de poder que le daba el haberlo amenazado y haber sobrevivido. A pesar de tener todo esto en mente, Yayap consiguió evitar caer en el pánico y eliminar una creciente sensación de rencor.
—Claro, Excelencia. Como bien sabe, los planes sencillos en muchas ocasiones son los mejores; por eso hay muchas posibilidades de que éste funcione. Ante la posibilidad de que el Consejo de Maestros esté buscando a Zuka ‘Zamamee, escogerá una de la identidades de los oficiales que murieron en el campamento humano y la asumirá.
»Así, conmigo a su lado, nos presentaremos al oficial a cargo de la vigilancia de la nave alienígena, le explicaremos que nos tomaron prisioneros después del ataque, pero que logramos escapar.
—¿Y después qué? —preguntó inquieto el Élite—. ¿Y si envían mi ADN para hacer una comprobación?
—¿Por qué debería hacer eso? —objetó con paciencia el Grunt—. Les faltan efectivos, y casi gracias a los Grandes, les llega un Élite. ¿Correría usted el riesgo de que asignaran a otra posición este gran descubrimiento? No, creo que no. En circunstancias como ésta, aprovecharía la oportunidad de unir a sus filas un guerrero tan capaz y daría las gracias por esa bendición.
Sonaba bien, sobre todo lo del «guerrero tan capaz», por lo que ‘Zamamee se mostró de acuerdo.
—Vale. ¿Y después qué?
—Después, si es que hay un después —explicó Yayap cansinamente—, se nos tendrá que ocurrir otro plan. Mientras, esta iniciativa nos asegurará comida, bebida, y metano.
—Muy bien —concluyó ‘Zamamee—, montemos en la Banshee y hagamos nuestra aparición.
—¿Seguro que ésa es la mejor opción? —preguntó con tacto el Grunt—. Si llegamos en una Banshee, el oficial al mando puede preguntarse por qué tardamos tanto en informar de nuestra llegada.
El Élite miró el camino que les quedaba por delante, una caminata larga y dura, suspiró y consintió.
—De acuerdo. —Recuperó un poco de su antigua arrogancia—. ¡Pero tú llevarás mi equipo!
—Claro —dijo Yayap, poniéndose en pie—. ¿Alguien lo dudaba?
El prisionero había intentado suicidarse dos veces; por eso el interior de la celda estaba vacío, y había vigilancia a todas horas. Aquella criatura que antes había sido el soldado Wallace A. Jenkins se sentó en el suelo, con las dos muñecas atadas a una argolla que tenía justo encima de la cabeza.
La mente Flood, que la humana seguía considerando como «el otro», había estado callada durante mucho tiempo, pero seguía notando su presencia, ceñuda, en un rincón de su cognición, enfadada pero debilitada. Las bisagras rechinaron cuando la puerta de metal se abrió. Jenkins se giró para mirar, y vio a un sargento entrar en la estancia, acompañado por una mujer.
El soldado sintió una embargadora sensación de vergüenza, e hizo lo que pudo para escapar. Antes de que los soldados lo atasen de muñecas al muro, Jenkins había gesticulado para que le consiguiesen un espejo. Un cabo, cargado de buenas intenciones, le trajo uno, lo sostuvo ante el rostro devastado del soldado y se asustó mucho cuando intentó gritar. Hizo su primer intento de suicidio treinta minutos después.
McKay observó los labios secos y cuarteados del prisionero, y supuso que debía de tener sed. Pidió un poco de agua, cogió la cantimplora que le ofrecían y cruzó la celda.
—Con todos mis respetos, señora, creo que no debería hacer eso —dijo, cautelosamente, el sargento—. Estos mamones son increíblemente violentos.
—Jenkins es un soldado del Cuerpo de Marines de la UNSC —replicó con firmeza McKay— y debe referirse a él como tal. Tendré en cuenta su advertencia, de todos modos.
