Cuando Martín entra en el camerino, yo ya llevo allí un buen rato. Trae dos vasos de tubo. Una copa para mí y la otra para él.
—¿En qué demonios estabas pensando? —le grito.
—¿Cómo?
—Estabas follándote al mismo tío que hace dos días te puso verde ante toda España.
—Hay que tener contentos a los admiradores.
—¿Qué? No puedo creérmelo —le contesto asombrado.
—Toma, te he traído una copa.
—No quiero beber más.
—Bebe, que te hace falta —me dice—. Te veo muy nervioso.
—No estoy nervioso, estoy enfadado.
—¿Y por qué tienes que enfadarte tú?
—Porque no te entiendo. Hace dos días ese gilipollas pretendía hundir tu carrera y tu reputación y ahora de premio vas y te lo follas…
—Es lo que andaba buscando. ¿Qué mejor forma de taparle la boca que con mi polla? —me contesta sonriendo.
—No le veo la gracia. Es más, no sé a qué estás jugando.
—No juego a nada.
—Pues no lo parece. Tienes que hacer un show en vivo y media hora antes te follas precisamente al que podría ser tu peor enemigo.
—¡Qué exagerado! —me dice Martín.
—¿Exagerado? Pues luego no me llames cuando estés preocupado en tu casa.
—Eso es un golpe bajo.
—No, un golpe bajo es tirártelo después de lo que ha hecho.
—Mira, Khaló: a este tipo de personajes hay que darles una de cal y otra de arena para tenerlos contentos —me cuenta.
—¿Y dónde está tu dignidad? —le pregunto muy enfadado.
—No creo que haya hecho nada malo. Al contrario, estaba salvándome el culo.
—¿Y tenías que follártelo para salvar tu culo?
—El mundo es así.
—No. Tu mundo es así y es un asco.
—Te queda mucho que aprender. Esto es un negocio y tengo que salvarlo como sea. Vivo de mi cuerpo y de mi imagen y no voy a permitir que ningún subnormal venga a joderme lo que a mí tanto trabajo me ha costado conseguir —me insiste levantando un poco la voz—. Además, tengo que confesar que ese cabrón me pone un montón. Sé que es un gilipollas pero no puedo evitarlo, me la pone dura.
—¿En serio te gusta ese estúpido?
—Sí, no puedo evitarlo. Además, a mí siempre me ha dado morbo la gente que me da caña, que me lo hace pasar mal. Siempre he tenido un puntito masoquista.
—De todas formas, me parece que no era la manera.
—Khaló: estás aquí para escribir un libro, nada más. Así que limítate a hacer tu trabajo.
—Perfecto, es lo que voy a hacer. Voy a escribir un libro donde se te defina a la perfección, donde la gente vea que bajo la fachada de Martín Mazza no se esconde más que un gilipollas egocéntrico y prepotente. La gente va a saber lo narcisista que eres y la vida de mierda que llevas.
—No te consiento… —me grita.
—Ese es tu problema, que no estás acostumbrado a que la gente te diga las cosas que realmente piensa de ti —le interrumpo—. La peña se acerca porque saben que a tu lado hay copas gratis, drogas, sexo… Te exprimen y te exprimen pero no te valoran, porque tú no te haces valorar.
—¿Y eso me lo dice tú? Te recuerdo que para despegar como escritor tuviste que contar cómo se la mamabas a los amigos de tu tío, cómo te sodomizaba en el sótano ese lleno de ratas o cómo tuviste que hacer de chapero en Madrid. Te recuerdo que cuando llegaste aquí no tenías ni zapatos que ponerte. Y por supuesto, tu etapa en la cárcel. Me gustaría saber cuánto hay de verdad en ese libro que escribiste —me reprocha Martín cada vez más enfadado.
—No me hagas reír. ¿Cómo te atreves a preguntarme cuánto hay de verdad en mi libro cuando tú eres el primero que estás hecho de goma? ¿Te queda algo de verdad, algo que no te hayas operado?
Martín me mira con todo el odio y el rencor que me merezco, que nos merecemos, porque ambos acabamos de decirnos las cosas más horribles que podíamos habernos dicho. Afortunadamente, la conversación se ha visto interrumpida porque alguien ha llamado a la puerta del camerino. El señor Mazza abre la puerta y la persona que hace entrada es justo su amiguito, el que me ha reventado el culo hace un rato.
El ambiente está muy tenso. Martín y yo casi no nos miramos. Necesito una copa así que me bebo casi de un trago la que me trajo mi jefe antes de la discusión. Los hielos se han derretido, pero mi cuerpo me pide un buen pelotazo para que me serene la mente y me relaje.
