15
El chamán y el bufón
Por suerte, nadie me bombardeó a preguntas y pude pasar unos diez minutos junto al arroyo en completa soledad. Tenía que calmar un poco mis nervios y pensar. Un poco de gris en las sienes no era nada, lo importante era que aún conservaba la cabeza sobre los hombros. Entonces, cuando la idea que había estado esquivándome durante todo aquel tiempo cobró forma por fin, me dirigí hacia Glo-Glo, que estaba sentado bajo un árbol. Hallas me vio, pero no dijo nada, al igual que los demás. Me acerqué al trasgo y me acuclillé a su lado. El viejo chamán ni siquiera abrió los ojos. ¿Estaba dormido?
—¿Querías preguntarme algo, muchacho? —dijo Glo-Glo de repente.
—Sí.
—Te escucho.
—Me estaba preguntando cómo es posible que, con hechizos tan poderosos como ése, los trasgos perecieran bajo las espadas de los hombres y los yataghans de los orcos.
—No pensarás que vuestros historiadores decían toda la verdad, imagino —respondió el trasgo con una sonrisa ladeada—. No somos ovejas, Harold. Caímos, pero nos llevamos a muchos de nuestros enemigos por delante.
—Quieres decir…
—Quiero decir que no te creas todos esos cuentos sobre la indefensa raza de los trasgos. Sí, somos menudos de talla, pero nuestro chamanismo está más cerca de la Kronk-a-Mor y vendimos muy caro nuestro pellejo. ¿Sabes por qué comenzaron a cazarnos los hombres?
—Bueno… —comencé a decir, y me detuve.
—No, no fue por lo feos que éramos… No voy a hablar de las caras de los humanos. Y tampoco porque creyerais que éramos aliados de los orcos. Poseemos una magia primordial y, desde el principio, vuestra Orden sintió un interés obsesivo por ella. O, para ser más exactos, por nuestra magia de guerra, de modo que decidió que haría lo que fuese necesario para apoderarse de nuestro chamanismo y de nuestros libros. Como es natural, no estábamos dispuestos a compartir nuestros conocimientos, pues no son para los hombres, pero la Orden respondió desatando una persecución con el fin de exterminarnos. Pero lo que sucedió es que cien mil hombres perdieron la vida en nuestros bosques. Que no te extrañe no haber oído hablar de esto. Nadie lo ha hecho. Sucedió en tiempos muy remotos y la Orden nunca habla de sus derrotas.
El trasgo volvió a soltar una risilla y abrió los ojos.
—Pero…
—Pero para los trasgos no es ningún secreto. Nunca desaprovechamos la ocasión de recordar que les dimos una buena lección a vuestros magos y a vuestros soldados. Ya nadie nos molesta y en cuanto a nosotros, no tenemos demasiadas ganas de salir de nuestros bosques. Nos ocupamos de nuestros propios asuntos y vosotros de los vuestros. ¿He respondido a tu pregunta?
—Después de oírte, ha surgido otra.
—A ver.
—No puedo creer que un chamán tan poderoso como tú cayera en manos de Bagard con tanta facilidad.
—Eres listo, Bailarín —dijo el trasgo con una risilla mientras yo daba un respingo, sorprendido.
—¿Cómo lo…?
—Lo sé, simplemente. ¿No acabo de decirte que los trasgos tienen sus propios asuntos en este mundo? No voy a aburrirte con una larga disertación sobre el equilibrio y las grandes casas, creo que ya sabes bastante sobre eso. En los últimos tiempos, mi mayor preocupación ha sido, como lo fue para mi padre, y para el padre de mi padre…
—Lo entiendo —dije interrumpiendo al trasgo. Sospechaba que la lista de sus antepasados podía ser tan larga que acabara por olvidarse de mi pregunta.
—Lo entiende… —repitió Glo-Glo observándome con fastidio—. ¿Nadie te ha enseñado que es de mala educación interrumpir a tus mayores? A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí… La mayor preocupación de mis antepasados, cuyo linaje se remonta al gran chamán loco Tre-Tre, ha sido siempre esperar la llegada del Bailarín de las Sombras. Es decir, tú.
—Encantado de conocerte —dije con una risilla escéptica.
