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DESPLIEGUE +03.14.26 (RELOJ DE MISIÓN DEL SPARTAN-117) / SUPERFICIE
Delante de él, el Jefe Maestro vio una luz tan brillante que parecía rivalizar con el mismo sol. Se originaba entre las rocas y los arboles que tenía al frente, y surgía de una estructura de dos puntas, en forma de «U», que la proyectaba hacia el cielo, hacia el umbral del planeta que hacía las veces de fondo de color pastel. ¿Era ese pulso una especie de faro? ¿Parte de lo que mantenía en funcionamiento el anillo? No había forma de saberlo.
Cortana había advertido al Spartan que un grupo de marines había aterrizado en el área, así que no le sorpendió en absoluto oír el traqueteo rítmico de los rifles automáticos ni el gemido característico de las armas de energía del Covenant contestando.
Se abrió camino a través de los matorrales hasta una colina que dominaba sobre el edificio en forma de «U» y los bloques que lo rodeaban. Podía ver un grupo de Grunts, Jackals y Élites intentando aplastar a un grupo de marines.
En lugar de cargar, con el fusil de asalto lanzando rayos, el Jefe Maestro decidió usar la pistola M6D. Levantó el arma, activó el aumento de 2x y apuntó cuidadosamente. Una serie de disparos certeros acabó con un trío de Grunts.
Antes de que las fuerzas del Covenant pudieran localizar el lugar de origen del fuego que les caía encima, el Jefe Maestro disparó a un Élite con armadura azul. Necesitó todo un cargador para derribar al guerrero, pero era mejor que enfrentarse directamente con el alienígena.
Este ataque rápido y furtivo proporcionó a los marines la oportunidad que necesitaban. El Spartan descendió la colina con un chaparrón de disparos, se detuvo un momento a quitarle las granadas de plasma a un Grunt muerto y un amistoso soldado le dio la bienvenida.
—Me alegro de verlo, jefe. Bienvenido a la fiesta.
El Spartan respondió con un leve movimiento de cabeza.
—¿Dónde está el oficial al mando, soldado?
—Ahí atrás —dijo el marine. Se dio la vuelta y gritó—: ¡Eh, sargento!
El Jefe Maestro reconoció al sargento de aspecto duro que corrió para unirse a ellos. La última vez que había visto al sargento Johnson fue durante una misión de búsqueda y destrucción en una de las estaciones orbitales del Covenant.
—¿Cuál es su estado, sargento?
—Es un desastre —gruñó Johnson—. Estamos desperdigados por todo este valle. —Hizo una pausa y añadió en voz baja—: Pedí que nos evacuaran, pero hasta que no ha aparecido usted, creía que había llegado nuestra hora.
—No se preocupe —dijo Cortana, a través de los altavoces externos del Spartan—, nos quedaremos por aquí hasta que los evacúen. He mantenido contacto con la IA Wellsley. Los Helljumpers están arrebatándole una zona al Covenant, y ya han enviado uno de sus Pelicans a recogerlos.
—Me alegra oír eso —contestó Johnson—. Algunos de los míos necesitan atención médica.
—Se acerca otro transporte del Covenant —interrumpió el soldado—. Pongamos la alfombra roja.
—Bien, Bisenti —ladró Johnson—. Reformen la escuadra. Vamos al lío.
El Jefe Maestro miró y vio que el marine estaba en lo cierto: otra nave del Covenant se sostuvo unos segundos en el aire y después descendió hasta el suelo. El vehículo tenía un aspecto extraño, se ladeó ligeramente y las estructuras en forma de mandíbula que eran la base del casco del fuselaje se abrieron. Un grupo de Grunts y un Élite saltaron a tierra.
El Jefe Maestro se desplazó hacia la derecha unos cincuenta metros y alzó de nuevo la pistola. En unos segundos, un equipo de marines disparó hacia el área de aterrizaje del Covenant y los arrasó. Los alienígenas se dispersaron para buscar cobertura, pero el Spartan acabó con ellos de uno en uno.
A continuación tuvieron un breve respiro, que el Jefe Maestro aprovechó para valorar la situación. Cortana calculó las posiciones de los marines, los etiquetó como Pelotón de fuego C y marcó sus posiciones en el HUD. Algunos se habían encaramado sobre la estructura que dominaba el área, y el resto patrullaba por el perímetro.
Había acabado de preparar el fusil de asalto cuando oyó la voz de un marine.
—¡Contacto! ¡Nave de transporte enemiga! ¡Quieren rodearnos!
Un segundo después, el sensor de movimiento del Spartan fijó un contacto, uno muy grande, cerca. Se acercó a una gran roca para cubrirse tras ella, y buscó objetivos.
El transporte liberó otro contingente de tropas, que incluían a tres Jackals. Sus distintivos escudos brillantes se iluminaron en el momento en que los marines abrieron fuego. Las balas rebotaron mientras que los alienígenas con aspecto de ave se agazapaban tras sus aparatos de protección, como soldados medievales formando una muralla.
Tras ellos, más Grunts y un Élite se desplazaron en una formación envolvente. Era una buena táctica, sobre todo si tenían que llegar más naves. Al final, los Covenant sobrepasarían las defensas de los marines e invadirían la posición.
Su plan sólo tenía un problema: él se encontraba en la posición perfecta para atacarlos desde el flanco. Se agachó y salió disparado hacia la línea de los Jackals. El fusil de asalto bramó y las balas destrozaron a los desprevenidos extraterrestres. Apenas habían llegado a tocar el suelo cuando el Spartan ya dio media vuelta, sacó una granada de plasma y la lanzó al Élite, que se encontraba a casi treinta metros.
El alienígena sólo pudo rugir de sorpresa antes de que el brillante orbe le golpease en el yelmo. La granada se fundió en el casco y empezó a resplandecer con un pulso de un blanco azulado. Momentos después, mientras la criatura aún intentaba deshacerse de su casco, detonó.
A partir de eso, fue una tarea relativamente sencilla para el Jefe moverse a través de las ruinas y cazar los restos de la fuerza de reacción del Covenant.
Una grata voz sonó en el receptor de radio:
—Aquí Echo 419. ¿Alguien me recibe? Repito, cualquier personal de la UNSC, responda.
—Recibido, Echo 419, le oímos. Aquí Pelotón de fuego Charlie. ¿Es usted, Foehammer? —se apresuró a contestar Cortana en la misma frecuencia.
—Recibido, Pelotón de fuego Charlie —sonó la voz de Foehammer con su acento característico—, ¡me alegro de oírlos!
Se oyó un estruendo en la distancia y el Jefe Maestro intentó identificar el origen del ruido. A lo lejos percibió movimiento: era lanchas salvavidas, y una estela de humo y fuego de los cascos calentados por la fricción que atravesaban la atmósfera.
—Descienden muy rápido —advirtió Cortana—. Si consiguen aterrizar, el Covenant les saltará encima enseguida.
—Pues deberemos encontrarlos primero —asintió el Jefe.
—Foehammer, necesitamos que suelte el Warthog. El Jefe Maestro y yo intentaremos rescatar algunos soldados.
—Recibido.
El Pelican rodeó la aguja de la estructura alienígena, dio una vuelta por el área y se detuvo sobre la cima de una colina cercana. Bajo el Pelican colgaba un vehículo de cuatro ruedas, un Warthog M12 todoterreno. El ligero coche de reconocimiento se balanceó un momento bajo la nave de transporte y chocó contra el suelo en cuanto Foehammer lo soltó. El Warthog rebotó gracias a su suspensión, se deslizó cinco metros por la ladera y se detuvo.
—De acuerdo, Pelotón de fuego Charlie, desplegado un Warthog —informó Foehammer—. ¡Monteny envíenlos al infierno!
—Recibido, Foehammer. Quédese para cargar a los supervivientes y evacuarlos a una zona segura.
—Afirmativo… Foehammer, corto.
