Todo el mundo tiene un precio

Después de la que hemos montado en el hotel nos llaman la atención en recepción. A mí se me cae la cara de vergüenza, pero a Martín parece entrarle por un oído y salirle por otro. Hay que reconocer que la culpa ha sido mía, sólo mía.

Nos empezamos a vestir con esos trajes de pingüino que nos ha traído el señor Mendoza para la entrega de premios mientras hablamos de lo divino y lo humano. Hay que reconocer que la piel se ha quedado fantástica después del masaje exfoliante que nos hemos hecho. Cero grasas, cero impurezas, cero puntos negros, cero. Nada de nada, incluso parecemos más jóvenes.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —le digo a mi acompañante.

—Ya la estás haciendo.

—Te hablo en serio.

—Dispara —me dice.

—Bueno en realidad hay dos cuestiones que me han quedado sin resolver en todas las charlas que hemos tenido para documentarme para el libro.

—¿Cuáles son?

—La primera es que tú no escondes que te has prostituido.

—No, claro que no —me dice.

—Déjame terminar —le interrumpo—. El caso es que me dijiste que si alguien te ofrecía una buena suma de dinero, no tenías ningún problema en irte con él a la cama, ¿no es cierto?

—Khaló, tú no tienes que ofrecerme dinero para follar conmigo y menos después de cómo te portaste la otra noche —me dice picarón mientras me rodea con sus brazos.

—Estate quieto, que vas a arrugarme la camisa —le digo—. Lo que quiero saber es si tú le has pagado a alguien alguna vez para que se acostase contigo.

—¿Si me voy con chaperos?

—Sí, algo así.

—Tengo que admitir que desde que soy actor porno puedo acostarme con el tío que me propongo porque, tal y como ya te he contado en alguna ocasión, a veces les da más morbo acostarse con el actor, con el personaje, que conmigo mismo. Pero también tengo que admitir que alguna vez he sentido curiosidad por saber qué se siente cuando le pagas a alguien para que te haga lo que tú quieras.

—¿Eso es un sí? —le pregunto directamente.

—Sí —responde con naturalidad.

—¿Y cómo fue?

—Pues sólo han sido un par de veces. En una de las discotecas que estuve trabajando había un relaciones públicas que decía que era hetero. Tenía unas pintas de marica impresionantes en cuanto a la forma de vestir y todo eso, pero luego es cierto que no tenía ni pizca de pluma. Una de las veces, estuvo toda la noche calentándome la polla. Él sabía que me gustaba, porque yo no paraba de mirarle y él me devolvía la mirada y me sonreía. Estuvimos así tonteando toda la noche y una de las veces que coincidimos en el baño, yo me abalancé sobre él con la intención de besarlo. El puso su mano en mi boca y me dijo que no fuese tan rápido, que su cuerpo tenía un precio. A mí me dio mucho morbo el hecho de ser rechazado y más sabiendo que si le pagaba podría tirármelo. Así que al cerrar la discoteca me lo llevé a casa. Le pagué creo que fueron treinta euros y me echó un buen polvo —me cuenta Martín.

—¿Sólo treinta euros? —pregunto.

—No recuerdo bien, pero te aseguro que no le pagué más de cincuenta, de eso estoy seguro —explica Martín haciendo memoria—. Mes y medio después aproximadamente, apareció en la discoteca con unos vaqueros muy ajustados, que le marcaban un culo increíble. Desde que lo vi aparecer así, me entraron ganas de meterle la lengua en el culo y saboreárselo durante toda la noche, así que cuando pude, me acerqué a él, lo rodeé con mis brazos por la espalda y le dije al oído que iba a comerle el culo hasta que lo tuviese bien abierto y luego me lo iba a follar hasta que pidiese por favor que parara. El tipo sonrió y dijo algo así como «ya sabes que hay un precio». A mí lo que realmente me daba morbo de todo esto es que al ser yo el que pagaba, me sentía poderoso, el dueño de esa persona durante un rato; podría hacer con él lo que realmente me diese la gana porque para eso le estaba pagando. Por supuesto accedí y pagué. Pero nunca más. No por prejuicios, sino porque las ofertas para follar a cambio de dinero normalmente me las suelen hacer a mí.

—La verdad es que es una historia morbosa —le digo.

—¿Cuál era la segunda cosa?

—¿Qué? —pregunto desconcertado.

—¿No decías que querías preguntarme dos cosas? —insiste Martín.

—Ah, sí. La segunda es que quería que me explicases que pasó exactamente cuando volviste de Londres y te reencontraste con Quino y su negativa a volver contigo.

—Vaya, estás muy cotilla esta noche —me replica—. Eso te lo contaré en otra ocasión. Ahora se nos hace tarde, seguro que Diego está abajo esperándonos.

