Comienza del trabajo

El rugido del teléfono me saca de la ducha. Mi polla danza en el aire mientras mis pies empapan el suelo. Me limpio como puedo el jabón de los ojos y respondo al móvil mientras miro el reloj y veo que son las ocho de la mañana. Una voz que dice llamar de parte del señor Mazza me dice que pasará a recogerme en quince minutos. Me quedo loco al saber que tiene hasta chófer. Está claro que Martín no sabe lo que es viajar en metro.

Vuelvo al baño para terminar cuanto antes y doy un pequeño traspiés en el pasillo. Me vuelvo a enjabonar y me enjuago lo más rápido que puedo. Me pongo unos vaqueros y una camiseta lisa negra. Me cepillo los dientes. Un poco de colonia y bajo al portal a esperar a que me recojan.

Bajo por las escaleras por miedo a quedarme atascado en el ascensor. Por el camino me encuentro con mi vecino que lleva a su hija al colegio. Me mira y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y me pregunta si me apetece quedar para tomar algo un día de estos. Me sorprende su arrojo y su valentía, así que para hacer el juego más interesante, me hago de rogar. «Sí, un día de estos», le contesto sin pararme a charlar con él, alegando que tengo mucha prisa. Luis me mira algo desconcertado y me dice adiós con la mano mientras su hija pequeña le pregunta si soy amigo suyo. Su padre no le contesta. Sin embargo le mete prisa para no llegar tarde al colegio.

Mientras llega el coche, repaso todas las preguntas que he preparado para hacerle a Martín. Tengo que documentarme muy bien para que el libro quede lo mejor posible. Un Mercedes enorme se para delante de mí y al tiempo que se abre una de las puertas para que entre, oigo una voz que me es familiar:

—Vamos, Khaló, que hay prisa.

Subo al coche sin rechistar y Martín me pregunta si quiero tomar algo.

—No gracias. No sabía que tuvieses chófer —le respondo.

—Y no lo tengo. Este es el coche de producción.

—¿De qué es la sesión exactamente? —pregunto curioso.

—Es para una marca de ropa interior de la que yo soy imagen.

—Pues a esto lo llamo yo tener un buen presupuesto. He pensado que para aprovechar el viaje en coche podría ir haciéndote unas preguntas que te he preparado. Anoche estuve hasta las tantas poniendo un poco de orden en todos los papeles que me diste, pero hay algunos datos que me faltan y necesito saber.

—Me parece bien. Dispara —me reta Martín.

—¿Dónde naciste? —le pregunto mientras observo que a pesar del frío que hace tan temprano, lleva una camiseta de tirantes que deja al descubierto sus musculados brazos y el tatuaje que lo recorre desde el hombro al codo. Va todo depilado.

—En Pamplona —me dice al tiempo que enciende un cigarrillo y le da un calada intensa—. ¿Te molesta que fume?

—No. Es que…

—Te has quedado embobado —me critica.

—Observaba tu forma de coger el cigarrillo.

—¿Qué le pasa?

—Nada, me pareció morbosa.

—Anda, sigue preguntando.

—¿Dónde estudiaste?

—En un colegio del Opus.

—¿Del Opus? ¿Y cómo siendo del Opus te conviertes en actor porno?

—Y mi madre era marquesa. Khaló, pensaba que habías hecho los deberes.

—¿Qué quieres decir? —le pregunto bastante molesto por el tono de sus palabras.

—Pues que si vas escribir un libro con mi historia, para el que encima tenemos poco tiempo, este tipo de cosas que ya las he contestado cincuenta mil veces en todas las entrevistas que me han hecho, deberías conocerlas.

—Ya, pero yo…

—No te justifiques. A la gente no le interesa a qué colegio he ido o si era o no del Opus, o que haya hecho la carrera de Publicidad. A la gente lo que le interesa es como folla realmente un actor porno, que postura es mi favorita, si me pagan por follar… Cosas así. Lo de mi historia del Opus y de mis títulos nobiliarios ya está muy quemado y no interesa. La gente quiere novedades, exclusivas, ¿entiendes?

—Vale, es que no sabía exactamente hasta dónde querías llegar.

—Quiero un libro con el que los maricones se pongan cachondos, pero que no esté lleno de mariconadas. ¿Lo pillas?

—Sí, creo que sí —le digo cabizbajo mientras guardo el folio que tenía lleno de preguntas.

—Hemos llegado. Aquí es —nos indica el chófer.