Mientras los marines corrían hacia el Pelican, el Jefe Maestro se dirigió al Warthog. El todoterreno estaba equipado con una metralleta ligera antiaérea MI4, una LAAG. El arma disparaba cuatro ráfagas de balas perforadoras de 12,7x99 mm por minuto, y era efectiva tanto para objetivos terrestres como aéreos. El vehículo tenía tres plazas, y un marine se había colocado ya tras el arma. El nombre y el rango del soldado aparecieron en la pantalla del visor del Spartan: Soldado de primera Fitzgerald, marine.
—¡Hola, Jefe! —dijo Fitzgerald—. El sargento Johnson sugirió que necesitaría un artillero.
—Cierto, soldado —asintió el Spartan—. Hay dos lanchas de marines tras esa cordillera, y vamos a ir a por ellos.
Fitzgerald tiró de la palanca de carga de la metralleta hacia su pecho, y la soltó con un chasquido metálico. Un proyectil se coló en el primero de los tres cañones.
—Soy su hombre, jefe. Vamos.
El Jefe Maestro se colocó tras el volante, encendió el motor y se ató el cinturón de seguridad. El motor rugió y las ruedas proyectaron unos géiseres de tierra. El Warthog aceleró, coronó la cima de la colina, dio un salto y aterrizó con un golpe que podría descuajaringarle.
—He instalado un navegador en su HUD —comunicó Cortana—. Sólo tienes que seguir la flecha.
—Ya ves —respondió el Spartan, con cierto tono de diversión en la voz—. Siempre has sido una buena copiloto.
El capitán Keyes oyó la Banshee, antes de vislumbrar la nave de ataque. Keyes estaba seguro de que el piloto extraterrestre los había captado con sus sensores y que no pasaría mucho tiempo antes de que llegase otro equipo desde el aire para aniquilarlos.
Las colinas, que parecía que les daban la bienvenida en cuanto aterrizaron, se habían convertido en un paisaje infernal en el que los humanos corrían desde la cobertura de una roca hasta la siguiente, y no tenían ni un momento de descanso.
Se habían enfrentado a la posibilidad de ser capturados en tres ocasiones, pero en cada una de ellas el cabo Wilkins y sus marines habían logrado abrir un agujero en la tensa red del Covenant y llevar al personal naval hacia una zona más segura.
«Pero ¿segura por cuánto tiempo?», se preguntaba Keyes. El abrirse paso continuamente de roca en roca, la falta de sueño y el peligro constante no sólo los dejaba exhaustos, sino que también minaba la moral del equipo. Abiad, Lowell y Hikowa, así como Wang y Singh, seguían en buena forma, pero la alférez Dowski había empezado a desmoronarse. Había proferido un pequeño gemido de preocupación, y había seguido con un torrente de quejas que ahora amenazaba con convertirse en algo peor.
Los humanos se habían replegado en una gruta. Unas rocas irregulares sobresalían por encima de sus cabezas, lo que les proporcionaba cierta protección de la Banshee. Wang se arrodilló ante el turbio riachuelo que brotaba entre las rocas de la cueva y se mojó la cara. Singh estaba ocupado llenando las cantimploras del equipo y Dowski se sentó en una roca, con el ceño fruncido.
—Saben dónde estamos —decía la oficial subalterna, como si eso fuese culpa de su superior.
—Saben dónde estamos, señor —Keyes suspiró.
—De acuerdo —contestó la alférez—. Saben dónde estamos, señor. ¿Por qué molestarnos en huir? Al final nos alcanzarán.
—Quizá sí —se mostró de acuerdo Keyes, mientras se aplicaba una pomada a una quemadura—, y quizá no. He estado en contacto tanto con Cortana como con Wellsley. Los dos están ocupados en estos momentos, pero enviarán ayuda en cuanto puedan. Mientras, nosotros conseguiremos la mayoría de los recursos que podamos, evitaremos que nos capturen y mataremos a unos cuantos de esos cabrones.
—¿Para qué? —preguntó Dowski—. ¿Para que lo nombren almirante? Yo creo que hemos hecho todo lo que hemos podido, que cuanto más tarden en capturarnos, más duro nos atacarán los del Covenant. Lo más lógico es rendirse ahora.
—Y usted es una imbécil —interrumpió la teniente Hikowa, con los ojos ardiendo con una rabia poco habitual en ella—. En primer lugar, debe dirigirse al capitán con un «señor». O lo hace, o le patearé el culo. En segundo lugar, use el cerebro, si es que lo tiene. El Covenant no coge prisioneros, todos los sabemos. Rendirnos equivale a morir.
—¿Ah, sí? —replicó Dowski, desafiante—. Y si es así, ¿por qué no nos han matado todavía? Nos podrían destrozar con cañones, con misiles lanzados contra las rocas o lanzar bombas a nuestra posición… pero no lo han hecho. ¿Cómo explica eso?
—¡Explique esto! —El teniente Singh colocó el cañón de su M6D en el oído izquierdo de la alférez—. Empiezo a pensar que se parece mucho a los Grunts. Lowell, mírele la cara. Creo que empieza a caérsele la máscara.
Keyes se abrochó el cordón de los zapatos ligeros y deseó llevar unas botas como los marines. Dejando de lado la insubordinación, Dowski tenía parte de razón. Parecía que los extraterrestres estaban más interesados en capturar a su equipo que en matarlos, pero ¿por qué? No cuadraba con su comportamiento anterior.
Claro que no era la primera vez que el Covenant cambiaba de estrategia: ya lo habían hecho cuando él les sacudió de lo lindo en Sigma Octanius, y de nuevo cuando ellos le devolvieron el favor en Reach.
Keyes observó la escena que se estaba desarrollando ante él. Hikowa se mantenía de pie, con las manos en las caderas, mientras Singh presionaba con el arma la oreja de Dowski. El resto de los tripulantes parecían congelados, vacilantes. Gracias a Dios, los marines no estaban allí, pero habría resultado muy ingenuo creer que no conocían las opiniones del alférez ni estaban al tanto de las discrepancias entre sus superiores. De una forma u otra, las tropas siempre lo sabían todo. ¿Qué podía hacer? Dowski no iba a cambiar de parecer, eso estaba claro, y empezaba a ser un lastre.
La Banshee gimió ruidosamente mientras sobrevolaba por segunda vez la gruta. Tenían que empezar a moverse, y pronto.
—Muy bien —dijo Keyes—, usted gana. Debería acusarlo de cobardía, insubordinación e incumplimiento del deber, pero en estos momentos no tengo mucho tiempo para hacerlo. Así que le doy permiso para que se rinda. Hikowa, retírele el arma, la munición y la mochila. Singh, átela. No muy fuerte, lo suficiente para que no pueda seguirnos.
—¿Me va a dejar aquí? —Una mirada de terror se adueñó del rostro de Dowski—. ¿Sola? ¿Sin provisiones?
—No —respondió Keyes, con calma—. Quería rendirse, ¿recuerda? El Covenant le hará compañía, y, sobre las provisiones, no sé qué tipo de víveres comen ellos, pero será interesante saber si le permiten una última cena. Buen provecho.
Dowski empezó a balbucear incoherencias, hasta que Singh se cansó de ello, le metió un vendaje de batalla en la boca a la alférez y la amordazó con cinta adhesiva.
—Esto la mantendrá alejada de los problemas durante un rato.
Se oyó un repiqueteo sobre las rocas cuando el cabo Wilkins y dos de sus marines llegaron por el lecho del riachuelo. El oficial miró a Dowski, asintió como si fuese algo perfectamente normal y volvió la vista hacia Keyes.
—Una nave del Covenant ha traído un escuadrón de Élites a un clic hacia el sur de aquí, señor. Es hora de movernos.
—Gracias, cabo —asintió Keyes—. El equipo de mando está preparado. Por favor, indíquenos el camino.
Mientras, a unos cientos de metros por encima y a medio kilómetro hacia el norte, el Élite llamado Ado ‘Mortumee hizo dar un amplio giro a su Banshee y observó cómo descendía la nave de transporte. No había muchas áreas para aterrizar, lo que significaba que una vez en tierra, sus colegas Élites aún tendrían mucho camino que recorrer.