—Tú ganas, como siempre. Por cierto, ¿qué ha habido entre Diego y tú? —le pregunto curioso.

—Nada —me responde riéndose.

—Mientes fatal.

—Allá tú —me dice descojonándose en mi cara.

Cuando bajamos Diego está en la cafetería del hotel esperándonos, como siempre. Igual que nosotros lleva puesto un chaqué. Sus zapatos brillan de una forma tan insistente que casi molesta mirarlos.

—Khaló, estás irreconocible. ¡Qué elegante! —me dice Diego mientras me besa en la mejilla amablemente. Martín sonríe y nos vamos todos rumbo a la fiesta.

La entrega de premios tiene lugar en una sala gigantesca, creo que es un palacio de congresos o algo así. Las mesas redondas, todas de seis comensales, están distribuidas por toda la estancia. Diego se sienta entre nosotros dos, «para poder conversar con ambos», nos dice.

En nuestra misma mesa, dos señoras mayores, que presumen de ser parte de la organización del evento. Lo divertido del asunto es que cuando se toman dos copas de vino, empiezan a despotricar de todas y cada una de las personas allí presentes, que si esa lleva peluca porque se está quedando calva, que si la otra se ha hecho una liposucción para poder meterse en ese vestido, ese otro es marica y su mujer no lo sabe y muchos más comentarios soeces y groseros que no hace falta repetir, pero que en un sitio donde no conoces a nadie, te sirven al menos para entretenerte.

Las dos señoras, viejas como faraones y muy mal operadas, porque las han dejado que parecen muñecas de cera de lo que les han estirado la cara, hablan sin parar hasta que llega el turno de Martín de salir a entregar el premio. Mientras tanto, Diego lleva toda la noche tirándome los trastos de una manera descarada y aprovecha ahora, que estamos casi solos, para tocarme la pierna por debajo de la mesa.

—Quita esa mano de ahí —le digo de forma que no puedan oírlo las dos momias.

—Relájate, Khaló, relájate.

—Vaya, ¿ya no me hablas de usted?

Cuando Martín vuelve a la mesa, le pido que por favor me acompañe al baño y una vez allí le cuento que don Diego Mendoza no para de meterme mano. Le digo que por favor me ayude y haga algo, pero Martín se mea de la risa y me dice que eso son todo elucubraciones mías. Sin embargo, un rato después, Martín se acerca a mí cogiéndome del brazo y llevándome de nuevo al baño para hablar conmigo. Comprueba que no hay nadie en los urinarios y luego me repite que tiene que hablar conmigo.

—Eso ya lo has dicho —le indico.

—Verás, hay algo que no te he contado —me dice Martín mientras yo me temo lo peor.

—Me estás asustando.

—No, tranquilo que no es nada malo. Verás, Diego Mendoza es un señor con mucho dinero.

—Sí, eso me quedó claro con la cantidad de veces que lo repitió en el dichoso restaurante —le digo.

—Yo lo conocí hace un par de años. Estaba en Los Ángeles rodando una película para Hot House y me llegó a la habitación del hotel una cajita con una tarjeta. La cajita contenía un Rolex de oro y la tarjeta decía que tenía un cheque de veinte mil dólares esperando en su casa.

—¿Cómo? ¿Me estás diciendo que este es uno de los tíos para los que te has prostituido? —le pregunto enfadado.

—Bueno, algo así.

—¿Algo así? ¿Y por qué coño no me lo dijiste en el hotel cuando te lo pregunté?

—Porque no quería que te hicieses tu propia película y te condicionase a la hora de tratar con él.

—Sigue contando la historia —le digo.

—Efectivamente, fui a su casa. No podía dejar pasar veinte mil dólares por muy viejo que fuese el señor. El caso es que cuando llegué y conocí a Diego Mendoza, no sólo no era un señor viejo y repugnante, ya que es bastante atractivo, sino que no tuve que tocarle un solo pelo de su cuerpo, porque lo que me pidió es que le hiciese una película exclusivamente para él.

—¿Una película? No entiendo.

—El tipo estaría sentado en una esquina de la habitación, mientras una cámara grababa como yo me masturbaba. Decía que le gustaban los videos que yo hacía y que quería tener uno que yo hubiese hecho exclusivamente para él, así que me entregué en cuerpo y alma en esa grabación. Primero para tenerlo contento y segundo, porque sospechaba que después de ese poderoso cheque, podría venir muchos más. Me tumbé en la cama y comencé a acariciarme todo el cuerpo. Me quité la ropa interior y comencé a masturbarme mirando hacia donde él estaba, pero él me ordenaba que mirase a la cámara, que no lo mirase a él. Y es lo que hice, me hice un buen pajote, me metí los dedos en el culo, me lamí mis propios sobacos y cuando me corrí me chupé cada uno de mis dedos, abriendo luego la boca y sacando la lengua donde podía apreciarse gran parte de mi lefa, que tragué sin ningún tipo de reparo, ya que era mía. El tipo quedó tan contento que cada vez que viajaba a cualquier país de América, él se desplazaba hasta donde yo estuviese y me hacía grabar un nuevo video, en las mismas condiciones y por la misma cantidad. Como comprenderás, uno no puede decir que no a ese dineral y menos si se gana de una forma tan fácil.

