NUEVE

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D +6O.33.54 (RELOJ DE MISIÓN DE LA CAPITÁN DE VUELO RAWLEY) / A BORDO DEL PELICAN ECHO 419, SOBRE EL ALMACÉN DE ARMAS DEL COVENANT

Hay una gran torre a unos centenares de metros de su posición actual. Tiene que subir por encima de la niebla y del follaje, para que pueda acercarme y recogerlo —dijo Rawley. Tenía los ojos pegados a los visores de campo, mientras el Spartan-117 tomaba la iniciativa y los marines dejaban el antiguo edificio y se adentraban en el fétido abrazo del pantano. La lluvia y algún tipo de interferencia proveniente de la estructura de los equipos detectores del Pelican dificultaban la labor, pero de ninguna manera iba a perder su equipo en esos momentos. Tenía que mantener su reputación.

—Entendido —contestó el Jefe—. Estamos en camino.

Mantuvo el Pelican volando en círculos, ojo avizor, pero no localizó ninguna amenaza. Eso la ponía todavía más nerviosa. Desde que se habían adentrado en las entrañas del anillo, parecía que los problemas golpeaban sin avisar.

Por enésima vez desde que despegó de la base alfa, se cagó en la falta de munición para los Pelican.

Conscientes de que el Pelican estaba en alguna parte por encima de la niebla y ansiosos por largarse de una vez, los marines avanzaron con rapidez. El Spartan los avisó de que frenaran el paso, que se mantuviesen alerta, pero no pasó mucho tiempo antes de que se encontrara de nuevo en medio del grupo.

La torre que había mencionado Foehammer estaba justo delante de ellos. La base de la columna era redonda, con soportes semicirculares que sobresalían de los costados, probablemente para proporcionarle estabilidad. Más arriba, extendidas desde la columna, había unas plataformas que parecían alas. El Spartan no tenía claro para qué servían, pero lo mismo se podía aplicar a todo el edificio. La parte superior del edificio se perdía entre la niebla.

El Jefe Maestro se detuvo para mirar a su alrededor, oyó el grito de uno de los soldados, que había hecho contacto con el enemigo, seguido por el rápido repiqueteo de un arma de asalto disparada en modo automático. Una hueste de puntos rojos apareció en su indicador de amenazas. Vio que una docena de aquellas redondas formas infecciosas aparecían saltando entre la niebla y supo que había perdido cualquier posibilidad de mantener a las criaturas encerradas bajo tierra.

Los sensores del Pelican, súbitamente, indicaron docenas, no, centenares, de nuevos contactos en tierra. Rawley lanzó una maldición e hizo virar al Pelican; esperaba que le dispararan desde abajo.

Pero nadie lo hizo.

—¿Qué demonios…? —masculló. ¿Los contactos habían aparecido de la nada, se habían puesto al descubierto y no disparaban contra todas las amenazas aéreas? Quizá el Covenant se estaban volviendo tan estúpidos como feo.

Activó la radio para avisar a las tropas y sonrió al oír los primeros sonidos de las armas automáticas resonar en los auriculares de su casco.

—¡Todos alerta, equipo de tierra! —gritó—. Múltiples contactos en tierra… ¡están casi encima de vosotros!

La radio emitió un chirrido y a continuación la estática llenó los altavoces. Las interferencias estaban empeorando. Golpeó los controles de la radio con un puño enfundado en un guante.

—¡Mierda! —gritó.

—Jefa… —interrumpió Frye—, será mejor que eche un vistazo a esto.

Se giró hacia su copiloto y miró lo que él le señalaba. Sus ojos se abrieron como platos.

—Vale —dijo—, ¿alguna idea de qué cojones es eso?

El Jefe disparaba ráfagas cortas con su fusil de asalto y hacía explotar docenas de las extrañas vainas. Se dio la vuelta para enfrentarse a un combatiente. Iba armado con una pistola de plasma, pero prefirió lanzársele encima antes que disparar. El arma automática del Jefe ya estaba tocando a la criatura cuando apretó el gatillo. El pecho del antiguo Élite se abrió como una obscena flor y la forma infecciosa que se escondía en su interior explotó en carnosos pedazos.

Oyó el rugido de la estática en su sistema de comunicación. Las interferencias lanzaban gemidos mientras el poderoso equipo de comunicación de la MJOLNIR intentaba captar la señal, pero sin resultados. Sonaba a Foehammer, pero no estaba seguro.

Flotó delante de la cabina del Pelican durante unos segundos, y la luz se clavó en los ojos de Rawley. Estaba hecho con una especie de metal plateado, un tanto cilíndrico pero con bordes en ángulo. Unas aletas cuadradas, colocadas como alas, se movían y deslizaban como si fuesen timones, mientras el aparato se balanceaba en el aire. Eso, fuera lo que fuese, proyectó una luz brillante sobre la cabina, después dio media vuelta y perdió altura. Debajo de ellos, pudo apreciar docenas de esas cosas volando en formaciones desordenadas. En unos segundos, descendieron por debajo de las copas de los árboles y se perdieron de vista.

—Frye —ordenó, con la boca súbitamente seca—, dile a Cullen que haga funcionar el sistema de comunicación, que consiga atravesar esta maldita interferencia. ¡Necesito hablar ya mismo con el equipo de tierra!

La marea de seres hostiles se sumergió en la profunda agua y se reagrupó. Una docena de máquinas cilíndricas, de aspecto singular, aparecieron entre los árboles y sobrevolaron el claro.

—¿Qué es eso? —gritó el marine más cercano. Estaba a punto de disparar contra ellas cuando el Jefe alzó una mano.

—Quieto, marine… Veamos qué hacen.

Lo que sucedió a continuación fue a la vez inesperado y gratificante. Cada una de esas máquinas producía un rayo energético, apuntaba a una de las esferas y la quemaba.

Algunos de los especímenes salieron indemnes de ese ataque, e intentaron devolver el fuego, pero entre los marines y sus nuevos aliados, pronto cayeron fuera de combate.

A pesar de la ayuda, las cosas no eran muy halagüeñas para los marines. Había demasiadas criaturas hostiles. La escuadra fue menguando hasta que sólo quedaron dos de los soldados de primera clase, después uno… y el último marine cayó bajo un racimo de esos cabrones infecciosos.

Mientras los recién llegados seguían haciendo llover láseres carmesíes sobre los combatientes, el Jefe se abrió camino entre el pantano hacia la torre. Estar a cierta altura, y la posibilidad de pedir su evacuación a Foehammer, lo mantenían en pie.

Se encaramó por una de las protuberancias de soporte y se alzó hasta las extrañas terrazas, de aspecto parecido a una hoja, que rodeaban la torre. Tenía a vista un buen campo de tiro, y le disparó una ráfaga a un combatiente que se le había acercado demasiado.

Probó de nuevo la radio: más estática.

El Spartan oyó algo parecido a un canturreo, y se dio la vuelta para ver otra máquina nueva que se le acercaba por la espalda. Las que había visto antes tenían un diseño cilíndrico, con cubiertas angulares, pero ésta era casi esférica. Tenía un solo ojo, que brillaba con un tono azulado, una carcasa que lo cubría por completo y unos modales alegres y educados.

—¡Bienvenido! Soy el vigilante de la instalación 04, Chispa Culpable 343. Alguien ha liberado al Flood. Mi función es evitar que logre salir de esta instalación. Requiero su ayuda. Por favor, acompáñeme.