El plató para la sesión está en medio de ninguna parte, es una especie de nave abandonada donde al entrar nos damos cuenta de que sólo se cae a pedazos por fuera. Dentro permanece intacta y repleta de la más moderna tecnología: focos, reflectores, diferentes fondos, una mesa repleta de objetivos de todos los tamaños…

Martín me presenta al fotógrafo aunque no consigo retener su nombre y por vergüenza no vuelvo a preguntárselo. Por vergüenza y por dificultad, porque cuando lo he oído, me ha sonado como a otro idioma. Es lo que tienen estos artistas, que tienen que ser estridentes hasta en su nombre artístico. Hacia nosotros se dirige, acompañado de un cámara, un famoso reportero de televisión al que reconozco nada más verlo. El reportero, famoso por sus numerosas colaboraciones en televisión, se comporta de forma diferente a lo que nos tiene acostumbrados y deja un enorme rastro de plumas por donde quiera que va. Es increíble cómo la gente en la tele aparenta ser lo que no es. Nunca jamás habría pensado que ese tío era marica. Pero así son las cosas, con la de pajas que me he hecho yo pensado en lo machito que era y ahora resulta que es una mujercita insoportable. Todos los días aprenderás algo nuevo y todos los días se te caerá un mito al suelo. Doy fe.

Nos explican que quieren hacer un reportaje mientras a Martín le hacen las fotos y que lo acompañarán de una pequeña entrevista donde él ya empezará a hablar del libro, para iniciar la promoción. Siento un nudo en la garganta reflejo del lío en el que me he metido. Yo que odio el mundo de la prensa, hacer promoción y todo eso, y ahora tengo que enfrentarme a ello directamente, porque está claro que si algo va a ser este libro es comentado.

Martín se desnuda sin ningún pudor delante de todos. Por primera vez puedo ver su polla al natural. Es una polla normal, circuncidada. Empiezo a tomar notas. Si lo que quiere es un libro morboso es lo que le voy a dar. Al fin y al cabo, soy Khaló Alí; si alguien sabe de escribir novelas eróticas, ese soy yo.

Apunto cada uno de los detalles que componen su cuerpo. Su piel es morena, está ligeramente bronceada, probablemente por una buena sesión de rayos uva.

«Su cuerpo está esculpido por las manos de un artista», escucho que comentan el cámara y el comentarista.

—Sí, tiene un cuerpo precioso —respondo.

—Lo que tiene es un buen cirujano —contesta el cámara mientras los dos se ríen a carcajadas.

—Yo creo que son horas de gimnasio —lo defiendo.

—Y muchos ceros en el talonario —vuelven a atacar entre risas las dos maricas malas que no hacen más que ponerle buena cara a Martín y luego criticarlo por la espalda.

Un poco molesto por su actitud y por la venda en los ojos que parece que lleva Martín, que no se da cuenta de la clase de arpías que tiene como amigos, me alejo un poco de ellos para empezar a hacer mi trabajo. Me fijo en cada gesto, en cada mirada, en cada posición de su cuerpo, en sus tatuajes, en el bulto de sus boxer… Quiero memorizarlo para luego, en casa, poder volver a esculpirlo con mis propias palabras.

Está clarísimo que este hombre ha nacido para estar todo el día delante de la cámara, porque ésta le adora y su expresión ingenua se convierte en lujuria a cada disparo del flash. Su sonrisa, de eterno adolescente encerrado en el cuerpo de un hombre, es pura lascivia, y su cuerpo, esculpido con martillo y cincel en el gimnasio, destaca por encima de todas las cosas. Mientras le secan el sudor y le retocan el maquillaje, que aunque en las fotos luego no se nota lo han maquillado como a una puerta, le enseñan algunas de las pruebas que le han ido realizando. Le indican cual es su mejor ángulo y le piden que repita algunas poses porque realzan sus encantos.

Después de varios cambios de ropa y de no sé cuantos «mira aquí», «gira la cabeza», «sonríe» y no sé cuántas indicaciones más por parte del fotógrafo, le dan un descanso de veinte minutos para que pueda relajarse y contestar a las preguntas de aquellos dos individuos. Martín abre un botellín de agua, le da un par de sorbos y el resto se lo echa por encima para refrescarse. Los periodistas le sugieren que, para que la entrevista sea más morbosa, la haga únicamente con una toalla liada a la cintura. Martín, que no conoce lo que es el pudor, acepta.

—Martín, tú que estudiaste en un colegio del Opus y perteneces a la nobleza, ¿crees que la clase alta ve tus películas? —pregunta el reportero con una pose de hombre falsamente hetero, como la que estoy acostumbrado a ver en televisión, pero que he descubierto hace un rato que es tan falsa como él.

—No creo. Ellos están ocupados en otro tipo de actividades —responde Martín con una sonrisa.

—¿Otro tipo de actividades? ¿Qué puede ser más interesante que ver la película porno de uno de tus familiares o conocidos?

—Pues igual un rastrillo benéfico, alguna colaboración para la lucha contra el sida o cosas así…

—¿Quieres decir entonces que tu familia no te apoya? —pregunta haciéndose el ingenuo.

—Bueno, no es algo que me preocupe mucho.

—¿Eso significa que no tienes buena relación con tu familia? —pregunta de una forma que casi parece que lo esté agrediendo.