—No te hagas el listo. Teníamos que esperar a que llegara un Bailarín a nuestro mundo, tal como profetizó Tre-Tre en su gran libro, el Bruk-Gruk. Y una vez que llegara, debíamos enseñarle cómo llegar al mundo primigenio para devolverle la vida.
—¡Oh! —fue lo único que se me ocurrió responder.
—Pero ya veo que lo has conseguido sin necesidad de que yo te ayudara —declaró el trasgo con voz decepcionada—. No intentes negarlo, veo el brillo de la llama primordial en tus ojos y tanto eso como la escarcha de tus sienes… resulta muy elocuente para quien sabe ver.
—Aún no has respondido a mi pregunta.
—¿Ah, no? —preguntó Glo-Glo con cara de sorpresa—. He tenido mala suerte. Soy el último descendiente varón del linaje de Tre-Tre y tú apareciste demasiado tarde. Cuando las estrellas te señalaron, yo era demasiado viejo y las responsabilidades que acarreaba sobre mis hombros, demasiado grandes como para abandonar Zagraba. Tuve que encontrar otros medios para actuar, con la esperanza de que otros pudiesen hacer lo que yo no podía. Llevas una marca, muchacho, una marca que cualquier trasgo de mi linaje podría ver. Y no sólo verla, sino percibirla a varias leguas de distancia. Así que cuando escapaste de Hrad Spein lo supe, supe lo que iba a suceder a continuación y no me gustó un pelo. Tuve que improvisar y después de eso sólo me quedó esperar a que cayeras en manos de los orcos mientras me hacía pasar por un chamán medio loco. Y eso es lo que hice.
—Pero las cosas no salieron como esperabas, ¿verdad?
—No, en efecto. No contaba con que hubiera un chamán en el destacamento, que me identificara y me despojara de mis poderes. Si no hubiera llevado esos mitones, habríamos escapado la misma noche en que nos encontramos.
—¿Y no habría sido más sencillo advertirme de que no me acercara a los orcos en lugar de dejarte capturar por ellos?
—¡No! —repuso el viejo chamán—. Sabía lo que iba a pasar, pero no dónde te encontraría. Los Bailarines sois tipos complicados. Difíciles de localizar mediante la magia. Tuve que hacer uso de los orcos.
—¿Y realmente habías estado ya en el Laberinto?
—Sí. Todo lo que te conté sobre el Laberinto era absolutamente cierto. Aunque no contaba con volver allí después de treinta años.
—Corriste un gran riesgo.
—Un riesgo completamente justificado. De no haber aparecido tus amigos, habría usado los ases que guardaba en la manga.
—Que son…
—Eso es lo de menos. Bueno, va siendo hora de ponerse en camino, antes de que los Primogénitos tengan tiempo de recobrarse.
—Una pregunta más.
—¡Ah! Eres excesivamente curioso. ¿De qué se trata?
—¿Por qué es tan importante que encontréis a un Bailarín?
—¡Por el equilibrio! Quiero que mis descendientes sigan viviendo miles y miles de años en Siala y un individuo como tú podría destruir el equilibrio con un mero chasquido de los dedos.
—¿Y el Cuerno?
—¡Olvídate de ese estúpido silbato de latón! El Cuerno es sólo el Cuerno. El Cuerno y tú sois como una llama y una polilla. ¡Se acabó, basta de preguntas!
—Has dicho que confiabas en que otros harían lo que tú no podías hacer. ¿A qué te referías con eso?
Formulé la pregunta y al instante me encontré con la respuesta, a poca distancia, mirándonos aprensivamente con sus brillantes ojos azules desde debajo de la capucha.
—Si lo comprendes todo, ¿por qué preguntas? —rio el chamán—. No podía ir yo, así que tuve que enviar a… mi aprendiz. ¡Kli-Kli, ven!
El bufón de la corte se nos acercó con cautela.
—¿Aprendiz? —respondí como un tonto.
—¿Qué tiene de sorprendente? —dijo Glo-Glo con una risilla—. No había nadie más disponible. El Bruk-Gruk decía que conocerías al rey de Valiostr, así que para asegurarse de que se encontrara contigo, mi aprendiz tuvo que convertirse en bufón.
—¿Kli-Kli? —dije mientras me volvía hacia el silencioso y cariacontecido trasgo en busca de una explicación.
