Una ciudad, ya sea Nueva York, Tokio o el mismo Madrid, cambia de aspecto según el estado de ánimo de quien la mira. Hay veces en que dices que una ciudad no te ha gustado nada porque algo malo te ha ocurrido allí, y otras en las que la ciudad en sí no tiene nada destacable, pero ha sido un viaje tan ameno, que no te importaría volver a visitarla. Eso me ocurre a mí esta noche. Hace un rato, cuando estaba riéndome con Martín y estábamos subidos en el piano y nos lo estábamos pasando tan bien, pensaba que Nueva York me encantaba, que era un sitio maravilloso donde incluso no me importaría vivir. Ahora me siento tan mal conmigo mismo por lo que le dicho y hecho a Martín, que me gustaría poder cerrar los ojos y aparecer en mi casa.
Estamos sentados en un taxi rumbo al hotel y no nos miramos. Cada uno en una punta del asiento junto a una puerta, haciendo como que vemos el paisaje, cuando en realidad ambos estamos dándole vueltas al mismo tema. No tenía que haber pasado. Es cierto que un beso sólo es un beso y que no tiene más importancia que la que quieras darle. El problema es cuando para uno de los dos sí que la tiene y para el otro no. Entiendo perfectamente que me haya besado para quitarse de encima a esos pesados. Yo mismo lo he hecho con algunos de mis amigos en alguna ocasión cuando me he visto en la misma situación, el problema es que yo no sé si estoy desarrollando un sentimiento especial por Martín, o si es admiración, o si simplemente es cariño por la cantidad de horas que pasamos juntos desde que lo he conocido. El caso es que estoy hecho un lío.
En el cristal de mi ventanilla puedo ver cómo me mira su reflejo, probablemente esperando una explicación. Cuando lleguemos al hotel le pediré disculpas y le diré que todo ha sido culpa del alcohol. De todas formas, es cierto, a mí beber me pone un poco tonto.
Una chica se cruza en medio de la calle y el taxista tiene que frenar en seco. La chica cae sobre el capó, pero más por el susto que por el golpe y al levantarse y mirar hacia nosotros, me doy cuenta de que está llorando. Nos cruzamos una mirada y por un segundo me siento identificado con ella y creo que hasta puedo entenderla porque incluso yo podría ser ella, sin tener siquiera forma alguna de volver a casa.
El conductor le dedica unos bonitos improperios en no sé qué idioma, pero a mí a esas horas de la madrugada, mosqueado, medio borracho y en parte también por su turbante, me suena á paquistaní.
Al llegar al hotel, una recepcionista gorda como un jabalí nos abre la puerta y nos da las buenas noches amablemente. Nos subimos al ascensor y pulso el botón que tiene dibujado un veinte, que es el número de nuestra planta. A pesar de lo rápido que es el ascensor, a mí se me hace eterno. Ambos tenemos la cabeza agachada y el estruendoso silencio de la noche me hace daño. Cuando todos duermen… Las cosas con Martín Mazza siempre ocurren cuando todos duermen. Por eso decidí ponerle ese título a su libro, porque es el que mejor lo define. A él y a su forma de vida. Es como un búho, duerme de noche y vive de día. Lo vuelvo a mirar y vuelvo a pensar en lo diferente que somos, y me mortifico por ser tan imbécil y llegar a pensar en algún momento que lo nuestro podía tener sentido. No tiene sentido, ni futuro, ni lógica. Él es un actor porno de primera división cuyo trabajo consiste en meterse las pollas más grandes del universo en la boca y en el culo, mientras un señor lo graba con una cámara. Yo soy un puto moro de mierda y aunque ya esté españolizado y tenga papeles y sea uno más, en el fondo no soy uno más, porque también arrastro una historia muy complicada. Lo nuestro no es de libro, es de telenovela, de culebrón venezolano…
Ya en la habitación Martín pasa al baño a darse una ducha. Yo también pienso hacer lo mismo en cuanto salga. No soporto el olor a tabaco.
Mientras se ducha pienso en que mañana a esta hora estaremos en México, lindo y querido. Y confío en que allí nos vaya mucho mejor. Cada momento que pasa tengo más ganas de acabar el puñetero libro. Normalmente escribo sin problemas ni bloqueos, pero como esta historia no nace de mi cabeza, sino que parte de lo que he visto y oído, es mucho más difícil darle forma.
—Ya puedes pasar —me dice Martín al salir del baño envuelto solamente en una toalla blanca y con el pecho algo húmedo todavía. Le doy las gracias amablemente y una vez bajo el grifo abro el agua caliente al máximo. Me gusta ducharme con el agua muy caliente, tanto que el espejo del lavabo empieza a empañarse rápidamente. Mi piel se enrojece al contacto con la elevada temperatura del agua, pero me relaja muchísimo y es justo lo que necesito. Dejo que el agua caiga sobre mi cabeza, sobre mis hombros, sobre mi espalda… Los chorros con tanta presión y tan calientes hacen la misma función que un buen masaje. Me pasaría horas metido en la ducha pero pienso que es mejor que me dé prisa y me acueste, que mañana me espera un viaje muy largo.