En lugar de lanzar cientos de tropas en las rocosas colinas, y dejarlas para que recorriesen los altibajos del terreno hasta agotarse, la estructura de mando del Covenant había decidido usar su superioridad aérea para localizar a los humanos y capturarlos.
«Y ése es el problema —reflexionaba ‘Mortumee—. Localizar a esos seres es una cosa; capturarlos, otra.» Desde el momento en que habían aterrizado, los humanos habían demostrado que no andaban faltos de recursos. No sólo habían evitado que los capturasen, también habían acabado con seis perseguidores, que, como debían cumplir las órdenes de capturarlos con vida, estaban en clara desventaja. Era mucho más sencillo matar a los humanos. Pero claro, él sólo era un soldado, un piloto, y no tenía conocimiento de las maquinaciones de los Profetas o de los comandantes de navío.
Tras localizar la lancha salvavidas, los exploradores del Covenant descubrieron enseguida el cadáver de Isna ‘Nosolee, e informaron de su identidad. La información se procesó, empezaron a girar los engranajes oficiales y los comandantes del Covenant se enfrentaron a un enigma: ¿por qué un Ossona arriesgaría su vida embarcándose en una lancha humana y descendiendo a tierra firme? La respuesta era evidente: porque había alguien importante a bordo.
Todo eso explicaba por qué no habían matado a ninguno de esos humanos. No había manera de saber a qué criatura seguía ‘Nosolee, así que tenían que indultarlas a todas. ‘Mortumee dirigió la vista de nuevo a los instrumentos que tenía delante. ¡Un cambio! Una línea de siete puntos térmicos se dirigía hacia lo que denominaban arbitrariamente «norte», mientras que otro había quedado atrás. ¿Qué podía significar eso?
En poco tiempo, ‘Mortumee empezó a dar vueltas por encima de la gruta. Dowski consiguió liberarse de la cinta adhesiva y el Covenant se acercó a ella.
De la cima de la meseta brotó humo en cuanto el piloto del Pelican usó su ametralladora de 70 mm para silenciar una torreta del Covenant. Satisfecho con haber derrotado la torre acorazada de plasma del Covenant, una poderosa arma que podía equiparse y recuperar con facilidad, descendió hasta quedarse a algo más de un metro de la superficie de la meseta.
Quince Helljumpers de la ODST, tres más del máximo operacional del Pelican, saltaron de la cubierta para tropas de la nave y se desplegaron en abanico.
Abarrotar de tropas de más un Pelican era una decisión arriesgada, pero Silva quería todos los soldados posibles en la mesa, y el teniente Cookie Peterson se conocía al dedillo su nave. El Pelican seguía razonablemente en buen estado y había disfrutado del mejor mantenimiento posible… ¿qué más podía pedir un piloto?
Peterson notó que la nave se elevaba ligeramente cuando los marines saltaron y se las apañó para mantenerla nivelada. Captó movimiento en la zona de aterrizaje. La metralleta, que estaba conectada a los sensores de su casco, siguió el movimiento de su cabeza. Vislumbró una columna de tropas del Covenant y disparó. El pesado cañón rotatorio emitió un gruñido gutural y convirtió la formación enemiga en un charco de lodo azul verdoso.
Cuando el último Helljumper hubo saltado, el mecánico de vuelo gritó un «¡Listo!» por el intercomunicador. Peterson encendió los cohetes inferiores de la nave, recogió energía adicional de los motores de doble turbina y dejó atrás la meseta.
—Aquí Echo 136 —dijo el piloto al micrófono—. Estamos lanzados, preparados y extremadamente cabreados. Cambio.
—Recibido —contestó Wellsley, sin ninguna emoción—. Por favor, vuelva a la localización punto dos cinco para cargar más tropas. Y si le gusta la poesía, le recomiendo a Kipling. Lo puede encontrar bastante educativo. Cambio y corto.
Peterson sonrió, levantó el dedo en dirección a la zona donde habían establecido el centro de mando del batallón e hizo que el transporte diese un amplio giro.
La resistencia había disminuido a los pocos minutos del primer descenso de tropas, lo que permitió a la teniente Melissa McKay y a los miembros supervivientes de su compañía seguir subiendo. Consiguieron cargarse a un considerable número de defensores del sendero que intentaban desesperadamente mantener su posición.
McKay descubrió que el camino estaba bloqueado por un antiguo desprendimiento a unos treinta metros, pero al ver una abertura, supo que era eso lo que habían estado defendiendo los alienígenas. Esa era la puerta trasera, su vía de entrada a la meseta, la forma de abrirse camino hacia la cima.
Unas ráfagas de plasma surgieron de la entrada, golpearon contra el muro del barranco que tenían justo encima y llovieron pedruscos.
McKay se movió para que sus tropas retrocediesen tras la amplia curva de la colina, y movió una mano en el aire.
—¡Eh, Top! ¡Necesito un lanzacohetes!
El sargento de la compañía estaba separado de ella, a seis soldados de distancia, de manera que una sola granada no pudiese acabar con los dos mandos de golpe. Asintió, graznó una orden y pasó uno de los M19 adelante.
McKay recibió el arma del soldado que tenía detrás, comprobó que estuviese cargada con todos los cohetes posibles y sobrepasó lentamente la curva. Los disparos de plasma crepitaron al salir, pero ella se obligó a quedarse completamente quieta. Activó el aumento de 2x del arma, apuntó con cuidado y apretó el gatillo. El cañón le saltó cuando el obús de 102 mm salió disparado, atravesó el agujero y detonó con un terrible rugido.
Debían tener municiones almacenadas en el interior, ya que una segunda detonación blanco-azulada hizo que el suelo bajo las botas de la oficial de la ODST temblara. Una explosión de fuego surgió de un lado del precipicio.
Era difícil imaginar que nada ni nadie hubiese sobrevivido. McKay pasó el lanzacohetes hacia la retaguardia e indicó con la mano a sus tropas que podían avanzar.
Los marines corrieron por el sendero con una ovación de alegría, se abrieron camino entre el humo y entraron en el interior de la meseta. Había algunos cadáveres, o lo que habían sido cadáveres. Afortunadamente, el túnel se mantenía intacto.
Un par de soldados recogieron armas de plasma, las probaron en el muro más cercano y las añadieron a su armamento.
Otros, incluida McKay, miraron hacia arriba, a través del pozo de treinta metros que subía hasta la luz del día. Captó una sombra cuando un Pelican los sobrevoló para dejar caer más Helljumpers sobre la meseta. El distante estallido de una granada de fragmentación levantó polvo e hizo que cayesen grumos de tierra sobre ellos.
—Eh, jefa —dijo el soldado Satha—, ¿qué es esto?
Satha dio un fuerte pisotón en el suelo y éste resonó. Entonces McKay se dio cuenta de que ella y sus tropas se encontraban sobre una gran rejilla metálica.
—¿Para qué sirve esto? —se preguntó el soldado en voz alta—. ¿Para mantenernos alejados de ellos?
—No, parece antiguo. —McKay sacudió la cabeza—. Demasiado antiguo para que el Covenant lo haya colocado aquí.
—¡He encontrado un ascensor! —gritó uno de los marines—. O al menos eso parece…
McKay fue a investigarlo. ¿Sería ésa la forma de coronar la meseta? Chutó con la bota un casquillo que se coló por uno de los agujeros rectangulares de la rejilla, hacia la oscuridad que había debajo. Pasó mucho tiempo antes de que lo oyeran chocar contra la roca.
Silva, Wellsley y el resto de los oficiales del comandante ya se encontraban en la cima de la meseta esperándola cuando ella logró llevar el ascensor antigravitacional hasta la superficie y caminó fuera, bajo la potente luz solar. Parpadeó mientras miraba a su alrededor.