—¿Sí? —gimoteó éste desde el fondo de su capucha—. Es todo verdad, Harold. Siento mucho haberte causado tantos inconvenientes, pero era necesario.
—¿Por qué no le cuentas dónde te dije que estuvieras todo el tiempo? —sugirió Glo-Glo arrugando las cejas con gesto amenazante.
—Con Harold —murmuró el bufón.
—¡Más alto! ¡No te oigo!
—¡Con Harold!
—Entonces, ¿por qué entró en los Palacios del Hueso solo y porque tuve yo que abandonar todos los asuntos de la tribu y acudir corriendo a rescatarlo, mientras tú te entretenías…?
—¡Pero, abuelo! —lo interrumpió Kli-Kli.
—¿Abuelo? —dije mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
—¿De qué te sorprendes, Harold? Es natural escoger como aprendiz a la carne de tu carne.
—¡Abuelo! —chilló Kli-Kli mientras me lanzaba una mirada de terror.
—Lo que pasa es que Kli-Kli mencionó varias veces que había tenido un abuelo chamán y yo pensé que ya estaba muerto.
—¿Conque también me has enterrado? —dijo Glo-Glo con furia, poniendo los ojos en blanco—. ¡Muchas gracias!
—Pero yo…
—¿A quién diablos habrás salido? ¡Ya estás otra vez avergonzando a tu familia!
Kli-Kli trató de poner excusas y Glo-Glo le echó la mayor regañina de la historia, diciendo que una nieta tendría que haber sido un regalo de los espíritus del bosque y no lo que le había tocado a él. Al oírlo, me quedé estupefacto. Parecía que la intensidad de los sentimientos del chamán estaba trabándole la lengua.
—¡Kli-Kli! —intervine una vez que Glo-Glo decidió hacer una pausa para recobrar el aliento—. ¿Por qué te habla como si fueses una chica?
El trasgo me miró como si estuviera deseando que la tierra se abriera y se lo tragara. Al menos, ésa fue mi impresión.
—¡Este hombre es idiota! —dijo Glo-Glo levantando las manos—. ¡Acabo de decirte claramente en tu propia lengua que soy el último miembro masculino del gran chamán trasgo Tre-Tre! Kli-Kli es mi nieta.
—¡Kli-Kli! ¿Eres una…? ¿Eres una chica?
La trasgo (¿la trasga?) tuvo el buen sentido de no mirarme a los ojos y murmuró algo entre dientes. Lo único que comprendí fue «sí».
Me quedé allí boquiabierto y luego me senté. ¡Menuda sorpresa, debo decir! ¡La vida nunca me había ofrecido algo tan inesperado! Era inconcebible. Kli-Kli era una hembra. ¡Un trasgo hembra! ¡Una chica! De repente, todas las pequeñas particularidades de la bufón cobraban sentido y ya no parecían tan particulares.
Menuda cara debía de tener en aquel momento. Glo-Glo se reía entre dientes, comprensivo, mientras Kli-Kli no sabía dónde meterse. Una vez recuperado (más o menos), pensé que lo mejor que podía hacer era echarme a reír.
—¿No estás… no estás enfadado? —me preguntó con temor.
—¡No, Kli-Kli! —exclamé sacudiendo la cabeza—. Si estoy enfadado es sólo conmigo mismo por no haberme dado cuenta desde el principio.
—Era imposible —dijo con una leve nota de suficiencia en la voz—. A los hombres todos los trasgos les parecen iguales.
—Pero ¿por qué, en el nombre de un h’san’kor, por qué?
—Así era más sencillo, Harold —respondió con un pequeño encogimiento de hombros—. Eso me abrió muchas puertas, entre ellas las del palacio real. Y también os facilitó las cosas a vosotros. Si el señor Alistan hubiera sabido quién soy realmente, lo más probable es que no me hubiera dejado acompañaros en el viaje. Y en ese caso, no habría podido encargarme de cuidarte.
—No creo que hubiese hecho tal cosa. A fin de cuentas, tenías una carta del rey en la que te daba permiso para participar en la expedición.
—La carta era falsificada —dijo Kli-Kli con una risilla—. ¿De verdad crees que el rey habría enviado a su bufón a una misión como ésta?
—¿Fue difícil hacerte pasar por un varón, aprendiz? —intervino Glo-Glo.
