CINCO

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DESPLIEGUE +128.15.25 (RELOJ DE MISIÓN DE LA TENIENTE MCKAY) / LLANURA EN LA QUE SE ENCUENTRA EL PILLAR OF AUTUMN

La lluvia dejó de caer hacia el amanecer, no gradualmente sino de golpe, como si alguien hubiese apagado un interruptor. Las nubes se fundieron, brillaron los primeros rayos de sol y la oscuridad se rindió a la luz.

Lentamente, como si tuviese que descubrir algo precioso, el brillo dorado se deslizó a través de la llanura hasta iluminar el Pillar of Autumn, caído como un cetro abandonado, con la proa colgando sobre el borde de un barranco muy profundo.

Era enorme, tan enorme que el Covenant había asignado a dos Banshees a sobrevolarla constantemente, y una escuadra de seis Ghosts patrullaba alrededor del casco del crucero derribado. De todos modos, por la forma desganada en que los soldados enemigos realizaban sus tareas, McKay podía deducir que no eran conscientes de la amenaza que les había empezado a acechar durante las horas de oscuridad y lluvia.

En la Tierra, antes de la invención del Motor Translumínico Shaw-Fujikawa y de los siguientes esfuerzos para colonizar los sistemas estelares, los humanos organizaban los ataques al amanecer, cuando había más luz y los centinelas enemigos debían de estar cansados o adormilados. Como forma de contraataque, los ejércitos más sofisticados pronto desarrollaron la tradición de que todos los soldados estuviesen preparados a la madrugada, muy pronto, y fuesen a las barricadas, por si esa mañana era la escogida para lanzar el ataque.

McKay se preguntaba si el Covenant también seguiría esa tradición. ¿O quizá estaban echando una cabezadita, aliviados de que el largo período de oscuridad ya hubiese pasado, el miedo calmado con los primeros rayos de sol? McKay lo descubriría enseguida.

Como todos los sesenta y dos miembros de su compañía, la Helljumper estaba escondida justo en el borde del área en forma de «U» que el Covenant patrullaba. Ahora, con la luz del día a sólo unos minutos, había llegado el momento de empezar o de retirarse.

McKay miró por última vez a su alrededor. Le dolía el brazo y tenía la vejiga llena, pero todo el resto estaba bien. Tecleó en la radio y dio la orden que las dos brigadas habían estado esperando.

—Rojo 1 a Azul 1 y Verde 1… Procedan hacia el objetivo. Corto.

La respuesta llegó tan rápido que McKay no escuchó los mensajes de «recibido» que debían haber enviado los dos líderes de brigada. La clave era neutralizar las Banshees y los Ghosts con tanta rapidez, con tanta decisión, que los soldados de la ODST pudiesen cruzar el largo trecho de tierra descubierta y alcanzar sin oposición el Autumn. Por eso había no menos de tres de los poderosos lanzacohetes M19 apuntados a cada Banshee, y había asignado a tres marines a cada uno de la media docena de Ghosts, su otro objetivo.

Dos de los cuatro cohetes que se dispararon a las naves del Covenant fallaron el objetivo, pero las dos Banshees recibieron impactos y explotaron inmediatamente. Los restos llovieron sobre la posición del Covenant.

Los pilotos de los Ghosts a ambos lados de la nave aún miraban hacia arriba, intentando desentrañar qué había sucedido, cuando más de dos docenas de armas de asalto abrieron fuego sobre ellos.

Cuatro de esos vehículos de asalto rápido quedaron destruidos en los primeros segundos de la batalla. El quinto, pilotado por un Élite herido mortalmente, describió una serie de amplios círculos en zigzag antes de acabar chocando contra el casco de la nave, lo que remató al piloto. El Élite que controlaba el sexto y último Ghost sufrió un ataque de pánico, reculó y se despeñó por el borde del precipicio.

McKay no pudo oír si el alienígena gritaba durante su caída, en parte por las detonaciones constantes de los múltiples rifles de precisión S2 que disparaban a su alrededor. Pulsó de nuevo la frecuencia de mando de su radio y ordeno a los líderes de brigada que avanzasen.

La fuerza de asalto cruzó a la carrera la zona descubierta y se dirigió hacia las escotillas de aire cercanas a la popa.

Las tropas del Covenant estacionadas en el interior de la nave oyeron el jaleo y corrieron al exterior, para encontrarse con la visión de los restos destrozados de su apoyo mecánico aún humeantes y un equipo de asalto de infantería entusiasmado, aunque un poco escaso.

La mayoría se quedó de pie allí, esperando a que alguien les diese órdenes, cuando los proyectiles perforadores de blindaje estabilizado por aletas con casquillo desechable de los francotiradores empezaron a agujerearlos. El impacto fue devastador. McKay vio cómo los Élites, los Jackals y los Grunts dejaban caer las armas y caían derribados por imparables fúsiles que se cobraban sus piezas.

Cuando los extraterrestres empezaron a replegarse en el interior, hacia la relativa seguridad de la nave, McKay se puso en pie, sabiendo que uno de sus oficiales haría lo mismo en la zona más alejada del casco, e hizo una señal a los francotiradores.

—¡Agarren a los rifles de asalto! ¡El último que llegue a la escotilla deberá quedarse y montar guardia!

