17
La linde del bosque
A la mañana siguiente, Luz del Sol no dijo una palabra sobre lo que me había enseñado la noche antes y yo no le hice más preguntas. Evidentemente, Kli-Kli sospechaba algo, porque se pasó toda la mañana lanzándome miradas suspicaces, pero —gracias a Sagot— me dejó tranquilo. La niebla que llevaba dos días cubriendo Zagraba había desaparecido durante la noche. Hallas estaba mucho mejor. O al menos no estaba tan pálido como el día anterior y su respiración era regular. Luz del Sol susurró sus hechizos junto al gnomo, mientras Nube Esponjosa ofrecía pan fresco, carne y queso (¡sacados sólo la diosa sabía de dónde!) a nuestra pequeña y sombría compañía. Pero cuando nos disponíamos a empezar a comer, regresaron los alces y nos vimos obligados a desayunar en movimiento. El que Corre a la Luz de la Luna no estaba dispuesto a esperar mientras nosotros saciábamos el hambre sentados sobre la hierba.
Los alces corrieron durante todo el día sin parar más que en dos ocasiones a petición de las dríades. Ni siquiera después de aquella jornada de viaje por la más densa maleza del corazón del bosque parecían cansados, que es más de lo que se podía decir de nosotros, a pesar de que viajábamos sobre sus lomos. Las dríades limitaban su comunicación con nosotros a frases breves y poco significativas, aunque las pequeñas Hijas del Bosque se mostraban enfáticamente educadas y afables con Egrassa.
Kli-Kli estaba pensativa y desalentada. No había ni rastro de las payasadas a las que nos tenía acostumbrados. El bufón había desaparecido. Kli-Kli volví a ser ella misma y la verdad es que esto era algo a lo que no estaba acostumbrado. Por extraño que pueda parecer, a veces me sorprendía pensando que echaba bastante de menos al siempre alegre bufón.
Tras una breve pausa reanudamos nuestro viaje al galope por el bosque otoñal. Las enormes criaturas volaban como si estuvieran huyendo de un incendio y teníamos que agarrarnos a ellas con todas nuestras fuerzas. No pararon hasta el anochecer y tengo la impresión de que nuestros cornudos amigos podrían haber seguido cabalgando sin detenerse durante un par de días, sin que la oscuridad los molestara lo más mínimo.
* * *
La fogata estaba encendida. Mumr tocaba discretamente su caramillo. Las dríades y los alces habían desaparecido en el oscuro bosque y nos habían dejado solos.
—¿Adonde han ido? —preguntó Anguila.
—A hablar con el bosque —respondió Egrassa tras una breve pausa—. Se enterarán de las últimas noticias, pedirán consejo y puede que algo más. No sé… Ni los orcos ni nosotros hemos aprendido nunca a oír la voz del bosque. Así que en realidad no sabría deciros. Tal vez Kli-Kli sepa más.
—No. Sé lo mismo que Egrassa. Las Hijas del Bosque son las únicas que pueden hablar con él. Bueno, y los flinillos… a veces. Nuestros ancianos dicen que antes los trasgos también tenían esa capacidad, peso eso fue en un pasado muy lejano. Zagraba ya no nos habla. Sólo podemos comunicarnos con los espíritus del bosque más charlatanes… Demasiadas cosas se perdieron durante la Edad Gris…
Ciendelámparas, que había ido a ver cómo estaba el gnomo, exclamó de repente:
—¡Hallas está despierto!
Afortunado estaba sentado junto a un árbol, palpándose el vendaje. Al vernos, el gnomo esbozó una sonrisa ladeada que al instante le hizo sisear de dolor.
—¿Quién me ha puesto este bonito lazo?
—Túmbate —dijo Kli-Kli, que había llegado corriendo a su lado—. Estabas herido.
—Bueno, dado que estoy vivito y coleando y puedo hablar, tampoco habrá sido tan grave —dijo el gnomo con una risilla, pero aun así dejó de toquetear el vendaje—. ¿Quién me ha hecho esto?
—¿No recuerdas nada?
—Algo sí —dijo el gnomo con aire pensativo—. ¡Pero, por el abismo de la oscuridad! ¡La cabeza me da vueltas y me arde toda la cara! ¿Por qué no decís nada?