—Acabé por acostumbrarme, abuelo. Lo más difícil fue hacerse pasar por un estúpido bufón. Aunque… cuando eres bufón y estás a la vista de todos, nadie se fija en ti, nadie te toma en serio ni te considera una amenaza y puedes hacer cosas que para otros no serían posibles.
—¿Nadie sospechó nunca quién eres en realidad, Kli-Kli?
—Ya te lo he dicho, Harold, a los humanos todos os parecemos iguales.
¡Ah, por la oscuridad! ¡No conseguía acostumbrarme! ¡Tenía razón! ¿Con qué frecuencia vemos trasgos en Valiostr? No demasiada. ¿Y hembras trasgo? Menos aún. O, más bien, nunca. Se rumoreaba que las mujeres de los trasgos nunca salían de Zagraba. No volvería a dar pábulo a los rumores.
—Aaaaah… —dije sacudiendo la cabeza, incapaz aún de creer lo que había sucedido.
—Bueno, lo cierto es… —Arrugó la frente—. Lo cierto es que Miralissa sí lo sabía. Tuve que decírselo. Me ayudó a guiarte y salvarte.
—¿Guiarme? ¿Salvarme?
—¿Cuántas veces te he salvado la vida? ¡Y hay muchas más que ni siquiera conoces!
No dije nada.
—¿Eso es lo que entiendes tú por gratitud? ¿Crees que fue fácil meterte a la fuerza en el mundo primigenio la primera vez? Miralissa y yo casi enfermamos por el esfuerzo. Y en cuanto a guiarte… ¡Ja! Han sido tantas veces que casi ni las recuerdo —dijo con un ademán.
No podía hacer otra cosa que escuchar sus revelaciones y sentir asombro. «¡Buen trabajo, Kli-Kli!».
—Conque aparte de Miralissa, que descanse en la luz, y de ti, no lo sabe nadie. Ah, también se lo dije a Panal antes de que partiéramos.
La chica trasgo se rio entre dientes. ¡De modo que por eso se había reído Panal de aquella manera cuando Kli-Kli le susurró al oído!
—¿Y ahora qué? —pregunté.
—¿Ahora qué, muchacho? —respondió Glo-Glo—. Si hablamos de planes a largo plazo, tienes que llegar a Avendoom lo antes posible y entregarle el Cuerno a esa Orden vuestra. Has resultado más fuerte de lo que yo esperaba… en el buen sentido, claro está. Así que no hay por qué preocuparse por el equilibrio, de momento. Y no, no me hables del Cuerno, de los Caídos y del Gran Juego de los Amos. Lo sé todo sobre eso. Comparado con lo que podría haberte sucedido, las posibilidades actuales no representan más que un inconveniente secundario. Y ten en cuenta que se trata de un desequilibrio menor.
—¿Y qué es lo que podría haberme sucedido?
—No tiene sentido hablar de eso ahora —dijo Glo-Glo—. Cruzaste el Espejo del Destino y escogiste tu camino. Mi mente está tranquila, así que no tienes de qué preocuparte. Por el momento no necesitas conocer toda la profecía. Ya la conocerás a su debido tiempo. Tienes una eternidad en tus manos, en sentido literal y en sentido figurado. En este momento, lo más importante es el Cuerno, todo lo demás es secundario.
—¡Maese trasgo! —llamó Egrassa a Glo-Glo—. ¿Has descansado?
—¡Ya voy! —respondió el chamán—. He descansado, sí, pero no podré hacer nada más complicado que una bola de fuego durante una semana. Harold, ¿hace falta que te diga que no hay ninguna necesidad de difundir nuestra pequeña conversación?
—No, no hace falta.
—Maravilloso. Ahora ayuda a este anciano a incorporarse. El dichoso conjuro me ha dejado totalmente exhausto.
Le ofrecí la mano al trasgo y lo ayudé a levantarse.
—Gracias, muchacho. Iré a mantener una conversación con el elfo y el mariscal del bigote.
Glo-Glo se dirigió con andares pesados hacia los guerreros, que lo estaban esperando con impaciencia. Me disponía a seguirlo cuando Kli-Kli me llamó.
—¡Oye, Harold!
—¿Sí?
—¿De verdad no estás enfadado conmigo? Ya sabes, por… Ya me entiendes.
Hice una pausa momentánea, tratando de encontrar las palabras exactas que quería decir, sin que ella me quitara de encima una mirada cautelosa un solo instante.