Todos los ODST sabían que había montones de cosas que saquear en el interior del casco, y estaban deseosos de ponerse a ello. La posibilidad de que podían acabar vigilando la escotilla de entrada en lugar de desvalijar el Autumn era una motivación suficiente para que cada marine corriese lo más rápido que pudiese.

El propósito de ese movimiento era que los últimos miembros de la compañía cruzasen lo que se había convertido en un campo de fusilamiento de seres del Covenant lo más rápido posible. McKay pensaba que había tenido éxito pero una sombra la sobrevoló.

—¡Contacto! ¡Contacto enemigo! —gritó alguien.

La oficial miró a su espalda y descubrió la nave de transporte del Covenant. La escuálida nave venía del este y estaba a punto de descargar refuerzos. El cañón de plasma abrió fuego y puntuó una línea discontinua en la tierra, hacia el borde del despeñadero.

De cintura hacia abajo, un francotirador desapareció. Tuvo el aire necesario para gritar mientras su movimiento se detenía y su torso caía sobre un montón de intestinos.

—¡Francotiradores! ¡Media vuelta! ¡Fuego! —McKay se detuvo gritando esto; esperaba que estas cortas órdenes fuesen suficientes para comunicar lo que deseaba.

Las naves de transporte del Covenant tenían compartimentos laterales, unos cubículos minúsculos en el que viajaban las tropas durante el trayecto y de las que salían cuando la nave llegaba a la zona de aterrizaje. Si el piloto hubiese tenido más experiencia, al aterrizar habría colocado el vehículo de forma que el morro apuntase hacia el enemigo y pudiese disparar contra ellos mientras las tropas descendían, pero como no lo era o simplemente había cometido un error, presentó el lateral de estribor a los humanos y abrió las compuertas.

Más de la mitad de los francotiradores de la ODST habían vuelto a cargar sus S2 y a colocárselas en el hombro cuando se abrieron las compuertas. Abrieron fuego antes de que las fuerzas del Covenant pudiesen saltar al suelo. Uno de los proyectiles alcanzó una granada de plasma y la hizo explotar. Esto debió haber cortado una línea de control porque la nave dio bandazos para estabilizarse, se inclinó y clavó el morro en el suelo. Un par de oleadas de tierra salió disparada de la llanura cuando el aparato se deslizó hacia adelante, chocó con un montículo, explotó y se cubrió de llamas.

Se oyeron explosiones secundarias y los cascos gemelos se desintegraron. El sonido del estallido rebotó en el casco del Autumn y se oyó por toda la llanura.

Los marines esperaron un momento para ver si alguno de los extraterrestres intentaba arrastrarse, salir o huir, pero ninguno lo hizo.

McKay oyó el sonido amortiguado de disparos de armas automáticas proveniente del interior de la nave que tenía a sus espaldas, y comprendió que sólo habían realizado la mitad del trabajo. Hizo una seña a la media docena de marines.

—¿A qué están esperando? ¡Vamos!

Los Helljumpers intercambiaron una mirada, sonrieron y siguieron a McKay al interior de la nave. Quizá la teniente tenía el aspecto de una maníaca de ojos enloquecidos, pero sabía lo que hacía… Eso les bastaba.

La tierra estaba aún húmeda a causa de la lluvia, por eso, cuando el sol alcanzó la cima de la meseta, una niebla espesa se empezó a formar; era como un batallón de espíritus a los que hubiesen liberado de sus ataduras.

Keyes, agotado después de su cautividad, por no mencionar la desgastadora huida del Truth and Reconciliation, se había derrumbado sobre la cama que los Helljumpers le habían preparado y durmió profundamente las siguientes tres horas.

Ahora, despertado por una pesadilla y por su reloj interno, aún sincronizado con la arbitraria hora de la nave, el oficial de la Marina estaba en pie y rondando los alrededores.

La vista desde el terraplén era poco menos que espectacular; daba a una llanura que llegaba hasta las colinas que se alzaban más allá. Un banco de nubes de color marfil surcaba el cielo tras las colinas. La vista era tan bella, tan prístina que se le hacía difícil creer que Halo era un arma.

Oyó el roce de unos pasos, se dio la vuelta y vio a Silva aparecer por la escalera que llevaba a la plataforma de observación.

—Buenos días, señor —dijo el marine—. Me habían dicho que estaba en pie y en marcha. ¿Puedo acompañarlo?

—Claro —contestó Keyes, señalando una zona al lado de la muralla, que les llegaba hasta las cinturas—. Por favor. He realizado un tour sin guía por las zonas de aterrizaje, las posiciones de los Shades y alrededor de la tienda de mantenimiento. Buen trabajo, comandante. Hay que felicitar a usted y a sus Helljumpers. Gracias a ustedes, tenemos un lugar donde descansar, reagruparnos y planear.

—El Covenant nos hizo parte del trabajo —repuso Silva con modestia—, pero estoy de acuerdo, señor, mis chicos han hecho un trabajo cojonudo. Hablando de eso, quería comunicarle que la teniente McKay y dos brigadas de ODST están infiltrándose en el Autumn ahora mismo. Si consiguen los suministros que necesitamos, la Base Alfa será capaz de resistir durante bastante tiempo.

—¿Y si el Covenant ataca antes?