A continuación, como si fuese una maestra que tratase con un niño recalcitrante, sostuvo la cantimplora de forma que Jenkins pudiese verla.
—¡Mira! —dijo, haciendo que el agua sonase—. Si te comportas bien te daré un sorbo.
Jenkins intentó advertirla, decirle: «¡No!», pero en lugar de eso se oyó a sí mismo farfullar. Envalentonada por esto, McKay desenroscó el tapón de la cantimplora, avanzó tres pasos y estaba a punto de inclinarse cuando el combatiente atacó. Jenkins sintió cómo se le rompía el brazo derecho cuando la cadena lo detuvo, y se enfrentó a sí mismo para evitar que el otro agarrase a la oficial con una tijera.
McKay se retiró justo a tiempo para evitar las piernas de su oponente.
Se oyó un chasquido: el vigilante acababa de dejar entrar una bala en la cámara de la pistola y estaba preparado para disparar.
—¡No! —gritó McKay, y alzó una mano. El sargento obedeció, pero mantuvo el arma apuntando a la cabeza del combatiente.
»De acuerdo —dijo McKay, mirando directamente a los ojos de la criatura—, lo haremos a tu manera. Pero, quieras o no, tendremos que hablar.
Silva ya había entrado en la celda y estaba de pie tras la teniente. El sargento percibió la señal que el comandante le hizo con la cabeza y se retiró a una esquina, con el arma aún preparada.
—Me llamo Silva —empezó el comandante—, y ya conoces a la teniente McKay. Primero, déjame decirte que los dos sentimos mucho lo que te ha sucedido, entendemos cómo te sientes y nos ocuparemos de que recibas los mejores cuidados médicos que pueda dispensar la UNSC. Pero primero tenemos que lograr salir con vida de este anillo. Creo que ya sé cómo hacerlo, aunque nos llevará algo de tiempo, y tenemos que mantenernos en esta meseta hasta que estemos listos para efectuar el siguiente paso. Aquí es donde te necesitamos a ti. Sabes dónde estamos… y sabes cómo se desplaza el Flood. Si estuvieses en mi posición, si tuvieses que defender la base contra el Flood, ¿adonde dirigirías todos los esfuerzos?
El otro usó su mano derecha para agarrar la izquierda, tirar de ella y mostrar una astilla de hueso quebrado. Después, como para usarla a modo de cuchillo, el combatiente se proyectó hacia adelante. Las cadenas lo impidieron. Jenkins sintió un dolor indescriptible y empezó a perder la consciencia, pero logró recuperarse.
Silva miró a McKay y se encogió de hombros.
—Bueno, ha valido la pena intentarlo, pero parece que ya está demasiado lejos.
Jenkins casi esperaba que el otro intentara atacar de nuevo, pero, al haber compartido el dolor del humano, la conciencia extraña decidió que había llegado el momento de retirarse. El humano pudo resurgir en la superficie, emitió una serie de sonidos aullantes y señaló con la mano que aún tenía entera a la bota derecha de Silva.
El oficial miró a su bota, frunció el ceño y estaba a punto de decir algo cuando McKay le tocó el brazo.
—No señala su bota, señor, sino hacia abajo… al área que hay debajo de la meseta.
Silva sintió que algo frío le atravesaba las venas.
—¿Es eso cierto, hijo? ¿El Flood puede estar justo debajo de nosotros?
Jenkins asintió con énfasis, puso los ojos en blanco y siguió emitiendo sonidos nauseabundos.
El comandante movió la cabeza y se puso en pie.
—Gracias, soldado. Comprobaremos el sótano y volveremos a hablar contigo un poco más.
Pero Jenkins no quería hablar, sólo quería morir, aunque a nadie le importaba. Los otros salieron, la puerta se cerró con un chasquido y el marine se quedó solo, con un brazo roto y el alienígena que habitaba en su cabeza. De alguna forma, sin llegar a morir, había sido condenado al infierno.