—No estoy enfadado contigo, Kli-Kli, en serio —dije al fin—. Es imposible permanecer enfadado contigo durante mucho tiempo.
¿Fue mi imaginación o hubo un destello de alivio en sus ojos?
—¿Me lo prometes?
—Te doy mi palabra de honorable maestro ladrón, Kli-Kli.
—¡Muy bien! —dijo, más alegre—. Pero no se lo cuentes a nadie, o todos empezarán a preocuparse por mí. A cuidarme y a asegurarse de que no me pasa nada. Deler es peor que una gallina clueca. Si se entera de la verdad…
Mis labios esbozaron una sonrisa diabólica al imaginar la expresión de Deler cuando se enterase de que Kli-Kli era una chica. Y Hallas se sorprendería tanto que probablemente se tragara la barba. Kli-Kli debió de adivinar lo que estaba pensando porque me dio un amistoso codazo en las costillas. La vida nunca es aburrida cuando hay un trasgo cerca, sea chico o chica.
* * *
La lluvia no cesó hasta la mañana siguiente. En ese tiempo recorrimos sólo la oscuridad sabe cuánta distancia, lo que nos permitió sacar una buena ventaja a nuestros posibles perseguidores. Al menos no habíamos vuelto a oír el trueno de los tambores de los orcos. Hicimos un alto para pernoctar junto a unas enormes rocas que nos ofrecían alguna protección frente a la lluvia. El descanso fue dolorosamente corto. Cuando Ciendelámparas me zarandeó para despertarme, me sentía como si acabara de cerrar los ojos.
El señor Alistan tuvo al fin la deferencia de fijarse en que llevaba tantas armas como una monja de Silna. Mumr me ofreció al instante su daga y Deler trató de conseguir que me quedara con la hachuela que siempre llevaba a la espalda, junto con su escudo, pero me negué. Ese tipo de armas no son para mí.
—¿Sabes manejar un bastón de guerra, Harold? —preguntó Egrassa inesperadamente.
—No —dije, bastante sorprendido por la pregunta—. Un bastón para caminar sí, aunque tampoco soy un experto.
—Es lo mismo. En ese caso, sabrás manejar una lanza. —El elfo me entregó la krasta del Gris—. A mí me basta con el s’kash y el arco, a ti te será más útil. Al menos con esto podrás mantener a raya a tus enemigos durante algún tiempo.
—Gracias —le dije mientras cogía el arma.
—Pero si piensas atacar con ella, no olvides que ese extremo pesa más. No me gustaría ver cómo te cercenas una mano en el peor momento —me advirtió Egrassa, después de lo cual, la cuestión del arma no volvió a mencionarse.
Con el legado del vampiro Gris en las manos, me sentía más seguro. Y la cota de malla que había dejado al cuidado de Mumr mientras me iba de excursión por Hrad Spein también ayudaba. Tuvimos que comer lo que encontrábamos por el camino.
Y aquel día los dioses no estaban bien dispuestos hacia nosotros o, dicho de otro modo, mis tripas no llegaron a acercarse en ningún momento a un estado de razonable saciedad. Kli-Kli caminaba más adelante, a poca distancia de Glo-Glo, y yo, sin poder evitarlo, me sorprendía constantemente pensando que no podía acostumbrarme a la idea de que el trasgo fuese en realidad una trasgo.
El grupo marchaba con la moral muy alta, cosa comprensible si tenemos en cuenta que los orcos no parecían dispuestos a perseguirnos. En su optimismo, Hallas empezó incluso a entonar la Canción de los mineros locos.
Para levantar la presa sobre el arroyo
el castor mordisquea la corteza.
El tejón excava para hacer su madriguera
¡y nosotros excavamos en la roca!
En inefable arrogancia, se alzan
las montañas altaneras. Contemplad
cómo hierve nuestra furia, al golpear
y golpear con nuestros azadones.
Quien teme la arrogancia de la montaña
en la cerveza encuentra consuelo,
pero nosotros bebemos furia para extraer
fuerza y risas de nuestros corazones.
El granito tiembla cuando levantamos
el martillo y lo dejamos caer y caer.
Bajo las montañas, en nuestras minas
ni los dioses soportarían un solo día.