Vuelvo a mirar a Martín y tengo sentimientos encontrados. Por un lado me entran ganas de mandarlo a la mierda a él y a su puto libro, porque desde que ha aparecido en mi vida lo único que ha hecho ha sido desmantelarla. Me ha robado la tranquilidad que la habitaba, ha hecho que me enfade con Fran y lo peor de todo es que me está haciendo sentir cosas que no debería, que hacía mucho que no sentía y no sé si toda esta discusión la han provocado mi miedo, mis celos, mi rabia o qué… No lo sé.
—Bebe tranquilo que nadie te lo va a quitar —me dice el amigo de Martín mientras prepara unas rayas.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto—. Martín tiene que actuar en apenas media hora.
—Lo sé —me contesta sonriendo—. Yo soy su partenaire.
—¿Qué?
Me he tirado justo al que tiene que follar con Martín, que a su vez se ha tirado al periodista. Me pregunto como van a conseguir empalmarse después de tanto alcohol y tanto sexo.
—Ya está —dice cuando termina de ajustar tres hermosas líneas blancas.
—Yo paso —le digo.
—¿Y eso? —me pregunta.
—A Don Perfecto le gusta dar lecciones de moral —dice Martín antes de que yo pueda decir nada, así que prefiero no entrar en el juego y no contestar.
—Pues Don Perfecto tiene un culo que lo flipas —dice justo antes de esnifar la primera de las rayas el que las estaba preparando.
—¿Qué pasa? ¿Que te gusta? —pregunta Martín mientras se mete la segunda.
—Gustarme es poco, no sabes el polvazo que hemos echado en ese sofá hace un rato —le contesta.
Martín no dice nada, sólo sonríe y gira la cabeza un par de veces mirando hacia mí. Yo no soy capaz de mantenerle la mirada, así que agacho la cabeza, avergonzado, no sin antes percatarme de que un brillo de decepción inunda sus ojos. Hago ademán de salir de la sala, pero Martín me agarra del brazo y me dice que tengo que ayudarle a prepararse para el espectáculo. No contesto, simplemente me quedo quieto en el sitio cuando me suelta.
De uno de los bolsos que traen, sacan la ropa que van a ponerse. Fingirán que son dos boxeadores y después de un pequeño y falso duelo, el que gane tendrá que follarse al otro. Lo echan a suerte y deciden que Martín hará de activo y el otro chico de pasivo. Ambos se desnudan y una vez que están como Dios los trajo al mundo, cogen lo que parece ser una sombra de ojos negra y con el dedo se ensombrecen justo debajo de los pectorales y apretando el estómago, lo pasan suavemente también por la marca que dejan sus abdominales. El resultado es increíble porque la tenue luz que habita aquel sucio camerino hace destacar un relieve muscular, que no es el real. Ambos están bastante cachas, muy fibrados por el gimnasio y los esteroides, porque aquel puntito de maquillaje les ayuda a aumentar el volumen de unas abdominales que ya de por sí parecen una tableta de chocolate. Ahora entiendo eso de que los sentidos pueden engañarnos. Por supuesto que pueden engañarnos; una luz difusa y un poco de maquillaje hacen milagros, acabo de comprobarlo. El chico descuelga el espejo que hay en la pared y me pide que lo sostenga para verse mejor mientras repite el mismo proceso. Martín lo ayuda aumentando visualmente los pectorales que ya de por sí tiene grandes y duros como piedras.
Luego se embadurnan el cuerpo con un poco de aceite. Es increíble cómo puede mejorar un buen cuerpo con estos pequeños trucos. Ambos se van extendiendo el aceite el uno al otro por todo el cuerpo. Pasan sus enormes manos muy despacio por los hombros, por los brazos, por los musculados torsos, se acarician los cachetes del culo y además, se empiezan a restregar las pollas, una contra otra. Para el show tienen que estar bastante excitados, así que pronto empiezan a toquetearse el uno al otro. Se pajean, se tiran de los huevos, se meten un dedo en el culo y pronto aquellos dos cuerpos inertes comienzan a llenarse de vida y a levantarse, como si fuese un milagro.
Los rabos se les ponen morcillones pero no consiguen empalmarse totalmente, así que, una vez más, vuelven a sorprenderme. Yo siempre he oído que la coca te pone caliente, pero parece ser que cuando ya estás acostumbrado a ella el subidón es solamente emocional y no sexual. Martín saca una bolsa de una farmacia con un par de cajitas.