Como para confirmar esa conclusión, el otro surgió a la superficie, tiró de las cadenas y empezó a golpear contra el suelo con los pies. Había tenido comida delante de él, la comida se había ido y seguía hambriento.
El Jefe Maestro siguió el trayecto que le señalaba el indicador, aterrizó la Banshee robada en una plataforma y entró en el complejo a través de una puerta sin vigilancia. Oyó los ruidos del combate antes de verlo, atravesó el túnel que lo separaba de él y echó un vistazo a través de la siguiente puerta. Como había sucedido antes, el Covenant estaba demasiado ocupado enfrentándose al Flood, y viceversa, así que dejó que los dos grupos redujeran sus efectivos antes de abandonar la seguridad del pasadizo y proceder a limpiar la zona.
A continuación, ansioso por rellenar sus suministros, el Spartan recorrió toda la zona y acabó con un arma de asalto, una escopeta y unas cuantas granadas de plasma. Aunque no le gustaba pensar en su procedencia, estaba contento de poder desembarazarse del armamento del Covenant que había llevado hasta ese momento y poder agarrar algunas armas de verdad de la UNSC.
Ya se había encargado del primer generador de pulso, y estaba dispuesto a acabar con el segundo, así que se dirigió a su objetivo. Entró en el rayo, vio el destello de luz, sintió cómo temblaba el suelo y estaba a punto de salir cuando el Flood lo atacó desde todas direcciones.
No había tiempo de pensar; no había tiempo de luchar: lo único que podía hacer era huir. Se dio la vuelta y corrió hacia el corredor que había usado para entrar en la cámara y recibió dos fuertes puñetazos por parte de un combatiente. Consiguió deslizarse entre dos portadores y apartarse de su lado cuando reventaron, como si fueran granadas. Escupieron nuevas formas infecciosas de sus cuerpos, ahora deshinchados.
Casi no tuvo tiempo para darse de la vuelta, atravesar a las criaturas más cercanas con proyectiles de 7,62 mm y lanzar una granada al grupo más alejado; estalló con un fuerte boom, rompió los cristales y derribó a tres monstruos.
Ya no le quedaba munición en el arma, sabía que no tenía tiempo para recargar y decidió agarrar la escopeta. El arma abrió varios huecos en la multitud que se le acercaba. Corrió a través de una de las aberturas, como un demonio.
Ahora que ya había conseguido un poco de distancia, el humano se dio la vuelta para acabar con sus perseguidores a disparos. Todo el combate no le llevó más de dos minutos, pero dejó agitado al Jefe. ¿Sería capaz Cortana de captar el ligero temblor de sus manos mientras recargaba las dos armas? Mierda, ella tenía acceso sin restricciones a todas sus constantes vitales, así que tenía más idea de lo que le sucedía a su cuerpo que él. Pero si la inteligencia artificial era consciente de cómo se sentía, no lo reflejó en su voz:
—Generador de pulso desactivado. Buen trabajo.
El Jefe asintió sin decir palabra y salió por el túnel, hasta el punto en que había dejado la Banshee.
—El Pillar of Autumn está situado a mil doscientos kilómetros hacia el norte —explicó Cortana—. Las lecturas de energía muestran que sus reactores de fusión aún están cargados. Pero los sistemas del Pillar of Autumn tienen sistemas de seguridad que ni yo puedo invalidar sin la autorización del capitán. Tenemos que encontrarlo, a él o a sus implantes neurales, para iniciar la detonación del núcleo de fusión.
»Pero nos queda aún un objetivo. Primero debemos encargarnos del último generador de pulso.
Un nuevo indicador de navegación se iluminó en el HUD del Jefe mientras se elevaba, recibía los disparos de una instalación cercana y dejaba que la nave cayese en picado. Se acercaba rápidamente al suelo, pero hizo que se elevara de nuevo y condujo a la nave de asalto alienígena hacia un paso que lo llevaría al siguiente cañón. El navegador le señalaba hacia la luz que surgía de un túnel. La Banshee recibió fuego antiaéreo. El Spartan supo que sus habilidades como piloto iban a enfrentarse a una dura prueba.