—Pues estaremos jodidos de verdad. Nos queda poca munición, poca comida y poco combustible para los Pelicans.

—Esperemos que McKay lo logre —contestó Keyes—. Mientras, hay otros asuntos que tener en consideración.

Silva encontraba la forma fácil y sutil que Keyes había usado para asumir de nuevo el mando un poco irritante, aunque sabía que era la obligación del otro oficial seguir ese procedimiento. Había una cadena de mando muy bien definida, y ahora que Keyes había sido liberado, el oficial de la Marina estaba al frente. El marine no podía hacer más que mostrar interés y esperar que, como mínimo, a su superior se le ocurriesen ideas correctas.

—Sí, señor. ¿Qué asuntos?

Keyes empezó a hablar y Silva a escuchar. El capitán le contó lo que había descubierto durante su cautiverio.

—La esencia de este asunto es que, aunque las razas que forman el Covenant parecen poseer un alto nivel tecnológico, la mayor parte de esos avances ha sido sacada directamente de los seres a los que llamaban los Ancianos, una vieja raza que dejó restos en docenas de planetas y presumiblemente son los constructores de Halo.

»A largo plazo, el hecho de que sean adaptativos en lugar de innovadores puede resultar su perdición. Por ahora, de todos modos, antes de poder aprovecharnos de su punto débil, debemos encontrar la forma de sobrevivir. Si Halo es un arma y tiene la capacidad de destruir toda la humanidad, como ellos parecen creer, tenemos que encontrar la forma de neutralizarla o quizá usarla en contra del Covenant.

»Por eso he ordenado a Cortana y al Jefe Maestro que encuentren el lugar al que los alienígenas se refieren como sala de control, y que busquen una forma de entorpecer el plan del Covenant.

Silva colocó los antebrazos sobre el muro que limitaba el terraplén y miró hacia la llanura. Si uno sabía hacia dónde mirar y tenía buena vista, podría distinguir la tierra llena de cicatrices donde habían atacado los Ghosts, donde los Helljumpers habían aguantado, donde algunos de sus marines estaban enterrados.

—Entiendo lo que quiere decirme, señor. ¿Me concede permiso para hablar libremente?

—Claro. —Keyes miró un momento a Silva, después de nuevo hacia la planicie—. Usted es el segundo al mando y, obviamente, sabe desenvolverse mucho mejor que yo en refriegas en tierra. Si tiene alguna idea, alguna sugerencia o alguna preocupación, quiero oírla.

—Gracias, señor —respondió Silva con respeto—. Mi pregunta tiene que ver con el Spartan. Como todos los demás, sólo siento respeto hacia el historial del Jefe, pero ¿es la persona correcta para el tipo de misión que tiene en mente? ¿Hay alguien correcto para una operación de esa clase?

»Sé que el cuerpo del Jefe Maestro ha sido aumentado, por no hablar de las ventajas que le proporciona su armadura, pero mire a su alrededor. Esta base, estas defensas, fueron construidas por seres humanos normales.

»El programa Spartan fue un fracaso, capitán. El hecho de que sólo quede el Jefe lo demuestra, por lo que ponga la misión en las manos de algunos marines de honor, y que se ganen el sueldo.

»Gracias por escucharme.

Keyes había formado parte de la Marina durante mucho tiempo y sabía que Silva era ambicioso, no sólo para él mismo sino para la rama de los marines de la ODST. También sabía que era valiente, tenía buenas intenciones, y que, en este caso concreto, estaba completamente equivocado. Pero ¿cómo decírselo? Necesitaba el apoyo entusiasta de Silva si es que querían salir con vida de aquel follón.

El capitán consideró las palabras de Silva y asintió.

—Ha expresado algunos puntos válidos. Lo que usted y sus marines de honor han conseguido en esta meseta es casi un milagro.

»Pero no puedo estar de acuerdo con sus conclusiones sobre el Jefe o el programa Spartan. Es importante comprender que lo que hace al Jefe tan efectivo no es lo que es sino quién es. Su historial no es el resultado de la tecnología, de lo que le han hecho, sino a pesar de lo que le han hecho y de todo el dolor que ha sufrido.

»Lo cierto es que el Jefe hubiese crecido y se hubiese convertido en un sujeto remarcable independientemente de lo que el gobierno le hiciera o dejara de hacerle. ¿Que si creo que hay que secuestrar a niños del lado de sus padres? ¿Que el ejército tiene que criarlos? ¿Que hay que alterarlos quirúrgicamente? No, no lo creo, no en tiempos normales.

Suspiró y cruzó los brazos ante el pecho.

—Comandante, uno de mis primeros cometidos fue escoltar a la dirigente del programa Spartan durante el proceso de selección de los candidatos de la segunda serie. En ese momento, no tenía aún la visión global del asunto, pero seguramente, si lo hubiese sabido, habría dimitido.

»Pero no estamos en tiempos normales. Estamos hablando de la posibilidad real de la extinción total, comandante. ¿Cuánta gente perdimos en las Colonias Externas? ¿Cuántas en la masacre del Covenant en Jericho VII? ¿Y en Reach? ¿Cuántos serán vidriados si consiguen localizar la Tierra?

Eran preguntas retóricas. El marine meneó la cabeza.

