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DESPLIEGUE +17.11.04 (RELOJ DE MISIÓN DEL SPARTAN-117) / PELICAN ECHO 419, EN EL AIRE
Los vuelos de reconocimiento que llevaron a cabo el día anterior les habían mostrado que los sensores a bordo del navío del Covenant Truth and Reconciliation podían tener un punto ciego justo debajo de su posición actual, ya que en aquel lugar se alzaba una pequeña montaña que bloqueaba la visión electrónica.
Quizá era más importante aún que Wellsley hubiese preparado un entramado de señales diseñadas para engañar a los técnicos del Covenant y hacerles creer que el transporte del UNSC era uno de los suyos. Cincuenta metros sobre el puente, cubiertos por camuflaje electrónico, el Jefe Maestro y todos los Helljumpers que el Pelican podía llevar esperaban para comprobar si su artimaña funcionaría.
Sólo el tiempo podría decir si las señales falsificadas serían efectivas, pero una cosa era segura: aunque había estado concebido expresamente con el propósito de rescatar al capitán Keyes, la misión que habían ideado juntos Silva, Wellsley y Cortana tenía otro propósito, quizá aún más importante.
Si el equipo de rescate lograba introducirse en la nave del Covenant y rescatar al prisionero, la presencia humana en Halo pasaría de ser un simple intento de supervivencia a un movimiento de resistencia completamente articulado.
La nave tembló cuando atravesó una serie de bolsas de aire y después se balanceó cuando la piloto que se llamaba a sí misma Foehammer decidió esquivar un obstáculo formado por unas pequeñas colinas. El Jefe Maestro tuvo la oportunidad de estudiar a los marines que estaban sentados a su alrededor. Eran los Helljumpers, los que, según Silva, al final ganarían la guerra, los que harían que las rarezas como él quedasen relegadas a la papelera de la historia.
Quizá Silva estaba en lo cierto, quizá el programa Spartan acabaría con él, pero eso no importaba. Ni allí, ni en ese momento. Los marines lo ayudarían a acabar con los centinelas, a destruir los cañones y a alcanzar el ascensor de gravedad que estaba situado justo debajo del vientre del Truth and Reconciliation. Y estaba contento de contar con esa ayuda. Incluso con el elemento sorpresa y el apoyo de las tropas de la ODST, las cosas seguramente se pondrían bastante difíciles cuando accediesen al ascensor. Sería en ese momento cuando llegaría un segundo transporte que llevaría otro grupo de marines que se unirían al asalto.
Les preocupaba que el Truth and Reconciliation se retirara en ese punto, pero Cortana había estado comprobando las comunicaciones del Covenant y estaba convencida de que aún se estaban realizando reparaciones críticas a bordo del crucero extraterrestre.
Suponiendo que fuesen capaces de llegar al ascensor gravitacional, reunirse con los refuerzos y abrirse camino en medio de una batalla hasta la nave, después sólo tendrían que encontrar a Keyes, eliminar un número desconocido de enemigos y estar preparados para la evacuación. Un paseo.
—Estamos en cinco para suelo… —indicó la voz de Foehammer en el intercomunicador—. Repito, cinco para suelo…
Era la señal para que el sargento Parker pusiese en marcha sus tropas. Su voz se transmitió por la frecuencia de equipo y le resonó al Spartan en los oídos.
—Venga, poned el seguro y cargad. El Covenant está celebrando una fiesta y estáis invitados. Recordad que el Jefe Maestro va el primero, así que esperad a que él os dé pie. No sé vosotros, pero a mí me encanta tener a uno de esos bichos en la mirilla.
Hubo risas generales. Parker le dio su permiso alzando los pulgares al Spartan, que respondió del mismo modo. Se sentía bien teniendo a alguien que le cubriese las espaldas, para variar.
Revisó el plan mentalmente; tenía que saltar antes que los Helljumpers y despejar el camino con ayuda de su fusil de precisión S2 AM. Entonces, una vez perdido el elemento sorpresa, el Jefe Maestro cambiaría a su fusil de asalto MA5B para el trabajo cercano. Como el resto de las tropas, el Spartan llevaba con él un cargamento completo de munición y granadas, además de otro equipo, como dos cargadores para lanzacohetes M19.
—¡Treinta segundos para suelo! —anunció Foehammer—. ¡Disparen a algunos de esos cabrones de mi parte!
Cuando el Pelican se mantuvo a medio metro por encima de la superficie, Parker gritó la orden de salida y el Jefe Maestro descendió por la rampa. Se movió lateralmente y comprobó el área. Los Helljumpers saltaron al suelo con un estruendo parecido al de un trueno, por detrás de él.
Estaba oscuro, por lo que sólo los guiaba hasta su objetivo la luz que reflejaba la luna que colgaba del cielo y el brillo de las luces de las obras del Covenant. Unos segundos después, el Echo 419 estaba de nuevo en el aire. La piloto dio una vuelta entera, introdujo más combustible en los motores y desapareció en la noche.
El Jefe Maestro oyó cómo la nave lo sobrevolaba, recogió sus pertenencias y localizó un sendero a la derecha. Las tropas de la ODST se dispersaron a cada uno de sus lados mientras que Parker y un equipo de tres marines cubrían la retaguardia.
Caminó despacio por el camino rocoso, que ascendía hasta un terraplén de unos dos metros de altura. Mientras se acercaba al grupo de rocas, Cortana advirtió al Spartan de que captaba movimientos de enemigos delante. Una legión de puntos rojos apareció en su sensor de movimiento. A unos metros por delante, hacia la izquierda, había un pozo profundo, una especie de excavación, a juzgar por las luces de trabajo del Covenant que salpicaban el área con puntos de iluminación. Se preguntó unos segundos qué debían de buscar los extraterrestres.
Quitó el seguro del fusil. No importaba lo que buscaban. El se ocuparía de que no viviesen lo suficiente para encontrarlo.
El Jefe Maestro encontró un lugar que le cubriese al lado de un árbol y alzó el arma. Usó el visor de aumento de 2 x y la visión nocturna para encontrar los emplazamientos de cañones del Covenant, localizados al otro extremo de la depresión. El área estaba plagada de Grunts, Jackals y Élites, pero era imperativo neutralizar primero los cañones de plasma, los Shades, antes de que los marines saliesen al descubierto. Su armadura MJOLNIR y sus escudos podrían absorber una cantidad limitada del plasma de los Shades; la armadura antibalas de los Helljumpers, por el contrario, no servía de nada contra ese tipo de disparos.