Había cuerpos por todas partes. Algunos llevaban el color verde de los marines, pero la gran mayoría vestían los colores del arco iris que el Covenant usaba para distinguir sus diferentes rangos y especialidades. Un escuadrón de Helljumpers caminaba entre la matanza, buscando humanos heridos, golpeando los cadáveres para asegurarse de que estaban muertos de verdad. Uno de ellos intentó levantarse, pero sus esfuerzos se vieron cortados por una ráfaga de un fusil de asalto.
—Bienvenida a la Base Alfa —dijo el comandante Silva al llegar al lado de McKay—. Usted y su compañía han hecho un buen trabajo, teniente. Wellsley hará que el resto del batallón suba aquí la próxima hora. Parece que le debo una cerveza.
—Sí señor —contestó McKay, alegre—. Sí que me la debe, joder.
El túnel era grande, lo suficientemente ancho para que cupiese un tanque Scorpion, por lo que el Jefe Maestro no tuvo muchas dificultades maniobrando el Warthog en la entrada.
Casi había pasado por alto la apertura, situada al final del lecho seco de un río. Los sensores de Cortana habían identificado la entrada al sistema de túneles.
—No es una formación natural —le había advertido.
Eso significaba que alguien la había construido. Eso significaba, por lógica, que el túnel conducía a algún lugar, y podía ahorrarle un tiempo precioso en su búsqueda de las lanchas salvavidas que se habían estrellado.
Una vez dentro, las cosas se complicaron un tanto, ya que el Spartan se vio obligado a conducir el todoterreno por rampas, a través de una serie de curvas muy cerradas y hasta el mismo borde de un pozo.
Un reconocimiento rápido de la situación le confirmó que el agujero no era bastante ancho para no saltarlo, si podía hacer que el Warthog cogiera impulso. El Jefe Maestro reculó, avisó al artillero de que se sujetase y apretó el acelerador hasta el fondo. El coche corrió por la rampa, saltó por los aires y aterrizó pesadamente al otro lado.
—Estoy captando mucho tráfico del Covenant —informó Cortana—. Parece ser que el coronel Silva y los Helljumpers han capturado una posición enemiga. Si podemos agrupar al resto de los supervivientes y encontrar al capitán Keyes, seremos capaces de organizar una fuerza de resistencia a tener en cuenta.
—Bien —contestó el Jefe Maestro—. Ya era hora de que algo nos saliese bien.
Los faros del Warthog recorrían los antiguos muros cada vez que el Spartan giraba el volante, hasta que el todoterreno salió a una gran área abierta, salpicada de instalaciones misteriosas. Estaba oscuro; la carretera acababa al borde de una profunda sima. Poco después las tropas del Covenant comenzaron a aparecer, como gusanos que se retuercen sobre un cadáver podrido.
Los disparos de plasma salpicaron el parabrisas del Warthog. El Spartan saltó del vehículo, se agazapó al lado de la rueda delantera del conductor y sacó la pistola. Fitzgerald abrió fuego con la LAAG y bañó el área de balas. Las vainas llovían encima de ellos.
El Jefe observó por encima del Warthog. Estaban expuestos, peligrosamente expuestos. La carretera por la que habían avanzado estaba desprovista de cualquier cobertura, ya que no se alzaba más que tres metros por encima de la gran cámara abovedada. Era aún peor, ya que partía la cámara en dos, y los dejaba expuestos por ambos lados.
La iluminación de aquella enorme estancia era escasa y los destellos de la ametralladora del Warthog le desconcertaban la visión nocturna. Parpadeó varias veces, para aclararse la vista, y activó el aumento de su pistola.
El suelo de metal descendía por ambos lados y todas las superficies tenían grabados los extraños diseños geométricos de la misteriosa arquitectura de Halo. Detrás de ellos, lejos de su posición, había unas cuantas estructuras menores, columnas y pilares. Tras ellos se escondía el Covenant.
Un Grunt abandonó su cobertura, con una pistola de plasma brillando de color verde… Había sobrecargado el arma. Al muy cabrón le gustaba acumular energía en el arma y descargarla de golpe. Acababa con las reservas de la pistola rápidamente, pero infligía un golpe muy duro al objetivo. Una esfera palpitante blanco-verdosa de plasma pasó crepitando cerca del Warthog.
El Jefe Maestro devolvió el fuego y retrocedió para cubrirse tras el Warthog.
—Fitzgerald —ladró—. Siga disparándolos. Yo subiré por la izquierda y acabaré con ellos.
—Entendido. —La metralleta de tres cañones tronó, y los disparos rociaron la posición del Covenant.
El Spartan estaba preparado para meterse en medio de la batalla cuando su sensor de movimiento a su espalda. La LAAG dejó de disparar, oyó a Fitzgerald gritar de dolor y caer de la parte trasera del Warthog. El casco del marine chocó contra el suelo de metal.
Una esquirla de un material cristalino, translúcido, afilado hasta lo indecible, sobresalía del bíceps del marine. El fragmento brillaba con un tono morado, espectral.
—¡Maldición! —gruñó Fitzgerald, intentando ponerse en pie. Dos segundos después la cristalina esquirla explotó y la sangre empezó a manar de la herida. El dolor hizo aullar a Fitzgerald.
No había tiempo para atender las heridas de Fitzgerald. Un par de Grunts aparecieron por la cuneta y abrieron fuego sobre ellos. Una ráfaga de los cristalinos proyectiles se dirigió hacia ellos y rebotaron, mortíferos, en el Warthog.
Estaban demasiado cerca. El Jefe disparó al Grunt más cercano tres tiros seguidos. Un trío de agujeros de bala formó un bonito dibujo en el pecho del alienígena. El compañero del Grunt chilló de rabia y alzó su arma: era un aparato extraño, retorcido, con una hilera de las esquirlas cristalinas sobresaliendo como si se tratasen de las aletas dorsales de un pez. El arma le escupió esas agujas de color morado y blanco.
El Spartan dio un salto al lado y asestó un golpe a la cabeza del Grunt con la culata de la pistola. El cráneo del extraterrestre se hundió. De una patada, lanzó el cadáver a la cuneta.
Fitzgerald se había arrastrado para cubrirse tras el Warthog.
Estaba pálido, pero no parecía en estado de shock, todavía. El Spartan agarró un kit de primeros auxilios y le trató la herida, con mano experta. La espuma selladora llenó la herida, la cerró y adormeció la zona. El joven marine necesitaría puntos y tiempo para que se reconstruyeran los músculos tan salvajemente desgarrados del brazo, pero sobreviviría… si es que alguno de ellos lograba salir de ésa con vida.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó al soldado herido. Fitzgerald asintió, se secó el sudor de la frente con una mano ensangrentada e intentó ponerse en pie. Sin otra palabra, se puso de nuevo tras la LAAG.
El Jefe Maestro y el marine necesitaron casi quince minutos para acabar de despejar el área de fuerzas del Covenant. El Spartan examinó el perímetro. A la izquierda del Warthog, la cámara seguía durante unos ochenta metros y acababa, como la carretera que tenían delante, en una enorme sima.
—¿Alguna idea? —le preguntó a Cortana. Hubo una pequeña pausa mientras la IA estudiaba los datos.
—La carretera acaba en un agujero, pero la lógica nos lleva a pensar que hay algún tipo de puente. Encuentre los controles que activan el mecanismo del puente y podremos cruzar.
El Spartan asintió. Se dio la vuelta y cruzó la carretera, hacia la zona a la derecha del Warthog. Cuando pasaba al lado del vehículo, le dijo en voz alta a Fitzgerald:
—Espéreme aquí. Voy a encontrar una forma de cruzar.
El Jefe Maestro cruzó toda la cámara y comprobó las extrañas estructuras que salpicaban el área aquí y allá. Algunas estaban iluminadas con un brillo apagado que surgía de una especie de paneles lumínicos, pero nada indicaba qué les suministraba la energía o qué contenían esas estructuras.
Frunció el ceño. No había ningún signo de mecanismos ni de controles. Estaba a punto de volver al Warthog cuando se detuvo en seco. Se quedó observando uno de los grandes pilares, que se alzaba hasta llegar al techo, muy, muy arriba.
