Un duro día de rodaje

Dicen que el primer amor nunca se olvida y es cierto, porque mientras Martín me contaba su historia de tierno adolescente y me lloraba en el hombro, yo recordaba a mi hermano Ahmed y lo importante que fue para mí, aunque él nunca fuese realmente consciente. La mía no fue una historia de amor al uso, tampoco lo fue con mi tío y mucho menos con David, que me abandonó cuando más lo necesitaba. No sé si la historia con Fran debería considerarla una historia de amor o no, pero tengo que admitir que desde que llegamos a Nueva York no me lo quito de la cabeza. Hay cosas que me recuerdan a él, hay lugares, olores, imágenes, que me encantaría estar disfrutando a su lado. Pero a la vez, en este viaje estoy descubriendo un Martín que no es para nada el chulito prepotente que yo creía al principio. A veces pienso que ha dejado de luchar conmigo para tratarme como a un igual. No sé si es que yo me he ganado el puesto o no, pero es cierto que me trata de una forma distinta y yo lo prefiero. También él ha bajado la guardia y ahora se muestra mucho más receptivo, más sensible, más humano. Conmigo no puede hablar de marcas de ropa, ni de gimnasio, ni de drogas, ni de porno, porque no estoy nada puesto en esos temas, y yo creo que junto a mí está redescubriendo otra vez sensaciones y sentimientos que tenía olvidadas. Sufrir no le gusta a nadie, pero sentir es algo absolutamente necesario y si levantas un muro en tu vida y sólo eres capaz de bajar la guardia cuando hay química de por medio, me parece muy triste.

De todas formas, para llevar la vida que lleva Martín hay que servir, porque es un culo inquieto y hoy está aquí grabando un programa y mañana está en la otra punta del mundo en una sesión de fotos. Pasado monta una fiesta en la capital de algún país medio liberal y el otro está encerrado en el estudio de grabación liado con su disco. Yo creo que no podría. Necesito una vida más tranquila y a pesar de lo que me quejo de mi mini buhardilla y de las malas condiciones en las que está mi edificio, los echo de menos. Ningún hotel puede superar la comodidad de estar en tu casa, por muy cinco estrellas que sea. Yo necesito mis cosas y tenerlas siempre a mano, porque son las que no me hacen perder el norte y las que me recuerdan quien soy en todo momento.

Me pregunto qué pasará cuando todo esto del libro acabe. Cuando se publique supongo que tendré que hacer algo de promoción junto a Martín. Me hace mucha ilusión, por supuesto que sí, porque me está costando la vida parir a este hijo, y nadie, excepto yo, sabe el trabajo de investigación y documentación que hay detrás, porque aunque la gente no aprecie eso, me quedaré contento con que el resultado les haya convencido.

Cuando todo esto acabe, quiero volver a mi vida normal. Quiero volver a ser ese escritor anónimo que no se codea con gente de la jet set, con falsos famosos o con locutores impertinentes. Quiero volver a la vida de antes, donde puedo pasar todo lo desapercibido que yo quiera, a pesar del éxito.

—Khaló ¿qué prefieres el boxer azul o el verde militar? —me pregunta Martín que está probándose el vestuario para la escena.

—El militar siempre será más morboso —le digo con una sonrisa.

Una vez más, Martín se desnuda allí en medio y con la naturalidad a la que ya nos tiene acostumbrados y mientras se pone la prenda indicada, el director de la peli le presenta a los que son sus compañeros de escena; Rob, Thomas y Steve son tres maromos de uno noventa, con unos músculos como piedras y unos tatuajes en forma de tribal que les recorre determinadas partes del cuerpo y que dan bastante morbo. Tienen una estética muy skin y a mí eso me encanta.

—Siempre me dieron morbo esos tíos que no sabes si van a follarte o pegarte una paliza —le digo a Martín.

—Pues espero que como mínimo las dos cosas —me contesta con una cara de vicio en la que no puedo vislumbrar ni un ápice de la persona que unos minutos atrás lloraba desconsolado.

La escena es bastante cañera. Para empezar le esposan las manos en la espalda porque tiene que fingir que es un prisionero de guerra que han hecho los del otro bando. Es curioso que hayan hecho prisionero a un tío que ha ido a la batalla en calzoncillos, mientras los otros van perfectamente uniformados. En fin, cosas del guión, supongo. Las tres bestias empiezan a gritar a Martín y a insultarlo. Hay que reconocer como se crece el cabrón cuando la cámara está grabando porque los desafía con la mirada de una forma en la que yo no sería capaz ni aun sabiendo que cuando el director lo ordene van a parar la escena. Primero le dan una buena paliza. Repiten la escena varias veces para que la cámara pueda recoger en primer plano como esas botas militares patean las costillas de mi actor favorito. Lógicamente, todo es fingido, pero luego la escena se montará tan deprisa que quedará muy realista. Traen un vaso lleno de un líquido rojo que parece tomate o ketchup o algo así y le piden a Martín que lo tenga en la boca y que cuando el director lo ordene, lo escupa contra la cámara, como si fuese por el efecto de un golpe. Lo repite cuatro veces. No porque no lo haga bien, sino porque el director quiere grabarlo desde todos los ángulos para que, al unir los planos, dé un efecto más realista.