Somos los únicos reyes de las montañas,
las profundidades se inclinan ante el gnomo.
Ten cuidado, pues, antes de entrar
en la inmensidad de nuestro hogar.
Arrasamos montañas hasta los cimientos,
hacemos que los ríos hiervan y se levanten,
y la muerte y la sangre sólo pueden
alimentar la furia de nuestra rabia.
Desdeñamos tanto el fuego como la
crecida, por la historia de la lejana batalla.
Somos los auténticos huesos de la tierra.
¡Contemplad la furia de los mineros!
—Vaya, vaya —dijo Deler de buen humor, tras escuchar la canción de principio a fin—. Afortunado ha empezado de nuevo con sus graznidos.
—Lo que pasa es que tienes envidia porque tu raza no tiene ninguna canción parecida, ni siquiera en el Zam-da-Mort —dijo Hallas con una risilla, preparándose para su sempiterna discusión.
—Se puede encontrar de todo en el Castillo de la Muerte y lo sabes perfectamente —respondió el enano sin morder el anzuelo del gnomo.
—Eso he oído —dijo Hallas, muy serio de repente, y no volvió a cantar más canciones.
Hacia la hora del almuerzo, el sol asomó la nariz, y a partir de entonces la caminata resultó mucho más agradable. De pronto, Glo-Glo comenzó a desviarse cada vez más hacia la izquierda, y el arroyo, que durante tanto tiempo había sido nuestro acompañante, se alejó entre los árboles. Ya no caminábamos hacia el sur sino hacia el oeste. El señor Alistan no parecía demasiado contento con esto y Glo-Glo tuvo que explicarle que había una ciudad orca cerca y que teníamos que desviarnos. Salvo, por supuesto, que quisiéramos disfrutar de la hospitalidad de los Primogénitos.
Tras recorrer una buena distancia a través de la boscosa maleza, al caer la tarde volvíamos a encontrarnos con nuestro viejo amigo, el arroyo, y aunque todavía había luz, llegamos a un denso bosquecillo de abetos que envolvía su cauce entre sus velludos y espinosos brazos. Pernoctamos allí, protegidos de ojos maliciosos por los enormes abetos. Egrassa nos prohibió hacer fuego (había orcos cerca) y tuvimos que pasar toda la noche sin ningún calor. El crepúsculo cayó de pronto sobre el bosque. Claro que eso es lo que pasa siempre en otoño.
Hallas y Deler se fueron a dormir enseguida (estaban de guardia en la segunda mitad de la noche). Yo también me tumbé para descansar, pero cuando ya estaba cómodo y envuelto en una manta, alguien me zarandeó por el hombro. Mumr.
—¿Sí?
—Enséñamelo, ¿quieres? —pidió.
—¿El qué? —pregunté, perplejo.
—El Cuerno. En el Laberinto apenas tuvimos tiempo de verlo. Quiero saber por qué hemos pasado tantas penurias.
—¡Pero está oscuro! Egrassa ha dicho que no podemos encender el fuego. Los Primogénitos podrían oler el humo.
—Tengo una alternativa —dijo Egrassa inesperadamente y una lucecita apareció entre las palmas de sus manos—. No sé mucho chamanismo, pero puedo ofreceros tres minutos de luz.
La luz mágica duró lo justo para que pudiéramos vernos bien las caras los unos a los otros. Aparte de Deler y Hallas, nadie parecía tener muchas ganas de dormir. Todos querían que Harold les mostrara el Cuerno. Tuve que levantarme y abrir mi perpetua compañera, la mochila.
—Conque es éste… —murmuró Anguila mientras examinaba el artefacto con expresión asombrada.
—¿Puedo…? —solicitó con timidez el señor Alistan.
Le entregué gustoso el Cuerno del Arco iris. Por lo que a mí respectaba, podía quedárselo. Que protegiera él el silbato de latón para su amado rey.
El viejo chamán se encontraba junto al capitán de la guardia y el Cuerno terminó en sus manos. Cerró los ojos, se pegó la reliquia a la frente, arrugó la cara como si se hubiera tragado un plato entero de grosellas amargas y emitió su veredicto:
—Está débil. Muy débil El poder casi lo ha abandonado. Sólo resistirá unas pocas semanas más y luego… —No terminó la frase, pero todos sabían lo que sucedería entonces.
