Volando voy, volando vengo

Después de una intensa gira de casi ocho días por las diferentes ciudades de México, podemos decir con total seguridad y certeza que a Martín no le va a faltar trabajo en D.F., ni en Guadalajara, ni en Puerto Vallarta, ni en Monterrey, ni en ninguno de los lugares que hemos visitado, donde su espectáculo ha sido un gran éxito.

Nos encontramos en un vuelo procedente de Buenos Aires, donde apenas hemos estado dos días y ahora, por fin, regresamos a casa. ¡A casa!, qué bien suena eso cuando llevas tanto tiempo fuera. Cualquiera puede pensar que han sido unas vacaciones maravillosas, pero no; con la agenda que llevábamos, apenas hemos podido visitar las ciudades, hasta el punto que nos volvemos y casi no puedo ni hablar de cómo es México, porque hay lugares en los que la mayoría del tiempo hemos dormido de día, y hemos trabajado de noche.

Argentina me dejó fascinado, es un lugar que tiene mucha raza. La gente es encantadora y la comida fascinante. Paseamos por una avenida enorme repleta de tiendas y Martín se volvió loco comprándose camisetas. Luego estuvimos en un centro comercial y yo me compré algunos discos. Argentina es un lugar al que me encantaría volver de una forma más tranquila. También a México. Y puede que lo haga con el dinero que he ganado. Me alojaré en hoteles más baratos, no necesito hoteles de cuatro y cinco estrellas como en los que nosotros hemos dormido, pero sí que me apetece perderme por el repleto asfalto de D.F. o por el sugerente acento de los habitantes de la ciudad del tango.

En Colombia y Brasil, donde estuvimos solamente un día en la capital de cada sitio, nos pasamos todo el tiempo entre el aeropuerto y la discoteca donde actuaba Martín. Tanto es así, que no cogimos ni hotel, por eso estábamos deseando llegar a Argentina para poder pegarnos una buena ducha. El hotel en el que nos alojamos allí era el Puro Baires Hotel Boutique, en pleno centro de la ciudad y con una decoración bastante elegante a la par que moderna. Las paredes estaban empapeladas con estampados barrocos de esos que tanto se lleva ahora. Las sillas estaban diseñadas por el grandísimo Philippe Starck. Cuando nos acostamos en aquella habitación nos sentimos como en un cuento de hadas donde los protagonistas eran el diseño y el lujo.

Para mí tener dinero es una sensación súper rara, porque nunca lo he tenido. He pasado de vivir modestamente a base de las ventas de mis libros anteriores, a tener en reserva casi noventa mil euros, que para mí es muchísimo dinero.

Han pasado unos días y he podido hacerme a la idea de lo que hice y aunque no me arrepiento espero no tener que volver a hacerlo nunca más. Ese dinero me supondrá un buen respaldo económico y un buen colchón, para dedicarme a escribir mi nueva novela que, con tanto viaje, igual escribo algo ambientado en otro país. Todavía no lo sé.

—Khaló, me aburro —me dice Martín, que no sé qué le pasa este vuelo, pero parece un niño pequeño preguntando a cada rato si falta mucho para llegar.

—¿Y qué quieres que yo haga?

—No sé, cuéntame algo.

—¿Qué quieres que te cuente? —le pregunto.

—¿Eres feliz con tu vida?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—No sé, pero contéstame. ¿Eres feliz con tu vida? Quiero decir, siendo escritor y todo eso.

—Hombre, si lo pienso fríamente, no me puedo quejar. Tengo mi pisito, he ganado mucho dinero con este libro… Sí, supongo que sí. ¿Y tú? —le pregunto.

—Creo que voy a dejar el porno —me dice.

—¿Qué? Pero si es tu vida, ¿qué vas a hacer entonces?

—Me refiero a que voy a dejar de rodar, pero voy a seguir haciendo shows. Además, ahora en unos días sale mi disco, y tengo que centrarme también en eso. Tengo que rodar el videoclip, tendré que hacer una gira… Voy a ver qué tal me va con la música y luego ya decidiré —me dice.