—Vale, yo eso lo entiendo perfectamente, pero quiero saber qué coño pinto yo en toda esta historia —le pido explicaciones.

—Diego quiere que hagamos un video juntos.

—¿Cómo juntos?

—Tú y yo —me explica Martín.

—Sí, eso es obvio, pero es que yo no soy actor porno —le digo.

—Eso le he dicho, pero parece no importarle mucho.

—No pienso hacerlo Martín, me contrataste para escribir un libro, no para que me tirase a tus clientes.

—Khaló, nos paga a cada uno cincuenta mil euros.

—¿Euros?

—Has oído bien, cincuenta mil euros. ¿Tú sabes la pasta que es eso?

—Me da igual no estoy en venta.

—Khaló, vamos a ver, piénsatelo bien estoy seguro de que en tu vida has estado con tíos con los que te arrepientes. ¿Cierto o no?

—Sí, claro.

—Pues ahora este tío nos da cincuenta mil euros a cada uno por echar un polvo entre nosotros. Tampoco creo que sea tan malo echar otro polvo conmigo, ¿no? —pregunta Martín angustiado.

—No, claro que no. Si el problema no eres tú, el problema es que no sé si sería capaz de hacerlo.

—Nadie tiene que por qué enterarse —me dice.

—¿Y el video?

—El video será propiedad de Diego y nadie podrá verlo.

—¿Cómo estás tan seguro? —le pregunto.

—Porque está casado y tiene cuatro hijos. Y no creo que a ninguno de ellos le hiciese mucha gracia saber a qué se dedica su padre en esos viajes de placer.

—Joder, Martín.

—Khaló piénsatelo. Seremos tú y yo en una cama mientras Diego sólo mira desde una silla y nos graba con su cámara. Ni siquiera hay planos cortos. Lo graba todo con la videocámara colocada en el trípode. Él ni siquiera se acercará.

—Déjame pensarlo —le vuelvo a repetir.

—Te daré diez mil euros de mi parte si accedes.

—Júrame que no nos tocará.

—Te lo juro.

—¿Y cuando lo haríamos?

—Mañana por la tarde, que tenemos la tarde libre.

—¿Y dónde?

—Donde tú quieras. Podemos hacerlo en nuestro hotel, o en el suyo, como tú prefieras.

—Casi mejor en el suyo, así cuando acabemos podremos largarnos de allí y olvidarlo todo.

—¿Entonces accedes?

—Está bien. Trato hecho. Pero júrame que nunca nadie se enterará de esto.

—Te lo juro. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí.

—En tu libro contaste que tu tío te obligaba a prostituirte con señores mayores a cambio de un dinero que sólo él cobraba, y tú no ponías pegas. ¿Por qué te importa tanto ahora, cuando en realidad te van a dar tanto dinero?

—Porque cuando me escapé y me fui a Madrid, me juré a mí mismo que iba a dejar atrás esa vida de mierda. He luchado para conseguirlo y creo que lo he hecho y no quiero dar un paso atrás ni para coger impulso, así que cuando cobre el dinero, me olvidaré de este capítulo de mi vida para siempre.

—Creo que estás exagerando un poco. Cualquier persona estaría dispuesta a follar conmigo por muchísimo menos dinero.

—Pero yo no soy cualquiera.

—Sí, pero has follado conmigo gratis. No entiendo ahora tantos prejuicios —dice Martín.

—Entiendo que no me comprendas, pero con que respetes mi idea me vale —le digo.

—Eso ya lo hago.

—Martín: tú estás acostumbrado a ponerle precio a tu cuerpo. A ti te pagan por follar, ese es tu trabajo, pero no el mío.

—Pero no puedes echarte atrás, ya has visto la cantidad de cosas que puede conseguirme este tío. Aquí la gente me adora, con él puede ser grande.

—Tú ya eres grande, no lo necesitas.

—Te lo pido como amigo, Khaló. Hazlo por mí.

—Ten muy claro que si lo hago es únicamente por ti, porque no quiero estropearte lo que tanto tiempo te ha costado conseguir.

—Gracias, eres un amigo.

—¿Algún problema, chicos? —dice Diego entrando en el baño, las señoras de la mesa comienzan a cuchichear.