No había nada allí abajo, pero quizá el mecanismo que buscaba estaba encima.
Llegó hasta los límites del área, lo más alejado que pudo. A diferencia del otro lado de la cámara, esa mitad estaba delimitada por un alto muro de metal, lleno de surcos. Bordeó la barrera y fue recompensado al localizar un hueco en la pared: una entrada.
Dentro, una rampa subía unos veinte metros y después giraba noventa grados a la izquierda. El Spartan sacó la pistola, encendió la linterna del casco y empezó a ascender.
Sus precauciones estaban justificadas. Cuando llegó a la zona superior, el sensor de movimiento le mostró un contacto, justo encima de él. Se cubrió tras la esquina justo a tiempo para evitar la carga de un Élite de armadura carmesí. El Élite gruñó desafiante y lanzó un fiero golpe contra el visor del Jefe.
Se agachó, y los escudos absorbieron la peor parte del ataque. Disparó a quemarropa, sin preocuparse siquiera por apuntar. El Élite retrocedió para devolver el fuego, y los rayos de plasma atravesaron el estrecho corredor.
Con agilidad, el Jefe sacó una granada de fragmentación, le arrancó el seguro y la lanzó a los pies del Élite. El extraterrestre lanzó un gorjeo de sorpresa mientras el Spartan se daba media vuelta y desaparecía tras la esquina.
Su premio fue un estallido de humo y fuego. La pared de metal quedó rociada de sangre morada y negra. El Spartan dobló de nuevo la esquina con la pistola preparada y pisó el cadáver humeante del Élite.
El Jefe continuó adelante, que se abría a una estrecha cornisa. A su derecha, el muro de metal continuaba hacia las alturas, hasta perderse de vista. A su izquierda, el metal descendía en un ángulo estrecho que llegaba hasta el suelo, y acababa en un abismo. Delante de él se veía un brillo palpitante, como el de las luces estroboscópicas de un Pelican.
Se detuvo ante la fuente de luz: un par de esferas brillantes colgaban suspendidas sobre un cuadro metálico de metal azul mate. Dentro del panel flotaban una serie de visualizadores, cambiantes, semitransparentes, como el aspecto holográfico de Cortana, aunque no había ningún proyector visible. Las vibrantes pantallas con símbolos geométricos le sonaban, como si de alguna forma los reconociese. Ni siquiera con su memoria aumentada podía recordar dónde los había visto antes. Le eran… familiares.
Con un dedo tocó uno de los símbolos, un círculo azul-verdoso. El Spartan esperaba que su dedo atravesase el fino aire, y le sorprendió encontrar resistencia… Las luces del panel empezaron a latir más rápidamente.
—¿Qué has hecho? —preguntó Cortana alarmada—. ¡Detecto un aumento de la energía!
—No… no lo sé —admitió el Spartan. No estaba seguro de por qué había tocado ese botón del panel. Sólo sabía que le había parecido lo correcto.
Se oyó un gemido en un tono muy agudo… desde el elevado punto en que se encontraba podía ver, a lo lejos, el agujero de la carretera. De sus bordes empezó a aparecer una dura luz blanca que formó un camino que completaba la interrumpida carretera, como el rayo de una linterna sobre el humo. La luz se hizo más brillante, y se oyó un ruido terrible, como un desgarrón.
—Estoy captando un montón de actividad fotónica —comunicó Cortana—. Los fotones activados han desplazado el aire alrededor del camino de luz.
—¿Qué significa eso?
—Eso significa —continuó ella— que la luz se ha cohesionado. Que se ha vuelto sólida. —Se detuvo y añadió—: ¿Cómo sabía qué control pulsar?
—No lo sabía. Ahora larguémonos de aquí de una vez.
El trayecto sobre el puente de luz fue angustioso. Probó la resistencia de la estructura con el pie y descubrió que era tan sólido y resistente como la piedra. Se encogió de hombros, le recomendó a Fitzgerald que se sujetase fuerte y dirigió el Warthog a toda velocidad hacia el rayo iluminado. Podía oír a Fitzgerald pasar de las oraciones a las maldiciones mientras conducía a través del abismo aparentemente sin fondo sobre el rayo de luz.
Cuando llegaron al otro lado, siguieron el túnel hasta el valle que se hallaba al final, donde el Jefe Maestro guió el coche a través de una serie de rocas y árboles, hasta llegar a la cima de una ladera cubierta de hierba. Un profundo precipicio amenazaba con no dejarlos avanzar hacia la derecha, y los obligaba a seguir hacia la izquierda, y deslizarse hacia un gran boquete que había al sur.
El vehículo se bañó en un río poco profundo. Observaron una boca de entrada a la derecha. Decidieron que lo mejor sería investigarlo y guiaron el todoterreno hacía el rocoso pasaje.
Pasaron sólo unos minutos hasta que el Warthog llegó a una cornisa que dominaba completamente un valle. El Jefe Maestro pudo localizar una lancha salvavidas y una gran cantidad de tropas del Covenant. Pero ningún marine. No era una buena señal.
Una estructura vagamente piramidal se alzaba y dominaba el centro del valle. El Jefe Maestro vio que una luz palpitante salía disparada hacia el cielo. Calculó que la estructura debía de ser similar al causante del destello que había visto antes.
Sólo tuvo un segundo para asimilar la situación antes de que los alienígenas abriesen fuego, y el artillero contestó a su vez. Había llegado el momento de volver a poner en movimiento el Warthog. El Jefe Maestro conducía mientras a su espalda la LAAG M14 zumbaba y traqueteaba.
—¿Os gusta? ¡Pues tomad más! —gritaba el marine Fitzgerald, antes de disparar otra andanada. Un par de Grunts rodaron en direcciones opuestas cuando un Jackal rechoncho y de brazos largos fue seccionado por la mitad; el arma de gran calibre levantaba trozos de roca del suelo detrás de ellos.
—Hay marines escondidos en la colina —dijo Cortana cuando el todoterreno pasó al lado de la pirámide—. Echémosles una mano.
El Spartan se dirigió a un hueco que había entre dos árboles y vio que un Élite alto y de formas angulares salía de su escondrijo. El Élite alzó un arma, pero pronto se convirtió en un manchurrón cuando el Warthog chocó contra él y las anchas ruedas le crujieron el cuerpo.
Poco después aparecieron los marines, con las armas de asalto alzadas al aire, entre vítores. Un sargento asentía con la cabeza.
—Nos alegramos de verlo, Jefe. Empezábamos a estar hasta el cuello.
En ese momento las fuerzas del Covenant intentaron invadir la colina, pero la munición de 12,7x99 mm se encargó de ellos, y la ladera quedó cubierta por sus cadáveres.
El Jefe Maestro oyó el crepitar de la estática, seguido por la voz de Foehammer:
—Echo 419 a Cortana… conteste.
—Le recibimos, 419. Tenemos supervivientes, y necesitamos evacuación inmediata.
—Recibido, Cortana. Durante el trayecto, he vislumbrado otros botes salvavidas en vuestra área.
—De acuerdo —respondió Cortana—, nos ponemos en camino.
La mayor parte de la tarde la pasaron inspeccionando los valles que comunicaban con el primero, localizando al resto de los supervivientes y ocupándose de las tropas del Covenant que intentaban impedirlo. Al final, tras un total de sesenta y tres marines y personal naval, el Spartan vio cómo el Echo 419 aterrizaba por última vez y saltó a bordo. Foehammer miró por encima del hombro.
—Ha tenido un día muy largo, Jefe. Buen trabajo. Llegaremos a la Base Alfa en treinta minutos.
—Recibido —respondió el Spartan. Exhaló y suavizó su tono cortante. Se permitió reclinarse contra el mamparo y añadió—: Gracias por llevarme.
Treinta segundos después se había dormido.