—Has perdido un ojo —dijo Anguila sin rodeos. Al parecer había decidido que era mejor no ocultar nada—. Te hirieron de gravedad. Si no te hubiéramos ayudado, a estas alturas ya te habríamos cantado el Adiós.
Hallas se mordió el labio y pensó un momento.
—Entonces he tenido suerte. Un ojo no es la cabeza. Algún día lo superaré… Pero ¿dónde está Deler? Y tampoco veo al señor Markauz…
—No tuvieron tanta suerte como tú —dijo Anguila, de nuevo sincero a pesar de todo—. Han muerto.
—Deler… ¿Cómo…?
Anguila se lo contó.
—Dejadme solo —murmuró el gnomo después de oír la historia y se dio la vuelta.
Ciendelámparas se disponía a decir algo, pero Anguila sacudió débilmente la cabeza. Volvimos todos a la fogata, pero Kli-Kli se quedó con el gnomo, a pesar de lo que nos había pedido.
—Estaban muy unidos. Es realmente curioso —dijo Anguila inesperadamente—. Cuando Afortunado llegó al Gigante Solitario, Deler y él estuvieron a punto de llegar a las manos. Y luego, durante una incursión, el pelotón de Hallas cayó en una emboscada de las tropas del duque Cangrejo. Un hechicero de la Orden fue quien los condujo hasta la trampa. Iban a colgar al gnomo, pero Deler lo salvó. Casi lo baja él mismo del cadalso. Después de aquello le pusieron el mote de Afortunado, y el enano y él se volvieron absolutamente inseparables, aunque no pasaba un día sin que pelearan por algo…
—Bueno, haced lo que queráis, pero yo me voy a la cama —suspiró Mumr—. Mañana pasaremos otra vez el día entero galopando.
—¡Egrassa! —dije mientras sacaba la Llave de mi mochila—. Será mejor que esto lo guardes tú.
El elfo miró la reliquia y se la colgó del cuello sin decir palabra. Luego preguntó:
—¿Cómo son, Harold?
—¿A qué te refieres?
—A las Puertas.
Lo pensé un momento.
—No podría describirlas como merecen.
—Lo entiendo —dijo Egrassa, y de pronto sonrió—. Nadie puede. Probablemente algún día tenga la oportunidad de bajar ahí y ver con mis propios ojos la obra de los maestros artesanos de mi pueblo. Es un lugar muy hermoso, ¿verdad?
—No siempre —respondí con cautela—. No soy demasiado partidario de la belleza que puede matarte, no sé si me entiendes.
—Dicen que hay grandes tesoros allí abajo. ¿Cogiste algo para ti? —preguntó Anguila y las comisuras de los labios le temblaron en una tenue sonrisa de burla.
—Poca cosa —murmuré acordándome de las esmeraldas que había perdido—. Los orcos se quedaron con todo lo que saqué de Hrad Spein.
—Mis condolencias —dijo Egrassa.
Me pregunté si estaría burlándose de mí o diciéndolo en serio.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —pregunté para cambiar de tema.
—Adelante.
—¿Qué clan de los orcos tiene un emblema blanco y negro?
—¿Blanco y negro? Has debido de confundirte. ¿Por qué lo preguntas?
—Vi los cuerpos de unos orcos en los Palacios del Hueso. Tenían emblemas blancos y negros en la ropa.
—Ese clan desapareció hace mucho tiempo. Los llamaban los Perdidos. Los aniquilamos durante la Edad Gris.
—¿Los Perdidos? —Kli-Kli se sentó junto a nosotros y, al captar la mirada de Anguila, dijo—: Hallas se ha ido a dormir. Conque los Perdidos… Eso es lo que has dicho, ¿no? ¿El clan de Argad?
—Sí, trasgo, el clan de Argad. No escatimamos esfuerzos para borrarlos de la faz de Siala.
—¿Y por qué tanto empeño?
—Argad había conseguido llevar a sus guerreros hasta las mismas puertas de Bosque Verde y no podíamos tolerar semejante humillación. Tardamos algún tiempo, pero logramos derrotarlos. Los últimos centenares de los Perdidos se refugiaron en los Palacios del Hueso, en una de las siete fortalezas que protegían el camino de los peregrinos para garantizarles el paso. Fue como si los blancos y negros se hubieran vuelto completamente locos. Empezaron a atacar a todo el mundo, incluidos sus propios compañeros de raza. Los demás clanes les dieron la espalda y eso nos facilitó las cosas. Tomamos la fortaleza y nuestros chamanes enterraron a Argad y a sus generales en la torre central Vivos. O al menos eso dice la leyenda. Desde entonces muy pocos se han atrevido a pasar por allí. Mis antepasados no se andaban con chiquitas y los espíritus de los muertos aún se cobran su venganza sobre los viajeros.