Miro la hora en el móvil y me doy cuenta que ha pasado una hora y media desde que empezaron a rodar y todavía ni se han quitado la ropa. Nunca me imaginé rodar porno fuese algo tan minucioso. Pero también es cierto que cuando ves una película no te fijas en los detalles técnicos, sino en el pollón que tiene el protagonista o en la forma en que se lo está follando el otro, básicamente.

El director pide silencio y después de explicarles a los chicos lo que tienen que hacer en la siguiente escena, comienza a rodar.

Zarandean un poco al prisionero y luego lo tiran al suelo y uno de ellos lo obliga a que le limpie las botas con la lengua. Martín obedece al instante y comienza a lamer unas botas viejas de cuero, tan sucias como usadas, pero que él está dejando relucientes como si fuese el mayor de los manjares y sin ningún tipo de escrúpulo. El militar obliga a levantar la cabeza a Martín tirando de la cadena que tiene enganchada al cuello y escupe sobre su propia bota. Martín al ver esto, abre la boca para que también le escupa dentro, cosa que hace al instante y mientras él comienza a degustar el fantástico lapo que le han dejado, otro de los chicos comienza a pasarle la mano por la espalda, hasta que llega a los calzoncillos y sin avisar los rompe justo a la altura del ojete y comienza a lamérselo. Martín levanta el culo todo lo que puede y en su cara puede verse que ya no está actuando, el muy cabrón está disfrutando como un niño pequeño. Más de una vez me ha dicho lo que le gusta que le coman el culo y si encima te lo hacen tres cabrones como estos que están más buenos que el pan, pues ya te digo. Yo también estaría encantado. Tanto, que estoy a punto de ofrecerme como extra.

Hay dos tíos luchando por ver quién le come mejor el ojete mientras él sigue lamiendo las botas de su amo, que se ha sacado la polla y tiene una argolla enorme que le traspasa el glande. Una vez más, vuelve a tirar de la cadena para que mi jefe lo mire, y cuando lo hace comienza a mearle encima. Martín tiene toda la boca llena de saliva y de barro de las botas que se está comiendo mientras un líquido amarillo y caliente, como un caldo, se desliza por su cara y su garganta, mojando todo su cuerpo. Luego apunta de nuevo a la dichosa bota y se sigue meando encima mientras obliga a Martín que se la deje bien limpia. Tres o cuatro lametones después, vuelve a tirar de la cadena para que suba a chuparle la polla. El señor Mazza accede con gusto y pone en funcionamiento esa garganta profunda que se ha labrado a base de comerse los pollones más enormes de todo el cine X. Se la mete entera en la boca y luego la saca despacio y cuando está totalmente fuera, juguetea con la lengua y con la anilla que tiene este tipo en el glande. El del piercing gime de placer, pero lo hace de una forma muy especial, porque hace un ruido que casi parece un toro. Parece que muge en vez de gemir y la verdad al verlo tan grande y tan viril, da un morbazo escucharlo gritar de esa forma que yo creo que absolutamente todos los que estamos en la sala viendo como ruedan, estamos empalmados.

Tumban al humillado en una especie de mesa de torturas y le hacen otro agujero en la ropa interior, pero esta vez para dejar salir su rabo, que con la comida de culo que le han hecho, se le ha puesto firme y tiesa como el mástil de la bandera. Uno le chupa la polla, al otro se la chupa Martín y el que le ha meado encima, comienza a follarle el ojete, ahora que ya lo tiene bien lubricado. Están así durante un buen rato hasta que el director corta la escena y los pone de otra postura y luego de otra más. Cuando ya le han hecho de todo a Martín y los tres se lo han calzado en distintas ocasiones y además a los tres se la ha chupado, le atan unas cadenas en los pies y deciden colgarlo como si de un murciélago se tratase.