El capitán Keyes se detuvo con las manos sobre las rodillas, jadeando, ante la cara vertical de un precipicio. Él y el resto del equipo de mando habían estado prácticamente corriendo las últimas tres horas. Incluso los marines estaban exhaustos cuando la sombra proyectada por la nave de transporte del Covenant se colocó encima de ellos y bloqueó el sol.
Keyes consideró la opción de usar la pistola de Dowski para disparar a la nave, pero no pudo reunir la energía suficiente. La voz que sonó por los megáfonos externos de la nave le resultó demasiado familiar.
—¿Capitán Keyes? Soy Ellen Dowski. Este cañón es un callejón sin salida. No tiene adonde huir. Lo mejor que puede hacer es rendirse.
La oscuridad que proyectaba la nave varió cuando el aparato empezó a descender hacia el fondo del cañón. Los motores aullaron y levantaron polvo en todas direcciones antes de tomar suelo. Se abrió una escotilla y Dowski saltó a tierra. Parecía que estaba intacta y sonreía con una mueca de satisfacción.
—¿Lo ve? Es exactamente como le dije que sería.
Media docena de Elites veteranos salieron al exterior, seguidos por una manada de Grunts. Iban armados hasta los dientes. Las piedras crujieron cuando se acercaron a la pared del precipicio. Habló uno de los extraterrestres, con una voz poderosa que chapurreaba el lenguaje humano con una incomodidad evidente.
—Vosotros soltaréis las armas. Ahora.
La tropa miró a Keyes. Éste se encogió de hombres, se agachó y dejó el M6D en el suelo. Los otros lo imitaron.
Los Grunts se adelantaron y recogieron las armas. Uno de ellos se rió en su lengua mientras cogía tres rifles de asalto de los marines y se los llevaba.
—¿Cuál? —preguntó el Élite con el traductor, y miró a Dowski.
—¡Ése! —proclamó la oficial renegada, señalando a Keyes.
—¡Maldita zorra! Te… —Hikowa avanzó hacia ella.
Nadie sabría nunca qué iba a hacer Hikowa porque el Élite la mató de un tiro. Keyes saltó hacia adelante e intentó detener al Élite, pero no sirvió de nada. Un golpe, rápido como el rayo, le alcanzó en un costado de la cara, tan fuerte que un tono gris cubrió completamente su visión. Cayó al suelo.
El Élite fue metódico. Empezando con los marines, disparó un tiro a la cabeza de cada prisionero. Wang intentó escapar, pero un rayo de plasma le alcanzó en toda la espalda. Lowell intentó agarrar su pistola, pero recibió un disparo en la cara.
Keyes luchó por alzarse de nuevo, mareado, desorientado, e intentó cargar sobre el Élite. Lo tumbaron en el suelo de nuevo. Los ojos muertos de Hikowa lo miraban fijamente.
Finalmente, cuando el último rayo de plasma había sido disparado y el olor a carne quemada aún flotaba en el aire, sólo quedaban vivos dos miembros de la tripulación: Keyes y Dowski. La alférez estaba pálida. Sacudía la cabeza y se retorcía las manos.
—No lo sabía, señor, de veras que no. Me dijeron que…
El Élite agarro una MD6 del suelo y disparó contra Dowski. La bala le entró por en medio de la frente. El eco intensificó la detonación por todo el cañón. Los ojos de la alférez se pusieron en blanco, le fallaron las rodillas y se desmoronó.
El Élite estudió la MD6 que tenía en las manos. El arma era pequeña comparada con su pistola, y su dedo no encajaba bien en el guardamonte.
—Proyectiles. Muy primitivo. Lleváoslo.
Los otros Élites agarraron a Keyes por los brazos y lo arrastraron por una rampa, al sucio interior de la nave de transporte. Parecía que las reglas del Covenant habían cambiado de nuevo. Ahora tomaban prisioneros, aunque no muchos. La nave alzó el vuelo y el único humano que había sobrevivido deseaba no haberlo hecho.
La Base Alfa no ofrecía muchas diversiones, pero el Spartan participó en todas las que había. Primero disfrutó de poder dormir ininterrumpidamente durante diez horas completas, seguidas de una comida compuesta de elementos seleccionados de dos MER, las comidas preparadas, y una ducha caliente de dos minutos.
El propio anillo era el que les proporcionaba el agua, los calentadores eran cortesía de la planta energética del Covenant y la alcachofa de ducha la había fabricado uno de los técnicos del Pillar of Autumn. La ducha, aunque había sido corta, le había sentado bien, muy bien, y el Spartan había disfrutado de cada segundo bajo ella.
El Jefe Maestro se había secado, agarrado un nuevo juego de utensilios y estaba a punto de realizar las comprobaciones de mantenimiento de rutina de su armadura cuando un recluta asomó la cabeza en la habitación del Spartan, un cubículo de plástico inteligente prefabricado que había reemplazado el arcaico concepto de las tiendas.
—Disculpe que le moleste, Jefe, pero el comandante Silva quiere verlo en el puesto de mando… enseguida.
—Ahora mismo voy —dijo el Spartan, mientras se secaba las manos con un trapo.
El Jefe Maestro estaba a punto de poner en marcha la armadura cuando el marine reapareció.
—Otra cosa… el comandante me indicó que dejase la armadura aquí.
El Spartan frunció el ceño. No le gustaba separarse de su armadura, y menos en una zona de combate. Pero una orden era una orden, y hasta que determinase qué le había sucedido al capitán Keyes, Silva estaba al mando.
—Gracias, soldado —asintió.
Hizo una comprobación para asegurarse de que su equipo estaba en orden, activó el sistema de seguridad de la armadura y se enfundó la M6D en la cintura.
La oficina del comandante estaba situada en el medio de la Base Alfa, en el centro exacto de la estructura del Covenant construida sobre la meseta. El Spartan cruzó los pasillos y descendió por un corredor manchado de sangre. Un par de Grunts prisioneros, encadenados, trabajaban duro fregando el suelo bajo la vigilancia de un guardia de la Marina.
Dos Helljumpers hacían guardia ante la puerta de Silva. Los dos parecían extremadamente en forma para ser soldados que habían estado en combate el día anterior. Le dedicaron al Spartan la mirada a la vez hostil e indiferente que los miembros de la ODST reservaban para todo lo que no formaba parte de su exclusiva organización. El más alto de los dos llevaba en el cuello la insignia de oficial.
—Bueno, Jefe, ¿qué podemos hacer por usted?
—Jefe Maestro Spartan-117 presentándose ante el comandante Silva.
Spartan-117 era la única designación oficial que tenía a los ojos del ejército. Se le ocurrió entonces que, tras la caída de Reach, no quedaba nadie que supiese que se llamaba John.
—¿Spartan-117? —preguntó el menor de los dos marines—. ¿Qué clase de nombre es ése?
—Mira quién habla —le interrumpió McKay, acercándose al Jefe Maestro por la espalda—. Es una pregunta muy extraña viniendo de alguien que se llama Yutrzenika.
Los dos Helljumpers rieron y McKay le hizo un gesto al Spartan para que entrase.
—No haga caso a esos dos, Jefe. Son demasiado felices. Yo soy McKay. Vamos, entre.
—Gracias, señora —contestó el Spartan. Caminó tres pasos y se encontró ante un escritorio improvisado. El comandante Silva levantó la vista de lo que estaba mirando y sus ojos se cruzaron con los del Jefe Maestro. El Jefe se puso firme.
—Señor, el Jefe Maestro Spartan-117 se presenta como se le ha ordenado, señor.
La silla la habían rescatado de una lancha salvavidas de la UNSC y dejó escapar un ligero silbido cuando Silva se retrepó en ella. Llevaba en la mano un punzón con el que se daba repetidos golpecitos en el labio. En ese momento, la mayoría de los oficiales le hubieran indicado volver a posición de descanso, y que no lo hiciese era un indicio claro de que algo iba mal. ¿Qué pasaba?