—Yo la atravesé —dije como si tal cosa.
—¿Viste a Argad? —preguntó Egrassa mirándome con cara de incredulidad.
—Si uno de los orcos atrapados en aquella torre era Argad, entonces sí.
—Pues eres afortunado si pusiste el pie en ese lugar maldito y pudiste salir sano y salvo de allí.
—O puede que vuestras leyendas estén equivocadas —replicó Anguila en voz queda.
—Lo que pasa es que Harold es un Bailarín, nada más —dijo Kli-Kli para ofrecer una opinión de peso—. Nadie más podría haber atravesado ese lugar.
—Gracias, Kli-Kli —respondí con sarcasmo—. Me acabas de convencer de lo especial que soy.
—¡Pero es que lo eres! —protestó—. ¡Eres un Bailarín de las Sombras! ¡El gran libro Bruk-Gruk nunca miente!
—Empiezas a resultar monótono —suspiré.
—Vienen las dríades —dijo Kli-Kli, mientras Luz del Sol y Nube Esponjosa salían al círculo de luz desde la oscuridad.
—El Bosque nos ha hablado —declaró Luz del Sol, pero no se sentó aún—. Los orcos han partido. La guerra ha comenzado.
Me quedé boquiabierto y Kli-Kli chilló. Mumr, que aún no había logrado conciliar el sueño, maldijo. Anguila y Egrassa permanecieron tan impasibles como si en lugar de enterarse de que acababa de empezar una guerra, les hubieran dicho que al día siguiente no habría bollitos calientes.
—¿Cuándo ha sucedido?
—Hace pocos días.
—¿Es eso todo lo que debemos saber?
—No, pero nosotras no entendemos la guerra y no sabríamos explicároslo del modo apropiado. Sólo os desconcertaríamos y confundiríamos. Arroyo que Murmura os ha enviado un flinillo. Estará aquí dentro de poco.
—¿Cuándo?
Nube Esponjosa cerró los ojos como si estuviera escuchando al viento que soplaba entre las desnudas ramas de los árboles.
—Llegará dentro de pocos minutos. Entretanto, creo que debéis saber que mañana tendremos que cambiar de dirección.
—¿Cómo?
—Para ir hacia el oeste. No querríamos que salierais del bosque para ir a caer en manos de los orcos.
Bueno. No querían que el Cuerno del Arco iris cayese en manos de los orcos. Nosotros no podíamos importarles menos.
—Os llevaremos hasta la orilla occidental del río Negro. Estaréis cerca de una ciudad humana. Moitsig, si no recuerdo mal. Los orcos la han dejado atrás. El flinillo llegará pronto. Mañana os sacaremos del Bosque Dorado.
Las dríades volvieron a desaparecer entre los árboles. Obviamente no le tenían demasiado aprecio a nuestra alegre compañía.
—A ver, ¿qué nos indica esto? —dijo Ciendelámparas rascándose la hirsuta barbilla con aire pensativo—. Si salimos mañana del Bosque Dorado… A esa velocidad saldremos de Zagraba en tres… No, ¿en dos días?
—Esperemos que sea así —dijo Anguila, mientras apretaba y relajaba alternativamente los puños—. Las cosas están caldeándose al sur del reino.
—Pero si salimos en la orilla occidental del Iselina, ¿estaremos en Valiostr al salir de Zagraba?
—Siempre has sido un genio, Harold —dijo Kli-Kli—. Sí, tienes toda la razón. Estaremos en la parte más meridional del reino, el sur de Valiostr. No se puede ir más al sur. De Moitsig a Ranneng son sólo nueve jornadas. Luego un poco más y estaremos en casa.
—No hagas eso, Kli-Kli —dijo Anguila—. No intentes nunca adivinar el futuro. No sabemos lo que va a pasar.
—Yo creía que saldríamos de Zagraba en la frontera con el Reino, cerca del castillo de Cuco.