Un cohete destelló a su lado mientras hacía descender la Banshee hacia la cubierta, disparaba las armas de la nave y frenaba la energía de la nave. Ya era bastante difícil tener que volar por el interior del túnel; hacerlo a gran velocidad era casi suicida.
Dentro del gran pasadizo el reto era mantenerse alejado de las paredes y dar los giros necesarios a derecha o a izquierda sin matarse. Unos segundos después, el Spartan vio unas poternas dobles y efectuó un torpe aterrizaje.
Desmontó de la nave, corrió hacia el panel de control, pulsó el interruptor y oyó el fuerte sonido de las puertas que empezaban a abrirse. Con un sonoro boom, el sonido de algo que explotaba, las enormes hojas de las poternas se detuvieron. El hueco que quedaba era demasiado estrecho para la Banshee, pero era bastante ancho para que dos portadores se escurriesen por él. Las vejigas jorobadas en que se habían convertido sus torsos se retorcían y latían, ya que las formas infecciosas luchaban por salir de su interior.
El Jefe hizo explotar a los dos monstruos con dos tiros consecutivos de escopeta y se deshizo del resto de formas infecciosas con otro tiro. Lo mejor sería recargar el arma; seguro que había muchas más criaturas al otro lado de la puerta.
Resignado a la inminente escaramuza, se deslizó a través del hueco y se detuvo. No se oía nada, sólo el suave rugido de la maquinaria, un goteo de agua a su derecha y su propia respiración. El indicador de amenazas estaba despejado: no había enemigos a la vista, pero eso no le servía de mucho. No con el Flood. Tenía la mala costumbre de aparecer de la nada.
La cueva, si era correcto llamar a ese enorme espacio así, presentaba un gran número de recodos tras los cuales se podían esconder. Unos tubos enormes surgían de las paredes y se hundían en el suelo, había unas misteriosas construcciones parecidas a islas en la plataforma circundante y no había forma de saber qué acechaba en las sombras. Las luces, colocadas en las alturas, proveían la poca iluminación que había en la sala.
El humano estaba de pie en una ancha plataforma que ocupaba todo el largo del área. Una profunda sima separaba la plataforma donde estaba de una estructura aparentemente idéntica al otro lado del cañón. Uno de los dos puentes que habían unido el desfiladero había sido derribado, por lo que la única manera de cruzarlo era el otro… Un punto perfecto para quien quisiera tenderle una emboscada.
Como no tenía elección, descendió hasta el punto al que estaba anclado el puente que quedaba y empezó a cruzarlo. No había avanzado más de treinta pasos cuando cincuenta o sesenta formas infecciosas surgieron de su escondrijo y danzaron, bloqueándole el camino.
El Spartan mantuvo su posición, esperó a que las formas del Flood se acercaran más y lanzó una granada de fragmentación en el centro del grupo.
A pesar de que la amplia caverna amortiguó el sonido, se oyó una explosión y la metralla que salió disparada acabó con casi todas las criaturas; sólo quedaba un puñado.
Los dos supervivientes que quedaron eran optimistas y saltaron adelante, en lugar de quedarse en el lugar en que el resto de su equipo había sido aniquilado. Un simple disparo de escopeta fue suficiente para acabar con ambos.
Introdujo unos cuantos cartuchos más, respiró profundamente y siguió adelante. Realizó la mitad del recorrido antes de que una fuerza combinada de combatientes, portadores y formas infecciosas se reuniera al otro lado del puente. Una nueva granada infligió más bajas, pero a pesar de todo cargaron contra él; el Jefe Maestro se vio obligado a recular, aunque siguió disparando su fusil de asalto.