Cuando hubo localizado los dos Shades, el Spartan cambió a un aumento de lOx, pasó de un objetivo al siguiente… y volvió a comprobar el punto de mira.
Cuando estuvo seguro de que podría saltar de un objetivo al otro con suficiente rapidez, exhaló silenciosamente y aguantó la respiración. El dedo apretó el gatillo y el fusil le golpeó el hombro. El primer disparo acertó al artillero más cercano en el pecho. Mientras el Grunt caía del asiento del Shade, el Jefe Maestro desplazó el fusil hacia la derecha y le metió en la cabeza al segundo Grunt una bala de 14,5 mm.
La detonación del fusil alertó al Covenant y devolvieron el fuego. El Spartan se movió a lo largo del terraplén y disparó tras el tronco rugoso de un árbol. El fusil ladró un par de veces más y un par de Jackals se desplomaron. Lo recargó con la rapidez que proporciona la práctica y continuó disparando. Sin los Shades para apoyarlos, los enemigos fueron cayendo de uno en uno.
El Jefe Maestro cargó de nuevo y siguió disparando hasta que ya no hubo más objetivos a la vista, y cambió al fusil de asalto. Saltó hacia el pozo abierto y se escondió tras una alta roca, una de las que había esparcidas alrededor de la depresión.
—¡Helljumpers, adelante! —gritó por la radio. En cuestión de segundos los ODST cargaron hacia el pozo. Cuando los primeros reclutas hicieron su entrada, un trío de Grunts abandonaron su escondite, dispararon a uno de los marines a la cara e intentaron huir. Antes de que el cuerpo del Helljumper tocase el suelo, el Spartan y otros ODST acribillaron a los extraterrestres.
Los disparos resonaron a través de los retorcidos cañones y se apagaron. El Spartan se encogió de hombros: se habrían enterado del altercado. Habían perdido el elemento sorpresa.
No había tiempo que perder. El Jefe Maestro condujo a los Helljumpers a través de la depresión, subieron a una colina al otro lado del pozo y la recorrieron por una cara que daba a un precipicio. Se mantuvo cerca del muro de roca a la derecha, consciente de la terrible caída que le esperaba a alguien que diese un paso en falso. Podía vislumbrar el reflejo de la luz de la luna en un océano enorme, muy por debajo de ellos.
El sensor de movimiento avisó con un pitido agudo de dos contactos, y les hizo una seña a los ODST para que se detuviesen. Se agazapó tras un grupo de arbustos, justo al lado del barranco, teniendo en mente todo el rato la bestial caída. Un par de Jackals doblaron la esquina donde acababa el caminito, con las armas de plasma sobrecargadas, y pagaron caro su presteza.
El Spartan saltó desde su escondrijo y asestó un golpe con la culata del fusil contra el escudo de energía del Jackal, que parpadeó y se apagó. La fuerza del golpe hizo que el extraterrestre se saliese del sendero. El Jackal lanzó un grito al caer por el barranco.
El Jefe giró sobre sus talones y disparó el fusil, que sostenía a la altura de la cadera. La ráfaga golpeó el costado del segundo alienígena. El Jackal se desplomó en el suelo, pero su dedo se tensó sobre el gatillo de su arma antes de morir y abrió un agujero enorme en la roca, justo encima de la cabeza del Jefe Maestro.
El Spartan colocó un cargador nuevo en su arma y siguió adelante.
—Aquí te dejo un pequeño recuerdo —gruñó uno de los marines, y disparó al Jackal en la cabeza.
A medida que el grupo continuaba por el sendero, encontraron un nuevo Shade, más Grunts y un par de Jackals, pero todos ellos parecieron fundirse bajo el ataque combinado del fusil de precisión del Jefe Maestro, las armas de asalto de los marines y unas cuantas granadas bien colocadas.
La fuerza de rescate siguió adelante, hacia las luces que había más allá. La resistencia del Covenant era firme pero limitada; el Jefe Maestro oyó enseguida el atronador sonido de una nave alienígena que los sobrevolaba a unos cien metros de altura. La piel le crepitó a causa de la electricidad estática. En el centro de una profunda hondonada descansaba un ancho disco metálico, el ascensor gravitatorio que el Covenant usaba para trasladar tropas, suministros y vehículos a la superficie del mundo anillo o devolverlos a la nave. Una luz morada brillaba alrededor de la plataforma a la que estaba anclado el rayo.
—¡Vamos! —gritó el Jefe Maestro, señalado el ascensor—. Ésa es nuestra puerta de entrada. ¡Venga!
Se lanzaron en una carrera rápida por un cañón estrecho, que fue seguida por un combate encarnizado en el momento en que el Jefe Maestro y los Helljumpers entraron en el área que estaba justo debajo de la nave.
La hondonada estaba rodeada de Shades, y todos abrieron fuego al mismo tiempo. El Jefe usó el fusil de precisión para derribar al más cercano, corrió por la ladera que lo separaba del Shade y saltó sobre el asiento vacío. Lo más urgente era acallar el resto de los cañones.
Tiro del dispositivo de control hacia la izquierda y el arma giró hasta estar frente a un segundo Shade, al otro lado del desfiladero. La imagen brillante de un triángulo hueco flotaba ante su rostro. Cuando se alineó con la otra arma, destelló con un tono rojo. Apretó los pulgares contra los disparadores y unos aguijones de color morado y blanco azotaron el emplazamiento del enemigo. El artillero intentó apartarse de su Shade, se interpuso ante uno de los disparos del Spartan y un rayo de energía le atravesó. Cayó sobre la base del Shade que había abandonado con un agujero humeante en el pecho.
El Jefe Maestro ladeó el cañón capturado y apuntó al resto de los Shades. Roció a sus objetivos con una oleada de energía destructiva; tras esto, satisfecho por haber podido silenciar las posiciones enemigas, se puso manos a la obra con las fuerzas terrestres.
Había hecho arder a un par de Jackals, que cayeron al suelo, cuando Cortana anunció que el transporte del Covenant estaba a punto de llegar, por lo que el Jefe Maestro se vio obligado a dirigir sus disparos hacia la nave extraterrestre y hacia las tropas que descendían de él.
El humano dirigió el fuego azul del Shade hacia los alienígenas, los hizo pedazos y convirtió en puré lo que quedaba de ellos. Aún estaba ocupado con ellos cuando uno de los marines gritó:
—¡Todavía hay más!