McKay se colocó a la izquierda de Silva, se apoyó en la pared y observó la escena con el ceño fruncido. Llevaba el pelo cortado al estilo de los Helljumpers, corto por los lados para que se pudiesen apreciar los tatuajes del cuero cabelludo, y plano en la parte superior. Tenía los ojos verdes, una nariz ligeramente aplastada y los labios carnosos. Era, al mismo tiempo, la cara de un soldado y la de una mujer.
—Supongo que se pregunta quién soy yo y de qué va todo esto —dijo Silva, como si pudiese leer la mente del Spartan—. Lo comprendo, sobre todo teniendo en cuenta su condición, su relación con el capitán Keyes y el hecho de que ahora sabemos que ha sido capturado. La lealtad es algo muy bueno, una de las virtudes por las que se conoce a los militares, una cualidad que admiro. —Silva se levantó y empezó a caminar adelante y atrás tras su silla—. De todas formas, existe una cadena de mando, lo que significa que debe informarme a mí. No a Keyes, ni a Cortana, ni a usted mismo. —El marine se detuvo, se dio la vuelta y miró al Jefe Maestro fijamente a los ojos—. He pensado que sería buena idea que usted y yo realizásemos una comprobación de comunicaciones. Éste es el trato. Me falta un capitán, por lo que la teniente McKay hace las funciones de oficial ejecutivo. Si uno de nosotros dice: «mierda», espero que su respuesta sea: «¿de qué color, cuánta y dónde la quieren?». ¿Me comprende?
—Perfectamente, señor —contestó después de mirarlo fijamente un segundo y apretar las mandíbulas.
—Bien. Una cosa más. Conozco su historial y lo admiro. Es usted un soldado formidable. Pero, además, también es usted una rareza, el último sujeto vivo de un experimento que resultó un terrible fracaso, un experimento que nunca debería repetirse.
McKay observaba la cara del Jefe Maestro. Llevaba el pelo corto, no tanto como ella, pero lo llevaba corto. Sus ojos eran serios, la boca firme y la mandíbula fuerte. La piel no había estado expuesta al sol durante mucho tiempo y era blanca, demasiado, como algo que hubiese vivido un largo encierro en una cueva. Por lo que había oído, había sido un soldado profesional desde los seis años, lo que significaba que era todo un experto en controlar lo que su cara reflejaba, pero podía ver que las palabras del comandante lo golpeaban como si fuesen balas que daban en su objetivo. No fue nada evidente, pero los ojos se le estrecharon levemente y apretó un poco la boca. Dirigió su mirada a Silva. Si el comandante se había percatado de los cambios, no parecían importarle.
—La sola idea de seleccionar gente, manipularles la mente y modificar sus cuerpos es mala. Primero, porque los candidatos no pudieron tomar la decisión; segundo, porque los sujetos del programa fueron transformados en humanos alienígenas; y tercero porque el programa Spartan fracasó. ¿Le suena un hombre llamado Charles Darwin? No, seguramente no, porque nunca fue a la guerra. Darwin fue un naturalista que propuso una teoría a la que llamó «selección natural». En pocas palabras, creía que las especies mejor preparadas eran las que conseguirían sobrevivir, mientras que el resto de los organismos, menos efectivos, se extinguirían. Eso es lo que le sucedió a los Spartans, Jefe: se extinguieron. O lo harán, cuando usted muera. Y aquí es donde viene la ODST. Fuimos los Helljumpers los que tomamos esta meseta, hijo… no un montón de monstruos vestidos con una armadura extravagante. Cuando eliminemos al Covenant, y sinceramente creo que lo haremos, esa victoria será el resultado del trabajo de hombre y mujeres como la teniente McKay, de seres humanos que son tan agudos como una cuchilla, tan fuertes como el metal, de corazón auténtico… ¿Me comprende?
El Jefe Maestro recordó a Linda, a James, a los setenta y tres chicos y chicas con los que había aprendido a luchar. Todos muertos, todos etiquetados como «monstruos», todos desprestigiados como si el suyo hubiese sido un experimento fallido. Respiró profundamente.
—¡Señor, no, señor!
Hubo un largo momento de silencio mientras los dos hombres se miraban fijamente a los ojos. Pasaron unos buenos segundos cuando el comandante asintió.
—Lo comprendo. Los ODST también somos leales a nuestros muertos. Pero eso no cambia los hechos. El programa Spartan ha acabado. Los seres humanos ganaremos esta guerra… así que mejor que vaya acostumbrándose. Mientras, necesitaremos a todos los guerreros que tengamos a mano, especialmente aquellos que tienen más medallas que todos los generales del ejército juntos.
A partir de entonces, como si hubiesen encendido un interruptor, la conducta del oficial de la ODST cambió completamente. Le pidió que descansase, indicó a sus dos invitados que se sentasen y procedió a informar al Jefe Maestro sobre su siguiente misión. Sus exploradores habían confirmado que el Covenant había apresado al capitán Keyes, y Silva estaba decidido a rescatarlo.
El Pilar of Autumn había dañado su nave durante la breve batalla en el sistema, y los ingenieros del Covenant trabajaban a destajo en las reparaciones del Truth and Reconciliation. Ahora, flotando a tan sólo un centenar de unidades de la superficie de Halo, la nave se había convertido en el cuartel general de facto para los que estaban asignados al análisis y selección de la tecnología del mundo anillo.
El buque de guerra estaba en el centro de las actividades de la estructura de mando. Los corredores estaban atestados de Élites oficiales, de comandantes Jackals y de Grunts veteranos. También había un montón de ingenieros, unas criaturas de aspecto amorfo que volaban por lo alto gracias a mecanismos de gas, con los que, hábilmente, podían desmontar, reparar y remontar cualquier tipo de tecnología compleja.
Todos ellos, independientemente de su grado de veteranía, se apresuraron a apartarse del camino de Zuka ‘Zamamee cuando éste atravesó los pasillos, seguido de cerca por un recio Yapap. No era por su rango, sino por su aspecto y el mensaje que éste transmitía: la cabeza alzada con arrogancia, la armadura espacial negra, el repiqueteo constante de sus botas, todo contribuía a irradiar confianza y autoridad.
Pero, ni siquiera siendo tan formidable como ‘Zamamee, se permitía la entrada en la cubierta de mando sin ser revisado previamente, y nada menos que seis Elites montaban guardia cuando él y su ayudante descendieron del ascensor gravitatorio. Si estos Élites se mostraron intimidados por la conducta de su colega, no dieron muestras de ello.
—Identifíquese —dijo bruscamente uno de ellos, extendiendo la mano.
‘Zamamee depositó su disco en la mano del otro guerrero con el aire de alguien que estaba haciéndole un favor a un ser de clase inferior.
El oficial de seguridad cogió el disco de identidad de ‘Zamamee y lo colocó en un lector portátil. Apareció la información, que atravesó la pantalla de derecha a izquierda.
—Coloque la mano en la ranura.
La segunda máquina tenía la forma de una caja negra de cinco unidades de altura. Una luz verde surgió de un agujero localizado en uno de los lados de la estructura.
‘Zamamee hizo lo que le indicaban, sintió un dolor punzante cuando la máquina recogió una muestra de tejido, y supo que el ordenador estaba comparando su ADN con el de los archivos. No era por miedo a que fuesen humanos, sino porque los políticos en el Covenant eran bastante corruptos, y en los últimos tiempos se habían producido varios asesinatos.
—Confirmado —indicó el Élite—. Parece que es el mismo Zuka ‘Zamamee que tenía que reunirse con el Consejo hace quince unidades. De todas formas, van retrasados, por lo que tendrá que esperar. Por favor, entrégueme todas las armas. Allí encontrará una sala de espera… pero el Grunt deberá quedarse fuera. Lo llamarán cuando el Consejo esté listo.
Aunque no cargaba con su fusil de energía, que había entregado al Grunt para que éste lo acarrease, el Élite tenía una pistola de plasma, y la entregó con la culata por delante.
‘Zamamee caminó hasta la improvisada área de espera y descubrió que había un buen número de otros seres a los que estaban haciendo esperar. La mayoría estaban sentados, inclinados hacia adelante, ensimismados y miraban al suelo.