Durante unos segundos lo atacaron codo con codo: los combatientes saltaban distancias de quince metros, los portadores se dirigían directamente hacia él y las formas infecciosas, omnipresentes, ocupaban cualquier hueco que quedase entre ellos. El Spartan seguía retrocediendo y ya había recargado tres veces el arma cuando dio con la espalda contra un muro; la última forma de combate que quedaba cayó a sus pies empezó a levantarse y recibió un disparo en la cabeza.
Ahora tenía tiempo de volver a llenar los depósitos de las dos armas; caminó por el puente cubierto de sangre y entrañas, y probó a cruzarlo de nuevo. Este nuevo intento tuvo éxito, pues en esa ocasión la oposición era débil y aprovechó la ocasión para hacerse con más munición.
Las puertas que tenía ahora delante se abrieron sin problemas y le dieron acceso al Spartan a una sección del túnel relativamente corta que lo llevó de nuevo a la superficie. Había decidido infiltrarse sin ser descubierto, si era posible, así que se deslizó con cuidado fuera del pasadizo, escaló la colina nevada que tenía a la derecha… y fue a parar ante un grupo de cuatro criaturas del Flood. Con una granada se encargó de dos de ellos; el fusil de asalto se encargó de los restantes.
Una Banshee lo sobrevoló, acribilló una gran franja de nieve con sus disparos, y siguió volando por el valle. El Jefe se sorprendió de escapar tan fácilmente, pero teniendo en cuenta la oscuridad y la confusión que reinaba, podía ser que el piloto lo hubiese confundido con un combatiente: un objetivo al que valía la pena disparar pero no tan importante para dar la vuelta… y menos cuando el valle estaba lleno de combatientes.
Se dirigió hasta llegar al pie del precipicio y avanzó protegido por las rocas y los árboles que limitaban el valle. El trueno incesante de las armas automáticas y los gemidos de las armas de plasma atestiguaban la intensidad del combate que estaba teniendo lugar a su derecha.
En aquellos momentos, cuando empezaba a creer que sería capaz de cruzar todo el valle sin tener que disparar un solo tiro, llegó a una pequeña elevación, desde la que pudo confirmar que el Covenant y Flood estaban enfrascados en un combate en la depresión que tenía ante él. Una granada, seguida de una serie de ráfagas del MA5B, diezmó ambos grupos.
La nieve crujía bajo el peso del humano mientras éste descendía por el campo manchado de sangre, pasaba el punto en que tres formas infecciosas se habían enzarzado en una pelea por el cuerpo de un Élite caído, y se dirigió hacia otra ligera elevación. Al pasar por un grupo de árboles, un combatiente y un portador intentaron derribarlo. Los dos seres del Flood temblaron mientras las ráfagas de 7,62 mm los detenían en el aire. Acabaron sobre la nieve.
Tras atravesar el perímetro de la batalla, el Jefe Maestro siguió las indicaciones del navegador hasta un segundo valle donde se encontró un grupo de marines muertos. Aprovechó para recoger munición y se estuvo debatiendo entre quedarse con el arma que llevaba o cambiarla por un fusil de precisión o un lanzacohetes. Lo mejor hubiese sido quedarse con las tres armas, pero llevar tantas hubiese sido contraproducente, además de muy pesado. Al final recogió el fusil de precisión y la escopeta. Esperaba haber tomado la decisión correcta.
El Spartan examinó a los marines, buscando sus placas de identidad, y descubrió que alguien ya se las había llevado; el mismo que había arrastrado los cadáveres hasta una cueva cercana para que las formas infecciosas no los encontrasen. Aquél sería un buen lugar para almacenar las armas extras.
Cuando ya había seguido el segundo valle hasta donde se convertía en un tercer valle, se encontró con una escena que ahora ya le era familiar: el Covenant se enfrentaba al Flood con todos los recursos que tenía a su alcance, lo que incluía Ghosts, Shades y dos Wraiths que desarrollaban una actividad frenética. El Flood, de todas maneras, tenía una cantidad ingente de efectivos que lanzarles encima, y no dejaban de hacerlo.