Una docena de figuras bajaron flotando por el ascensor gravitacional. Un par de los recién llegados eran enormes e iban ataviados con una armadura de acero azul, además de escudos de mano hechos con metal reforzado.
El Jefe ya se había enfrentado a ese tipo de criaturas, no mucho antes de la caída de Reach. Los Hunters del Covenant eran unos enemigos duros, peligrosos… Prácticamente eran tanques andantes. Eran lentos y parecían torpes, pero los cañones incorporados a sus brazos eran equivalentes a las armas pesadas que llevaban las Banshees y podían ponerlos en marcha con una extraordinaria rapidez. Sus escudos de metal podían absorber una cantidad enorme de golpes. Aún peor; no se detenían hasta que el enemigo caía a sus pies… o ellos mismos caían muertos.
Los Helljumpers abrieron fuego, unas cuantas granadas explotaron y los dos Hunters rugieron desafiantes. Uno de ellos alzó el brazo y disparó su arma, un cañón de combustible. Un ODST gritó y cayó, la carne se le deshacía. El obús del marine salió disparado hacia el aire, atravesó el ascensor gravitatorio y detonó sin hacer daño a nadie.
Los Hunters salieron pesadamente del ascensor de gravedad y caminaron a grandes zancadas hacia el borde de la hondonada. Tras ellos, un enjambre de Jackals y Élites formaban una falange compacta y bañaron las posiciones humanas en fuego.
—¡Dadles fuerte, Helljumpers! —gritó el sargento Parker. Los ODST dispararon sobre las terribles moles alienígenas. Las balas les rebotaban en la armadura e iban a parar a las rocas.
El Spartan se desplazó y captó un sonido de advertencia junto con la detonación del arma de un Hunter. La ardiente carga energética lo sacudió. El Shade se tambaleó bajo la fuerza de los disparos; el Jefe Maestro apretó la mandíbula y se obligó a apuntar a su objetivo con la mirilla triangular. La energía de su escudo descendió de nivel y empezó a sonar una aguda alarma.
En el mismo instante en que la mirilla adquirió el color rojo, apretó los pulsadores para disparar y desencadenó una marea de luz azul incandescente. El Hunter no tuvo tiempo de alzar el escudo, y los rayos de plasma lo atravesaron, ardientes, a través de varias capas de armadura, y salieron por su columna vertebral.
El Spartan oyó un grito de lo que parecía angustia cuando el otro extraterrestre vio caer a su hermano. El Hunter se giró y disparo su cañón de combustible contra la posición que el Jefe Maestro había capturado. El impacto sobre el Shade fue directo, y derribó al Jefe Maestro, junto con el cañón, que quedó tumbado.
El suelo vibraba con la carga del enfurecido extraterrestre. El Jefe rodó a su derecha y se puso en cuclillas. La criatura estaba cerca, a menos de cinco metros. Una serie de púas afiladas como cuchillas surgieron de la espalda del Hunter. El Jefe sabía que, con los escudos descargados, esas espinas podrían rebanarlo.
Se alzó sobre una rodilla y agarró el fusil de asalto. Las balas rebotaron, inocuas, en la armadura del alienígena. En el último instante el Jefe Maestro lo esquivó lanzándose a la izquierda y se deslizó por la ladera. El Hunter no había previsto ese movimiento y las espinas afiladas pasaron por encima de la cabeza del Spartan; fallaron sólo por unos centímetros.
El Jefe rodó sobre sí mismo y vio su oportunidad. Había localizado una zona de piel naranja en el lomo del Hunter. Vació el cargador del MA5B sobre la zona sin protección y la sangre naranja empezó a brotar de un racimo de heridas de bala. Con gemido grave y sostenido, el Hunter se derrumbó sobre el charco de sus propias entrañas.
El Spartan se levantó sobre una rodilla, insertó un nuevo cargador en el fusil de asalto y buscó más enemigos en el área.
—Todo despejado —informó. Los ODST supervivientes hicieron lo mismo. El camino hasta el ascensor estaba abierto y Cortana fue rápida en cumplir con sus obligaciones. Activó el sistema de comunicación de la armadura.
—Cortana a Echo 419. Hemos llegado al ascensor gravitacional… estamos preparados para recibir refuerzos.
—Recibido, Cortana. Echo 419 acercándose. Despejen la zona de aterrizaje.
—¿Qué os pasa? —preguntó el sargento Parker a sus soldados, muchos de los cuales miraban con añoranza las luces del Pelican, que se acercaba veloz—. ¿Es que no habías visto nunca un transporte de la UNSC? Mantened la vista en las rocas, maldita sea… ¡Por allí es por donde pueden venir esos cabrones! —El Spartan esperó a que el Pelican descargase a los nuevos marines, los saludó con la mano y se dirigió a los Helljumpers supervivientes.
—Parece que lo hemos conseguido —comentó un recluta, antes de que una mano invisible lo alzase del suelo.
—Sí, tenemos una suerte… —contestó el sargento Parker, que miraba hacia arriba, hacia el vientre de la nave, y se alzó como si estuviese suspendido de una cuerda.
—Cuando estemos en la nave podré localizar el CNI, el interfaz de mando neural del capitán —dijo Cortana—, que nos indicará dónde se encuentra. Seguramente se hallará en los calabozos de la nave.
—Me alegra oír eso —contestó secamente el Jefe, y sintió que el rayo lo empujaba hacia arriba. Alguien más gritó y se desvaneció en el vientre de la nave. El Covenant aún no era consciente de ello… pero los marines habían llegado.
Ninguno de los humanos comprendía, y ni mucho menos tenía la habilidad de predecirlo, el tiempo del mundo anillo. Así que las primeras gotas de una lluvia tan caliente como la sangre que empezaron a caer sobre la meseta fueron una completa sorpresa.
Los Helljumpers gruñeron por el agua que les chorreaba de la cara, les empapaba los uniformes y empezaba a encharcar la superficie de la zona de aterrizaje.
McKay veía las cosas desde otro punto de vista. Le gustaba sentir la humedad, no sólo por la agradable sensación en la piel sino porque el mal tiempo le ofrecería mucha más protección al equipo invasor.
—Escuchadme, chicos —bramó el sargento Lister—. ¡Ya sabéis de qué va la cosa! ¡A menearos!
No había mucha luz, pero bastaba para que las tropas pudiesen moverse sin tropezar unos con otros, pero el hecho de que Silva ya hubiese estado en misiones parecidas le permitía visualizar lo que no podía ver con sus ojos.