—No lo sé, señor. Lo que sí sé es que hace más de veinticinco años, cuando yo era teniente, la gente que inventó al Jefe pensó que sería divertido probar su nueva mascota con carne real. E ingeniaron una situación en la que cuatro de mis marines se encontrasen a su amiguito, se ofendieran por algo que hubiese hecho e intentaran darle una lección.

»El plan funcionó a la perfección. Ese monstruo no sólo golpeó a mis chicos como un demonio, sino que mató a dos de ellos… los golpeó hasta matarlos en el maldito gimnasio de una nave. No sé cómo llama usted a eso, señor, pero yo lo llamo asesinato. ¿Qué repercusiones hubo? Ninguna. A ese juguetito le dieron una palmadita en la espalda y un billete para las duchas. Eso nos pasó ese puñetero día.

—Por lo que pueda servirle, comandante, siento de veras lo que sucedió a sus hombres. —El aspecto de Keyes era sombrío—. Pero ésta es la realidad: quizá no sea bonito; joder, quizá ni sea correcto, pero si pudiese tener en mis manos a un millón de Jefes, los usaría a todos, a cada uno de ellos. Para esta misión en concreto, sí, creo que sus hombres podrían llegar a cumplirla y si sólo los tuviésemos a ellos, no dudaría en enviarlos. Pero el Jefe tiene una serie de distintas ventajas, entre ellas Cortana, y asumiendo esta tarea dejará a sus hombres disponibles para otros asuntos. El Señor sabe que hay un montón de cosas que hacer. Mantengo mi decisión.

—Señor, sí, señor —asintió rígidamente Silva—. Mis hombres harán todo lo posible para apoyar al Jefe y a Cortana.

—Sí —contestó Keyes, la mirada perdida en el curvado anillo—. Estoy seguro de que sí.

La estancia, normalmente oscura, estaba iluminada por una luz artificial. Zuka ‘Zamamee había estudiado el ataque sobre el Truth and Reconciliation, había tomado nota de la forma en que la LA. humana había accedido a la red de combate del Covenant, y había analizado la naturaleza de la intrusión electrónica para establecer qué era lo que más le interesaba a esa entidad.

Después, basándose en esos análisis, había proyectado los siguientes pasos de los humanos. No todos los humanos, ya que éstos quedaban fuera de los parámetros de su misión, sino del individuo que le interesaba de verdad. Un individuo que parecía formar parte de un grupo de élite, especializado, parecido al suyo propio, y que seguramente sería enviado para continuar la misión a partir de lo que habían descubierto los humanos.

Ahora, en la sala que llevaba directamente al centro de control de seguridad, ‘Zamamee estaba preparando una trampa. El humano de la armadura vendría, sabía que sería así, y una vez dentro de la trampa, el humano se encontraría con su fin. Ese pensamiento le levantó los ánimos a ‘Zamamee y empezó a canturrear un himno de batalla mientras trabajaba.

Hubo un destello seguido de un sonoro bang cuando la granada de fragmentación estalló. Un Jackal aulló, un fusil de asalto traqueteó y un marine dijo en voz de grito:

—¡Si quieres más, házmelo saber!

—Buen trabajo —exclamó McKay—. Ése era el último.

Cierren la escotilla, asegúrenla y coloquen un equipo de fuego para que no encuentren una forma de salir. El Covenant se puede quedar con las cubiertas superiores. Lo que necesitamos está aquí abajo.

La batalla estaba durando horas y McKay y sus marines luchaban para empujar a los restos de las fuerzas enemigas fuera de las porciones clave del Autumn, hacia las secciones de la nave que no eran críticas para el cumplimiento de la misión.

Cuando los Helljumpers sellaron la última escalera de acceso entre cubiertas que no estaba asegurada, lograron lo que habían estado intentando conseguir: acceso libre y sin restricciones al almacén principal de la nave, a las secciones de carga y a los muelles de vehículos.

Es más, incluso mientras la segunda brigada empujaba al último extraterrestre fuera de las cubiertas inferiores, la primera, bajo el liderazgo de la alférez Oros, había iniciado la importante tarea de enganchar los remolques a la flota de Warthogs estibados en el vientre de la nave y cargarlos de comida, munición y la larga lista de suministros que McKay había traído consigo. Cada vez que uno de los remolques estaba lleno, los marines lo conducían por unas improvisadas rampas hasta el terraplén de abajo.

Una vez en el exterior, colocados de forma circular, el poder combinado de las armas antiaéreas LRV M41 formaba una poderosa defensa contra posibles ataques de Banshees, Ghosts o transportes del Covenant. No aguantaría para siempre, pero lograría lo más importante: ganar tiempo.

Además de la formidable fuerza de fuego de la columna de suministros, había cuatro Tanques de Batalla Scorpion M808, los MBT, que descendieron la rampa con un fuerte estruendo, y dejaron una estela de tierra que señalaba su paso mientras rugían para adquirir su posición dentro de la pantalla que establecían los Warthogs.

El blindaje de titanio y cerámica de los MBT les proveía de una excelente protección frente a los disparos de armas menores, aunque los vehículos serían vulnerables si los extraterrestres conseguían acercarse demasiado. Por eso se había asignado a cuatro marines para que viajaran encima de las orugas de cada Scorpion.