La voz sonaba artificial. Ese Chispa Culpable 343 era un mecanismo artificial, como pudo constatar el Spartan. Por encima de la diminuta máquina, pudo ver el Pelican de Foehammer colocándose en posición.

—Espera —le pidió el Jefe, intentando sonar amable—. ¿El Flood? ¿Esas cosas de allí abajo se llaman el Flood?

—Claro —contestó Chispa Culpable 343, con un deje de confusión en su voz sintética—. Qué pregunta tan extraña. No tenemos tiempo para esto, Reclamador.

«¿Reclamador?», se preguntó el Jefe. Estuvo a punto de preguntarle a la máquina qué quería decir con eso, pero no tuvo tiempo de pronunciar las palabras. Unos anillos de luz dorada que parpadeaba le atravesaron el cuerpo a lo largo; se sintió ligeramente mareado y vio un destello de luz blanca.

Rawley acababa de colocar el Pelican en posición y ya podía ver la forma del Spartan de pie sobre la estructura. Movió los controles ligeramente hacia adelante y el Pelican se deslizó, con el morro dirigido a la estructura. Alzó la vista a tiempo para ver que el Spartan desaparecía dentro de una columna de luz dorada.

—¿Jefe? —preguntó Foehammer—. ¡He perdido su señal! ¿Adonde ha ido? ¿Jefe? ¡Jefe!

El Spartan se había desvanecido, y la piloto no podía hacer mucho más que recoger a los marines y esperar que no sucediera nada malo.

Como el resto de los oficiales de batallón, McKay había estado trabajando toda la noche supervisando los esfuerzos para restaurar las defensas de la meseta, que habían quedado seriamente afectadas, asegurándose de que los heridos recibían la mejor atención posible y devolviendo a la normalidad las operaciones habituales.

Al final, hacia las tres de la madrugada, Silva le ordenó que volviese adentro, indicándole que alguien tendría que estar al mando a las 8.30 de la mañana, y que no sería él.

Con restos de adrenalina todavía en su sangre e imágenes de la batalla aún parpadeándole en la mente, la oficial de la compañía no lograba conciliar el sueño. Se daba la vuelta una y otra vez, y se quedó mirando al techo hasta aproximadamente las 4.30. A esa hora se durmió.

McKay, a las 7.30, después de haber dormido unas escasas tres horas, se sirvió una taza de café instantáneo de la improvisada cantina, antes de subir por un tramo de escaleras, salpicadas de sangre tras la batalla. Se dirigió hasta la cima de la meseta. Durante la noche habían retirado los restos de lo que había sido el Charlie 217, pero una gran marca de acero quemado señalaba el lugar donde habían prendido fuego al combustible.

La oficial se detuvo para observarlo, se preguntó qué le habría pasado al piloto humano y continuó su camino. Habían declarado toda la superficie de Halo zona de combate, lo que significaba que no era apropiado saludar a sus superiores, para evitar que unos posibles francotiradores enemigos pudiesen identificarlos. Había otras formas de mostrar respeto, y cuando McKay cruzó las pistas de aterrizaje y se dirigió al campo de batalla que había detrás de ellos, parecía como si todos los marines quisieran saludarla.

—Buenos días, señora.

—¿Cómo va, teniente? Espero que haya podido dormir bien.

—Eh, jefa, creo que les dimos una lección, ¿eh?

McKay les contestó a todos mientras seguía su camino. El simple hecho de que ella estuviese allí, paseando entre las defensas oscurecidas por los rayos de plasma con una taza de café en la mano, era suficiente para motivar a la tropa.

—Mírala —dijo uno de ellos, cuando la vio pasar—, por ahí va. Tan fría como el hielo, tío. ¿La viste anoche? ¿Cuando estaba sobre el tanque? Era como si nada la pudiese tocar.

El otro marine no añadió nada, sólo se mostró de acuerdo asintiendo, y volvió a excavar la trinchera.

De alguna forma, sin ser totalmente consciente de ello, los pies de McKay la llevaron hasta los Scorpions, al punto en que ella había librado su particular batalla. El Covenant ahora ya tenía noticia de los mastodontes de metal, por eso habían desenterrado las dos máquinas y las habían colocado sobre la superficie.

La oficial se preguntaba qué tenía planeado hacer con ellos Silva; sorbió los restos del café antes de dirigirse a la llanura que había tras los Scorpions. Algunos prisioneros del Covenant, encadenados juntos por los tobillos, estaban cavando tumbas. Una sección era para los miembros de su ejército, otra para los humanos. Era una visión que invitaba a la reflexión, al igual que las filas de cadáveres cubiertos con lonas. ¿Para qué había servido todo eso?

«Para la Tierra, y los millones de personas que quedarán sin enterrar si el Covenant la encuentra», se contestó a sí misma.

Había mucho que hacer, la mañana pasaba muy rápido. El comandante Silva estaba de nuevo en funciones a la una de la tarde, y envió a un mensajero a buscar a McKay. Cuando entró en el despacho, lo encontró sentado delante de la improvisada mesa, trabajando ante un ordenador. Alzó la vista y señaló una silla que había sido rescatada de la lancha salvavidas.

—Siéntese, teniente. Ha hecho un buen trabajo ahí fuera. Tendría que echarme más siestas. ¿Cómo se siente?

McKay se dejó caer sobre la silla, sintió cómo ésta se ajustaba a su cuerpo y le quitó importancia.

—Estoy cansada, señor… pero me siento bien.

—Bien —siguió Silva, uniendo los dedos en un triángulo—, porque queda mucho por hacer. Tenemos que hacer que todo el mundo se aplique al máximo… y eso nos incluye a nosotros.

—Señor, sí, señor.

—Sé que ha estado ocupada —continuó Silva—, pero… ¿ha tenido ocasión de leer el informe de Wellsley?

Habían conseguido sacar del Autumn una caja de ordenadores, pequeños pero potentes, como el que tenía el comandante sobre la mesa, pero McKay aún no había encendido el suyo.

—Me temo que no, señor. Lo siento.

Silva asintió.

—Está bien. Basándose en la información que hemos conseguido durante los informes de rutina, nuestro amigo digital cree que el ataque aéreo ha sido menos y más de lo que creemos.

—¿Cómo? —McKay arqueó las cejas.

—Pues que en lugar de buscar conquistar este terreno, los Covenant buscaban algo… o más precisamente, a alguien que creían poder encontrar aquí.

—¿Al capitán Keyes?

—No —contesto el otro oficial—, Wellsley no lo cree. Yo tampoco. Un grupo de sus Elites de camuflaje lograron penetrar en los niveles inferiores del complejo. Mataron a todo el mundo con que se cruzaron, o eso creían, ya que uno de nuestros técnicos se hizo pasar por muerto y otro quedó inconsciente. Estaban en salas diferentes, pero los dos cuentan la misma historia. Cuando estaban en la habitación, y habían obtenido ya el control sobre ella, uno de esos cabrones de armadura negra preguntó a los dos grupos lo mismo en el idioma estándar: «¿Dónde está el hombre de la extraña armadura?».

—Buscaban al Spartan —dedujo McKay.

—Exactamente.

—¿Y dónde está el Jefe?

—Ésa —repuso Silva— es una buena pregunta. ¿Dónde está? Fue en busca de Keyes, apareció en medio de un pantano, le contó a Foehammer que el capitán seguramente estaba muerto y desapareció minutos después.

—¿Cree que ha muerto? —preguntó McKay.

—No lo sé —contestó Silva con tono serio—, aunque no importa mucho si lo está. Pero no, creo que él y Cortana están por ahí fuera, con sus jueguecitos.