Los soldados llevaban una carga completa de combate; sus mochilas estaban atiborradas de armas, munición, granadas, bengalas, radios y equipos médicos, y todos harían ruido si no estaban bien sujetos. Y el ruido podía acarrearles muchos problemas durante una operación. Por eso Lister caminaba entre las filas y obligaba a cada soldado a dar unos saltos. Cualquier cosa que golpease, chirriase o sonase debía ser identificada y recolocada, pegada o sujetada.
Cuando todas las tropas hubiesen pasado la inspección, subirían a bordo de los transportes que los esperaban y realizarían un corto vuelo hasta el punto donde se había estrellado el Pillar of Autumn. El Covenant había colocado vigilancia dentro y alrededor del crucero caído, así que McKay y sus marines debían retomar la nave el tiempo suficiente para poder obtener todos los productos de la larga lista de la compra que le había dado el comandante Silva.
Según Wellsley, Napoleón había dicho en una ocasión que «la tarea más difícil de un general es la necesidad de alimentar a tantos hombres y tantos animales».
Silva no tenía que dar de comer a ningún animal, pero si tenía un rebaño de Pelicans y la esencia del problema era la misma. Con la excepción de los miembros de la ODST, que llevaban suministros extra en sus HEV, el resto del personal del Ejército y la Marina evacuados del Autumn llevaban poca comida. La clave de la supervivencia pasaba por obtener más de todo, y conseguirlo antes de que el Covenant desatase un ataque general sobre la Base Alfa. Después, si es que había un después, el oficial de infantería ya idearía una forma de sacar a los suyos de ese mundo anillo infernal.
El ruido del Echo 419 sobrevolando la meseta, con el morro levantado, y aterrizando en lo que habían llamado la Pista 3 interrumpió los pensamientos de Silva.
El asalto contra el Truth and Reconciliation había ido bien hasta el momento, lo que significaba que el segundo teniente Dalu, asignado a seguir el equipo de rescate y recopilar toda la información que pudiese, estaba pasando una tarde agradable. Cada vez que el Echo 419 dejaba un cargamento de tropas, traía armas y equipo del enemigo. Rifles y pistolas de plasma, aguijones, mochilas de energía, comunicadores e incluso comida. A Dalu le encantaba todo eso.
Silva sonrió al ver que el teniente avisaba a un equipo de técnicos navales para que se acercase al vientre del Pelican y lo ayudaran a descargar el Shade que él y su equipo se habían llevado delante de las mismas narices del Covenant. Era el tercer cañón que conseguían desde el principio de la operación, y pronto ocuparía su lugar en el creciente sistema de defensa aéreo de la meseta.
—¡Firmes! —gritó el sargento Lister, giró ciento ochenta grados y saludó a la teniente McKay. Ella devolvió el saludo y les ordenó descansar.
Silva salió bajo la lluvia y la notó resbalar por la cara. Se volvió para ver las hileras de caras negras, marrones y blancas. Todo lo que veía eran marines.
—La mayoría de ustedes, si no todos, conocen mi despacho en el Pilar of Autumn. Parece que con las prisas por irnos, me dejé una botella de whisky llena en el cajón izquierdo inferior de mi mesa. Si uno o más de ustedes fuese tan amable de recuperar esa botella, se lo agradecería enormemente, y no sólo eso, la compartiría con ellos.
Se oyó un rugido de aprobación. Lister les gritó que callaran:
—¡Silencio! ¡Cabo, tome el nombre de ese hombre! —El cabo a quien se dirigía la orden no tenía ni idea de qué nombre tenía que tomar, lo que sí sabía era que no importaba.
Silva sabía que se había informado a los Helljumpers y comprendían el verdadero propósito de la misión, así que acabó enseguida su discurso.
—Buena suerte allá fuera… Nos vemos en un par de días. —Pero no los vería, no a todos. Los buenos oficiales de mando querían a sus hombres, pero aun así debían ser capaces de enviarlos a la muerte si era necesario. Esa parte de lo que implicaba ser un mando era la que más odiaba.
Se rompió la formación. Los marines corrieron hacia las partes traseras de los Pelicans y los transportes desaparecieron en la negrura de la noche.
Silva se quedó en la zona de aterrizaje hasta que ya no pudo oír el ruido de los motores. Entonces, consciente de que cada guerra se ganaba antes con el papeleo que en el suelo, volvió a la baja estructura que albergaba su puesto de mando. La noche aún era joven, y había un montón de trabajo que hacer.
El ascensor gravitatorio soltó al equipo de rescate a un metro por encima de la cubierta. Aguantaron suspendidos en el aire un segundo, y cayeron. Parker les hizo una serie de indicaciones con la mano y los ODST se desplegaron por la cubierta.
El equivalente del Covenant a compartimentos para equipo, cajas estrechas y rectangulares hechas con el metal morado y estriado que los extraterrestres preferían, estaban acumulados alrededor de la estancia. Un par tanques del Covenant, los Wraith, estaban alineados en la parte derecha de la cubierta.
El Jefe Maestro avanzó hacia una de las altas puertas metálicas que se abrían a lo largo de toda el área.
Parker hizo el gesto de «todo despejado» y los marines se relajaron un poco.
—Si las tropas del Covenant no están aquí —susurró uno de ellos—, ¿dónde demonios están?
La puerta se activaba por proximidad, y cuando se acercó a ella, se abrió y mostró un Élite sorprendido. Sin detenerse, el Spartan agarró al extraterrestre y le estampó la cabeza contra el brillante suelo de forma muy silenciosa.
Pero otro conjunto de puertas se abrió al otro lado de la cubierta, y apareció un enjambre de tropas del Covenant.
—No hay tropas del Covenant —lo imitó, burlándose de su compañero—. Tenías que abrir la boca, ¿verdad?
El caos reinaba dentro de la nave del Covenant. El Jefe Maestro cargó hacia adelante y el equipo de rescate abrió a tiros un camino por un laberinto de pasillos entrecruzados, que al final los condujeron a una amplia cubierta de transbordadores. Una nave de transporte atravesaba un campo de fuerza de un tono azul claro cuando se desencadenó el infierno. Empezó a lloverles fuego de las plataformas superiores. Un marine recibió un racimo de agujas en el pecho, y la explosión subsiguiente lo partió en dos.
Un Grunt saltó de arriba y aterrizó sobre los hombros de un soldado. El marine alzó los brazos, agarró la botella de metano del extraterrestre y le arrancó el aparato. El Grunt empezó a jadear, cayó a la cubierta y se agitó como un pez fuera del agua. Alguien lo remató.