Ahora, libre para retirarse del crucero derribado y supervisar la carga final, McKay dejó a Lister a cargo de mantener los extraterrestres a raya.

Cuando salía de la nave, McKay vislumbró dos Pelicans muy cargados que volaban en dirección a la meseta, cada uno con un Warthog agarrado a su vientre. Y allí, formando en la llanura que tenía delante, veintiséis todoterrenos con tráiler esperaban, listos para ponerse en marcha, y unos cuantos más aún surgían de la nave.

El único problema que tenía era la gente. Después de cumplir la misión sólo le quedaban cincuenta y dos hombres, lo que significaba que su diezmada compañía lo tendría difícil para poder conducir treinta y cuatro vehículos y luchar si fuese necesario. Tanto McKay como sus oficiales conducirían u ocuparían el sitio del artillero durante el viaje de vuelta.

Oros vio a la comandante de la compañía salir del casco del Autumn. La jefa de brigada estaba encerrada dentro de uno de los exoesqueletos de carga que habían cogido de la nave. Los servos gimieron siguiendo sus movimientos cuando cruzó el espacio de tierra batida por los neumáticos hasta el punto en que esperaba McKay, con las manos en las caderas. Tenía la cara cubierta de mugre y la armadura corporal estaba chamuscada en el punto donde había alcanzado un tiro de plasma.

—El naranja le sienta bien.

—Gracias, jefa —sonrió Oros—. ¿Ha visto los Pelicans?

—Sí que los he visto. Parecían un tanto sobrecargados.

—Sí, los pilotos empezaban a quejarse del peso, pero los he sobornado con un par de barritas de chocolate. Volverán en unos cuarenta y cinco minutos. Cuando lo hagan, arrastraremos los bidones de fuel hasta los compartimentos de carga, los llenaremos desde la nave y rellenaremos sus depósitos. Después, para asegurarnos de que ha sido una buena inversión, engancharemos cañones autónomos MLA bajo cada fuselaje y también nos lo llevaremos.

—¿Cañones autónomos? —McKay arqueó una ceja—. ¿De dónde los han sacado?

—Eran parte del armamento del Autumn —contestó alegremente la otra oficial—. Pensé que, tal vez, sería divertido poder golpear a un transporte del Covenant desde lo alto de la meseta. —Hizo una pausa y añadió—. Ésas son las buenas noticias.

—¿Y cuáles son las malas?

—Hay mucho equipo que no ha sobrevivido al accidente. No hay misiles ni cohetes para los Pelicans, y estamos casi secos en proyectiles de 70 mm para sus metralletas frontales. El soporte aéreo que tendremos a partir de ahora será únicamente para transportarnos.

—Mierda —espetó McKay. Sin soporte aéreo bien armado, sería más complicado defender la Base Alfa.

—Afirmativo —repuso Oros—. Ah, y he ordenado a los pilotos que trajeran a quince operativos más en el viaje de vuelta. Médicos, tripulación, cualquiera que sepa conducir o disparar un M41. Eso nos permitirá incorporar unos cuantos Warthogs más en la columna y asignar al menos a dos personas a cada tanque.

—¿Se lo ha ordenado? —McKay volvió a alzar una ceja.

—Bueno, les dejé caer que eran órdenes directas suyas.

—Es usted increíble —comentó McKay, meneando la cabeza.

—Sí, señora —replicó la desvergonzada Oros—. Semper Fi.

Los Pelicans sobrevolaron el brillante mar, pasaron por encima del suave oleaje y volaron en paralelo a la playa. Foehammer podía ver una estructura delante, más allá del cabo, y un montón de tropas del Covenant corriendo arriba y abajo en respuesta a la súbita e inesperada llegada de dos transportes de la UNSC. Rawley luchó contra el deseo de disparar la metralleta de 70 mm del Pelican. Había gastando los restos de su munición en el último sobrevuelo, había alzado géiseres de arena cazando un Élite por la playa, que había acabado con el alienígena desapareciendo en una nube de su propia sangre. No parecía que fueran a conseguir más munición pronto.

Pulsó las teclas necesarias para activar el canal general.

La zona de aterrizaje está caliente, repito, caliente —recalcó Foehammer.

El Jefe Maestro se puso en pie al lado de la escotilla abierta y esperó la señal de Foehammer.

—¡Tierra! ¡Vamos, marines!

Estuvo entre los primeros en saltar de la rampa; sus botas dejaron huellas profundas en la suave arena.

Se detuvo para mirar a su alrededor, entonces dio un giro hacia el punto en el que esperaban los alienígenas. Un segundo después de que el último miembro del equipo de tierra desembarcara, los Pelicans se alzaron de nuevo, y dieron la vuelta en el aire.

El fuego de plasma les llovió desde lo alto de una elevación, mientras los marines avanzaban por la arenosa ladera, disparando ráfagas escalonadas, para que no todo el equipo tuviese que recargar en el mismo momento. El Spartan corría el primero, añadió su fuego al del resto y envió un Élite destrozado al suelo. Por primera vez superaban en números a las fuerzas del Covenant y los humanos tardaron poco en reducirlos. El combate duró sólo diez minutos.