Con Keyes fuera del escenario de nuevo, Silva volvía a estar al mando. McKay podía comprender su frustración. El Jefe Maestro era una gran baza, o lo sería si estuviese ahí, pero ahora, por libre, vete tú a saber por dónde, el Spartan empezaba a parecer un incordio. Especialmente si se pensaba en el número de efectivos de Silva que habían muerto por proteger a un soldado que ni siquiera se encontraba allí.

Sí, McKay podía entender la frustración del comandante, pero no podía estar de acuerdo. No después de haber visto al Jefe en ese mismo despacho, con la piel de un pálido antinatural tras haber pasado demasiado tiempo encerrado dentro de su armadura, los ojos llenos de… ¿De qué? ¿Dolor? ¿Sufrimiento? ¿Una desconfianza cautelosa?

La oficial no estaba segura, pero fuera lo que fuese, no tenía nada que ver con su ego, con la insubordinación o con el deseo de gloria personal. Ésa era una realidad que McKay podía comprender, no porque fuese una soldado veterana sino porque era una mujer, algo a lo que Silva nunca podría aspirar. Pero no le haría ningún bien decir eso.

—¿En qué posición nos coloca eso? —dijo con una voz suave.

—En la posición habitual: aislados y seguramente rodeados. —La silla emitió un gemido cuando Silva se recostó contra ella—. Como dice el viejo refrán: «La mejor defensa es un buen ataque». Así que en lugar de quedarnos aquí sentados a esperar que el Covenant nos vuelva a atacar, vamos a ir a por ellos. Nada grande, al menos aún no, pero sí que les podemos ocasionar el tipo de heridas por las que se va perdiendo sangre.

—¿Y quiere que le dé algunas ideas? —preguntó McKay, asintiendo.

—Yo no podría haberlo dicho mejor —sonrió Silva.

—Sí, señor —dijo McKay, poniéndose en pie—. Se me habrá ocurrido algo por la mañana.

Silva observo cómo la Jefa de Compañía salía de su despacho, desaprovechó cinco segundos deseando tener a cinco soldados más como ella y volvió al trabajo.

El Jefe Maestro sintió cómo volvían a montarlo en un solo cuerpo, como si fuese un rompecabezas de mil piezas, y se preguntó qué debía haberle sucedido. Se sentía desorientado, mareado, enfadado.

Un rápido vistazo a su alrededor le bastó para asegurarse de que aquella máquina llamada Chispa Culpable 343 lo había teletransportado desde el pantano hasta las entrañas de una estructura oscura y extraña. Vio la máquina, que flotaba por encima de él, brillando con un tenue color azulado.

El Spartan alzó el fusil de asalto y le disparó medio cargador. Las balas acertaron de pleno, pero no tuvo otro resultado que provocar una respuesta desconcertada.

—Eso era totalmente innecesario, Reclamador. Le sugiero que conserve la munición para la tarea que se avecina.

Aún enfadado, pero sin otra elección que aceptar la situación, el Jefe miró a su alrededor.

—¿Dónde estoy?

—Esta instalación se construyó específicamente para el estudio y la contención del Flood —contestó con paciencia la máquina—. Su supervivencia como raza dependía de ella. Estoy contento de ver que algunos sobrevivieron y se han reproducido.

—¿Sobrevivido? ¿Se han reproducido? ¿De qué demonios estás hablando? —preguntó el Jefe.

—Tenemos que conseguir el índice —dijo Chispa, sin contestar las preguntas del Spartan—. Y el tiempo es oro. Por favor, sígame.

La luz azul se desplazó en ese momento, lo que obligó al Jefe a seguirla o a quedar atrás. Comprobó sus dos armas mientras andaba.

—Y hablando de ti… ¿qué demonios eres y cuál es tu función?

—Soy Chispa Culpable 343 —contestó la máquina, con petulancia—. Soy el vigilante o, para ser más precisos, una inteligencia artificial autorreparadora encargada de mantener y de operar estas instalaciones. Pero usted es el Reclamador… ya debe de saber eso.

El Jefe Maestro no tenía ni idea de lo que le hablaba, pero parecía que lo más inteligente sería seguirle la corriente.

—Sí, bueno, refréscame la memoria… ¿cuánto tiempo ha pasado desde que te dejaron al cargo?

—Hace exactamente 101.217 años locales —contestó alegremente el vigilante—, muchos de los cuales han sido bastante aburridos. ¡Pero eso ya se ha acabado! Je, je, je.

El Spartan quedó sorprendido por la repentina risa de la pequeña máquina. Sabía que las inteligencias artificiales humanas podían, con el tiempo, desarrollar personalidades un tanto extravagantes, por decirlo educadamente. Y Chispa Culpable 343 había estado allí durante decenas de miles de años.

Era muy posible que aquella pequeña inteligencia artificial estuviese loca.

El vigilante siguió con su cháchara, parloteando sobre «las reparaciones efectuadas en la Subestación 9» y otras cosas sin importancia.

El diálogo entre los dos fue interrumpido por la irrupción de ejemplares del Flood, que saltaban, anadeaban y se tambaleaban desde la oscuridad que los rodeaba. De pronto, el Jefe se encontró luchando de nuevo por su vida, moviéndose adelante y atrás para romper la formación del enemigo, disparando contra cualquier cosa que se moviese.

En esos momentos identificó una nueva clase de Flood. Eran cosas grandes, deformes, que explotaban cuando se las disparaba… y escupían una docena de las formas infecciosas en todas las direcciones, lo que multiplicaba el número de objetivos que debía localizar y destruir.

Al fin, como quien cierra el agua que sale de un grifo, el ataque acabó y el Jefe tuvo ocasión de recargar las armas.

El vigilante flotaba por ahí cerca, y había estado todo el rato canturreando para sí, e incluso había reído en alguna ocasión.

—No tenemos tiempo para distracciones. Tenemos mucho trabajo por delante.

—¿Qué tipo de trabajo? —preguntó el Jefe mientras metía un último cartucho en la escopeta y se daba prisa en seguirlo.

—Esto es la biblioteca —le explicó la máquina, deteniéndose para que el humano pudiese alcanzarlo—. El campo de energía que tenemos encima contiene el índice. Tenemos que llegar ahí arriba.

El Spartan estaba a punto de preguntar a qué índice se refería cuando un combatiente surgió de una sala abriendo fuego. El Jefe le disparó también, vio cómo la criatura caía al suelo y se volvía a levantar de un salto. La siguiente ráfaga le arrancó la pierna de cuajo al espécimen del Flood.

—Eso debería frenarte —dijo, mientras se daba media vuelta para ocuparse de una nueva horda de aquellas criaturas hostiles y saltarinas, que caminaban arrastrando los pies. Un flujo regular de proyectiles salía del arma de asalto del Jefe, formando un arco en el aire, mientras él acababa con la multitud de atacantes, cuando, de pronto, notó cómo algo le golpeaba por la espalda. Se dio media vuelta y descubrió que la criatura de combate, ahora con una sola pierna, se había puesto en pie y volvía a la carga.

En esta ocasión, el Spartan le voló la cabeza, caminó de lado para evitar uno de los ejemplares que cargaba contra él, y disparó al monstruo bulboso por la espalda. Hubo una explosión de niebla verde, junto con los globos infecciosos y pedazos de carne húmeda. Pasó los siguientes diez minutos disparando contra esferas.

Después de eso, el vigilante prosiguió su marcha y el Spartan no tuvo más remedio que seguirle. Pronto llegaron ante una enorme puerta metálica. ¿La habían construido para contener al Flood? Quizá sí, pero no parecía muy efectiva, ya que los escurridizos cabrones parecían brotar de cada rincón.