—¿Qué es eso? —pregunto asustado.
—El mejor invento de este siglo.
—Sí, pero ¿qué es? —vuelvo a insistir.
—Es como la Viagra, pero líquido. Caverject se llama —me responde.
—Menos dañino y con menos efectos secundarios —contesta el otro chico.
—¿Y cómo se toma eso? —pregunto ignorante.
—No se toma, se pincha —me informa Martín.
Martín está de pie mirándose al espejo que vuelve a estar colgado en la pared y comienza a pajearse. Todo su cuerpo brilla por el aceite. Sus músculos se ven más marcados que nunca y su polla traspasa el umbral de su mano con cada movimiento. La polla de Martín es bastante cabezona. Es más gorda que grande. Me gusta ese glande rosado que tiene. Se escupe en la mano y comienza a frotarse aquel cabezón que corona su rabo. Mientras él se pajea, yo también me pongo morcillón. Martín me pone, y me pone muchísimo. Me pone tan bruto que no me importaría arrodillarme ahora mismo y ponérsela bien dura dentro de mi boca, pero consigo controlarme cuando veo que tiene una jeringuilla en la mano y la presiona un poco para expulsar el poco aire que contenga aquel mejunje. Con un algodón impregnado en alcohol se frota la polla y justo en la vena que tiene más gorda y marcada, que le recorre toda la polla, clava la jeringuilla muy despacio y comienza a vaciarle dentro su interior.
Yo miro absolutamente impresionado cómo realiza el ritual sin inmutarse. Se nota que no es la primera vez, ni la segunda… La profesionalidad de sus movimientos delata un hábito probablemente adquirido en el mundo del porno. Extrae la jeringa y busca otra vena que esté bien marcada en el otro lado de la polla y vuelve a clavar. Cuando acaba, vuelve a pasear el algodón húmedo por todo su rabo.
—Tranquilo, es seguro —me dice al ver mi cara de estupefacción por lo que está haciendo—. Es mucho mejor que la Viagra porque al ir inyectado directamente en la zona donde tiene que hacer efecto, evita posibles infartos y otros efectos secundarios.
Asiento con la cabeza y observo cómo ahora es el turno del otro tío, que también tiene el rabo medio duro y está seleccionando la vena donde pincharse.
—Hazlo tú, Martín, que tienes más experiencia —le dice.
Martín agarra su polla con una mano y con la otra inyecta una nueva dosis de aquel medicamento milagroso. Primero en un lado y luego en otro. La aguja va penetrando lentamente en la piel de aquel cuerpo cavernoso que se tensa inmediatamente al recibir aquella agresión. Sus huevos, que mientras me follaba colgaban majestuosos y grandes como de toro, se muestran ahora muy prietos y casi pegados al culo, como de perro.
Mientras hace efecto se meten un par de rayas. Tienen las pupilas bastante dilatadas. No sé qué cantidad de mierda se habrán metido, pero en sus ojos puedo ver que es mucha. Aún así, siguen bebiendo y esnifando.
—¿No crees que deberíais parar un poco? —les pregunto.
—Tranquilo, pequeño explorador, está todo controlado —me contestan entre risas, mientras se funden en un enorme e intenso morreo que va acompañado del restriegue de sus cuerpos, uno contra otro. Parece que el medicamento mágico comienza a hacer efecto porque sus rabos se funden en un verdadero duelo de espadas.
Unos golpecitos en la puerta nos devuelven al mundo real. Abro tal y como me piden y entra el dueño del local con una bandeja con varios vasos y una botella de güisqui.
—¿Cómo están mis chicos favoritos? —pregunta mientras fuma un puro que deja un olor asqueroso en todo el camerino.
—Estamos casi a punto —responde Martín.
—Perfecto, porque el espectáculo debe comenzar —indica—. La sala está completa. Hay un lleno absoluto, ya sabía yo que traer a la estrella porno del momento era un buen negocio. Bueno, aquí os dejo esta botella para que os entonéis un poco y aquí tenéis un pequeño regalito de parte de la casa —dice mientras saca un pequeño frasquito y vierte parte de su contenido en dos de los vasos de tubo que están vacíos. Sobre este líquido, vierte además un poco de güisqui que rápidamente colorea todo el contenido.
—Venga, de un trago, campeones —les dice a los dos actores que inmediatamente obedecen, sin preocuparse en absoluto por lo que han tomado ya y sin molestarse siquiera en preguntar qué es lo que van a tomar.