Lo que el Jefe necesitaba era la Banshee que estaba aparcada en un extremo del valle. Para llegar a la nave necesitaría reducir el número de integrantes de cada bando. Se mantuvo a la derecha, se deslizó pegado al precipicio, y escondió su avance tras la pantalla protectora que le ofrecía un grupo de árboles y rocas. Tras pasar tras una roca tan grande como una casa y encontrar un punto desde el que dominaba toda el área, el Spartan cogió el S2AM, seleccionó el visor de lOx y dio inicio a su sangrienta tarea.
Para esta situación en concreto escogió los objetivos más débiles: empezó con los Grunts que controlaban los Shades, y siguió con los Jackals dispersos, con la esperanza de que los Élites tardarían en darse cuenta de las bajas que habían sufrido, y que aún no enviarían el tanque a por él.
El único problema era que, cuando miraba por el objetivo, el pequeño mundo que se recreaba en su interior lo absorbía completamente y bajó la guardia. La primera pista que tuvo de que una forma del Flood estaba a su espalda fue que la criatura lo golpeó en la cabeza.
El golpe habría matado a cualquier otro, pero la armadura le salvó la vida. El Jefe giró con el impulso que le proporcionaba el golpe. El S2, con un cañón demasiado largo, no era recomendable para los combates cuerpo a cuerpo, pero era todo lo que tenía a mano. No tuvo tiempo ni de apuntar, sólo de disparar; y así lo hizo.
El proyectil alcanzó al ex Élite en el pecho, pero el combatiente ni se inmutó cuando la bala atravesó su masa esponjosa. Un pequeño riachuelo de líquido entre verde y gris brotó de la herida. La criatura embistió contra el Jefe Maestro con un peligroso golpe.
El Spartan esquivó el ataque y dejó caer el fusil. Se agachó, rodó de nuevo por el suelo y se levantó con la pistola en ristre. Vació el cargador sobre la bestia: un tiro le arrancó el brazo izquierdo, y la última bala abrió un agujero de un palmo en la espalda del ser del Flood.
Pegó una patada contra el pecho de la criatura, con la que aplastó la forma infecciosa que se escondía en el interior. Recuperó el S2, malhumorado. Pasó unos segundos examinando el ser del Flood derribado: las entrañas de la criatura se estaban licuando. El proyectil del S2 había atravesado la masa del pecho de la criatura sin acertar ningún punto vital, por lo que ésta había seguido en pie.
Otra horrible sorpresa cortesía del Flood.
Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no habría más sorpresitas esperándolo en la zona circundante; con el corazón todavía latiéndole con la fuerza de un martillo pilón el Jefe reprendió su desagradable tarea. Tres guerreros del Covenant cayeron antes de que una andanada de bolas de fuego trazase un arco en el aire y aterrizasen alrededor de su posición. Una cayó tan cerca que la onda expansiva bastó para hacer descender sus escudos hasta la zona roja y poner en marcha la alarma.
El Jefe Maestro reculó un poco, cambió al arma de asalto a tiempo para paralizar a un par de Grunts que se habían mostrado demasiado aguerridos, y volvió al S2 mientras daba la vuelta a la enorme roca. Seleccionó un nuevo punto desde el que podía encargarse al mismo tiempo del Covenant y del Flood.
Ahora deseaba agujerear a los Élites; gracias a las balas perforadoras de 14,5 mm pudo derribar a la mayoría con un solo disparo. Pero los combatientes eran otra historia, así que pasó de nuevo a la pistola. Era menos precisa, pero perfecta para aquel trabajo En poco tiempo había una docena de cadáveres desperdigados sobre la nieve. Pero llamó la atención: el tanque de mortero viró para bombardear su nueva posición. Debía retirarse.