Se abrieron numerosas escotillas que daban a esa cubierta y llegaron más tropas del Covenant de todas las direcciones. Parker se mantenía en pie y obligó a avanzar a sus hombres.
—¡Ha empezado la fiesta! —bramó.
Dio la vuelta y empezó a disparar. Pronto se le unió el resto de soldados. En cuestión de segundos, lo que parecía una docena de combates se apagaron. El suelo estaba cubierto de heridos y muertos, tanto humanos como del Covenant.
El Jefe Maestro había procurado mantener siempre a su espalda o bien un marine o bien una columna, o la pared más cercana. Su armadura MJOLNIR y el escudo recargable que llevaba dotaban al Spartan de una ventaja que ninguno de los marines tenía, así que centró toda su atención en los Élites, y dejó los Grunts y los Jackals en manos de los otros.
Mientras, Cortana estaba ocupada colándose por el sistema nervioso electrónico de la nave en un intento de localizar la salida más adecuada.
—Necesitamos una salida de esta cubierta ya —le dijo el Jefe Maestro—, o no quedará nadie para completar la misión.
Se agachó tras una de las cajas, vació el cargador sobre un Grunt que blandía una granada de plasma y recargó.
Un Hunter lanzó un rugido que helaba la sangre. El Spartan se dio media vuelta y vio que el sargento Parker disparaba a la enorme criatura. Su fusil de asalto escupió tres balas… las últimas tres que quedaban en el arma. Se deshizo del fusil vacío y retrocedió, para ganar un poco de tiempo. Con la mano buscaba su pistola.
El Hunter saltó hacia adelante y las puntas de las cuchillas en forma de púa de la bestia atravesaron el chaleco antibalas del marine, y éste se desplomó sobre la cubierta.
El Jefe Maestro maldijo en voz baja, deslizó un cargador, dejó que una bala entrara en la cámara y apuntó al extraterrestre. El Hunter se acercaba rápido, demasiado rápido. El Spartan sabía que no podría acertarlo con un disparo letal.
El extraterrestre pisoteó la forma tumbada boca abajo del sargento Parker y siguió adelante. Se alzaron las afiladas púas del Hunter, que rugió cuando el Spartan le disparó una nueva andanada, a sabiendas de que era un intento vano, pero no podía dejar que el enemigo se acercase al flanco desprotegido de su compañero.
Sin ningún aviso, el Hunter reculó, aulló y se desplomó. El Jefe Maestro se quedó sorprendido y comprobó de nuevo el arma. ¿Quizá había tenido suerte con un disparo?
Oyó a alguien toser y vio que el sargento Parker intentaba ponerse en pie, y que blandía una pistola M6D en la mano. La sangre le salía a borbotones por los tajos que tenía en el costado, y no se le veía muy firme, pero encontró la fuerza para escupir sobre el cadáver del Hunter.
El Jefe tomó una posición a cubierto, cerca del sargento herido. Hizo un gesto con la cabeza.
—No está mal para un marine. Gracias.
El sargento agarró un fusil de asalto que estaba en el suelo, colocó una nueva carga y sonrió.
—Cuando quiera, soldado.
El sensor de movimiento le mostraba que estaban a punto de producirse más contactos, pero que aún mantenían la distancia. El asalto fallido a la cubierta debía de haberlos desorganizado.
«Bien —pensó—. Necesitamos todo el tiempo que podamos conseguir.»
—Cortana —preguntó—, ¿cuánto falta para que pueda abrir una puerta?
—¡Lo tengo! —proclamó Cortana, exultante. Una de las pesadas puertas se abrió con un suspiro—. Que todo el mundo atraviese esa puerta. No puedo garantizar que no la bloqueen en cuanto se cierre.
—¡Síganme! —gritó el Spartan y condujo a los marines supervivientes fuera del hangar de lanzaderas, a través de un corredor más seguro, en comparación.
Los siguientes quince minutos fueron una pesadilla a cámara lenta mientras el equipo de rescate intentaba encontrar el camino en un laberinto de pasillos, por una serie de rampas estrechas, hasta llegar al nivel superior de la cubierta de lanzamiento. Cortana les aconsejó que se adentrasen de nuevo en los opresivos pasadizos de la nave.
Mientras caminaban por las entrañas de la enorme nave de guerra, Cortana les dio por fin buenas noticias.
—La señal del capitán es más fuerte. Debemos estar cerca.
El Jefe arrugó el ceño. Llevaban demasiado tiempo en eso. Cada segundo que pasaba era más improbable que los miembros del equipo de rescate pudiese salir del Truth and Reconciliation vivos, y menos con el capitán Keyes. Los ODST eran buenos luchadores, pero lo estaban frenando.
—Mantenga a sus hombres en esta posición —le dijo al sargento Parker, tras volverse hacia él—. Volveré enseguida, con el capitán.
Parker empezó a protestar, pero acabó asintiendo.
—Pero no se lo cuente a Silva.
—No lo haré.
El Jefe Maestro corrió de puerta en puerta hasta dar con una que, al abrirse, mostró una estancia rectangular con celdas a ambos lados. Unos campos de fuerza translúcidos hacían las veces de barrotes. Corrió a su interior y llamó al capitán, pero no recibió respuesta. Una comprobación rápida le mostró que, con la excepción de un marine muerto, el centro de detención estaba vacío.
Frustrado, aunque tranquilizado porque Cortana insistía en que captaba con fuerza la señal del CNI, el Spartan salió de la cámara, entró en un pasillo y fue de puerta en puerta, buscando la escotilla correcta. Cuando la hubo localizado, casi deseaba no haberlo hecho.
El portal se deslizó para abrirse, un Grunt gritó algo que el Jefe no pudo comprender y un rayo de plasma rozó el casco del humano.
—¡Me alegro de verlo, jefe! —oyó el Jefe Maestro gritar a un marine, mientras él abría fuego. Supo que había llegado al sitio correcto.
Un rayo de plasma apareció de la nada, le golpeó en el pecho y disparó la alarma auditiva de la armadura. Se agazapó tras un pilar, justo a tiempo de ver que otro rayo de energía atravesaba el punto que él acababa de abandonar. Escudriñó la sala, buscando a su atacante.
Nada.
El sensor de movimiento mostraba débiles trazas, pero no podía localizar la fuente.
Entrecerró los ojos y se dio cuenta de un ligero cambio en el aire, justo delante de él. Disparó una ráfaga larga al centro de ese resplandor y se vio recompensado con un aullido. Fue como si el Élite se materializase del aire; intentó agarrarse las entrañas y lo consiguió justo antes de morir.