—¿Cerca del castillo? No, Harold, te has desviado. Te has desviado mucho. Ni siquiera estamos cerca. —Kli-Kli resopló y acercó las manos al fuego.
—Cuando estabas en Hrad Spein, ¿no te diste cuenta de lo mucho que caminaste, ladrón? —preguntó Egrassa con un centelleo de los ojos—. Una distancia de muchas leguas. Saliste de los Palacios del Hueso muy lejos de la entrada y luego, ¿cuánto más te alejaste con los Primogénitos? Nosotros llegamos al Laberinto justo a tiempo.
—Y que lo digas —confirmó Ciendelámparas.
—Conque no tendría sentido ir al castillo de Cuco. Sería un enorme desvío.
—Pero ¿dónde estará Panal?
—No creo que siga en la fortaleza. El señor Alistan, que descanse en la luz, le dejó una carta antes de que entráramos en Zagraba. Si Panal se ha recuperado, habrá regresado a Avendoom hace mucho con un mensaje para el rey.
—Pero ¿y los caballos? No creo que los alces vayan a llevarnos hasta la capital.
—Tenemos dinero suficiente para comprar caballos nuevos.
Sí, había dinero de sobra, pero yo echaría de menos a Abejita. Ahora que había logrado acostumbrarme a una montura, tenía que cambiarla. Aparte de que era un regalo del rey.
Primero oímos el zumbido y entonces vimos que la cabrílula se nos acercaba volando como una diminuta sombra. El flinillo que montaba sobre ella era mi viejo conocido, el mismo que había recibido el anillo de los elfos como recompensa. Básicamente, el que había conseguido que sacara mis reales del Laberinto.
—¡Iirroo z’maa Olok, de la rama del Lago Mariposa, se alegra de saludar al tresh Egrassa y a sus compañeros de viaje! —entonó el flinillo mientras la cabrílula daba una vuelta por encima de nuestras cabezas.
—Y yo me alegro de recibir en mi fogata a mi hermano del pueblo menudo. ¿Qué te trae por aquí, Iirroo z’maa Olok de la rama del Lago Mariposa?
—Noticias —dijo una vocecilla clara como el tintineo de una campana—. Gratis.
El tono de Iirroo revelaba que este último hecho no era demasiado de su agrado. Los flinillos estaban acostumbrados a que se les pagara generosamente por sus servicios.
—¿Quieres probar un bocado de nuestra comida y un trago de nuestro vino? —preguntó Egrassa empleando la frase ritual.
—¡Ja! —respondió el moreno flinillo—. Comida de dríades y ni una gota de vino a la vista. Gracias por preguntar, pero no. En esta ocasión, el asunto es demasiado urgente y demasiado importante. La comida puede esperar. Pero desde luego no pondría objeciones a un sitio para que se pose Lozirel. Llevamos medio día volando.
Sin esperar a recibir permiso, la cabrílula descendió planeando hasta el suelo, sacó la lengua y baló con alivio.
—¡Me alegra ver que has escapado de las sucias zarpas de los orcos, larguirucho! —dijo el flinillo dirigiéndose a mí—. ¿Alguna objeción, tresh Egrassa, a que hable desde el suelo? Me temo que Lozirel necesitará descansar durante los próximos diez minutos.
Nadie puso objeciones.
Las noticias recitadas por Iirroo no eran demasiado halagüeñas. Esta vez los Primogénitos se habían preparado bien. Habían aprendido la lección de la derrota sufrida en la Guerra de la Primavera. La Mano había reunido absolutamente a todas sus tropas y, una vez lo había tenido todo preparado, atacó de manera rápida y decisiva. Había tantos orcos que el líder militar de los Primogénitos había corrido incluso el riesgo de dividir sus fuerzas en tres ejércitos de ataque, o «puños».
El primer puño había caído con la fuerza de un martillo sobre el Reino Fronterizo y el segundo había atacado Valiostr y en aquel momento avanzaba a marchas forzadas sobre Ranneng sin encontrar apenas resistencia. El tercero había descargado parte de su fuerza sobre las provincias suroccidentales de Valiostr, pero la embestida principal la había recibido el Bosque Negro.
—Tus compatriotas, tresh Egrassa, no se esperaban nada parecido. Antes de que las casas tuvieran tiempo de organizar una respuesta apropiada… —El flinillo vaciló, pues no quería ser portador de malas noticias.
