LA PUERICULTURA FASCISTA
Alice Miller revisa en Tu propio bien las recomendaciones de los pedagogos alemanes de los siglos XIII y XIX, una corriente que se ha dado en llamar «pedagogía negra». Miller señala que el objetivo final, no declarado, de tales métodos era formar súbditos obedientes y que aquel sistema de «educación» permite explicar el éxito del nazismo en Alemania entre una ciudadanía dispuesta a obedecer ciegamente a cualquier figura de autoridad, aunque sus órdenes fueran crueles, absurdas o inmorales. El libro de Miller (como todos los de su autora) constituye una lectura muy recomendable. Citaremos a continuación algunos pasajes de aquellos expertos del pasado, y el lector podrá compararlos con los actuales y ver cuánto hemos avanzado.
No se puede tratar de razonar con niños pequeños; de aquí que la testarudez deba ser eliminada de manera mecánica […]. Pero si los padres tienen la suerte de neutralizar la testarudez desde el primer momento mediante serias reprimendas y repartiendo golpes con la vara, obtendrán niños obedientes, dóciles y buenos a los que luego podrán ofrecer una buena educación. (J. Sulzer, 1748, citado por Miller).
Es perfectamente natural que el alma infantil quiera salirse con la suya y, si las cosas no se han hecho debidamente en los dos primeros años, más tarde será difícil conseguir el objetivo. Estos dos primeros años presentan, entre otras, la ventaja de que podemos emplear la violencia y la coacción. Con el tiempo, los niños olvidan todo cuanto les ocurrió en la primera infancia. Si en aquella etapa podemos despojarlos de su voluntad, nunca más volverán a recordar que tuvieron una y, precisamente por eso, la severidad que sea necesario aplicar no tendrá ninguna consecuencia grave. (J. Sulzer, 1748, citado por Miller.)
Otra norma muy importante por sus consecuencias es la de que incluso los deseos permisibles del niño sólo deberán ser satisfechos si él mismo se encuentra en un estado anímico de amable inocuidad o, al menos, tranquilo, pero nunca si chilla o se muestra indócil e intratable. […] al niño no debe dársele la más ligera sospecha de que puede conseguir algo de su entorno chillando y portándose incorrectamente. […] El aprendizaje arriba descrito dará al niño una notable ventaja en el arte de esperar y lo preparará para otro, más importante aún, en el futuro: el arte de renunciar. (D. G. M. Schreber, 1858, citado por Miller).
Entre los engendros propios de una filantropía mal entendida está también la idea de que, para obedecer con gusto, se han de comprender a fondo los motivos de la orden y de que toda obediencia ciega atenta contra la dignidad humana. (L. Kellner, 1852, citado por Miller).
Una pedagogía realmente cristiana, que acepte a la persona no como debiera ser, sino como es, no podrá, en principio, renunciar a ningún tipo de castigo corporal, ya que este es precisamente el castigo más apropiado para ciertos delitos: humilla y trastorna, da fe de la necesidad de doblegarse ante un orden superior y revela a la vez toda la energía del amor paternal (K. A. Schmid, 1887, citado por Miller).
Nacidas bajo regímenes políticos absolutistas y despóticos, estas teorías trasladan al interior de la familia el modelo represor del estado, y convierten al padre en policía, juez y verdugo (y a la madre en un simple suboficial). Cuando la teoría es admitida como «verdad científica», se reviste de una falsa respetabilidad. La ciencia, se supone, no tiene ideología, es neutral y objetiva. Personas que jamás aceptarían un estado represor aceptan ahora una pedagogía represora. En 1945, los doctores Koller, director del Hospital de Mujeres de Basilea, y Willi, jefe del Asilo de Infancia de Zurich, se expresaban en términos muy parecidos. Su libro alcanzó seis ediciones en Suiza en 1945:
La psique del niño pequeño es tan sencilla, tan inocente, tan fácil de dirigir que apenas se tropieza con dificultades. Como un reloj, reacciona a las tetadas prescritas, se anuncia puntualmente, se demuestra contento con la cantidad de alimentos, está tranquilo entre las tetadas y duerme durante toda la noche. La madre se siente orgullosa y feliz de su hijo tan juicioso. […] Algunos lactantes no se conforman con las horas de las tetadas, o quieren mamar más de lo prescrito, o torturan a la madre cada noche con gritos durante horas enteras […] Si esta [la madre], ya durante las primeras semanas corresponde a cualquier manifestación de malestar o de mal humor, pronto se hará esclava del niño y sufrirá mucho. A tiempo tenemos que quitarle sus faltas, más tarde resultan mucho más difícil.