El vigilante flotó ante la cabeza del humano.

—Las puertas de seguridad están bloqueadas automáticamente. Iré al sistema de apertura para desbloquearlas. Soy un genio —comunicó el vigilante—. Je, je, je.

—Es más un grano en el culo —dijo el Jefe Maestro, sin dirigirse a nadie en particular, mientras un punto rojo se iluminaba en el indicador de amenazas… seguido enseguida por una docena más.

Entonces, en lo que ya se había convertido en una pauta familiar, los combatientes saltaron quince metros, sólo para acabar acribillados por proyectiles de 7,62 mm, que los partieron por la mitad. Los portadores se le acercaron tambaleantes, como si fuesen viejos amigos, quedaron hechos pedazos como cartón mojado y escupieron esferas en todas direcciones. Las formas infecciosas bailaron sobre sus delicadas piernas, moviéndose hacia aquí y hacia allá; todas ellas esperaban poder reclamar a ese humano para su propiedad.

Pero el Jefe tenía otras ideas. Mató a la última forma en el mismo momento en que las puertas dobles empezaban a separarse, y siguió al vigilante por ellas.

—Por favor, sígame de cerca —le advirtió Chispa Culpable 343—. Este portal es el primero de diez.

—Más puertas. Qué ganas —masculló el Jefe, mientras seguía a la IA entre una larga hilera de pantallas azules.

Chispa Culpable 343 parecía inmune al sarcasmo; seguía parloteando sobre las instalaciones de investigación de primera clase que los rodeaban y, despreocupado, condujo a su compañero humano hacia otra emboscada. Y así siguieron, con el Jefe abriéndose camino por galerías, conductos de mantenimiento subterráneo y aún más galerías, infestados todos de criaturas del Flood, hasta que doblaron una esquina y tuvieron delante otro grupo de aquellas monstruosidades.

Pero el Spartan, en esta ocasión, tuvo ayuda, ya que una docena de las máquinas cazadoras que había visto en el pantano aparecieron ante ellos y atacaron las formas que había congregadas más adelante.

—Estos centinelas lo ayudarán, Reclamador —gorjeó el vigilante. Los láseres siseaban y silbaban mientras los robots derribaban a sus oponentes, y, una vez hecho esto, esterilizaban los restos que quedaban.

El Spartan observó fascinado cómo las máquinas se ocupaban del duro trabajo. Fue a echarles una mano cuando le pareció apropiado, y empezó a ahogarse cuando el aire que pasaba a través de sus filtros empezó a heder a carne quemada.

Mientras el Spartan avanzaba por el complejo, el vigilante, flotando en las alturas, iba haciendo comentarios:

—Estos centinelas complementarán sus sistemas de combate. Pero le sugiero que lo aumente al menos a una Piel de Combate de Clase 12. El modelo que lleva, según mis escáners, sólo llega a Clase 2, y eso no es muy efectivo para esta clase de trabajos.

«Si hay una armadura de combate seis veces más poderosa que la MJOLNIR —pensó—, seré el primero de la cola para probarla.»

Dio un salto para esquivar el ataque uno de los combatientes Flood, presionó el cañón del arma contra su espalda y le abrió un agujero a la criatura.

Una vez que los centinelas hubieron reducido a los Flood a poco más que una pasta grumosa, el Spartan avanzó a través de la matanza hasta una plataforma circular. Era enorme, lo suficientemente grande para albergar a un Scorpion, y en unas razonables condiciones.

La maquinaria zumbó, aparecieron unas bandas de luz blanca parpadeantes por encima de él, y el ascensor llevó al humano hacia arriba. Quizá las cosas estarían mejor allí, quizá los Flood todavía no tenían acceso a ese nivel. Pero que tal vez era esperar demasiado. Hasta ese momento, en esa misión, nada había salido como lo tenía planeado.

En lo más profundo de las entrañas de Halo, se habían confinado especímenes de Flood para facilitar su estudio futuro y para prevenir su expansión. Conscientes del terrible peligro que representaba el Flood, y su capacidad para reproducirse exponencialmente, además de poder dominar completamente a formas de vida avanzadas, los Ancianos habían construido con mucho cuidado los muros de esa prisión, y habían entrenado bien a sus carceleros. Sin nada con que alimentarse y ningún lugar al que ir, el Flood había permanecido dormido durante cien mil años.

Cuando llegaron los intrusos, abrieron la prisión y alimentaron al Flood con sus cuerpos. Ahora que tenían un vehículo de escape y comida para mantenerlo, los tentáculos de su crecimiento se arrastraban por el laberinto de túneles y pasadizos que se alargaban por debajo de la corteza de Halo; buscaban cualquier posible ruta que los llevase a la superficie.

Una de esas posibles salidas se encontraba en una cámara situada bajo una alta meseta, donde poco más que unas rejillas de metal impedían que el Flood surgiese de su guarida subterránea hasta la superficie. Los hombres y mujeres de la Base Alfa no lo sabían, pero tenían un nuevo enemigo… y vivía justo debajo de sus pies.

El ascensor se detuvo bruscamente. El Jefe Maestro se adentró por un pasillo estrecho que llevaba hasta una galería. El Flood lo atacó de inmediato, pero, sin miedo a que algo lo agrediese por la espalda, tenía la libertad de retirarse al pasillo del que había salido, lo que obligaba al puñado de monstruos a atacarlo por aquel acceso estrecho. Antes de que pasase mucho tiempo, los cuerpos de los Flood caídos empezaban a acumularse.

Se detuvo, a la espera de otra oleada de ataques, después escaló por uno de los montones de muertos para adentrarse en la siguiente sección del complejo. Los cuerpos cedían bajo su peso, hacían ruidos burbujeantes y dejaban escapar gases malolientes. El Jefe dio las gracias cuando puso de nuevo los pies sobre suelo firme.

Los centinelas reaparecieron poco después y condujeron al Spartan por delante de una hilera de pantallas azules.

—¿Y dónde estabais vosotros hace cinco minutos, cabroncetes? —preguntó el Spartan. Pero si los robots lo escucharon, no le contestaron mientras planeaban, daban vueltas y acababan penetrando en el siguiente pasadizo.

—La actividad del Flood ha causado un fallo en los sistemas de control de los robots. Debo reactivar las unidades de seguridad —informó Chispa Culpable 343—. Por favor, siga adelante, me uniré con usted tan pronto haya completado mi tarea.

El vigilante ya lo había dejado antes a su suerte, y cada una de sus ausencias había coincidido con una nueva oleada de atacantes del Flood.

—Espera —protestó el humano—, hablémoslo antes.

Pero ya era demasiado tarde. Chispa Culpable ya se había lanzado, como un dardo, a través de una abertura en el muro y desaparecido en una especie de conducto de transporte.

Y, por supuesto, en el momento en que el vigilante se esfumó, un portador plagado de bultos se tambaleó bajo la luz, vio su presa y corrió hacia ella. El Spartan disparó contra el Flood, pero dejó que los centinelas se encargasen de todo el resto; así conservaría munición.

Una nueva oleada de Flood salió por los muros, y el Spartan adoptó una estrategia más cuidadosa: permitir que los robots centinela los barriesen. Al principio, los robots de defensa acribillaron una ola de las pequeñas formas infecciosas con forma de vaina sin mucha dificultad. Después aparecieron más formas hostiles, algunas más, y todavía más. En poco tiempo el Jefe se vio obligado a actuar. Aplastó una de las vainas con la bota, destrozó otra con la culata del arma de asalto y mató a una docena más con unas ráfagas rápidas de fuego automático.