El Wraith suponía un problema, un problema grave, y el Spartan sólo podía hacer una cosa: volver al escondrijo donde había dejado las armas y cambiar el fusil de precisión por el lanzacohetes. Hacerlo suponía una molestia, pero no tenía más opciones.
Tardó casi media hora en recorrer el trayecto que separaba el valle del escondrijo de las armas, así que esperaba que, cuando volviese, las cosas se hubieran calmado un tanto. Ése no fue el caso, lo que sugería que el Flood había lanzado todavía más efectivos a la batalla.
El Jefe siguió sus propias huellas hasta el refugio que había hallado tras la gran roca, se colocó el lanzacohetes en el hombro y activó el zoom. Fue como si el Wraith, entretenido lanzando bombas por el valle, diese un salto en su dirección. Como si percibiese su presencia, el tanque giró sobre su eje y disparó una bomba contra la roca.
El Spartan se obligó a ignorar el cometa artificial, fijó su objetivo y apretó el gatillo. Se oyó un impacto, seguido de un fuerte boom, y a continuación vio humo… pero el Wraith siguió disparando contra él.
Las bolas de fuego estaban estallando a su alrededor. El Jefe Maestro respiró hondo, mantuvo el tanque en el centro de su campo de visión y disparó de nuevo. El arma saltó en sus manos pero el segundo obús se dirigió en línea recta y lo golpeó con un fuerte crujido. El Wraith se abrió como una flor y eructó un humo negro, antes de dirigirse sin control hacia un montículo de nieve.
—Buen disparo —comentó Cortana con admiración—, pero cuidado con el Ghost.
Fue una buena advertencia; aunque el vehículo de combate no había entrado en la refriega hasta ese momento, ahora aparecía ante él y empezaba a rociarlo con sus armas de plasma, amenazando con lograr lo que el resto de soldados del Covenant no habían podido llevar a cabo.
El Jefe ya había recargado el lanzacohetes para entonces, que era el arma perfecta. Con un solo disparo lanzó al vehículo de ataque dando vueltas de campana, con las entrañas al aire y llamas surgiendo del compartimento de los motores.
Eliminado este problema, el Jefe Maestro se puso en pie, recargó el lanzacohetes y corrió directamente hacia la Banshee. Estaba a mitad del camino, sin ningún lugar donde esconderse, cuando un par de Hunters surgieron de detrás de unas rocas.
El Jefe no tenía más opción que detenerse, hincar una rodilla en el suelo y enfrentarse a ellos, aunque daba gracias de tener aún el lanzacohetes. El primer proyectil dio en la diana, se estrelló contra el pecho del alienígena e hizo estallar al muy cabrón. El otro disparo sobrevoló al segundo Hunter y partió por la mitad un árbol. El gran extraterrestre empezó a avanzar, acelerando y embistiendo con el cañón que llevaba sobre el brazo.
Disparar frontalmente con balas de 7,62 mm contra el Hunter sería un desperdicio y, aunque era lento, el alienígena aún podía destrozarlo con una ráfaga del cañón de combustible, por lo que fijó el visor en un objetivo que ahora era tan grande que no hacía falta ni usar el zoom y dejó volar el proyectil.
El Hunter vio cómo se le acercaba el misil, intentó desviarlo con el escudo pero no lo logró. Unos segundos después la zona circundante recibió una ducha de pedazos de carne caliente que tundían la nieve y levantaban volutas de humo.
El Jefe avanzó sin mirar de nuevo, montó en la Banshee y disparó contra las tropas del Covenant a medida que las sobrevolaba. A juzgar por el punto que el indicador de navegación señalaba, debía ganar altura, mucha altura, por lo que colocó la nave alienígena casi perpendicular al valle.