Se acercó a los controles de acceso y con la ayuda de Cortana apagó los campos de fuerza. El capitán Keyes salió de la celda, se detuvo a recoger un disparador de agujas del suelo y cruzó la mirada con el Jefe.
—Venir aquí ha sido una imprudencia —le dijo con dureza. El Jefe estaba a punto de exponerle sus órdenes cuando la expresión de Keyes se suavizó. El capitán del Autumn sonrió—. Gracias.
—Cuando quiera —le indicó el Spartan.
—¿Puede encontrar la salida? —preguntó Keyes—. Los corredores de la nave son como un laberinto.
—No debería ser muy difícil —contestó el Jefe Maestro—. Lo único que hay que hacer es seguir el rastro de los cadáveres.
El teniente Cookie Peterson hizo descender el Echo 136 a un kilómetro del Pillar of Autumn, miró a través del parabrisas salpicado por la lluvia y vio que el Echo 206aterrizaba a unos cincuenta metros de él. Habían volado sin incidentes, en parte gracias al tiempo y al hecho de que el asalto sobre el Truth and Reconciliation les había servido para distraer al Covenant de lo que sucedía en otras partes.
Peterson notó que la nave temblaba cuando la rampa tocó el suelo. Esperó que el mecánico de vuelo indicara que todo estaba despejado y encendió los propulsores del Pelican. La nave era extremadamente vulnerable cuando estaba en el suelo, y estaba impaciente por volver a la seguridad relativa de la Base Alfa. Después, suponiendo que los Helljumpers hubiesen hecho su parte del trabajo, él y su tripulación deberían volver para trasladar a los supervivientes y su botín.
De vuelta en la Base Alfa, McKay vio el Echo 136 balancearse cuando una ráfaga de viento golpeaba el Pelican en el lateral, acelerar y empezar a coger altura. El Echo 206 despegó unos segundos después. Las dos naves habían desaparecido en cuestión de segundos.
Su gente sabía lo que hacía, así que en lugar de dar la lata, McKay decidió esperar y ver cómo se las arreglaban los jefes de brigada. La oficial, en ocasiones, sentía miedos y dudas sobre su habilidad para cumplir su misión, pero se consoló con algo que un instructor le había dicho en una ocasión.
—Mira a tu alrededor —le había aconsejado—, y pregúntate si hay alguien mejor calificado para hacer el trabajo. No en toda la galaxia, claro, pero sí ahí, en ese momento. Si la respuesta es sí, pídele que se ocupe del mando y haz todo lo que puedas para ayudarlo. Si la respuesta es no, que será el noventa y nueve de las veces, hazlo lo mejor que puedas. Es lo único que podemos hacer.
Era un buen consejo, de los que marcaban la diferencia, y aunque no borraba los miedos de McKay, la ayudaban a suavizarlos.
El sargento Lister y la alférez Oros parecieron materializarse de la oscuridad. La cara de Oros era pequeña, de duende, que ocultaba su dureza innata. Si algo le sucedía a McKay, Oros tomaría el mando, y si ella moría, le tocaría a Lister. Al batallón le faltaban oficiales antes de que todo se fuese al carajo, y sin poder contar con el teniente Dalu, reconvertido en Oficial de Suministros, a McKay le faltaba un líder de brigada. Por eso había ordenado a Lister que ocupase la vacante.
—Brigadas 1 y 2, preparadas para salir —informó Oros alegremente—. ¡A por ellos!
—Lo que usted quiere es asaltar la máquina de golosinas de la nave —señaló McKay, refiriéndose a la conocida adicción por el chocolate de la líder de brigada.
—No, señora —contestó Oros con inocencia—. Esta alférez vive sólo para servir a las necesidades de la humanidad, del cuerpo de marines y del comandante de la compañía.
Incluso Lister, normalmente con la cara tan seria como una piedra, rió, y McKay notó que el ánimo también le remontaba.
—De acuerdo, alférez Oros, pues la humanidad le estaría agradecida si cogiese a un par de sus mejores hombres y llevase este equipo a la nave. Yo llevaré a pie a sus otros seis, con el sargento Lister y la segunda brigada. ¿De acuerdo?
Los dos jefes de brigada asintieron y desaparecieron en la noche. McKay se dirigió a la cola de la primera brigada, se colocó en la fila y dejó que su mente vagase. En algún lugar, a un kilómetro de ellos, el Pillar of Autumn se encontraba inerte sobre el suelo. El Covenant poseía la nave en esos momentos, pero McKay estaba determinada a recuperarla.
Había llegado el momento de salir del Truth and Reconciliation. Mientras las tropas del Covenant corrían arriba y abajo, los recientemente liberados marines se armaron con dispositivos alienígenas y se unieron al resto del equipo de rescate.
—Mientras el Covenant nos tenía aquí encerrados, los oí hablar del mundo anillo —indicó Keyes a Cortana— y de su capacidad de destrucción.
—Un momento, señor —le interrumpió Cortana—, estoy accediendo a la red de combate del Covenant. —Hizo una pausa mientras sus enormes y potentes protocolos de incursión volaban a través de los sistemas del Covenant. Los sistemas de información parecían ser el único campo en que la tecnología humana superaba a la del Covenant.
Unos segundos después había acabado el recorrido por el flujo de datos extraterrestre.
—Si mi interpretación de los datos es correcta, creen que Halo es una especie de arma, un arma que posee un vasto poder, inimaginable.
—Los extraterrestres que me interrogaron sólo hacían que comentar que quien dominase Halo dominaba el destino del universo —se mostró de acuerdo Keyes.
—Ya veo —añadió Cortana—. He interceptado muchos mensajes sobre un equipo de reconocimiento que está buscando una sala de control. Primero pensaba que buscaban el puente de mando de la nave que dañé en la batalla encima del anillo, pero probablemente deben de estar buscando la sala de control de Halo.
—Malas noticias —repuso Keyes—. Si Halo es un arma y el Covenant se hace con el control de ella, la usarán contra nosotros. ¿Quién sabe qué clase de poder les dará? Jefe, Cortana, tengo una nueva misión para ustedes. Necesitamos adelantarnos al Covenant y encontrar la sala de control de Halo antes que ellos.
—Con todos los respetos, señor —interrumpió el Jefe Maestro—, pero creo que sería mejor acabar esta misión antes de abordar otra.