El vigilante volvió a la sala, dio vueltas por encima de la matanza, como si estuviese examinándola, e hizo un sonido metálico y extraño, que parecía un chasquido de desaprobación.

—Los centinelas pueden usar sus armas para encargarse del Flood durante un tiempo. La velocidad es básica.

—Pues vamos —gruñó el Jefe Maestro.

El vigilante no contestó, sino que siguió adelante. El pequeño aparato llevó al Spartan aún más hacia el interior de los oscuros pasadizos de la Biblioteca. Atravesaron una serie de grandes portalones antes de llegar a uno que estaba cerrado. El Jefe se detuvo un momento, esperando que Chispa Culpable 343 la abriese, pero el vigilante había desaparecido. Otra vez.

«A la mierda», pensó. Aquella máquina estaba agotando sus reservas de energía a gran velocidad.

Determinado a seguir adelante con o sin la ayuda de ese guía que a veces estaba con él, a veces no, el Jefe anduvo sobre sus pasos hasta el lugar donde una rampa muy inclinada se hundía en el suelo. La siguió y pronto se encontró en un corredor de mantenimiento infestado de Flood.

De nuevo, la estrechez del pasadizo le hizo mucho más sencillo matar a aquellos parásitos; cinco minutos después el humano salió de la rampa al otro lado de la puerta metálica, y allí encontró al vigilante, canturreando para sí.

—¡Oh, hola! Soy un genio.

—Sí, y yo un almirante.

El vigilante salió disparado y lo guió a través de una depresión circular tras la cual había otra puerta enorme. La maquinaría chirrió. El Jefe se detuvo mientras las puertas empezaban a abrirse. Entonces oyó un clank, seguido de un chasquido, y el movimiento se detuvo.

—Por favor, espere aquí —dijo Chispa, y desapareció.

El Jefe Maestro estaba colocando un cargador nuevo en posición cuando su indicador de amenazas mostró docenas de puntos rojos. Se colocó de espaldas a la puerta; lo que parecía toda una sección de Flood estaba preparada para abalanzarse sobre él. En lugar de empezar a disparar sobre ellos y arriesgarse a que se le lanzasen encima, el Jefe lanzó una granada en medio de ellos, y la mitad de sus oponentes saltaron por los aires. Le tomó unos minutos, además de unos cuantos centenares de proyectiles, acabar con el resto, pero el Spartan lo logró.

En ese momento la maquinaria volvió a ponerse en marcha, las puertas se abrieron y el vigilante reapareció, canturreando.

—¡Soy un genio!

Había avanzado por la nueva estancia: una galería alta y abovedada, pobremente iluminada por algunos postes de luz amarilla. Por primera vez desde que Chispa lo había transportado a ese lugar tuvo un momento de respiro. Desde que había entrado en la Biblioteca, la cabeza le había estado dando vueltas. Oleada tras oleada de criaturas hostiles lo habían atacado.

Se tragó un paquete estimulador, comió un suplemento nutricional y recogió el arma. Era hora de seguir adelante.

Al adentrarse en la Biblioteca, encontró un cadáver… humano. Se detuvo para examinarlo.

La imagen no era bonita. El cuerpo del marine estaba tan mutilado que ni siquiera el Flood pudo usarlo. Estaba tumbado en el centro de un gran charco de sangre salpicado por casquillos.

—Ah —dijo Chispa Culpable, echando un vistazo por encima del hombro del Spartan—, el otro Reclamador. Su armadura de combate demostró ser menos adecuada que la suya.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el soldado, mirando a su espalda.

—¿Es una prueba, Reclamador? —El vigilante parecía confuso—. Lo encontré vagando a través de otra estructura, en la otra parte del anillo, y lo traje al mismo punto en el que usted empezó.

El Jefe miró de nuevo hacia el cadáver y se maravilló de que alguien más hubiese llegado tan lejos. Incluso con sus habilidades físicas aumentadas y las ventajas de su armadura, el Spartan estaba casi al límite de sus posibilidades.

Examinó el cadáver, encontró las placas de identificación del marine y leyó el nombre: Mobuto, Marvin. Sargento de personal, seguidas de su número de identificación.

El Jefe le arrancó las placas.

—No te conocía, sargento, pero ojalá lo hubiese hecho. Debes de haber sido un hijo de puta muy duro.

No era un elogio muy bonito, pero esperaba que si el sargento Marvin Mobuto hubiese estado allí para escucharlo, lo habría aprobado.

Una buena trampa requiere un buen cebo; por eso McKay hizo que uno de los Pelicans recogiese los restos achicharrados del Charlie 217 y los depositase en el sitio designado para la emboscada durante las horas de oscuridad. Necesitaron tres viajes para transportar la cantidad suficiente de restos, a los que siguieron horas de un esfuerzo demoledor para esparcir los fragmentos de forma realista y después colocar a los soldados en los cerros que rodeaban la zona.

Al final, cuando el sol empezaba a bañar el área con las primeras luces de la mañana, estaba todo listo. Enviaron una llamada de emergencia falsa y prendieron un fuego bajo los restos. Alrededor del lugar del accidente, había esparcidos unos cuantos «voluntarios»: eran los cadáveres de algunos camaradas muertos en la meseta. Los habían colocado de forma que pudiesen verse desde el aire.

La mitad de la primera sección intentó conciliar el sueño; la otra mitad vigilaba. McKay usaba sus binoculares para reconocer el área. El falso lugar del accidente estaba localizado entre un cerro no muy elevado y una ladera rocosa, cubierta de salientes. El accidente, completado con un hilo de humo, tenía un aspecto muy realista.

Wellsley creía que, ahora que los enemigos habían visto que los marines y el personal de la Marina eran algo más que una simple molestia habían empezado a tomarlos en serio. Eso supondría que vigilarían el tráfico por radio de los humanos, realizarían vuelos de reconocimiento regulares y el resto de actividades de la guerra moderna.

Si la inteligencia artificial estaba en lo cierto, los extraterrestres interceptarían la llamada de socorro, localizarían su fuente y enviarían un equipo a comprobar la situación. Ese era el plan, de todas formas, y McKay no veía por qué no iba a funcionar.

El sol se elevó más en el cielo; la temperatura entre las rocas creció. Los marines aprovechaban cualquier sombra que pudiesen encontrar. En secreto, McKay estaba contenta de que las constantes quejas sobre el calor se hubiesen reducido a un mínimo.

Cuando ya llevaban esperando treinta minutos, McKay oyó un sonido, como el zumbido de un mosquito, y empezó a escrutar el cielo con sus prismáticos. Al poco tiempo pudo distinguir una manchita en el cielo, hacia el sur. La manchita se convirtió rápidamente en una Banshee. Pulsó el micrófono.

—Rojo 1 a Escuadrón 3… Empieza la función.

La oficial no se atrevía a decir nada más, para no levantar las sospechas de un posible escucha. Tampoco tenía que decir mucho más. Sus marines sabían lo que debían hacer.

Mientras la nave enemiga se acercaba, varios miembros del tercer escuadrón, algunos de ellos maquillados como si estuviesen heridos, salieron a campo abierto, hicieron visera con las manos sobre los ojos, como si estuviesen buscando un Pelican que se acercase, y fingieron sorpresa al ver la Banshee. Le dispararon unas cuantas ráfagas y corrieron en busca de la seguridad de las rocas.