Significa un error sacar al lactante de la cama porque llora durante la noche o entre las tetadas; es igualmente equivocado tornarlo en brazos o darle más alimento.
Si todo está normal [tras visitar al médico], se deja gritar al lactante; a veces, se conforma ya después de pocos días con el orden prescrito, pero también pueden pasar semanas. Sin preocupación, se le coloca solo en una habitación donde se oigan los gritos lo menos posible.
Los lactantes mayores a menudo tratan de cautivar a la madre con el llanto. Gritan furiosamente cuando sale de la habitación o se niegan a gritos a recibir el alimento de otra persona que no sea de ella. Ya desde el principio tenemos que guardarnos de tomar en serio estos gritos.
Curiosamente, es un autor español el que de forma más explícita propugna la puericultura como método de adoctrinamiento político. Se trata de Rafael Ramos, catedrático de pediatría en Barcelona después de la Guerra Civil y del triunfo franquista. En su obra de 1941, no esconde sus simpatías políticas:
Y el Estado verdadero es el que busca la felicidad de sus súbditos, aunque para ello tenga a veces que imponerse por la fuerza, ser duro, riguroso.
Claro que es mejor que el súbdito se críe obediente desde el principio y así el Estado no tendrá que usar la fuerza:
El niño en todo momento, y desde el primer día de su vida, debe saber que hay alguien superior a él que va a cuidarle, no solamente prodigándole alimentos, calor, etc., sino que va a frenar sus instintos: la madre […].
A) Desde que el niño nace, debe colocársele en su cuna y solamente ir a la cama de la madre cuando va a tomar el pecho. Si llora, no le cogerán en brazos ni le mecerán, sino que le limpiarán caso de estar sucio, le pondrán al pecho si ha llegado su hora, si tiene frío le darán calor […] o si llora porque tiene necesidad de llorar simplemente, pero sin que precise ningún remedio, se le dejará con toda tranquilidad que siga llorando […]. La experiencia, recogida de tantas madres, asegura, si la razón científica no fuera suficiente, que un niño recién nacido llora durante diez, doce, quince días, pero que si con él se observó esta rigurosa actitud de no cogerle, ni acallarlo, ni ponerle chupete, pasado este intervalo, convencido de la ineficacia de sus protestas, el niño va disminuyendo la intensidad de estas […].
B) No le pondrá al pecho cada vez que llore, sino cuando le corresponda y de una manera sistemática […]. También suele la madre quejarse de la puntualidad que exige la alimentación de su hijo, mas ¡qué insignificante resulta esto si se tiene en cuenta el tiempo y la esclavitud prolongada que habría de costarle si por desidia suya contrajera el pequeño cualquier trastorno o enfermedad!
C) Sin acceder a sus caprichos, cuando el niño empieza a comprender —que, aunque no lo manifieste, es más pronto de lo que suele creerse—, deberá hacérsele saber que esta severa actitud es por su bien.
Y así, poco a poco, se deposita en la conciencia del niño un germen de valor incalculable que la madre va haciendo crecer. El hijo sabe que hay alguien a quien está supeditado, que le cuida, le dirige y de quien recibe los castigos, si bien no persigue otro fin que su felicidad. A este niño, más tarde hombre, ¡qué fácil le resultaría la obediencia a cualquier otra autoridad-superioridad! Pero si a ese hombre no le educaron así desde su cuna, se rebelará a la menor contrariedad, enfrentándose con su maestro, con su jefe, con el guardia de la circulación, con el Estado que le gobierna.
