El hotel de Diego es mucho más pequeño y cutre que el nuestro, a pesar de que él tiene mucho más dinero. Su habitación está meticulosamente limpia y arreglada. Sobre la cama una colcha roja, como de motel de carretera; la ideal para lo que vamos a hacer allí dentro. Diego prepara la cámara y la coloca con el trípode justo delante de nosotros. Luego coloca un foco, iluminando la cama, que es donde vamos a rodar.
—¿Quieres que ponga algo de música? —me dice Martín, yo me encojo de hombros y él me asegura que me ayudará a relajarme, así que coloca su Mp4 sin los auriculares para que el pequeño altavoz que lleva reparta el sonido por toda la habitación.
—Pon algo tranquilo —le digo y me pone el disco de Antony and the Johnsons que tanto sabe que me gusta.
Diego me entrega una cuchilla, un brocha de afeitar y un poco de jabón, además de una toallita pequeña como de bidé.
—¿Para qué es esto? —le pregunto.
—Quiero que le afeites el culo a Martín y luego te lo folles —me ordena—. Como podéis comprobar, aquí están los cheques con vuestro dinero. Los dejaré en la mesita de aquí de la entrada, para que podáis cogerlos al salir. Ahora, podéis empezar cuando queráis.
Suspiro profundamente y Martín, que se da cuenta que tengo los ojos llenos de lágrimas, me empieza a besar en la cara y me dice al oído que no me preocupe, que él tomará la iniciativa. Me había jurado tantas veces a mí mismo que nunca volvería a hacerlo con nadie por dinero, que no puedo evitar que se me escape una lágrima. No estoy vendiendo mi cuerpo, no es por eso por lo que me están pagando, ya que quien me paga no va a tocarlo. Lo que estoy vendiendo es mi intimidad, y eso vale mucho más de sesenta mil euros, o eso pensaba yo antes de acceder.
Poco a poco, empiezo a descongelarme con los besos de Martín, que están llenos de ternura porque sabe que lo estoy pasando mal. Lo voy desnudando muy despacio, no por parecer sensual, sino porque tengo todos los miembros como amoratados y no me responden. Comienzo a besarle en la boca. A darle besos con mucha lengua, a mordisquearle las orejas, a juguetear con sus pezones y aunque de alguna forma es muy parecido a la otra noche, no puedo dejar de pensar también en lo diferente que es, porque no es algo que nazca de nosotros, no es un impulso ni un calentamiento de polla, no.
Nadie me ha puesto una pistola en la cabeza. Nadie me ha puesto un cuchillo en el cuello. Nadie me ha amenazado. He dicho que sí y lo he dicho porque he querido. De nada me sirve engañarme a mí mismo que me he visto obligado por la situación de Martín, de nada. Me he vendido por sesenta mil euros, así que como tengo que apechugar, intento hacerlo lo mejor que puedo.
Mis besitos comienzan a convertirse en besos, mis caricias en abrazos y mis lamidas en verdaderas chupadas.
Martín está totalmente desnudo sobre la cama y aunque tengo que afeitarlo un poco, primero decido jugar un poco. Abro la boca y meto dentro su polla casi flácida para sentirla crecer dentro, que es lo que más me gusta. Subo y bajo mi cabeza a lo largo de aquel mástil que poco a poco empieza a elevarse. Su rabo se va endureciendo mientras siento como va creciendo y engordando. Su cambio de tamaño me hace cosquillas en la boca y con mi lengua, la recorro de un extremo a otro. Mordisqueo suavemente su glande e intento penetrar con mi lengua en el agujerito donde mea.
Antes de afeitarle el ojete se lo lamo un poco. Los pocos pelitos que tiene apenas están saliendo, por lo que su culo es un contraste entre suave y áspero que al pasar mi barbilla siento casi como si me arañase suavemente. Es muy excitante. Una vez que tiene toda la zona bien lubricada, no es necesario casi ni mojar la brocha, así que la embadurno de jabón y le doy con ella en el ojete, dejándoselo a punto de nieve mientras le unto aquel jabón con esa brocha que juega a hacer cosquillas.
Martín, que sigue tumbado sobre la cama, se menea el miembro de vez en cuando para que no se le baje y aunque me ve con la mano temblorosa cuando cojo la cuchilla, me mira y me dice que siga adelante.
Nunca he afeitado a nadie. Sí que me lo han hecho a mí, pero yo nunca lo he hecho, por eso la mano me tiembla un poco e intento no apretar demasiado para no hacerle daño. La primera pasada va perfecta y Martín está tan caliente que empieza a babearle la polla. Yo también empiezo a ponerme bastante cerdo. La siguiente pasada, no sé si porque me he confiado demasiado o qué, pero aprieto un poco más y le hago un pequeño corte. Martín da un respingo. Le pido disculpas y él se pasa la mano por la heridita que ha comenzado a sangrar, para luego lamerse los dedos manchados de rojo.
Una nueva pasada y esta vez directamente sobre el ojete. El ruido que hace la cuchilla al rasurar aquella zona tan íntima es semejante al que hace un papel de lija al pasar por la madera, una sensación como que raspa. Martín aprieta el culo y con la mano se estira la zona por donde paso el arma del delito, para ayudarme con la acción. Cuando termino, le limpio los pocos restos de jabón que quedan con la toallita y así, tal y como está le levanto las piernas, las apoyo en mi hombro y comienzo a follármelo.
Los gemidos de Martín no se hacen esperar cuando siente como me lo estoy follando. Empujo con todas mis fuerzas, porque deseo acabar cuanto antes para poder largarme de allí y cobrar mi cheque. Él se sigue pajeando mientras yo lo enculo con todas mis fuerzas. Sus caderas y las mías bailan a ritmos distintos para que al encontrarse, el impacto sea mayor.
Lo pongo a cuatro patas y mientras lo embisto, siento como mis pelotas chocan contra las suyas en cada movimiento. Acelero. Acelero tanto las sacudidas que no me queda mucho para correrme, pero Martín me avisa que él está a punto de correrse también, así que aprovecho y le saco la polla y me corro sobre ese tatuaje que tiene en la espalda y que tanto me gusta. Cuando veo las letras que forman la palabra «more» llenas de leche, pienso que esa podía ser una buena portada para el libro, o al menos una buena contra. Martín se corre sobre esa vieja colcha roja, dejándola toda perdida. Descansamos un minuto y mientras Diego apaga la cámara y nos felicita por el trabajo, nos vestimos. A continuación cogemos el cheque y salimos de allí cagando leches.