—Bien dicho, Jefe. —Keyes le ofreció una sonrisa cansada—. ¡Marines! ¡En marcha!
—Tendríamos que volver al muelle de lanzaderas y pedir una evacuación —indicó Cortana—, a menos que prefiera volver andando.
—No, gracias —contestó Keyes—. Soy de la Marina… Prefiero ir volando.
El viaje fuera del área de detención, de vuelta al hangar de lanzaderas, fue peliagudo, pero no tanto como el de ida. En poco tiempo se dieron cuenta de que era verdad que se podía seguir el sendero marcado por los cadáveres hasta el muelle. Con tristeza se percataron de que algunos de los muertos llevaban el uniforme verde de los marines, lo que sirvió para recordarle al Jefe la cantidad de humanos que el Covenant había matado desde que había empezado la guerra, hacía más de veinticinco años. Se lo haría pagar al Covenant.
La situación táctica era aún más arriesgada a causa de la condición del capitán. No se quejaba, pero el Spartan advirtió que estaba herido y debilitado a causa del interrogatorio del Covenant. Para él, era todo un esfuerzo mantener el ritmo de los otros.
El Jefe Maestro ordenó al equipo detenerse. Keyes, falto de aliento, le echó una dura mirada, pero parecía agradecido por el respiro.
Dos minutos después, cuando el Jefe estaba a punto de indicar al grupo que se pusiesen en marcha de nuevo, apareció un trío de Grunts. Ráfagas de agujas rebotaron en los mamparos y se dirigieron directamente a él.
Los escudos absorbieron la peor parte de los disparos, y él devolvió fuego, al igual que el resto del equipo. Keyes hizo volar a un Grunt por los aires con una andanada de agujas de cristal explosivas. El resto cayó bajo una combinación de tiros de rifles de plasma y del fusil de asalto del Jefe.
—Pongámonos en marcha —aconsejó el Spartan.
Se colocó a la vanguardia y empezó a descender por un pasillo, medio agachado, preparado para cualquier problema. Apenas habían avanzado veinte metros cuando llegaron más soldados del Covenant: dos Jackals y un Elite.
Cuanto más tiempo estuviesen allí, más se acercaría el enemigo, y más determinación tendría. Acabó con los Jackals con su última granada de fragmentación y después agujereó al Élite con el fusil de asalto. Keyes dirigió a los marines en un ataque contra el flanco del extraterrestre antes de caer.
—Tenemos que irnos, señor —avisó el Jefe a Keyes—. Con el debido respeto, vamos demasiado lentos.
Keyes asintió, y corrieron por los retorcidos pasillos, abandonando ya cualquier sigilo. Al final, después de varios giros y cruces, llegaron al muelle de lanzaderas. Al principio, el Spartan pensó que estaba vacío, hasta que se fijó en dos barras iluminadas que flotaban en el aire.
Después de haberse encontrado con el sigiloso Élite que esperaba en el calabozo, el Jefe Maestro no quería dejar nada al azar. Sacó la pistola, usó la mirilla y apuntó con cuidado. Apretó el gatillo varias veces y vació medio cargador en el área de la derecha de la espada de energía. Un guerrero del Covenant se hizo visible y saltó sobre la plataforma.
—¡Vigilad! ¡Cubrid al capitán! —gritó un marine cuando la segunda hoja cortó el aire en formas geométricas y empezó a avanzar sola. El Spartan descargó tres rápidos disparos en el cuerpo del alienígena, golpeó el generador de invisibilidad, y todo el mundo pudo ver al Élite. El fuego cayó de todas partes hasta que el guerrero se desplomó.
Se oyó el crepitar de la estática mientras Cortana activaba los sistemas de comunicación de la MJOLNIR.
—Cortana a Echo 419. Tenemos al capitán y necesitamos evacuación ahora mismo…
—¡Negativo, Cortana! —la respuesta fue casi instantánea—. Tengo una pandilla de Banshees en la cola… y creo que no me puedo librar. Lo mejor que pueden hacer es buscar la forma de salir ustedes mismos.
—Recibido, Foehammer. Cortana fuera. —La radio hizo un sonido cuando Cortana intercambió la radio del traje a los altavoces externos—. Nos han cortado el apoyo aéreo. Tenemos que aguantar aquí hasta que Foehammer pueda entrar.
Un marine había escuchado el comunicado y, ya traumatizado por el tiempo que había pasado como prisionero del Covenant, perdió la calma.
—¡Estamos atrapados! ¡Moriremos todos!
—Ahórrenos el dolor de tripas, soldado —gruñó Keyes—. Cortana, si usted y el Jefe consiguen una de esas naves del Covenant, yo puedo pilotarla.
—Sí, capitán —contestó la IA—. Hay una nave del Covenant atracada en el muelle inferior.
El Jefe Maestro vio el indicador de navegación que había aparecido en el HUD, siguió por una escotilla, bajó una serie de corredores y salió al muelle.
Desafortunadamente, esa área estaba bien defendida y empezó otro combate. La situación empeoraba. El Jefe introdujo su último cargador en la MA5B y disparó ráfagas cortas y controladas. Los Grunts y los Jackals se dispersaron y devolvieron el fuego.
El contador de munición descendía rápidamente. Un par de Grunts hicieron disminuir el contador de disparos del Spartan. En unos segundos, en el contador se leía 00… Estaba vacío.
El Jefe Maestro tiró el fusil y desenfundó la pistola, y siguió disparando a las fuerzas extraterrestres que estaban reagrupándose al fondo del muelle.
—Tenemos que irnos ya —avisó.
El transporte tenía forma de una gigantesca «U». Estaba sobre un escudo de gravedad, y se balanceaba ligeramente cuando le afectaba el aire del exterior.
—¡Todo el mundo arriba! —ordenó Keyes mientras se acercaban—. ¡A bordo! —Llevó a los marines hacia una escotilla abierta.
El Spartan esperó a que todo el mundo estuviese a bordo y reculó hacia la nave, justo a tiempo. Sólo le quedaba un cargador de la pistola.
—Deme un minuto para conectarme con los controles de la nave —indicó Cortana.
—No es necesario —dijo el capitán Keyes meneando la cabeza—. Yo mismo domaré a este pájaro.
—¡Capitán! —gritó uno de los marines—. ¡Hunters!
El Jefe Maestro echó un vistazo por la ventanilla y constató que lo que decía el marine era cierto. Otro par de enormes criaturas habían llegado a la plataforma de carga y se acercaban a la nave. Llevaban levantadas las espinas, los cañones de combustible se movían para colocarse en posición, estaban a punto de disparar.