Aquel viejo baboso sale del almacén reconvertido en camerino y el efecto de aquella nueva droga no se hace esperar. El subidón es tan fuerte que ambos están colorados como si fuesen a explotar. Las pollas duras como garrotes y los ojos casi parece que se les va a salir de las órbitas. Por megafonía comienzan a presentar el espectáculo mientras los dos actores saltan por todo el camerino con el cipote tan duro que apenas se les mueve en el aire a cada salto.
Cuando aparecen en escena, el público los aclama. Cientos de jovencitos gritan el nombre de Martín y estiran los brazos para poder tocarlo. Los actores están tan calientes que pasan de la primera parte del show donde debían fingir un combate de boxeo y directamente se ponen a comerse la boca el uno al otro. Es un sexo agresivo, probablemente provocado por la mezcla tan variada de drogas y alcohol que han tomado esta noche.
Martín le está escupiendo en el culo, le mete la lengua y se lo muerde mientras él se pajea. Coge un botellín de cerveza de uno de los que está en la primera fila entre el público y le vierte el contenido por la espalda y comienza a bebérselo cuando resbala por su ojete. El público está enloquecido y pide más y más y Martín, totalmente descontrolado, comienza follarse el ojete de aquel pobre hombre, que un rato atrás me había follado a mí, con aquella botella de cerveza. Sin piedad, sin compasión, sin avisar y sin estar previsto. Pero el otro actor está tan caliente que no muestra tener ningún problema en recibir aquel cuerpo extraño dentro de su cuerpo. Le mete el botellín casi entero y luego el chico, apretando con su esfínter, lo expulsa. Una vez, y otra, y otra más… Cuando Martín se cansa de follárselo con la botella, decide cambiarla por su polla que, sin condón y sin nada, entra entera y de una vez dentro de ese culo dilatado y lubricado por aquella desconocida marca de cerveza alemana.
A cuatro patas y como un perro, es follado por el actor de moda. Parecen estar pasándoselo en grande. Cambian de postura: de pie, de espaldas, uno encima del otro… Llevan más de veinticinco minutos empujando sin parar y Martín todavía no se ha corrido. La gente está poseída por aquel hombre, hasta el punto que puedo ver como algunos de la primera fila se sacan sus rabos y empiezan a pajearse.
Miro a mi alrededor y pienso que es una de esas cosas que se cuentan y no se creen, pero la realidad siempre supera la ficción; está comprobado. He necesitado estar presente en este espectáculo que casi no sé como clasificar para darme cuenta de la estrella que realmente es Martín Mazza. Sólo una verdadera estrella puede conseguir que una sala entera, con cientos de personas, estén pensando en lo mismo que está pensando él: en follar.
Después de un buen rato de follada, Martín saca su polla, que parece mucho más gorda de lo normal y comienza a pajearse sobre la gente de la primera fila. Los muy cerdos, abren sus bocas para recibir en ella toda la lefa que está a punto de expulsar. El otro actor hace lo mismo y se pone a su lado. Las tres primeras filas están luchando por ver quien recibe la leche de esos superhombres y cuando empiezan a gemir, la cara se les descompone. Tienen la mandíbula totalmente desencajada y los ojos parece que se les va a salir de la cara. Un enorme chorro sale de la polla de Martín, luego otro, y luego otro más pequeño. Es increíble la corrida que acaba de echar a pesar del polvo de hace un rato en el baño. Su acompañante no se queda atrás. El público intenta saborear las mieles de haber conseguido estar en la primera fila. La lefa chorrea por sus caras, por sus bocas, y con las manos la extienden como si fuese una mascarilla. Se besan unos a otros regalándose los restos que han depositado en sus bocas, pasándoselos de unos a otros como en una cadena. De los más afortunados a los menos, hasta que aquella leche se deshace repartida en varias bocas. Para muchos el premio de esa noche parece ser el llevarse a los futuribles hijos de Martín dentro de ellos. Dicho así, parece una asquerosidad.
Sobre el escenario, los actores están de pie uno contra otro. Parece que las rodillas les tiemblen y Martín se lleva una mano a la cabeza como si no se encontrase muy bien. Dos segundos después, también lo hace su amigo. Martín cae desmayado sobre el público. Su amigo lo hace sobre el escenario. Es en ese momento cuando me doy cuenta lo colocada que va la gente porque nadie se preocupa de por qué se ha desmayado, al contrario, el público lo jalea mucho más que antes y con sus manos lo ensalzan como si fuese una estrella de rock que ha saltado sobre el público. Está claro que ese no es el caso.