Era hora de ponerse en marcha. El Spartan revisó los objetivos de la misión mientras inspeccionaba la zona de aterrizaje: encontrar y asegurar una instalación en manos del Covenant, una especie de sala de mapas… que el enemigo ya había capturado.

El Covenant la llamaba «el Cartógrafo Silencioso», y seguramente podía señalar la sala de control de Halo. Keyes había insistido mucho en la urgencia de la misión.

—Si el Covenant descubre cómo usar Halo como un arma, estamos fritos.

Quizá con la ayuda de Cortana tendrían la oportunidad de descubrir dónde demonios se albergaban los sistemas de control del anillo. Lo único que tenían que hacer era arrebatárselo a los enemigos atrincherados.

El Spartan oyó el sonido de la estática seguido de la alegre voz de Foehammer mientras su Pelican sobrevolaba la zona de aterrizaje.

Aquí Echo 419. ¿Alguien ha pedido un Warthog:?

—No sabía que hicieras entregas a domicilio, Foehammer —señaló un marine.

Ya conoces nuestro lema: «te lo traemos» —rió la piloto.

El Jefe Maestro esperó a que el transporte depositara el todoterreno en la playa, vio cómo dos marines se montaban en él y saltó tras el volante. El soldado que estaba ante la metralleta hizo un gesto con la cabeza.

—Cuando usted quiera, Jefe.

El Spartan pisó a fondo el acelerador; la arena saltó de debajo de los neumáticos. El Warthog dejó huellas paralelas a lo largo de la playa por la que corría.

Dieron la vuelta al cabo en cuestión de minutos y entraron en el área abierta que había más allá. Había unos grupos de árboles, algunos riscos erosionados y una franja de tierra cubierta de verde.

—¡Disparando! —anunció el artillero antes de empezar a apretar el gatillo. El Spartan vio que las tropas del Covenant se apresuraban a refugiarse, giró a la derecha para darle un mejor ángulo al arma de tres cañones y pronto fueron recompensados con un montón de Grunts muertos y un Chacal destrozado.

El Spartan condujo el Warthog hacia la colina, evitó obstáculos con cuidado para mantener la tracción del vehículo. En poco tiempo coronaron la ladera y pudieron ver la gran estructura que había delante. La parte superior se curvaba hacia abajo, se cortaba drásticamente y daba paso a un área plana donde estaba amarrada una nave de transporte del Covenant.

Parecía que la nave había acabado de cargar. Se elevó a través de un espacio en forma de «U», se deslizó hacia el océano y desapareció rápidamente. El ruido generado por los motores sofocó el sonido del Warthog y dio a los defensores algo en lo que fijarse.

El artillero siguió con la mirada la nave, pero sabía que no sería una buena decisión empezar a disparar y atraer una atención indeseada. El área que tenían delante bullía de tropas del Covenant.

—¿Alguien más ve lo que veo? —dijo el marine—. ¿Cómo se supone que rodearemos eso?

El Jefe Maestro apagó el motor del Warthog, hizo un gesto para que los marines se quedaran donde estaban y ascendió hasta una posición donde un tronco caído le ofrecía un poco de cobertura. Desenfundó la pistola, apuntó y disparó. Cuatro Grunts y un Élite fueron víctimas de sus disparos.

La respuesta fue casi instantánea mientras los soldados supervivientes corrían en busca de un lugar donde refugiarse, y una serie de rayos de plasma arrancaron astillas del tronco y lo prendieron en llamas.

Confiando en que había mermado la oposición a un número más manejable, el Jefe volvió hasta el coche y se sentó de nuevo en el asiento del conductor. Los marines esperaban que les ordenase qué hacer a continuación.

—Comprueben las armas —les aconsejó mientras giraba el interruptor de encendido, y el motor rugió, vivo—. Vamos a hacer un poco de limpieza.

—Entendido —contestó serio el artillero—. Parece que volvemos a estar en medio de un embrollo.

No se podía saber qué esperaban las tropas del Covenant que hicieran los humanos, pero a juzgar por la forma en que corrían gritando, la posibilidad de un ataque frontal, al viejo estilo, no se les había ocurrido.

El Spartan dirigió el vehículo hacia la parte delantera del complejo, vislumbró el pasillo que se extendía hacia el precipicio y condujo directamente hacia allí. Era muy justo y el Warthog se balanceó ligeramente cuando los anchos neumáticos rodaron por encima de un par de Grunts muertos, pero la táctica había funcionado. Los dos marines empezaron a disparar contra las tropas del Covenant y el Jefe atropelló a uno.

Una vez que habían despejado la parte exterior de la estructura, el Jefe Maestro aparcó el todoterreno en una zona desde la cual los dos marines podían cubrirlo con sus armas y se aventuró hacia el interior. Una serie de rampas le hacían descender hacia los pasillos oscuros de una antecámara inferior. Estaba repleta de alienígenas. El Jefe Maestro arrojó una granada, retrocedió un poco y roció la rampa de balas. La granada explotó con un satisfactorio boom y fragmentos de cuerpos volaron en el aire antes de caer con un golpe sordo en el suelo.

—¡No dejen que cierren las puertas! —gritó Cortana.

Demasiado tarde. Sin ruido, las puertas se cerraron.