—Continua. —La cara de Egrassa parecía tallada en piedra.
—Anegaron el Bosque Negro. La casa del Agua Negra presentó batalla mientras las demás reunían a sus guerreros. Ningún miembro de la casa del Agua Negra sobrevivió, la casa fue aniquilada completamente. Los orcos llegaron a Bosque Verde y la ancestral ciudad ha sido totalmente destruida. La Llama Negra quedó casi extinta. Casi todos los parientes del gran Elodssa Quebrantaleyes cayeron en batalla. La casa la dirige ahora Melessana Raposa Nocturna. La Luna Negra llegó a tiempo de cerrar la brecha y se llevó lo peor del golpe de los Primogénitos. Luego las demás casas se reunieron con ellos y no sé cómo ha terminado la batalla.
—Ya veo —dijo Egrassa mientras acariciaba la empuñadura de su s’kash.
—Ésas no son todas las malas noticias, tresh Egrassa.
—¿Qué podría ser peor?
—La Luna Negra protegió a la Llama Negra. Ahora, todos los miembros de la casa de la Llama Negra se han convertido en tus k’lissangs. La Llama dijo que era cuestión de honor ser leales a aquellos que los habían salvado.
—Eso es imposible —repuso Egrassa—. La Llama Negra es la más importante de nuestras casas. No pueden servirnos. ¡Raposa Nocturna ha debido de enloquecer en su pesar!
—Melessana es demasiado joven, pero ha pronunciado las palabras ceremoniales y el consejo de la Llama Negra las ha aprobado.
—¡Mi tío nunca aprobará una transgresión tan burda de la ley!
—El tresh Eddanrassa, líder de la casa de la Luna Negra, murió defendiendo la Llama. Su hija, la tresh Melessana, cayó junto a su padre. Lo siento mucho.
Egrassa apretó los dientes.
—¿Y Epilorssa?
—El tresh Epilorssa debería asumir la corona de hojas, pero partió hacia Avendoom con un destacamento de arqueros hace más de un mes.
—¿Quién gobierna ahora la casa?
—Tu hermano menor, tresh Egrassa. Está esperando tu regreso.
—¡La corona no me pertenece a mí, sino a Epilorssa! —replicó Egrassa con furia—. ¡Tengo una misión del consejo unificado de las casas! Ahora no puedo volver. ¿Puedes llevarle un mensaje a mi hermano?
—Sí, lo transmitiré sin pedir nada a cambio.
Enarqué una ceja. ¿De verdad era un flinillo lo que teníamos delante? Al ver mi expresión dubitativa, anunció ante todos:
—Éstos son tiempos oscuros. Si no ayudamos a los elfos y los orcos salen victoriosos, no quedará nadie a quien transmitirle nuestras noticias. Puede que seamos codiciosos, pero no somos estúpidos. ¿Cuál es tu mensaje, tresh Egrassa?
—Dile a mi hermano menor que se apoye en el consejo y aguarde el regreso de Epilorssa. Yo volveré lo antes posible. Y hay que hacer algo con respecto a la Llama Negra.
—Ya sabes lo que se debe hacer, elfo. Lo sabes y te da miedo —dijo Nube Esponjosa saliendo de la oscuridad sin hacer ruido—. Esto ya ha ocurrido antes.
—En cualquier caso, la decisión tendrá que tomarla Epilorssa cuando regrese —le espetó Egrassa—. Sólo el jefe de la casa…
—¿Pero estás seguro de que tu hermano regresará desde el norte? ¿Estás seguro de que querrá la corona de hojas? Ya conoces su actitud ante el poder. Arroyo que Murmura te vio como rey. Mejor será que te apresures, elfo. Nosotras llevaremos a tus amigos a las tierras de los hombres. El matrimonio entre el rey de la Luna y la reina de la Llama resolverá todas las dificultades y de ese modo dejarán de ser vuestros k’lissangs.
—Es una cuestión de honor para la Llama. Si una casa entera ha decidido servirnos durante ocho años, están en su derecho. Si una casa es más fuerte que las demás, más tarde o más temprano habrá un único rey para todas. Y más tarde o más temprano, un poder unificado en el Bosque Negro terminará en secesión. No tengo derecho a volver en este momento.