Lo que empeoraba las cosas era el hecho de que no los atenderían por orden de llegada, sino que parecía que los de mayor rango tenían privilegios, y que verían primero a los peticionarios veteranos.
Pero el Elite no podía quejarse. Si no hubiese sido por su rango, el Consejo nunca habría accedido a recibirlo. Al final, tras lo que pareció una eternidad, ‘Zamamee fue guiado hasta la cámara donde el Consejo de mando se había reunido.
Un Profeta menor estaba sentado con las piernas cruzadas en el centro de una mesa que rodeaba un podio en el que se estaba claro que debía colocarse el Élite. Cada vez que una ráfaga de aire tocaba al Alto Ser, éste se ladeaba ligeramente, lo que sugería que preferiría dejar que su cinturón antigravitatorio estuviese sosteniéndolo antes que estar sentado en una silla, quizá por fuerza de la costumbre, quizá como una estrategia para recordarles al resto quién y qué era. Era algo que ‘Zamamee no sólo comprendía sino que también admiraba.
El Profeta llevaba en la cabeza un casco muy complejo. Estaba adornado con gemas y lleno de contactos para comunicarse. Una capa de plata descansaba sobre sus hombros, que sujetaba un broche delicadamente tejido con cables dorados, los cuales se alargaban hacia la parte delantera para colocar un micrófono ante sus huesudos labios. Una túnica ricamente bordada de color rojo caía como una cascada desde su regazo hacia el suelo de cubierta. Los ojos, negros como la obsidiana, siguieron al Élite mientras éste seguía hacia el podio, mientras un ayudante le susurraba algo en el oído.
El otro Élite, un aristócrata llamado Soha ‘Rolamee, levantó la mano.
—Le saludo, ‘Zamamee. ¿Cómo está la herida? Espero que se esté curando rápidamente.
‘Rolamee estaba dos niveles de rango por encima de ‘Zamamee. El oficial menor paladeó la respetuosa manera en que el otro Élite le había saludado.
—Gracias, Excelencia. Me recuperaré.
—Basta —interrumpió el Profeta—, vamos muy retrasados, mejor que vayamos al grano. Zuka ‘Zamamee ha venido ante el Consejo buscando una dispensa especial para dejar la unidad que tiene al mando a fin de localizar y matar a un humano en concreto. Una idea bastante extraña, ya que todos se parecen y son igual de molestos. De todas formas, según nuestros informes, ese humano en particular es el responsable de cientos de bajas del Covenant. El consejo sabe que el oficial ‘Zamamee fue herido en un encuentro con ese humano y le recuerda al oficial ‘Zamamee que el Covenant no permite venganzas personales. Por favor, téngalo en cuenta cuando presente su caso, y tenga en cuenta también el tiempo. Ser breve le será de ayuda.
—Gracias, Excelencia. —‘Zamamee bajó los ojos en señal de respeto—. Nuestros espías sospechan que ese sujeto en cuestión fue entrenado para ser un guerrero desde una edad muy temprana, que sus habilidades fueron alteradas y aumentadas quirúrgicamente, y que está equipado con una armadura que puede ser superior a las nuestras.
—¿Superior a las nuestras? —repitió el Profeta, dejando claro con su tono que consideraba bastante improbable esa posibilidad—. Vigile sus palabras, oficial ‘Zamamee. La tecnología que ha creado la armadura que usted lleva nos fue otorgada directamente por los Ancestros. Decir que es inferior a algo roza el sacrilegio.
—Pero lo que dice ‘Zamamee es cierto —añadió ‘Rolamee—. Nuestros archivos están llenos de informes que, aunque en ocasiones son contradictorios, mencionan uno o más humanos vestidos con una armadura reactiva especial. Si admitimos que las versiones de los testigos son ciertas, parece que ese sujeto o ese grupo de sujetos pueden absorber una gran cantidad de daño sin sufrir repercusiones personales, tiene habilidades de batalla excepcionales y demuestran una capacidad de liderazgo superior. Cuando aparece o aparecen, los otros humanos luchan y se defienden con un vigor renovado.
—Exactamente —dijo ‘Zamamee, agradecido—. Por eso mismo recomiendo que se envíe un equipo especial de Hunter/ Killers para encontrar al humano y traer la armadura, para analizarla.
—Anotado —dijo con seriedad el Profeta—. Retírese mientras el Consejo lo valora.
‘Zamamee no pudo hacer otra cosa más que bajar la mirada, retirarse del podio y dirigirse de nuevo a la puerta. Una vez en el pasillo, el Élite sólo tuvo que esperar unas unidades antes de que lo llamasen de nuevo por el nombre y fue conducido de nuevo a la sala. ‘Zamamee vio que tanto el profeta como el segundo Élite habían desaparecido, y que allí sólo quedaba ‘Romamee, que le comunicaría las noticias.
El otro oficial se puso en pie, como para reducir la enorme distancia social que los separaba.
—Me temo, ‘Zamamee, que el Profeta da poca importancia a los informes, los considera afectados por la «histeria en el campo de combate». Más que eso, hemos estado todos de acuerdo en que usted es un activo demasiado valioso para malgastarlo con un solo objetivo.
»Su petición ha sido denegada.
‘Zamamee sabía que ‘Rolamee se había inventado lo de «demasiado valioso» para amortiguar el golpe, pero apreciaba la intención. Aunque estaba profundamente decepcionado, era un soldado, y eso significaba que cumpliría las órdenes. Bajó la vista.
—Sí, Excelencia. Gracias, Excelencia.
Yayap vio cómo el Élite salía, se fijó en sus hombros caídos y supo que habían escuchado sus oraciones. El Consejo había denegado la loca petición del Élite, a él se le permitiría volver a su unidad y todo volvería a la normalidad.
‘Zamamee se había mostrado intimidante cuando iba hacia el Consejo, y en el camino de salida se mostró mucho menos. Caminaba aún más rápido, si cabe, lo que obligaba a Yayap casi a correr. El Grunt esquivaba como podía todo el tráfico que tenía delante, e intentaba mantener el ritmo de ‘Zamamee.
Yapap lanzó un grito de sorpresa cuando chocó contra la zona posterior de las piernas de ‘Zamamee: el Élite se había detenido en seco. El Grunt se fijó, con inquietud, en que su nuevo amo había apretado las garras. Siguió la mirada de ‘Zamamee y vio un grupo de cuatro Jackals.
Entre ellos arrastraban a un humano uniformado.
Acababan de interrogar a Keyes por tercera vez. Le habían administrado una especie de tratamiento de choque neural para hacerle hablar, y sus terminaciones nerviosas seguían zumbándole cuando los extraterrestres lo empujaron por la espalda, le gritaron en una cháchara ininteligible al oído y se rieron cuando vieron su dolor. Notó el sabor de su propia sangre.
La procesión se paró de golpe cuando un Elite ataviado con una armadura de combate negra Ies bloqueó el paso, señaló con un largo dedo al humano y dijo:
—¡Tú! Dime dónde puedo encontrar al humano que lleva la armadura especial.
Keyes miró hacia arriba, intentó enfocar la mirada, y se enfrentó al extraterrestre. Vio el vendaje e imaginó el resto.
—No tengo ni la más remota idea —contestó, y consiguió esbozar una sonrisa—, pero la próxima vez que te lo encuentres, te recomiendo que te agaches.
‘Zamamee dio un paso adelante y le pegó un revés al humano. Keyes se tambaleó, recobró el equilibrio y se limpió la sangre que le brotaba de la comisura de los labios. Fijó de nuevo su vista en la del extraterrestre.
—Vamos… dispárame.
Yayap vio que el Élite consideraba hacerlo, que su mano derecha descendía hasta la pistola, tocaba la culata y se retiraba. Después, sin más palabras, ‘Zamamee se fue. El Grunt lo siguió. De alguna forma, aunque Yapap no sabía cómo, el humano había vencido.