Observamos aquí los principales fundamentos filosóficos que se oponen a las conductas de afecto entre madre e hijo:
- La maldad intrínseca del recién nacido: un ser caprichoso que abusa de quienes le cuidan y exige cosas que no necesita sólo por fastidiar. Sólo a través de una educación fuertemente represiva llegará a adquirir los valores morales de un adulto. Esto choca frontalmente con la antigua idea cristiana del niño inocente, sin uso de razón, que no necesita confesarse antes de los siete años porque es incapaz de pecar.
- El niño que «necesita llorar». El llanto no es reconocido como síntoma de sufrimiento, sino que se considera una actividad normal e inocua, cuando no decididamente malévola del niño.
- La exigencia de abnegación materna. Aunque a veces ha invocado el derecho de la madre a descansar para justificar estas rígidas normas de crianza, aquí se da una versión opuesta y más acorde con la realidad: la madre tiene una tendencia a coger a su hijo y responder a sus llantos, por lo que fácilmente lo malcría por simple «desidia». Seguir las normas y horarios en cambio, es difícil y la madre se queja de ello, pero debe sacrificarse para no acarrear enfermedades a su hijo.
Es por su bien. El trato más rígido se justifica no por el bienestar de la madre, sino por el del propio hijo.
Al mismo tiempo, se muestran algunos de los métodos tradicionalmente empleados para imponer estas teorías entre las madres:
- La autoridad científica (cuando, en realidad, no existe base científica de ningún tipo y se trata de opiniones personales).
- La amenaza y la culpa: el niño enfermará si no se siguen las normas.
Este escrito muestra también claramente las implicaciones políticas de la puericultura: la sumisión absoluta del niño es sólo una preparación para la sumisión del adulto.
Lamentablemente, estas teorías pedagógicas no han desaparecido con la dictadura que las justificaba. Autores que sin duda ya no comparten las ideas políticas del Dr. Ramos siguen compartiendo sus ideas pedagógicas. Cincuenta años después, volvemos a encontrar el mito del niño manipulador y astuto:
Si corregida esta [la causa] sigue llorando, armarse de paciencia y dejarle llorar. Cuando el niño se convenza de que nadie le presta atención, se callará. De no hacerlo así, hasta el más pequeñito pronto se dará cuenta de su poder y repetirá la escena teniendo lugar fatalmente el comienzo de una mala educación. El niño de pecho es más listo de lo que cree la gente (Ramos, 1941).
[…] Juanito es un ser inteligente, muy inteligente, y no va a doblegarse a nuestra voluntad a la primera de cambio. Aparte de pedir agua, decir pupa…, trucos de los que ya os hemos hablado, puede que vomite. No os asustéis, no le pasa nada: los niños saben provocarse el vómito con suma facilidad (Estivill, 1995).
Y el mito de la madre abnegada y la imposición de las normas a los padres mediante amenazas y culpa:
Claro es que criar y educar bien a un niño supone sacrificio, roba muchas horas a su madre, pero la salud y alegría del mismo bien pronto la recompensa sobradamente. No hacerlo, dejándose ablandar por el dichoso llanto, es querer muy mal al pequeño y hacerle un desgraciado (Ramos, 1941.)
Mi hijo se va a dormir pasadas las once de la noche, porque mi marido suele llegar a esa hora y quiere ver al pequeño. ¿Hacemos mal? [Respuesta] Disfrutar del niño sin tener en cuenta sus necesidades biológicas es una actitud algo egoísta […]. Pensar (sic) que, sobre todo entre los cinco y los siete meses, estáis ayudando a vuestro hijo a adquirir unos hábitos correctos de sueño y que, de no ser así, repercutirá en su salud física y mental. (Estivill, 1995.)