—Todo eso es política. En cualquier caso, has dicho lo que has considerado oportuno. ¡Apresúrate, flinillo!
—¡Espera! —Anguila llamó a Iirroo, que ya estaba montándose en su cabrílula.
—Has hablado de los elfos. Pero ¿y los hombres?
—Lo lamento, pero no dispongo de esa información. Sí sé que el Reino Fronterizo resiste con firmeza y que el segundo puño, el más grande, avanza hacia Ranneng, y también que una parte del tercero está empantanada en Maiding. Los Primogénitos han dejado Moitsig atrás. La guerra no ha tocado aún esas tierras y si os apresuráis, tendréis tiempo de atravesarlas. Éstas son noticias de ayer, puede que hoy ya haya otras, pero yo no las conozco. Lo siento. ¡Adiós!
La cabrílula emitió un zumbido cansado, dio una vuelta de despedida en el aire y desapareció en la oscuridad del bosque.
Y entonces Anguila, Mumr y Egrassa comenzaron a discutir sobre lo que podía suceder en Valiostr y sobre lo que habían hecho los orcos. Su líder militar acababa de demostrar lo astuto que era. Había atado de pies y manos al Reino Fronterizo y a los elfos, mientras el grueso de sus fuerzas avanzaba sobre Valiostr.
No podíamos contar con la ayuda de nadie. Puede que el Reino Fronterizo lograra resistir con sus propias fuerzas, pero las guarniciones de la frontera meridional eran débiles y contaban con pocas tropas. La mayoría de las fuerzas se habían trasladado al norte, a la frontera con Miranueh. El blando vientre del sur estaba expuesto y maduro para la conquista.
Nadie esperaba que los Primogénitos decidieran repetir la Guerra de la Primavera. Quisiera Sagot que el ejército llegara al menos a Ranneng a tiempo. Las Tierras Fronterizas y todo el sur habría que recuperarlos a sangre y fuego, suponiendo, claro está, que lográramos resistir en Ranneng y que el Reino Fronterizo y los elfos pudieran contener a los orcos. Si las Tierras Fronterizas y el Bosque Negro eran conquistados y caían sobre nosotros nuevas hordas de orcos, estaría todo perdido. Y si las cosas iban realmente mal, podíamos vernos empujados hasta el mar Frío. ¡Una perspectiva francamente alentadora! Sin necesidad de que apareciera el Sin Nombre. Ni el Cuerno. Todo terminaría mucho antes de que el Hechicero llegara desde las Agujas de Hielo.
A la mañana siguiente Hallas podía mantenerse en pie, pero no reaccionó de ningún modo a la presencia de las dríades y los alces. Afortunado estaba de mal humor y apenas hablaba. Cuando Kli-Kli le dio la noticia de que la guerra había empezado, el gnomo se limitó a asentir. Sólo rompió su silencio al recibir el azadón de manos de Ciendelámparas. El gnomo dijo «gracias» y se colgó el arma del hombro. Tras un momento de vacilación, Kli-Kli le entregó el sombrero de Deler. Afortunado le dio varias vueltas entre sus manos, se aclaró la garganta y luego se lo puso sobre la cabeza.
—¿Cuándo me quitarán estas vendas?
—Cuando llegue el momento —respondió Luz del Sol mientras acariciaba el cuello a uno de los alces.
—¿Y cuándo será eso?
—Pronto.
Hallas resopló, pero no trató de discutir con la dríade. Y tampoco dijo nada al enterarse de que tendría que montar detrás de la Hija del Bosque.
Estuvimos de viaje todo aquel frío día de otoño. Los alces cabalgaban cada vez más deprisa y, a mi alrededor, el mundo se fundió en una larga y borrosa mancha de color marrón y dorado.
Después del almuerzo llegamos al final del Bosque Dorado, cosa que Ciendelámparas celebró dando gracias a Sagra. Lo que teníamos por delante era un bosque normal y corriente, sin hojas en las ramas, como era lógico en los últimos días de octubre. Pronto comenzaría el frío de verdad y la nieve no tardaría mucho en llegar. Luego todo empezaría a congelarse. ¿Cómo podían las dríades ir descalzas con un tiempo así?