—Entonces tenemos que apresurarnos —dijo Alistan Markauz.
—Aún tenemos tiempo, mi señor. A comienzos de noviembre, la nieve cubre el S’u-dar, así que al Sin Nombre le costará mucho abandonar su guarida. Y luego hay un largo viaje de las Agujas de Hielo al Gigante Solitario. El ejército del Hechicero no llegará a la fortaleza hasta mediados de enero —aseguró Ciendelámparas al conde.
—Mumr tiene razón, mi señor. Una campaña invernal sería demasiado complicada. Las Tierras Desiertas están completamente cubiertas de nieve. En invierno, el Bosque Dormido es un sitio peligroso hasta para los servidores del Sin Nombre. El ducado Cangrejo tardará otros dos meses en empezar a moverse —dijo un pensativo Anguila, sacudiendo la cabeza—. El enemigo esperará hasta la primavera, cuando la nieve se deshiele en los pasos.
—¿Y si no lo hace? —preguntó Egrassa.
—Si no lo hace, una campaña invernal le costará la cuarta parte de su ejército, tresh Egrassa.
Los guerreros discutieron y debatieron las distintas posibilidades de un ataque enemigo. Kli-Kli bostezaba continuamente y se tapaba la boca con la mano, y, para ser sincero, debo confesar que también a mí estaba costándome permanecer despierto. Pero los demás parecían estar perfectamente. ¿Estaban hechos de hierro o qué? Antes de irme a dormir, volví a guardar el Cuerno del Arco iris en la mochila y me aseguré de que las demás cosas siguieran allí. La Llave estaba, en efecto, pero las esmeraldas que con tanta diligencia había llevado encima la mitad del camino por los Palacios del Hueso habían desaparecido sin dejar ni rastro. Me habría echado a reír, pero tenía demasiado sueño. Los condenados orcos, la oscuridad se los llevase, me habían robado lo que era mío por derecho.
* * *
Fui el último en despertar. Todos los demás ya se encontraban en pie. Hallas estaba distribuyendo un exiguo desayuno. Al verme, el gnomo me guiñó un ojo y me puso una rebanada de pan rancio y un trozo de carne seca en la mano. Era lo único que nos quedaba.
—¿Qué hora es? —gemí.
—Sólo la oscuridad lo sabe, Harold —respondió Deler mientras afilaba su amada hacha con una piedra de amolar—. La neblina es increíblemente densa, así que no sabría decir, pero ha amanecido hace no más de quince minutos.
—Nos vamos, Harold, recoge tu manta —dijo Alistan Markauz. No tenía la menor intención de esperar a que estuviera despierto del todo.
Marchábamos con lentitud. Nadie sabía lo que podía esconderse en la neblina y, en tales condiciones, tropezar con un puesto avanzado de los orcos sería lo más sencillo del mundo. Así que teníamos que estar alerta. El silencio era total a nuestro alrededor. El sudario de niebla se tragaba todos los sonidos e incluso el burbujeo del arroyo sonaba extrañamente amortiguado y ominoso. Kli-Kli temblaba y no dejaba de volver la cabeza en todas direcciones. Al ver que la estaba mirando, dijo:
—Odio la niebla. Nos vuelve ciegos a todos.
—No tengas miedo, Kli-Kli —dijo Hallas para animarla—. Si hubiera algo aquí, nos lo habríamos encontrado hace mucho.
—Lo sé —murmuró ella—. Pero aun así, tengo un mal presentimiento. Va a suceder algo.
—Por favor, bufón, no empieces con tus cuentos de miedo —le pidió Anguila. Pero a pesar del escepticismo de su tono de voz, se aseguró de que sus «hermanas» salían de la vaina con facilidad.
Cuarenta minutos después, nos acordamos del vaticinio de la bufón. La mañana estaba ya bastante avanzada, pero la niebla no daba indicios de disponerse a desaparecer, así que al principio no pudimos identificar el sonido con claridad.
¡Buuuuum! ¡Buuuuum! ¡Buuuuum!
La niebla se tragaba los sonidos y sentimos el tronar de los tambores en la piel, más que en los oídos.
—¡Orcos! —siseó Deler mientras levantaba su enorme hacha.
—¡Al final nos han atrapado!