Primero lo usan como saco de boxeo, y vuelven a darle una buena paliza, luego mientras uno vuelve a comerle el culo, otro empieza a chuparle la polla. El jefe de aquellos nazis, enciende un puro y se lo fuma tranquilamente mientras los mira y se pajea. Martín grita como un loco porque se lo está pasando pipa, a pesar de la postura tan incómoda. Cuando el del puro va a correrse le ordena que abra la boca y le echa toda la lefa dentro. Martín se atraganta por estar cabeza abajo y la acaba escupiendo, que chorrea por toda su cara. El director corta de repente la escena y decide cambiar los planes así que en primer plano, se ve la cara de Martín con la lefa pegada de la corrida anterior y de repente entran en plano dos enormes pollas, una por cada lado, que comienzan a mearle la cara, haciendo que con sus poderosos chorros se le despegue el semen del tipo del puro y se caiga al suelo. Cuando terminan, los dos le meten los rabos a la vez en la boca y él los chupa con esmero. Primero una y luego otra. Las dos a la vez. Martín es uno de los mejores actores porno del momento y una vez más está dispuesto a demostrarlo. Enrosca su lengua en cada una de esas salchichas que entran y salen de su garganta. Cuando se van a correr, no le pilla desprevenido como antes y consigue retener toda la lefa en su boca para soltarla poco a poco y que vuelva a resbalar cuando la cámara le está haciendo un primerísimo plano. Los que se acaban de correr empiezan a alternarse para chuparle la polla al que está colgado y pronto además de la cara, también los huevos se le ponen rojos además de por la postura, porque va a correrse. El grito que da Martín al eyacular es tan estridente como ensordecedor. El chorro sale disparado a presión y a pesar de la distancia, casi llega a la cámara.

—¡Increíble! —grita el director mientras bajan a Martín y aprovecha para felicitar a todos los actores por lo bien que ha salido la escena. Ahora sólo necesita grabar algunos primeros planos de sus caras, para tener material necesario para la hora del montaje. Los vuelve a colocar sobre la mesa en las mismas posturas que el principio y les pide que finjan que están follando de nuevo y que gesticulen como si fuesen a llegar al orgasmo, así él puede captar su cara en el momento cumbre, aunque no sea el momento real.

—¿Qué tal Martín? —le pregunto cuando vuelve después de ducharse.

—Ha sido increíble. Nunca me había corrido de esa forma.

—¿Y eso?

—Yo creo que ha sido la postura. Imagínate que si la sangre circula en un sentido, al colgarte boca abajo comienza a hacerlo en el otro. No lo sé. Tal vez lo siga haciendo en el mismo sentido, pero a distinta velocidad. El caso es que cuando iba a correrme, sentía como los huevos se me iban endureciendo.

—Qué fuerte ¿no?

—Sí y ¿sabes la sensación esa que te recorre la polla cuando vas a correrte?

—Claro —le contesto.

—Pues era algo extrañísimo porque era eso pero como multiplicado por diez. Ha sido un orgasmo intensificado. Ha sido súper largo.

—Tenías que haber visto tu cara —le digo.

—Bueno, la veré cuando salga la peli —me dice riéndose.

—¿Sueles ver tus propias películas? —le pregunto curioso.

—Siempre las veo cuando salen en DVD para ver que tal he quedado yo en pantalla, si hay algo que pueda mejorar, alguna mueca rara, para ver como chupo las pollas, si lo hago de una forma morbosa…

—¿Me estás diciendo que tienes estudiada hasta tu forma de comer pollas delante de la cámara?

—Hombre, Khaló. Estudiada no porque es algo que me sale natural, pero sí es cierto que incides más en algunos detalles o incluso los exageras un poco para despertar el morbo en los demás.

—Me estás dejando muerto. No pensaba yo que esto del porno fuese tan complicado.

—Y no lo es. Cuando le coges el punto está chupado. Yo lo disfruto muchísimo.

—Sí, ya he visto. Vaya corrida.

—Pues si la has visto buena, mejor la he sentido yo —me dice riéndose.

—¿Y te pones cachondo viendo tus pelis? —lo interrogo.

—Viéndome a mí no. Pero sí es cierto que a veces un polvo con determinados actores me ha gustado tanto, que en casa no he podido evitar hacerme un buen pajote rememorándolo. Y también hay veces que he repetido con el actor, directamente.

—¿Y es lo mismo?

—No. Fuera de cámaras algunos pierden mucha gracia —se sincera Martín.

—¿Tú nunca te has planteado dirigir porno?

—Por ahora prefiero actuar. Lo que sí he hecho son castings para determinadas productoras, pero dirigir en el sentido literal, no.

—¿Y te ha pasado alguna vez que algún tío te haya dicho que le pusieses alguna de tus pelis antes de follar?

—Montones de veces —me responde.

—¿Y se las pones?

—Si le da morbo, ¿por qué no?

—No juzgo, sólo pregunto y anoto.

—¿Para el libro?

—Y para mi vida, que estoy aprendiendo cada cosa a tu lado…

—Tampoco exageres, que ni que estuviésemos ante San Khaló Alí —me dice intentando buscarme la cosquillas para que salte. Pero yo que soy más listo, no entro al juego.

Martín se viste y nos llevan de vuelta al hotel. Entre una cosa y otra cuando llegamos ya es de noche. Pillamos una pizza gigantesca y nos la subimos a la habitación para cenar allí tranquilamente. Cuando abrimos la caja, la pizza es enorme, con muchísimo queso, piña y bacon. Nos lo estamos pasando de puta madre, pero ambos echamos de menos determinadas cosas, sobre todo la comida.