El Spartan se libró del resto de la resistencia y comprobó que las puertas estaban atrancadas. Empezaba a ascender hacia la superficie cuando la IA accedió a la radio del traje.

—Cortana a Keyes…

—Adelante, Cortana. ¿Han encontrado la sala de control?

—Negativo, capitán. El Covenant ha impedido que avancemos. No podemos seguir adelante a menos que consigamos desactivar el sistema de seguridad de la instalación.

—Comprendo —contestó Keyes—. Usen cualquier medio necesario para abrirse camino en ese complejo y encontrar la sala de control de Halo. El fracaso no es una opción.

El Jefe Maestro ya había montado en el Warthog y estaban a mitad de camino de la zona de aterrizaje cuando acabó la conversación.

—Buena suerte, chicos. Keyes, corto.

«Si la puerta principal está cerrada, entra por la trasera.» En esto estaba pensando el Spartan mientras el todoterreno retrocedía por donde había venido, hacia la zona de aterrizaje. El marine sentado a su lado intercambiaba insultos con un colega situado en la playa.

—Miren a la derecha —dijo Cortana, después de que hubiesen bordeado un acantilado—. Hay un sendero que se adentra en la isla…

—¡Monstruos a las dos! —gritó el artillero cuando la IA no había tenido tiempo aún de acabar su frase, y abrió fuego.

El Spartan aceleró por una ladera, esperó a que la M14 LAAG se estabilizase y colocó el vehículo de forma que el artillero pudiese acribillar la quebrada que tenían delante.

—Dígame algo, Cortana —dijo el Jefe Maestro mientras descendía del coche—. ¿Por qué siempre me recomienda que coja ascensores gravitatorios, corra por pasillos y me cuele por bosques sin mencionar nunca todas las tropas enemigas que viven en esos lugares?

—Porque no quiero que se sienta inútil —contestó rápidamente la IA—. Por ejemplo, teniendo en cuenta que sus sensores nos dicen a los dos que hay al menos cinco soldados del Covenant esperando más allá de ese barranco, es lógico suponer que detrás de ellos hay todavía más. ¿Eso le hace sentir mejor?

—¡No! —admitió el Spartan. Acto seguido, comprobó que sus dos armas estaban completamente cargadas.

Subió la pared del barranco y se escondió tras un saliente. Unos rayos de plasma fundieron la roca por encima de su cabeza, y él disparó en respuesta. El Grunt corrió y buscó cobertura, mientras un par de sus colegas corrían hacia la posición del Spartan. Tras ellos, un Élite de armadura de color cobalto los espoleaba a que siguieran adelante.

El Jefe Maestro respiró profundamente. Era el momento de ponerse a trabajar. Hizo un sprint y las detonaciones de su pistola reverberaron por la estrecha quebrada.

La escaramuza duró sólo unos minutos. El indicador del escudo lanzó una nueva advertencia y se detuvo en la cima de la quebrada para darle tiempo a recargarse. Su arma barrió el área. Se fijó en una estructura circular que dominaba una pequeña depresión en la cima.

El escudo acababa de empezar el ciclo de recarga, alimentándose de la armadura, cuando un par de Hunters surgieron de su refugio y abrieron fuego hacia su posición.

El primer chorro de energía lo golpeó de lleno en el pecho y lo lanzó hacia atrás. El segundo disparo acabó en el grueso tronco de un árbol. Un hilillo de sangre le cayó sobre el rabillo del ojo. Sacudió la cabeza para despejar su emborronada vista y rodó hacia la izquierda. Un tercer disparo levantó un pedazo de suelo donde él había estado sólo unos segundos antes.

El Jefe lanzó una granada de fragmentación, contó hasta tres, se puso en pie y saltó a la derecha, disparando durante todo el rato.

Había calculado el tiempo perfectamente. La granada detonó, y el repentino destello y el humo confundieron a los alienígenas. Los proyectiles rebotaron en las gruesas planchas de sus armaduras. Los dos se dieron la vuelta al unísono para plantarle cara, sus armas resplandecían con un brillo verde. Estaban preparando otra andanada.

Otra granada explotó en su camino, y frenó el avance de los Hunters. Dispararon a través del humo y el ruido de sus tiros resonó por el pequeño barranco.

Los Hunters avanzaron, ansiosos por matar… y se dieron cuenta demasiado tarde de que los había rodeado y se acercaba a ellos por detrás. El fusil de asalto ladró y los proyectiles se colaron en los huecos de su armadura. Gritaron y murieron.

El Jefe Maestro siguió por el terreno, que descendía gradualmente hacia el oeste. Se ocupó de un grupo de centinelas, y después localizó su objetivo: una entrada en la enorme estructura que se alzaba amenazante ante él. El humano se coló por la abertura. Notó cómo la penumbra pendía por encima de él.

Sus ojos alterados biomecánicamente se ajustaron rápidamente a la oscuridad y se adentró en la estructura. Se detuvo para colocar un nuevo cargador en el fusil de asalto.

Un nivel por debajo, ‘Zamamee escuchaba. Había alguien en camino, como señalaban las desesperadas comunicaciones por radio, y podía suponer sin miedo a equivocarse que se trataba del humano que debía matar. Que las transmisiones se detuviesen en medio del ruido de tiroteo humano confirmaba que el hombre de la armadura estaba allí.