Mientras me estoy secando, oigo una música muy suave que inunda toda la habitación. Juraría que es jazz. «Será Martín que está viendo algo en la tele», pienso. Cuando salgo del baño con una toalla como hizo él hace un rato, me encuentro que la habitación está llena de velas. La música sale del televisor de un extraño canal de radio y Martín me tiende la mano para que se la coja.
—¿Quieres bailar? —me pregunta.
—¿Qué es todo esto? —le pregunto perplejo mientras accedo a bailar con él.
—Por mucho que nos empeñemos en que no pase, está claro que va a pasar, así que si para ti es tan importante, será mejor que pase de una forma especial —me dice.
Me parece algo tan bonito que lo beso, lo beso de la misma forma que me ha besado él en la discoteca, pero ahora siendo consciente de que es de verdad y de que los dos queremos.
—Probablemente mañana cuando me despierte me arrepentiré de esto —le digo.
—Probablemente —confirma Martín.
—¿Y no te da miedo pensar en mañana?
—Mañana también es hoy —me dice mientras me vuelve a besar.
Nuestras bocas se buscan y nuestras respiraciones se agitan. Mis manos acarician su espalda, su torso perfectamente depilado y definido, mientras sus manos se enredan entre los pocos pelitos de mi pecho. Se mete un dedo en la boca y lo humedece, para luego pasarlo por uno de mis pezones, que enseguida reacciona y se pone firme. Un leve quejido se escapa de mi boca cuando lo retira, porque no quiero que pare, me gusta que me los estimule, así que empieza a hacerlo con su boca poniéndole trampas con los labios. Primero el izquierdo y luego el derecho. Luego lo hago volver a subir para poder besarlo de nuevo. Me gusta mucho como besa, como sabe su boca, como huele su aliento… Pasa las manos por mi espalda y mi pecho y deja caer la toalla que tengo puesta en la cintura. Mi rabo salta a recibirlo duro y firme, conocedor de que es la primera vez que me ve desnudo.
—¡Qué bueno estas! —me dice— Qué ganas tenía de tenerte así.
Vuelve a estrecharme en sus brazos y a besarme mientras mi polla se aplasta contra su toalla. Como creo que es justo que estemos en igualdad de condiciones, le quito la suya, y aunque he visto a Martín ya desnudo muchas veces, esta es especial, porque es sólo para mí. Un pase privado de la mejor de sus películas, la que está haciendo porque le apetece, no porque le paguen.
Nuestros cuerpos desnudos se estrechan uno contra otro mientras nuestros sables luchan a muerte por ver cuál es el más resistente. Martín me tumba sobre la cama y con tiernos besitos me recorre todo el cuerpo. Me besa en los labios, en la barbilla, en el cuello, en el lóbulo de la oreja… Y a veces en vez de besarme, me pasa la lengua muy suavemente. Mientras lo hace yo lo abrazo fuerte, muy fuerte y aspiro profundamente para poder sentir el subidón que me provoca la enorme cantidad de feromonas que desprende este hombre. Oler a Martín es como esnifar popper, te pone cardiaco. Tiene un olor especial, es una mezcla de sexo, morbo… No sé explicarlo.
Su boca está ahora en mi pubis, que está perfectamente recortado. Pasa su cara por mi vello púbico y el rizo de mi pelo le hace cosquillas. Luego sopla muy despacio sobre mi polla y cuando una gota de líquido empieza a asomar por el glande, abre la boca y se la traga. Se la mete en la boca hasta la misma garganta, para luego sacarla muy despacito y sin parar de recorrerla con su lengua. Martín la chupa tan bien como pocas veces me la han chupado; tan solo Fran está a la altura de la circunstancia. Tomo la iniciativa y soy yo el que lo tumba a él sobre la cama para empezar a recorrerlo con mi lengua. Con ella dibujo sus tatuajes, me da morbo sentir su relieve en mi piel. Levanto el brazo que lleva tatuado y le paso la lengua por la axila que tiene totalmente depilada. Un escalofrío le recorre el cuerpo y hace que se le ericen la piel y los pezones. Cuando llego a sus partes nobles, su polla está erguida esperándome y su enorme glande pidiéndome que lo devore. Aspiro profundamente y vuelvo a sentir ese subidón, así que chupo con gula. Con una mano estrangulo sus huevos mientras me trago aquel rabo con el que tantas y tantas veces he soñado. Martín me aguanta la cabeza para indicarme el ritmo que más le gusta, pero yo de vez en cuando se lo altero, para que deje aparcada su profesionalidad y no pueda controlar cuando le viene el orgasmo. Después de un buen rato mamando del biberón, me meto en la boca sus cojones; el grito de placer que da mi deseado Martín puede escucharse en toda la planta.