La presencia de las Hijas del Bosque garantizaba nuestra seguridad, y de noche encendíamos enormes fogatas sin miedo a que los orcos nos encontraran. Las llamas rugían y todos nos sentíamos mucho mejor. Kli-Kli había cogido un resfriado y no hacía más que estornudar, así que el calor del fuego le hacía mucho bien. Ya no hablábamos de Glo-Glo ni de la misión que le había encomendado, como si hubiésemos llegado al tácito acuerdo de fingir que nada de eso había sucedido. Si Kli-Kli quería cuidar de mí, que lo hiciera. De todos modos estaba acostumbrado y prefería que lo hiciese ella que cualquier otro. Egrassa estaba absorto en sus propias preocupaciones y dividido entre nosotros y el deber hacia su propia casa. Ciendelámparas cuidaba de Hallas. El gnomo se había recuperado por completo de su herida, pero continuaba tan sombrío como el cielo otoñal sobre nuestras cabezas.
El segundo día después de salir del Bosque Dorado, Nube Esponjosa dijo que no pararíamos para pasar la noche. Hallas respondió con tono sarcástico que un día y una noche montado sobre una enorme bestia peluda era más de lo que hasta un gnomo podía soportar y se mostró contrario a la idea. También preguntó de la manera menos educada posible (al gnomo no podía importarle menos estar hablando con una dríade. Los gnomos nunca habían visto dríades y no sabía por qué había que mostrarse educado con ellas), cuándo tendría la bondad de quitarle el vendaje que le apretaba la cara. Luz del Sol suspiró y respondió que se lo quitaría de inmediato, pero que si Hallas no cerraba el pico después de eso le diría a El que Corre a la Luz de la Luna que lo pisoteara con sus cascos. Afortunado reconoció que era un trato justo.
El gnomo examinó su rostro durante largo rato en el espejo de Kli-Kli y luego pidió un trapo a Mumr para cubrirse la cuenca ocular vacía. Ciendelámparas le entregó una ancha tira de tela negra con la que parecía un pirata o la viva imagen del Alegre Patibulario.
Galopamos durante toda la noche. Esta vez incluso logré quedarme dormido y sólo desperté al detenerse el alce. Acababa de amanecer y las negras siluetas de los árboles se recortaban contra un cielo que empezaba a clarear. Un intenso aroma a escarcha y agua flotaba en el aire. Bajé tiritando del animal y ayudé a Kli-Kli a hacer lo propio.
—El Iselina —me explicó.
Hacía tanto frío que de nuestras bocas salían bocanadas de vaho al hablar. Si el río Negro estaba cerca, no podía verlo. El agua era tan oscura como el bosque que nos rodeaba.
—¿Y ahora qué? —soltó Hallas mientras se arrebujaba en su capa.
—Gracias, El que Corre a la Luz de la Luna —dijo Nube Esponjosa al alce.
El resoplido de la bestia dejó a la dríade envuelta en vaho, y luego se volvió y desapareció en el bosque. El resto de las monturas fueron tras él. Los alces desaparecieron en un instante, sin el menor crujido de la maleza, como si hubiéramos viajado a lomos de fantasmas invisibles en lugar de en animales de carne y hueso.
—¿Ahora? Ahora seguid por el río —respondió Luz del Sol al gnomo.
—¿Ahora mismo?
—Sí.
—¿No creéis que hace un poco de frío para nadar, mi querida señorita?
Juro por todos los dioses que pensé que, en el fondo de su corazón, Luz del Sol se arrepentía de haber curado al gnomo. En cualquier caso, ignoró la pregunta de Hallas. Pero Nube Esponjosa sí le respondió.
—Espera un poco y lo entenderás.
No había nada que hacer, teníamos que esperar. Vi dos motitas azules en las ramas del árbol más próximo.
—Mira, Kli-Kli. Un espíritu del bosque.
—Lo he visto hace mucho. Cuida de esta parte del bosque.
—Pero ¿dónde están los demás? —preguntó Anguila—. En Zagraba había muchos más en septiembre.
—Hibernando. Dormirán hasta la primavera. Han dejado centinelas para vigilar el bosque.
—Lo siento por el pequeñín —dije mirando con simpatía al espíritu del bosque—. Ahora tendrá que quedarse aquí todo el invierno.