—Pues tengo que admitir que con todo el trabajo que tengo no los veo todo lo que me gustaría, pero de todas formas, eso no es lo importante, lo que sí que es realmente importante es que dentro de poco saldrá a la calle mi primer libro —cuenta Martín, toreando brillantemente la situación y aprovechando para hacer publicidad del negocio que tenemos juntos entre manos.

—¿Un libro?

—Sí, un libro que contará toda mi experiencia con los hombres, con el porno, etc. —explica mientras el entrevistador le hace un gesto al cámara para que corte y pare de grabar.

—Eso es muy interesante —le contesta dándole palique aun a sabiendas de que ya no lo están grabando.

—¿Muy interesante? Pero si ya no estáis grabando —replico.

—Khaló, no te metas —me dice Martín.

—Eso, no te metas —repite el locutor.

—Pero si he visto como le hacías señales para que cortase en cuanto has empezado a hablar del libro.

—Esto es increíble. ¿Pero quién cojones es este gilipollas? —pregunta el locutor con toda la pluma y la mala baba a que ya me había acostumbrado.

—Es mi ayudante —contesta Martín.

—¿Tu ayudante? —le pregunto furioso.

—Pues ya podías sacarlo con bozal para que no muerda —increpa la marica.

—Perdona, no volverá a repetirse —se disculpa Martín—. Sigamos con la entrevista.

—No, yo creo que con esto ya es suficiente. Vámonos, Lucas —le dice al cámara que ya estaba recogiendo todas cosas.

—Me cago en Dios, joder, pero ¿quién cojones te ha dado vela en este entierro? —me grita Martín muy enfadado.

—No me grites. Que sea la última vez que me gritas —le digo.

—Lo has echado todo a perder —me vuelve a gritar Martín.

—¿Tu ayudante? ¿Cómo que tu ayudante?

—¿Qué querías que dijera?

—Pues que soy quien va a escribir el libro —le respondo.

—Permíteme que te diga que empiezo a dudarlo.

—¿Y eso?

—Porque desde que has empezado a trabajar esta mañana no paras de cagarla.

—Joder, es mi primer día. ¿Qué esperabas? ¿Que todo fuese maravilloso desde el minuto cero?

—Tampoco veo que te estés esforzando mucho, la verdad.

—Se estaban riendo de ti —le recuerdo.

—¿Y qué? Pero iban a sacar un reportaje en televisión.

—¿Te da igual que se rían de ti con tal de que saquen un reportaje en la tele?

—No entiendes nada. Ese gilipollas es el que me iba a dedicar esta noche más de una hora de su programa.

—¿Ese es el presentador del programa al que vas esta noche?

—No, es el director. Y habla en pasado, del programa al que iba a ir, porque ya no creo que me lleven.

—Lo siento.

—Tu «lo siento» no compensa el cheque que acabo de perder.

—Vale, no lo sabía. He metido la pata, lo siento. ¿Quieres que hable con él? ¿Qué puedo hacer para arreglarlo?

—Nada, ya no puedes hacer nada. La has cagado pero a base de bien.

—¿Sabes? Creo que es mejor que lo dejemos aquí, esto no va a funcionar.

—¿Cómo? —me pregunta Martín.

—Pues que por mucho que me vayas a pagar, eso no te da derecho a que me hables así. Yo no estoy dispuesto a tolerarlo, así que ahí os quedáis tú, tu libro, tu sobre y todo lo que creas que te da algún derecho sobre mí —le digo mientras me dispongo a alejarme. Pero Martín me coge por el brazo y me lo impide.

—No puedes dejarme en la estacada.

—Claro que puedo.

—Vale, lo siento. Igual me he excedido —se disculpa Martín.

—Lo único que pretendía era avisarte. Se han estado riendo de ti durante toda la sesión y…

—Empecemos de nuevo —me dice interrumpiéndome.

—No. Si quieres que sigamos adelante lo vamos a hacer a mi manera. Así que a partir de ahora, si de verdad quieres un libro sincero y en el que te veas identificado, haz el favor de contestar todas y cada una de las preguntas que te haga por muy estúpidas o repetitivas que te parezcan.

—Está bien.

—Otra cosa más. Mi nombre irá en la portada, igual de grande que el tuyo —le advierto—. Y me llamo Khaló Alí, así que apréndetelo de una vez.

—Me parece bien.

—Y además, a partir de ahora soy Khaló Alí, el escritor del libro, nada de tu ayudante. Que te quede muy claro que yo no soy uno de tus subordinados, ¿vale?

—A sus órdenes, señor —me dice Martín poniéndose firme entre risas, mientras la toalla que lo tapaba cae al suelo, quedándose totalmente desnudo.

—Y tápate, hombre, que estás ridículo —le contesto yo también con una sonrisa como de limar asperezas.

El fotógrafo pide continuar con la sesión y durante un buen rato Martín vuelve a darse un buen baño de flashes, de esos que lo harán aparecer divino en la portada de cualquier revista.

Primera lección del día: no te metas donde no te llaman. La próxima vez, iré con mucho más cuidado.