Hallas profirió una larga y florida imprecación en una mezcla de humano y gnomo. Su breve maldición incluyó la idea de que los orcos habían aparecido en Siala como consecuencia de un malentendido, a lo que siguió una lista de los pasatiempos a los que se entregaban los orcos cuando no estaban tocando sus tambores.
—¡Cierra el pico, Hallas! —gruñó el señor Alistan.
El gnomo se detuvo en mitad de un giro especialmente florido de su invectiva y Egrassa se tumbó en el suelo, apartó las hojas, dijo unas palabras en su gutural lengua y comenzó a escuchar. Los tambores seguían sonando.
—Están a hora y media de aquí. Y avanzan muy deprisa.
—¿Cuántos son, tresh Egrassa? —preguntó el conde mientras agarraba la empuñadura de su espada y trataba de ver algo en medio del muro de neblina.
—No lo sé, mi señor. No se me dan muy bien estos hechizos. Sólo sé que son muchos.
—¡Tus abejitas no han servido de mucho, chamán! —dijo Hallas a Glo-Glo en un tono francamente despectivo—. ¿Y ahora qué vamos a hacer?
—¡Cogerte por las piernas y darle al ejército de los orcos una buena tunda con tu cabeza! —respondió Glo-Glo, enfurecido—. ¡Si no fuese por mi hechizo, ya estarían asándote las plantas de los pies!
—¿Podéis ayudarnos, venerable señor? —preguntó mi señor Alistan cogiendo el toro por los cuernos.
—Si estáis pensando en simpáticas abejitas o algún otro alarde parecido, la respuesta es no. No podré hacer magia de verdad hasta dentro de algún tiempo. Sólo hechizos menores.
—¿Y Kli-Kli? —me apresuré a preguntar.
—Todavía no ha avanzado suficiente, Harold —dijo Glo-Glo sacudiendo la cabeza—. Aún le queda mucho que aprender.
—¡Un bufón haciendo hechizos, justo lo que nos faltaba! ¿Podéis hacer algo?
—Sí, puedo alejarlos de vosotros, al menos por algún tiempo. Y coged esto. —Glo-Glo ofreció al señor Alistan algo que parecía un terrón del suelo.
—¿Qué es eso? —preguntó Ciendelámparas.
—Vuestra salvación —dijo Glo-Glo mientras se limpiaba las manos en la capa—. Si de verdad estáis desesperados, aplastad ese terrón con las manos y quienes os persigan se marcharán detrás del que lo haya desmenuzado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Anguila.
—La idea es que el que active el hechizo se aleje del grupo. Los orcos lo seguirán, creyendo que os persiguen a todos. El problema es que lo más probable es que el individuo muera y luego los orcos recuperen vuestro rastro, por lo que tarde o temprano volverán a alcanzaros. Así que, mi señor, decidid por vosotros mismos cuál será el que los atraiga llegado el caso. Yo puedo llevarme a los que nos están siguiendo y alejarlos durante bastante tiempo. Gracias a los espíritus, aún me quedan fuerzas para eso. Así que debéis cuidaros, no de los que os siguen, sino de los que están por delante. Puesto que han sobrevivido, lo más probable es que nuestros perseguidores hayan informado a sus parientes sobre nosotros y hay dos grandes asentamientos orcos más adelante. El bosque está lleno de Primogénitos, así que mantened los ojos abiertos. Seguid el arroyo hasta el lago y luego continuad hacia el noroeste. Puede que lo consigáis. Tresh Egrassa, que la fortuna te sonría.
El elfo asintió.
—Eso es todo lo que tengo que decir. Avanzad deprisa y tratad de no parar, pero no seáis descuidados. Kli-Kli, un momento.
Glo-Glo se llevó a su nieta a un lado mientras los demás comenzaban a revisar sus armas.
Kli-Kli volvió corriendo y Glo-Glo se dirigió a todos nosotros:
—Que los espíritus del bosque os protejan.
Y luego añadió, sólo para mí:
—Cuídate mucho, Bailarín, y haz lo que debes hacer.
Ignoraba a qué se refería con eso, pero asentí, por si acaso.
—Gracias por sacarme del Laberinto, Glo-Glo.
El viejo chamán se limitó a reír entre dientes, se despidió con un gesto de la cabeza y desapareció entre los árboles.
—Adelante —dijo Egrassa, y echó a correr siguiendo el arroyo.