Poco a poco empiezo a estimularle con la lengua la zona que hay desde sus huevos hasta el culo. Paso la lengua tímidamente para que al llegar el escalofrío y volver a pasar la lengua bien abierta, ese frío se convierta en calor y las sensaciones sean mucho más intensas. Con la lengua dibujo la circunferencia que delimita la entrada a su cueva, que al sentir el roce directo de mi lengua, hace un leve parpadeo, como si fuese el ojo que todo lo ve. Como veo que le gusta sigo por ahí y comienzo a introducir muy despacio mi lengua dentro de su culo. Es curioso que a pesar de las monumentales folladas que le pegan en las pelis, su culito se conserva bastante estrecho, lo que me hace tener muchas más ganas de trabajármelo bien a fondo. Con los labios lo mordisqueo y succiono con fuerza como si quisiese hacerle un chupetón. Martín se revuelve de placer en la cama, agarrándose a las sábanas y pidiéndome que por favor no pare. Se muerde uno de los puños para no gritar cuando meto mi lengua entera y la intento expandir dentro de su recto. Rápidas metidas y sacadas hacen que casi tenga convulsiones y cuando me pongo el condón y empiezo a hacer presión con mi polla en la entrada de su culo, me pide que por favor le dé su merecido, que necesita que me lo folle bien follado porque nadie le ha puesto nunca tan caliente como yo.
Hay que reconocer que ese tipo de comentarios te hacen crecerte, aunque sean propios del delirio del placer, pero en el momento ayudan y cuando mi polla atraviesa su esfínter y empieza a resbalar cuidadosamente hasta lo más profundo de su interior, Martín se pone tenso y colorado y la vena del cuello, la misma que vi que le aparecía en la película, le vuelve a salir. Una vez que le ha entrado entera, entonces se relaja. Yo creo que lo hace porque si está en tensión, siente más como lo atraviesa la polla y eso es lo que le gusta. La dejo ahí quieta un momento, hasta que se le acostumbre y luego empiezo a follármelo rítmicamente. Saco la polla casi entera, dejándole dentro solo el glande y cada una de las veces que se la vuelvo a meter grita de felicidad. Con cada embestida, siente más y más placer. A ratos se pajea mientras me lo follo y a ratos lo pajeo yo. Me escupo en la mano y se lo extiendo por el glande para que esté bien lubricado y mi mano resbale bien mientras lo masturbo. Mientras le meto la polla por primera vez, he visto como se le endurecía la suya aún más si cabe, y como sus venitas resaltaban.
—Ponte a cuatro patas —le ordeno—. Quiero a cada embestida leer como tu tatuaje me pide más y más.
Dicho y hecho. Se pone a cuatro patas y mi rabo casi entra solo. En esa postura, Martín realiza un movimiento con las caderas que hace que mi miembro se restriegue contra todas y cada una de las paredes de su interior, haciendo que ambos, nos volvamos locos de placer. Mi sudor cae sobre él y cada vez que se la saco y se la meto y leo en su espalda la palabra «more», me dan ganas de empujar más fuerte, tanto, que llega un momento en el que creo que me voy a correr y como él se da cuenta, se la saca y me tira contra la cama boca abajo.
Sin ningún tipo de preámbulo, Martín sumerge su cabeza en mi culo y puedo sentir cómo esos labios carnosos, gracias al bisturí, tienen muchas más funciones que la estética, porque la presión que ejercen al intentar succionarme el culo me hacen dilatar a los pocos segundos. Su larga lengua inspecciona el terreno como si fuese la cabecilla de una expedición, y sin miedo ninguno se adentra en la oscura cueva que pronto será su casa. Martín me separa los cachetes con las manos y me clava la lengua todo lo profundo que puede. Me escupe dentro del culo, me lo extiende con los dedos que entran y salen de mí con toda facilidad. Me gusta tanto esa sensación que no quiero que pare, no quiero que acabe nunca así que le pido que por favor me folle de una puta vez.
Inmediatamente se pone el condón y me clava la polla sin ningún tipo de compasión. Estoy tan caliente, que me entra a la primera y cuando siento todo su cuerpo encima de mí mientras me está follando, me siento súper excitado. Sentir sus músculos contra mi espalda y su rabo entrando y saliendo de mi ojete hace que yo también empiece a serpentear en la cama, produciendo casi el mismo efecto que cuando lo tenía yo a él a cuatro patas. Después de un rato, me saca la polla, me hace tumbar boca arriba y se quita el condón de un tirón. Con una mano agarra las dos pollas, una contra otra, y comienza a masturbarnos. Suelta y se escupe para que nuestros circuncidados rabos resbalen mejor con la saliva. Sus dedos casi no pueden abarcar la circunferencia de nuestras pollas. Aun así, pone los ojos en blanco y comienza a gemir indicando que va a correrse. Dicho y hecho, un segundo después un buen chorro de semen ha caído contra mi pecho y el resto chorrea por su mano y mi miembro. Yo al ver esto, eyaculo al instante. Me corro entre gritos y súplicas para que no pare hasta que yo le avise para que así no me corte el orgasmo, porque a veces aun después de correrme, puedo seguir sintiendo como si estuviese haciéndolo. Cuando todo acaba, Martín cae sobre mí y con su mano extiende la leche de ambos por mi cuerpo, impregnando los pelitos del pecho y la hilera que baja desde el ombligo hasta el vello púbico. Luego me besa en los labios apasionadamente y me dice que espera que mañana cuando nos levantemos, a pesar de la resaca, podamos acordarnos de todo esto.