—¡Agarraos! —gritó Keyes. Desconectó el campo gravitatorio de la nave, la condujo hasta el borde de la plataforma. Los cascos gemelos se elevaron sobre una columna, golpeó a los dos Hunters con lo que parecía un paletazo y se retiró.
Un paletazo de una nave que pesaba miles de kilos era algo serio. El casco del transporte destrozó el peto de los Hunters y se lo clavó en el cuerpo. Murieron al instante. Uno de los cadáveres quedó enganchado a uno de los arcos gemelos de la nave. Cayó en cuanto el transporte dejó atrás el casco del Truth and Reconciliation.
El Jefe Maestro se recostó en la pared de metal. La lanzadera de las tropas del Covenant era retorcida, incómoda y estaba mal iluminada… pero era mucho mejor que estar dando vueltas sin rumbo por uno de sus cruceros.
Se abrazó mientras Keyes giraba levemente con la nave extraterrestre y aceleraba para meterse en la oscuridad que los rodeaba. Obligó a sus hombros a relajarse y cerró los ojos. Habían rescatado al capitán y habían dado una noticia a las tropas del Covenant: los humanos estaban decididos a ser algo más que una molestia… Iban a ser todo un grano en el culo.
Había empezado a amanecer cuando Zuka ‘Zamamee y Yayap atravesaron el perímetro reforzado que rodeaba el ascensor gravitacional. Tuvieron que esperar a que un grupo de Grunts que trabajaba sin descanso recogiese una carga de criaturas del Covenant muertas antes de poder seguir andando por aquella superficie pegajosa de sangre y subir a la nave.
Aunque la oficina de mando de la Truth and Reconciliation creía que todos los humanos supervivientes habían abandonado la nave, no había forma de asegurarse si no se comprobaba compartimento a compartimento. Los sensores de la nave anunciaban que estaba todo despejado, pero el ataque había demostrado, más allá de toda duda, que los humanos habían aprendido a burlar los equipos de detección del Covenant.
Los visitantes notaban la tensión mientras equipos de Élites, Jackals y Grunts realizaban un registro cubierta a cubierta de la nave.
Mientras ambos se acercaban a su destino a través de la red de corredores que llevaban al ascensor que los transportaría hasta el puente de mando, ‘Zamamee quedó sorprendido por la cantidad de daños que podía percibir. Sí, había largas zonas en los pasillos que habían quedado intactas, pero aquí y allá pasaban a través de un sección de corredor manchada por las entrañas, y las escotillas medio destrozadas indicaban fuertes combates.
‘Zamamee observó hipnotizado cómo el carro gravitatorio cargado de Jackals destrozados pasaba a su lado, goteando sangre sobre la cubierta que tenía debajo.
Por fin llegaron al ascensor apropiado y subieron hacia el puente de mando. El Élite esperaba el mismo trato que en la última vez que se había dirigido al Profeta y al Consejo de Maestros. No dudaba de que lo volverían a aparcar en la sala de espera interminablemente.
Nada más lejos de la realidad. Cuando ‘Zamamee superó la zona de seguridad, Yayap y él fueron conducidos al compartimento donde el Consejo de Maestros se había reunido durante su última visita.
No había ni rastro del Profeta ni de ninguno de los inmediatos superiores de ‘Zamamee, pero el trabajador Soha ‘Rolamee estaba allí, junto con un grupo de Élites menores. Se respiraba un ambiente de crisis a medida que llegaban informes, se evaluaban y se usaban para trazar una variedad de planes de acción. ‘Rolamee vio a ‘Zamamee y alzó la mano para saludarlo.
—Bienvenido. Por favor, siéntese.
‘Zamamee obedeció. A ninguno de los Élites se le ocurrió ofrecerle la misma cortesía a Yapap, que continuó de pie. El diminuto Grunt se balanceaba adelante y atrás, incómodo.
—Bueno —preguntó ‘Rolamee—, ¿qué le han contado de la reciente… incursión?
—No mucho —tuvo que admitir ‘Zamamee—. Que los humanos lograron abordar la nave a través del ascensor gravitatorio. Eso es todo lo que sé.
—Eso, hasta ahí, es correcto —afirmó Rolamee—. Pero hay más. El sistema de seguridad de la nave grabó un poco de acción. Eche un vistazo a esto.
El Élite pulsó un botón y las imágenes aparecieron y flotaron en el aire. ‘Zamamee se encontró observando dos Grunts y un Jackal de pie en un pasillo. De pronto, sin previo aviso, el mismo humano que se había cruzado con él en el Pillar of Autumn, el que era enorme y llevaba una extraordinaria armadura, dio la vuelta a la esquina, descubrió las tropas del Covenant y abrió fuego.
Los Grunts cayeron rápido pero el Jackal consiguió darle con un tiro y ‘Zamamee vio que el rayo de plasma chocaba frente la armadura del humano.
Pero en lugar de caer como debería, la aparición le descerrajó un tiro al Jackal en la cabeza, caminó por encima de uno de los Grunts muertos y marchó hacia la cámara. La imagen se congeló cuando ‘Rolamee manipulo otro control. ‘Zamamee notaba una extraña presión en el pecho. ¿Tendría el valor de enfrentarse de nuevo a ese humano? No estaba seguro, y eso lo asustaba.
—Ahí lo tiene —dijo ‘Rolamee—, el humano del que nos advirtió. Un sujeto peligroso que es, él solo, el principal responsable de las ciento veinte bajas que nos han infligido durante este ataque, por no mencionar la pérdida de un valioso prisionero y seis Shades que el enemigo ha conseguido robarnos.
—¿Y los humanos? —preguntó ‘Zamamee—. ¿A cuántos pudieron matar nuestros guerreros?
—Aún no hemos acabado el recuento —contestó el otro Élite—, pero la cuenta preliminar es de treinta y seis.
‘Zamamee estaba sorprendido. Las cifras deberían haber sido al revés. Y ésas serían si no fuese por esa criatura con la armadura especial.
—Le complacerá saber que su petición original ha sido aprobada —continuó ‘Rolamee—. Tenemos informes preliminares que dicen que la mayoría de estos humanos extraordinarios cayeron en la última refriega a gran escala. Se cree que éste es el último de su clase. Coja todos los recursos que necesite, encuentre al humano y mátelo. ¿Tiene alguna pregunta?
—No, Excelencia —dijo ‘Zamamee mientras se levantaba para irse—. Ninguna.