Cuando la señal, parecida a una letra delta, cambió de posición y señaló un punto por debajo de él, supo que había ascendido lo suficiente. Hizo un loop en el aire y enseguida vio el siguiente punto de entrada. El área que lo rodeaba estaba oscura y seguía nevando, pero la plataforma estaba bien iluminada. Hizo descender la Banshee hacia la pista. Acababa de abandonar el asiento de piloto cuando lo atacaron centinelas.
—Es el último —explicó Cortana—. Los vigilantes harán lo que sea para detenernos.
El Jefe derribó tres de las molestas máquinas, corrió hacia la escotilla de entrada y cerró la puerta, lo que dejó al resto fuera.
—Nos acercamos —comentó Cortana—. El generador está ahí delante.
El Jefe asintió, llegó a una estancia y sintió la quemadura de un láser recorrer su armadura. Parecía que había centinelas apostados dentro del complejo; y no sólo eso, sino que esas máquinas además tenían campos de fuerza intermitentes que resistían el envite de las armas automáticas.
De todas formas aún tenía un par de sorpresas de 102 mm en la manga para los guardaespaldas mecánicos, y las disparó en el centro del grupo de robots flotantes. Tres centinelas explotaron en el aire; un cuarto empezó a dar vueltas de campana, intentando librarse de una granada de plasma. No lo logró y se llevó a otro robot con él. El quinto y el sexto cayeron víctimas de una ráfaga de balas mientras sus escudos se recargaban, mientras que el séptimo chocó contra una pared, cayó al suelo y estaba intentando despegar de nuevo cuando el Jefe lo pisoteó hasta acabar con él.
El camino estaba despejado por el momento, y el Spartan aprovechó para avanzar. Con unas zancadas llegó a la cámara central, donde pudo acercarse sin complicaciones al último generador de pulso.
—Ultimo objetivo neutralizado —confirmó Cortana cuando salió de debajo del pulso—. Ahora salgamos de aquí.
—Busquemos un vehículo que nos lleve hasta el capitán —dijo el Jefe mientras se preparaba para irse.
—No, eso nos llevará demasiado tiempo.
—¿Tiene una idea mejor?
—Hay una red de teletransportación que rodea todo Halo. Así es como el vigilante logra moverse tan rápido —explicó la IA—. Aprendí a manejarla cuando estuve en la sala de control.
—Vaya —exclamó el Jefe con un deje de enojo—, ¿y por qué no nos ha teletransportado hasta los generadores de pulso?
—No podía. Desafortunadamente, cada salto requiere un gasto considerable de energía, y no tengo acceso a los sistemas energéticos de Halo para redirigir la que necesitamos. —Hizo una pausa, y continuó hablando, un tanto reacia—: Pero puede haber otra forma…
El Spartan frunció el ceño y meneó la cabeza.
—Algo me dice que no me va a gustar.
—Estoy segura de que puedo usar la energía de su armadura sin dañar permanentemente el sistema de escudos ni las células energéticas —continuó Cortana—. No hace falta decir que creo que deberíamos intentarlo una sola vez.
—De acuerdo. Conecte con la red del Covenant. Si sólo tenemos una oportunidad, mejor asegurarnos de hacerlo bien.
Cortana se calló mientras usaba sus trucos de intrusión para escanear el software.
—Recibo una señal del capitán Keyes, y la tengo localizada —exclamó, unos instantes después—. ¡Sigue vivo! ¡Y sus implantes están intactos! El único problema es que hay algunas interferencias de los reactores dañados de la nave, pero nos llevaré lo más cerca que pueda.
—Hágalo —gruñó el Jefe Maestro— y acabemos con esto.
Unas bandas de luz dorada empezaron a iluminar su armadura en el momento en que acababa de hablar; la sensación de mareo, ahora familiar, volvió y el Jefe Maestro se desvaneció a través del suelo. Cuando ya no estaba, su presencia sólo quedaba atestiguada por unas motas de luz ambarina. Unos segundos después, éstas también desaparecieron.