—Si lo tienes tan claro… Oye y ahora que tienes tantas ganas de hablar, ¿por qué no me cuentas de una puta vez que pasó cuando volviste de Londres? —le insisto.

—Khaló, ¿te das cuenta que las cosas que hemos vivido juntos en este viaje, son experiencias únicas? Quiero decir que en este viaje nos ha pasado de todo, nos hemos reído, hemos llorado, hemos compartido cosas muy íntimas, pero todo lo hemos hecho juntos. Definitivamente, creo que formamos un buen equipo y estoy muy orgulloso de que tú vayas a escribir mi libro —me dice en un arrebato de sinceridad.

—Vaya, no sé qué decir. Muchas gracias —le respondo cohibido.

—Y ahora para que dejes de martirizarte pensando en esa historia, te contaré que lo que pasó cuando volví de Londres. Tampoco fue nada del otro mundo, pero bueno. Volví destrozado —me dice—, física y psicológicamente. Físicamente porque, aunque no era un yonqui, sí que me había estado metiendo mucha droga en muy poco tiempo y claro, los bajones que te daban luego eran brutales. Físicamente me sentía un guiñapo y psicológicamente no me sentía mucho mejor porque habían metido en la cárcel a la única persona que yo había considerado mi pareja, con quien estaba viviendo. Realmente Londres no me dejó un buen sabor de boca. Además cuando volví, lo hice a casa de mi familia, donde mi padre sintió que había ganado, porque yo había vuelto con el rabo entre las piernas, volvía a ser el niño pijo que nunca debería haber querido dejar atrás.

»Cuando tienes toda la libertad del mundo y de repente te la cortan, es como si a un pájaro que vuela libremente, lo encierra en una jaula. Mi casa me asfixiaba, mi familia y mi entorno me asfixiaban, así que volví a rebelarme. Comencé a trabajar en el mundo de la noche como gogó. Había trabajado en la mejor discoteca de Londres, así que en cuanto empecé a buscarlo, no me faltó trabajo. Las discotecas se me rifaban, así que empecé a alternarlas.

—Y volviste a las drogas —le digo.

—No, al contrario. En esa época yo no me metía nada de nada. Estaba tan marcado por todo lo de Fernando, que no quería saber nada de ese tema. Todo el mundo a mi alrededor se metía de todo. Además, ten en cuenta que era la época de los noventa, así que los tripis y las pastillas estaban en auge. Siempre he sido una persona bastante viciosa, así que cambié un vicio por otro y convertí las drogas en cerdeo y perversión. Trabajando en el mundo de la noche no hay nada más fácil que acostarte con el tío que se te antoje de la discoteca, o con los dos tíos que se te antojen, o con los tres… Eres el gogó, estás bailando en una plataforma y todo el mundo te idolatra, así que no tienes más que abrir la boca y conseguirás lo que quieras, porque la gente está a tus pies. Es así y de fácil. Y te estoy hablando de una época en la que yo no estaba tan cachas como ahora, sino que era mucho más tirillas, pero ser el centro de atención es lo que tiene y a mí es algo que siempre me ha encantado. Por eso me hice actor porno, porque necesito estar expuesto, ser visible, soy exhibicionista por naturaleza. Es mi sino, necesito ser el centro de atención de cuantos me rodean para poder estar a gusto. Deseo que me deseen.

—¿Y qué pasó entonces?