En ese preciso momento, una pequeña esfera rodeada por un globo de luz dorada salió volando del bosque y se posó sobre el hombro de Luz del Sol. Al verla más de cerca descubrimos que era una enorme luciérnaga. Pero no fue su tamaño lo que me sorprendió. Nunca había visto luciérnagas a finales de otoño. Según todas las leyes de la creación, el insecto tendría que haber muerto mucho antes, o al menos haberse buscado algún escondrijo, en lugar de estar volando por el bosque como la lámpara de un ermitaño. Pero, obviamente, a aquella criatura le importaban un pepino las leyes de la creación. O puede que aún no hubiese tenido tiempo de estudiarlas.
—Ya podemos ir al agua. Todo está listo —dijo Luz del Sol mientras echaba a andar con paso confiado hacia el río. La luciérnaga daba luz más que suficiente para ver el camino.
—¡Lo que pensaba! —murmuró Hallas al llegar a la orilla del río—. ¡Un bote! ¡Odio los botes!
—No es un bote, es una almadía —lo contradijo Kli-Kli.
—¿Qué diferencia hay? Botes, almadías, transbordadores, barcos, bañeras… Odio todo lo que flota.
La almadía era grande y había espacio de sobra para todos. Anguila, Ciendelámparas, Egrassa y yo nos pusimos a las pértigas, mientras las dríades, el trasgo y el gnomo se quedaban en el centro. Hallas comenzó a marearse al instante.
El elfo desató la gruesa cuerda que mantenía la almadía amarrada junto a la orilla y luego tuvimos que bregar con las pértigas para conseguir que nuestro nuevo medio de transporte llegara al centro del río.
—¿Cómo ha llegado una almadía hasta aquí? —preguntó Ciendelámparas mientras se apoyaba con fuerza en su poste.
—Seguro que es cosa de las dríades —respondí al guerrero.
—¿Qué importa cómo ha llegado aquí? Lo importante es que lo ha hecho. Y me da igual que sea cosa de las dríades o que nos la haya enviado Sagra —dijo Anguila mientras sacaba el poste del agua y lo depositaba con cuidado a sus pies.
Después de que yo sacara también el mío, dejamos que la almadía continuara flotando. El río era demasiado profundo como para alcanzar el fondo con las pértigas, así que tampoco tenía sentido seguir esforzándose.
Al amanecer, la luciérnaga abandonó el hombro de Luz del Sol y se alejó volando hacia el bosque. Los sombríos y oscuros árboles se levantaban a ambos lados del río como si un gigante estuviera tratando de envolverlo en un enorme abrazo. El Iselina era mucho más estrecho allí que cerca de Boltnik. La corriente era muy rápida, tanto que en el lado de proa las aguas se arremolinaban furiosamente.
Al poco tiempo, el cielo, ya nublado, se encapotó aún más y al cabo de dos horas más o menos comenzaron a caer chuzos de punta. No fue un día muy agradable: atrapados en una almadía en el centro de un río mientras nos caía un aguacero sobre las cabezas. Nos acurrucamos bajo las capas, pero eso no nos protegió del frío y la humedad.
—La última lluvia del año —dijo Kli-Kli sorbiendo por la nariz.
—¿Cómo lo sabes?
—Tenemos olfato para esas cosas, Mumr. Si digo que es la última, es que es la última. El frío ya se aproxima.
—Hace siglos que está aquí —objetó Hallas—. No sabes lo que me cuesta enderezar la espalda por las mañanas.
—Eso no es nada —dijo Kli-Kli con tono desdeñoso—. Lo que viene ahora va a ser frío de verdad y si cae algo del cielo, será nieve.
—Eres un verdadero experto, Kli-Kli —rio Anguila.
—¡Naturalmente! —reconoció la trasgo. Luego levantó una mirada entornada hacia el cielo y suspiró con pesar.
* * *
—El viaje por el río ya casi ha terminado, Hallas. Hemos llegado a las fronteras de Zagraba. Estaremos en Valiostr mañana por la mañana —informó Egrassa al gnomo.
—Si es que no nos ahogamos primero —rezongó éste.
—¿Podemos encender un fuego? —comenzó a lloriquear la trasgo—. ¡Vamos a viajar toda la noche!
—¿Un fuego? —preguntó Mumr con sorpresa—. ¿Con esta lluvia? Y tendríamos que remar hasta la orilla, aquí no tenemos madera. ¿O acaso piensas encender un fuego con la capa?