A menos de medio kilómetro del lugar del falso accidente, otro marine, o lo que había sido un marine, surgió de un conducto de ventilación y sintió el sol en su cara terriblemente deformada. Bueno, no era su cara, ya que desde que la forma infecciosa le había insertado su penetrador en la columna vertebral, el soldado Wallace A. Jenkins había estado compartiendo su forma física con algo que denominaba «el otro». Un ser extraño que no tenía pensamientos, al menos ninguno al que el humano pudiese acceder, y que parecía no prestar atención al hecho de que su anfitrión aún conservase algunas funciones cognitivas y, posiblemente, también algunas motoras.

Esa consciencia, por lo que había podido ver hasta el momento el marine, era algo único en él, porque sus repetidos intentos para comunicarse con los otros cuerpos que habían pertenecido a sus compañeros de escuadrón habían fracasado.

En esos momentos una desordenada colección de formas infecciosas, portadoras y combatientes empezaban a saltar, tambalearse, anadear y caminar por encima de la superficie de Halo; Jenkins supo que, fuera a donde fuese la columna, sólo tenía un propósito: encontrar formas de vida sentientes y dominarlas. Podía sentir débilmente su ansia, el hambre del otro.

Pero su objetivo era considerablemente distinto. Tras haber sido convertido en una forma de combate, su cuerpo aún era capaz de sujetar un arma. Algunas de las otras formas las llevaban, y eso era lo que Jenkins deseaba más que nada en el mundo. Una M6D estaría bien, pero un arma de energía también le serviría, igual que una granada. No las quería usar contra el Covenant, ni contra el Flood, sino contra sí mismo. O lo que había sido. Por eso se había esforzado tanto en mantener oculta su consciencia al otro, para tener la oportunidad de destruir el cuerpo en el que se encontraba atrapado y escapar del horror que acompañaba a cada uno de los momentos de su vigilia.

El Flood llegó a una colina y, siguiendo el ejemplo de uno de los portadores, empezó a escalar. El otro, con Jenkins a remolque, siguió adelante.

McKay supo que la trampa funcionaría cuando una de las naves de transporte en forma de «U» apareció, sobrevoló en círculos el falso accidente y se preparó para aterrizar. En el momento en que los Élites, los Jackals y los Grunts saliesen de la nave, serían carne de cañón para los marines escondidos entre las rocas y para los francotiradores situados en la planicie de la colina.

La guerra está llena de sorpresas. Cuando la nave del Covenant se elevó de nuevo, McKay se encontró observando todo lo que esperaba, además de una pareja de Hunters. Aquellos cabrones de mirada esquiva eran muy difíciles de matar, y podían despedazar a su sección.

La oficial se tragó el nudo que se le había formado repentinamente en la garganta, pulsó la tecla del micrófono y susurró algunas instrucciones:

—Rojo 1 a todos los francotiradores y lanzacohetes. Dadles a los Hunters con todo lo que tengáis. Y hacedlo ya. Corto.

Sería difícil concretar qué mató a los Hunters a causa de la torrencial lluvia de balas y obuses que les cayó encima, pero a McKay no le importaba mientras los tanques andantes estuviesen muertos… y lo estaban. Sin duda. Ésas eran las buenas noticias.

Las malas noticias eran que la nave de transporte había vuelto y estaba rociando los peñascos con plasma, lo que obligaba a los Helljumpers a esconderse o a perder la cabeza.

Animadas por el apoyo aéreo, las tropas de infantería del Covenant corrieron para adentrarse entre las rocas, ansiosas por encontrar algo de refugio y para encargarse de los traicioneros humanos. Se vieron obligados a pagar un precio, de todos modos, ya que los francotiradores de la colina ya habían liquidado a cinco soldados alienígenas antes de que la nave llegase a vengarse de ellos.

Los marines se vieron forzados a esconderse mientras la nave enemiga proyectaba una doble hilera de disparos de plasma sobre la cima de la pequeña meseta; mató a dos francotiradores, e hirió a un tercero.

Las cosas empezaron a ponerse feas en la rocosa ladera, ya que tanto los del Covenant como los humanos se cazaban mutuamente entre las enormes rocas, erosionadas por la lluvia. Los rayos de energía volaban, las armas de asalto traqueteaban; ambos bandos estaban jugando a un mortal escondite. Eso no era lo que McKay había planeado, y buscaba una forma de retirarse cuando una nueva oleada de enemigos entró en combate.

Un torrente de criaturas extrañas empezaron a atacar a ambos bandos desde el otro lado de la colina. McKay pudo vislumbrar cuerpos mutilados, con una carne cadavérica, y enjambres de unas esferas diminutas que saltaban y trepaban por las rocas.

El primer problema fue que las tropas del Covenant parecían familiarizadas con esas criaturas, pero los Helljumpers no. Tres miembros del segundo escuadrón ya habían caído bajo el peso combinado de múltiples de esas formas, y un miembro del tercer escuadrón había sido asesinado salvajemente por uno de los grotescos bípedos antes de que McKay comprendiese la verdadera extensión del peligro.

La oficial empezaba a escalar la colina, entre el laberinto de rocas, cuando las llamadas de radio continuaban bombardeándola a través del auricular.

—¿Qué coño son esas cosas?

—¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!

—¡Quitádmelo de encima!

El tráfico por radio se triplicó y la frecuencia de mando se convirtió en una confusión de gritos, peticiones de órdenes y súplicas de ayuda. Dio la vuelta a una roca y vio que un Grunt corría ladera abajo con dos de aquellas criaturas esféricas colgadas de la espalda. Una ráfaga controlada del fusil de asalto acabó con los tres.

La marine seguía ascendiendo por la colina cuando descubrió que el nuevo enemigo podía tomar otras formas. McKay mató a uno de esos monstruosos bípedos, vio cómo un recluta vaciaba medio cargador sobre una criatura bulbosa y observó repugnada que la moribunda criatura escupía más de aquellas esferas grotescas.

En ese momento la tercera forma apareció entre un par de peñascos, vio a la humana y saltó por el aire.

Jenkins tenía la misma visión que el resto, descubrió a la teniente y pensó que sería un buen objetivo. Era mejor que el suicidio… Era…

Pero no sería así.

McKay siguió con la vista el cuerpo que se aproximaba, dio un paso al lado y usó la culata de su arma para golpear el lateral de la cabeza de la criatura, que cayó hecha un ovillo, se agitó violentamente y a punto estaba de alzarse de un salto cuando la teniente la agarró.

—¡Échenme una mano! ¡Quiero capturar vivo a éste!

Fueron necesarios cuatro marines para reducir a la criatura, atarla de pies y manos y, finalmente, tenerla bajo control. Incluso así uno de los Helljumpers recibió un golpe en el ojo, otro acabó con un brazo roto y un tercero empezó a sangrar por un mordisco en el brazo.

El combate que siguió duró quince minutos, una eternidad; tanto las tropas humanas como las del Covenant dejaban de pelear entre ellos para concentrarse en el nuevo enemigo. A pesar de todo, en el momento en que hicieron explotar la última de las formas bulbosas, volvieron a ello, persiguiéndose a través del laberinto de rocas en una carrera a vida o muerte. Nadie pedía piedad, nadie la concedía.

McKay pidió refuerzos por radio, y con ayuda de la fuerza de reacción, además de dos Pelicans y cuatro Banshees capturadas, fue capaz de espantar el transporte del Covenant y matar a las tropas terrestres que no deseaban rendirse.