—Pues que el sexo era tan continuo y tan extremo que casi me convertí en un adicto. Necesitaba follar todos los días y si había algún rato en el que no estaba haciendo nada, mi mente pensaba en sexo automáticamente, así que acababa en alguna sauna, algún bar o un baño público donde poder echar un buen polvo o buscar a alguien a quien comerle la polla. Era muy fácil. Los maricas tenemos el sexo en todas partes, porque es algo común en todos los hombres, que pensamos con el rabo. Era una época en la que apenas se sabía nada del sida, además se pensaba que era una enfermedad que tenían los americanos, así que aquí tampoco es que nos cuidásemos mucho. Yo de joven he hecho verdaderas barbaridades, pero apenas tenía veinte años, y esa es la edad a la que todos nos creemos el rey del mambo, sin darnos cuenta de que muchas veces nos equivocamos. Recuerdo perfectamente el día que me di cuenta que aquello tenía que parar. Acabé en el piso de un tío que había conocido esa misma noche con otro grupo de gente. Eramos como doce personas y empezamos a enrollarnos entre nosotros. Allí en medio, unos delante de otros, no nos importaba nada. Al final, acabaron follándome a mí los once restantes. En ese momento estaba tan caliente que no me importaba nada, solo quería rabo y más rabo, cuando más grande y gordo fuese mejor. Me follaron la boca y el culo los once tíos. ¿Sabes lo que es once contra uno? Había momento en que tenía dos pollas en la boca, dos metidas en el culo y con las otras manos pajeaba a dos más. Yo solito estaba saciando a la vez a seis tíos y recuerdo que eso me hacía sentir importante. Muy importante. Lo que para mí era ser grande, para el resto de la gente era comportarme como una puta. Es en lo que me convertí: en la puta oficial de la discoteca a la que podías follarte en cualquier sitio porque no había nada que le gustase más en la vida. El mundo de la noche comenzó a afectar a mis estudios, mi familia ya no sabía qué hacer, no entendía que me pasaba, así que al final acabé diciéndoles que era gay y me vine a vivir a Madrid.

—¿Y cómo acabó la noche de la orgía? —pregunto.

—Fatal.

—¿Por?

—Porque me hicieron sentir como una basura. Los tíos estaba muy colocados y aún así yo accedí a tirármelos. Ellos se creían muy guays y muy modernos porque ahora estaban conociendo el mundo de las pastillas, pero yo ya venía de vuelta de todo eso de Londres. Aun así era tolerante con la gente que quería meterse y no me importaba que lo hicieran, ni siquiera para follar con ellos. El caso es que cuando la cosa se me fue de las manos y quise parar nadie me hizo caso y aunque no me sentí violado ni nada de eso, porque la situación la provoqué yo, si que pasé miedo porque empezaron a comportarse de una forma muy violenta. Al final acabaron corriéndose todos encima de mí y luego desnudo y con el cuerpo cubierto de leche, me echaron a la calle. Eran las siete y pico de la mañana, había amanecido y tuve que irme hasta mi casa, que no estaba cerca precisamente, completamente desnudo y muerto de frío, además de embadurnado de la lefa de esos cabrones mientras, estoy seguro, ellos estaban en casa de aquel tipo descojonándose. Esa noche sentí que había vuelto a perder el control y que no estaba yendo por el buen camino.

Por megafonía anunciaron que íbamos a aterrizar en el aeropuerto de Barajas en cinco minutos. Nos contaron todo ese rollo de la temperatura y la hora local mientras yo respiraba aliviado por las ganas que tenia de volver a mi casita y retomar las riendas de mi vida. Cuando recogimos el equipaje subimos en un taxi y Martín me dejó en casa. En dos semanas tendré que entregar el manuscrito a la editorial, así que aquí acababa nuestra aventura, ahora tengo que encerrarme a terminarlo y dibujar, a través de palabras, la cara que no conoce nadie de mi amigo Pedro, porque aunque para mí siempre será Martín Mazza, porque así lo conocí y así quiero que siga siendo, en el fondo de mi corazón puedo sentir que hemos compartido tantas cosas que he conseguido traspasar esa barrera que él tiene puesta y que es justo donde se confunden el personaje y la persona. Quiero decir que creo que he llegado a conocer su verdadera personalidad y todo lo que encierra. Es una pena que mucha gente no pueda acceder a ella, porque Martín Mazza es un tío fantástico.