Pero ¿caería en la trampa? Había sembrado con cuidado referencias a la sala de mapas en el flujo de comunicaciones actualizadas de batallas. Si los humanos se habían conectado con su red usando la IA de la nave caída, no tendrían otra elección que enviar a su temible soldado a encontrarla.

Las esperanzas del Elite se vieron ratificadas cuando oyó el ruido de pasos, el sonido de un cargador nuevo al ser colocado y el sutil roce de una armadura. No faltaba mucho.

‘Zamamee miró a ambos lados, se aseguró de que los Hunters estaban en posición y se retiró a su escondrijo. Había otros soldados con él en el módulo de almacenaje; entre ellos, Yapap y un equipo de Grunts.

El Jefe Maestro llegó a la parte inferior de la rampa, vio los módulos de almacenaje que llenaban el centro de una estancia precariamente iluminada y pensó que podría haber casi cualquier cosa agazapada entre ellos. Algo, quizá el instinto, quizá la suerte, hizo que el corazón le empezase a latir más rápido. Se colocó de espaldas a la pared y empezó a avanzar de costado. Había algo que no iba bien.

La luz que se filtraba a través de una ventana ornamentada le permitía ver que a su izquierda había un hueco. Se dirigió en esa dirección, notó un peso frío en la boca del estómago al oír movimiento y se giró hacia el sonido.

El Hunter surgió de la oscuridad e intentó golpear al Spartan con su escudo, y atravesarlo con sus espinas. Una ráfaga continuada de balas de 7,62 mm rebotó contra el peto del Hunter y frenó un poco su avance.

‘Zamamee, respaldado por Yayap y su equipo de Grunts, escogió ese momento para salir de la relativa seguridad del módulo. El Élite estaba aterrorizado, pero determinado a llevar a cabo su misión, y levantó el arma. Pero tenía al Hunter en medio del campo de tiro.

Entonces, como si todo ese tumulto no fuese suficiente, el segundo Hunter también se metió en medio, chocó con el Élite y lo envió rodando al frío suelo metálico.

Yapap se encontró de pie en medio de la estancia, y estaba a punto de ordenar la retirada cuando uno de sus subordinados, un Grunt llamado Linglin, disparó su arma.

Hacer eso era una estupidez porque no había ningún objetivo claro, pero era lo que aconsejaban hacer a los Grunts en caso de duda: disparar. Linglin disparó y el rayó de plasma salió directo. Golpeó por la espalda al segundo Hunter y lo hizo caer hacia adelante, hasta chocar con su hermano de lucha.

—Oh, oh —musitó Yapap.

El Jefe Maestro vio a su oponente empezar a caer, lo disparó por la espalda y sacó el fusil de asalto. Le sorprendió agradablemente que el segundo Hunter ya hubiese sido derribado, y busco otros objetivos a los que disparar.

Paralizado por la enormidad de su error, aterrorizado al valorar las consecuencias potenciales, Linglin aún estaba dándose la vuelta cuando el voluminoso humano de la armadura alzó el arma y disparó. Yayap notó que la sangre de Linglin le rociaba la mitad de la cara y tropezó con sus propios pies, cayó de espaldas y usó las manos para arrastrarse de nuevo a la oscuridad. Una mano lo agarró del arnés de combate, dio un tirón de él para meterlo dentro del módulo de carga que aún mantenía la escotilla abierta y lo sujetó.

—Silencio —ordenó ‘Zamamee—. Este combate ha terminado. Debemos vivir para librar otro. Eso sonaba muy bien; quizá era lo más sensato que había oído en toda su experiencia militar, así que Yayap contuvo la respiración mientras el humano pasaba al lado del módulo. Se preguntó durante unos instantes si habría alguna forma de hacer que lo trasladasen a una unidad del frente normal. El diminuto soldado extraterrestre consideraba ese destino menos peligroso que el actual.

Con los nervios al límite, esperando en cualquier momento otro ataque, el Spartan dio la vuelta a la sala. Pero no había nada de lo que ocuparse, excepto de sus propios nervios y el pesado silencio que se había asentado en la estancia.

—Buen trabajo, Jefe —dijo Cortana—. Vaya hacia los módulos de almacenaje. El centro de seguridad está tras ellos.

El Jefe Maestro siguió las direcciones de Cortana, entró en un pasillo y lo siguió hasta una cámara que albergaba una pequeña constelación de luces flotando en el centro.

—Use el panel holográfico para apagar el sistema de seguridad —sugirió Cortana y, ansioso por completar el trabajo antes de que algo más lo atacase, el Spartan se dio prisa en cumplir las órdenes. De nuevo tuvo una sensación casi de familiaridad con los brillantes controles.

Cortana usó los sensores del traje para examinar los resultados.

—¡Bien! —exclamó—. Esto debería abrirnos la puerta que conduce al corredor principal. Ahora sólo tenemos que encontrar el Cartógrafo Silencioso y el mapa de la sala de control.

—Sí —contestó el Jefe Maestro—. Eso, y evitar que nos capturen en territorio desconocido, posiblemente controlado por el enemigo, sin apoyo aéreo ni refuerzos.

—¿Tiene un plan?

—Sí. Cuando llegue allí, me cargaré a todos los soldados del Covenant que encuentre.