Siguiendo órdenes de McKay, los Helljumpers peinaron el área en busca de especímenes razonablemente intactos del nuevo enemigo, para transportarlos hasta la Base Alfa y analizarlos.

Al final, cuando hubieron recuperado los cuerpos, Jenkins era el único espécimen que seguía vivo. A pesar de la forma en que se retorcía, se sacudía e intentaba morder a sus captores, lo lanzaron dentro del Pelican, lo ataron con bridas que habían quedado en el remolque y le pegaron unas cuantas patadas como medida de contención.

Junto con la mitad de sus marines en el viaje de vuelta con las bolsas de los cadáveres, McKay permaneció sentada durante casi todo el trayecto hacia la Base Alfa, que se le antojó eterno. Las lágrimas marcaban senderos en el mugriento rostro de la Helljumper y caían, hasta mojar el suelo entre sus botas. Enfrentarse al Covenant ya había sido bastante duro, y ahora tenían un enemigo todavía peor al que enfrentarse. Por primera vez desde que aterrizaron en Halo, McKay no sentía más que desesperación.

El Spartan dejó atrás el cuerpo del sargento Mobuto y se acercó a una de las enormes puertas de metal. Le alegró ver que estaba abierta. Se agachó y la atravesó. Chispa Culpable 343 desapareció en una de sus misteriosas diligencias unos momentos después y, como un reloj, el Flood apareció en escena.

Ya estaba preparado para recibirlos. Los Flood se arrastraron hacia la sala: docenas de formas bulbosas infecciosas correteaban por las paredes y el suelo, y otra media docena de formas, éstas de combate, las seguían.

Se detuvieron como si estuvieran confusas. Una de las formas de combate miró hacia arriba… y el Spartan se dejó caer desde la columna a la que se había encaramado. Sus botas de metal redujeron la cara de la criatura a pulpa. El fusil de asalto resiguió el borde de la oleada de formas infecciosas. Las vainas detonaron en una reacción en cadena.

«Eso habrá llamado su atención», pensó. El Jefe se dio la vuelta y corrió. Saltó sobre una plataforma elevada, se separó de los enemigos y disparó de nuevo. Cuando el último cuerpo caía, reaparecieron el vigilante y los centinelas.

El Spartan los miró con indignación mientras recargaba sus armas y siguió a Chispa Culpable 343 hasta un ascensor que era idéntico al último que había usado.

La plataforma transportó al humano a un nivel todavía más elevado. Salió de ella, dejó que los centinelas se encargasen de aligerar un tanto el comité de bienvenida que los esperaba en la entrada y después fue a echarles una mano. Sonó un estruendo cuando uno de los combatientes saltó desde un arco y aterrizó sobre un centinela. Sus tentáculos se retorcían mientras el robot flotante retrocedía, pero se ganaron una serie de chispas y una llamarada. Un momento después el centinela explotó, y el espécimen del Flood y la máquina destrozada cayeron al suelo, formando una bola de carne, hueso y metal. La ducha de metralla seccionó a tres criaturas del Flood, que cayeron al suelo, e hirió a un buen número más.

El Spartan se cargó a otro con una ráfaga de su arma de asalto; los otros robots se desplazaron para freír los restos.

Cuando se hubieron ocupado del contingente de monstruos, el Jefe siguió al vigilante por un corredor bordeado de pantallas azules, a través de un área infestada de Flood, hasta un ascensor que parecía diferente del último. Unas formas geométricas partían el suelo en piezas parecidas a las de un rompecabezas; una serie de paneles elevados montaban guardia alrededor de una columna de luz azul translúcida; todo parecía brillar.

El Jefe Maestro saltó a bordo, sintió una leve sacudida cuando la anciana maquinaria reaccionó ante su presencia y vio que las paredes empezaban a elevarse. En esta ocasión lo conducían hacia abajo, y deseó que se acercase el fin del trayecto. Sin un momento de duda, colocó nueva munición en su arma. Siempre que se desplazaba con uno de esos ascensores acababa en medio de un enorme grupo de Flood.

El ascensor emitía sonidos huecos, reverberantes, cayó mucha distancia y se detuvo con un golpe sordo que reverberó.

Chispa Culpable 343 flotó alrededor de su hombro mientras el Spartan bajaba del ascensor y se acercaba a un pedestal.

—Ahora puedes recuperar el índice —indicó el vigilante. El artefacto brillaba con un tono verde lima; tenía forma de «T». Se deslizó lentamente fuera del tubo cilíndrico que lo había albergado durante muchos milenios. Una serie de bloques metálicos que envolvían el aparato, rotaron y giraron al desaparecer la protección que proporcionaba al Indice.

El Spartan agarró el aparato y lo sacó de su funda tubular.

Alzó el brillante artefacto para examinarlo… y quedó sorprendido por un rayo gris que lanzó Chispa, que arrancó el Indice de su mano y desapareció dentro de la cámara de almacenamiento que tenía el vigilante en el cuerpo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó el Spartan.

—Ya lo sabe, Reclamador —contestó Chispa, como si se estuviese dirigiendo a un niño perdido—, el protocolo requiere que yo tome posesión del índice durante el transporte.

Chispa Culpable 343 planeó y revoloteó, y finalmente volvió a flotar en su sitio.

—Su forma biológica le hace vulnerable a la infección. El índice no debe caer en manos del Flood antes de que lleguemos a la Sala de Control y activemos la instalación. El Flood se está extendiendo… ¡Tenemos que apresurarnos!

El Jefe Maestro estaba a punto de contestar cuando vio las líneas de luz parpadeante que le rodeaban el cuerpo, supo que estaba a punto de teletransportarlo y de nuevo sintió un mareo.

«Yo quería algo», se dio cuenta Keyes. Estaban tamizando los recuerdos que volvía a visionar como si fuese una biblioteca infinita de vídeos por alguna razón. La presencia que zumbaba en su mente buscaba… ¿qué buscaba?

Se agarró a este pensamiento y presionó contra el muro de resistencia que el otro había erigido alrededor cuando había levantado su consciencia. Lo golpeó de nuevo y casi logró deslizado…

Y lo comprendió: huir. Fuera lo que fuese esa cosa, quería salir del anillo. Tenía hambre, y había lugares perfectos para alimentarse.

El otro penetró en su mente con un tentáculo que parecía alambre de espino y trajo a la superficie una imagen del amanecer terrestre visto desde la luna, que se mezcló con las imágenes del ganado en el matadero. Sintió que los tentáculos del otro agarraban con ansia la imagen de la Tierra. «¿Dónde? —gritó, como un trueno—. Di.»

Se incrementó la presión, que golpeó la resistencia de Keyes, y, desesperado, éste buscó un nuevo recuerdo. La presencia extraterrestre parecía perpleja ante la imagen de Keyes: un ami

go de la infancia chitando una pelota de fútbol en un campo de color verde intenso.

La presión disminuyó mientras el otro examinaba este nuevo recuerdo.

Keyes sintió una punzada de arrepentimiento. Sabía lo que debía hacer a continuación. Cogió todo lo que recordaba de la Tierra, su localización, su habilidad para encontrarla, sus defensas, y lo enterró lo más profundamente que pudo.

Keyes tuvo un sentimiento de pérdida cuando le arrancaban el recuerdo del campo de fútbol y lo descartaban para siempre. Corrió a emitir otro recuerdo, el sabor de su comida favorita. Empezó a entregar sus recuerdos a la presencia que invadía su mente, migaja a migaja.

De todas las batallas en las que había luchado, ésta era la más dura… y la más importante.

El Jefe se materializó en la pasarela que parecía flotar sobre el negro abismo que se abría debajo, en la sala de control. Vio la réplica de Halo que flotaba encima de ellos, en forma de arco, el globo que flotaba en medio de la pasarela y el panel de control donde había visto a Cortana por última vez. ¿Estaba aún allí?

Chispa Culpable 343 flotaba por encima de su cabeza.

—¿Va algo mal?

—No.

—Espléndido. ¿Seguimos?

El Spartan avanzó. La mesa de control era larga, y se curvaba en ambos extremos. Un espectáculo de luces, que parecía no tener fin, se reproducía a través de la superficie del panel mientras la complicada maquinaria electrónica del mundo anillo transmitía un flujo constante de datos a la pantalla; todos ellos parecían un mosaico de jeroglíficos y símbolos en constante cambio.

Éstos, si alguien sabía interpretarlos correctamente, eran el equivalente del pulso, la respiración y las ondas cerebrales del mundo anillo. Eran informes que trataban sobre la velocidad de rotación, la atmósfera, la meteorología, la compleja biosfera y la maquinaría que lo mantenía todo en marcha, además de las actividades de las criaturas a cuyo alrededor se había formado el mundo: el Flood. Era algo increíble de mirar… y aún más increíble de evaluar.

Chispa Culpable 343 se deslizó por encima del panel de control y echó un vistazo al humano que estaba plantado frente a él. El artefacto habló con un deje altanero en la voz.

—Mi papel en este cometido ha tocado a su fin. El protocolo no permite a unidades de mi clasificación realizar tareas tan importantes como la reunificación del Indice con el Núcleo.

El vigilante revoloteó hasta flotar al lado del Jefe Maestro.

—El último paso está reservado para usted, Reclamador.

—¿Por qué sigues llamándome así? —preguntó el Jefe, pero Chispa se mantuvo en silencio.

El Spartan se encogió de hombros, aceptó el índice y echó un vistazo al panel que tenía delante. Una ranura, que parecía la indicada, brillaba con el mismo tono verde del índice. Lo deslizó de nuevo en su lugar; el aparato en forma de «T» encajaba perfectamente.

El panel de control tembló, como si lo hubiesen apuñalado, las pantallas se iluminaron como si respondiesen a una sobrecarga y oyó un quejido electrónico. Chispa Culpable 343 ladeó la cabeza, como si intentase mirar al tablero de control.

—Se suponía que no tenía que suceder eso —gorjeó Chispa.

Hubo un resplandor tenue cuando la figura holográfica de Cortana apareció y creció hasta dominar completamente el panel de control. Tenía los ojos de un rosa brillante, los datos cruzaban su cuerpo. El Jefe dedujo que estaba enfadada.

—¿De veras que no? —dijo ella. Hizo un gesto, y el vigilante dejó de flotar, y se desplomó sobre la cubierta con un ruido metálico.

—Cortana… —El Jefe Maestro alzó la mirada.

La Inteligencia Artificial estaba de pie, con los brazos en jarras.

—He estado horas encerrada aquí, mientras lo veía ayudar a esa… cosa a conseguir que nos rebanen los pescuezos.

—Espere. Es un amigo —la interrumpió el Jefe, volviéndose hacia el vigilante.

—Oh, no me había dado cuenta —dijo Cortana, tras llevarse una mano a la boca, para imitar burlonamente un gesto de sorpresa—. ¿Es colega suyo? ¿Su camarada? ¿Tiene idea de lo que ha estado a punto de obligarle a hacer ese cabrón?

—Sí —respondió el Spartan con paciencia—, activar las defensas de Halo y destruir a los Flood. Por eso hemos traído el índice a la Sala de Control.

La imagen de Cortana extrajo el índice de su ranura y lo mantuvo delante de ella.

—¿Se refiere a esto?

Ya reanimado, Chispa Culpable 343 flotó por encima del suelo; estaba furioso.

—¡Un artificial en el núcleo! ¡Es totalmente inaceptable!

Los ojos de Cortana brillaron mientras se inclinaba hacia adelante.

—¡Vete a la mierda!

El vigilante se elevó un poco más.

—¡Qué impertinencia! Debo purgarte ahora mismo.

—¿Estás seguro de que eso es una buena idea? —le preguntó Cortana mientras balanceaba el índice y añadía sus datos a su memoria.

—¿Cómo te atreves? —exclamó Chispa—. Voy a…

—¿Hacer qué? —inquirió Cortana—. El índice lo tengo yo… Tú puedes quedarte ahí, flotando y chisporroteando.

El Jefe Maestro alzó ambas manos. Una de ellas sostenía el fusil de asalto.

—¡Basta! Los Flood se están extendiendo. Si activamos las defensas de Halo, podemos barrerlos.

Cortana miró al humano, con una expresión de lástima en la mirada.

—No tiene ni idea de cómo funciona el anillo, ¿verdad? ¿De para qué lo construyeron los Ancianos? —Se inclinó hacia adelante, con la cara seria—. Halo no mata a los especímenes del Flood… mata su alimento. A los humanos, al Covenant, a lo que sea. Se os pueden comer a todos. La única forma de detener a las criaturas del Flood es hacerlas morir de hambre. Y eso es exactamente para lo que diseñaron Halo: para barrer la galaxia de toda vida sentiente. ¿No me cree? —acabó la IA—. ¡Pregúntale a él! —Señaló a Chispa Culpable 343.

Las repercusiones de lo que decía Cortana le llegaron muy adentro, y agarró con más fuerza su MA5B. Se volvió hacia el vigilante.

—¿Es eso cierto?

Chispa revoloteó un poco.

—Claro que sí —contestó directamente el artefacto. Después, de nuevo con su voz más oficial, continuó—: Esta instalación tiene un radio efectivo máximo de veinticinco mil años luz, pero cuando los otros sigan su ejemplo, esta galaxia estará vacía de vida o, al menos, de cualquier vida con suficiente biomasa para sostener al Flood. Pero esto ya lo sabía —continuó contrito la IA. El pequeño aparato parecía realmente perplejo—. Quiero decir, ¿cómo podía no saberlo?

—Se había olvidado de un detallito, ¿eh? —Cortana miró encolerizada al Jefe.

—Hemos seguido el procedimiento de contención de un brote al pie de la letra —se defendió el vigilante—. Estaba conmigo en cada paso, mientras realizábamos el proceso.

—Jefe —le interrumpió Cortana—, estoy captando movimiento…

—¿Por qué debería dudar en hacer lo que ya ha hecho? —preguntó Chispa Culpable 343.

—Tenemos que irnos —insistió Cortana—. ¡Ahora mismo!

—La última vez me lo preguntó: ¿si fuese una decisión mía, lo haría? —continuó el vigilante, mientras un rebaño de centinelas se colocaban en línea detrás de él—. He tenido un tiempo considerable para ponderar su pregunta, y mi respuesta no cambia. No hay otra opción. Debemos activar el anillo.

—Sáquenos. De. Aquí —ordenó Cortana, siguiendo a los centinelas con la mirada.

—Si no quiere ayudar, encontraré a otro —siguió conversando Chispa—. Pero primero debo recuperar el índice. Entrégueme su Inteligencia Artificial o deberé arrebatársela.

El Spartan miró a Chispa y a las máquinas que flotaban en el aire, tras él. El arma de asalto estaba preparada para disparar.

—Eso no va a pasar.

—Que así sea —dijo cansado el vigilante. Después, en un comentario dirigido a los centinelas, continuó—: Destruidlo todo, excepto la cabeza.