Pulso el botón del telefonillo y la dulce voz de Martín me dice que me suba al ascensor y que espere. Le hago caso y pronto el ascensor se cierra y comienza a elevarse. Cuando se para y se abren las puertas, aparezco directamente en su salón. Es increíble, vaya lujerío. Nunca pensé que un edificio de Malasaña que por fuera no parece gran cosa pudiese esconder esto dentro.
—Hola —saludo en voz alta esperando que alguien aparezca para recibirme. Parece que no hay nadie. Echo un vistazo rápido y me quedo impresionado.
El salón está habitado por muebles de tipo colonial, de madera maciza, nada de moderneces de Ikea. Las paredes forradas de cuadros con marcos dorados tipo barroco y los adornos con un punto clásico, que lo único que hacen es destacar el precio que deben tener. «No hay duda: este cabrón debe estar forrado», pienso. Sigo observando y veo el enorme sofá, donde podría dormir una tribu entera. La pantalla del televisor es gigantesca, como la de los cines. Martín Mazza vive a lo grande, al menos eso es lo que parece observando su piso.
—Perdona Khaló —me dice Martín que sale abrochándose un albornoz—. Estaba a punto de meterme en el jacuzzi —me dice mientras me extiende la mano a modo de saludo.
—Creí que habíamos quedado a esta hora —le respondo haciéndole ver que no voy a dejarme impresionar por todos estos lujos y estrechándole la mano de una forma fuerte y firme. Por la forma en que aprieta él, deduzco que es un tío con carácter. Me gusta que se muestre tan viril. Nada me espantaría más que tener que escribir un libro sobre una maricona loca y pesada.
—Sí, claro que sí, pero es la costumbre que tengo todas las mañanas —me cuenta—. ¿Te gusta el piso?
—No está mal.
—¿No está mal? —me pregunta irónico.
—Bueno, tengo que admitir que tienes una buena choza y que yo he vivido en pisos más pequeños que tu sofá —le digo en un tono conciliador con el que él no puede evitar reírse.
Mientras me va enseñando todas las estancias que componen su mini lujosa mansión me voy fijando en él. La verdad es que me lo imaginaba un poco más alto. De cara es guapete, no está mal, aunque tampoco es para tirar cohetes. De todas formas, si alguien ha conseguido montarse este pisazo a base de echar polvos en la pequeña pantalla, algo tiene que tener, eso está claro.
En cada habitación me cuenta algo: este mueble lo heredé de mi abuelo, este otro lo compré en Tailandia, etc, etc… La casa rezuma un aire bastante elegante con algunos toques étnicos.
Poco a poco la conversación se vuelve más distendida y ambos dejamos de estar a la defensiva. Martín me cuenta un poco de su vida, muy por encima, quién es y qué es lo que ha hecho y me cuenta que además de hacer porno ha estudiado Publicidad, que ha trabajado para varias revistas… Hasta que llega el momento en que no puedo esperar más y le pregunto directamente por lo que a mí me interesa.
—¿Por qué no me dijiste que eras actor porno?
—No me diste tiempo. Digamos que no fuiste muy simpático por teléfono.
—Lo siento. Tienes toda la razón. Fui un borde, pero me pillaste en un mal día —me disculpo.
—¿Y por qué cambiaste de idea cuando te dije que lo era? —me interroga.
—Principalmente porque yo escribo literatura erótica.
—¿Y eso que tiene que ver? —me pregunta como si no lo entendiese.
—Me gusta el sexo y todo lo que tiene que ver con él. No me apetecía nada escribir un libro sobre un niño pijo que había hecho un par de pelis, que es lo que pensaba que eras. Pero cuando descubrí que eras actor porno, la cosa se volvió más interesante —le explico.
—¿Por?
—Porque es un mundo que me interesa y creo que a la gente también. Siempre me he preguntado cómo se rodaba realmente una peli para adultos.
—Pues con mucha mentira, como en el otro cine —dice Martín.
—Hombre, si en una escena se ve que te la están metiendo, te la están metiendo.
—No siempre. Eso es lo bueno de los encuadres y de los trucos de las cámaras. Sólo se está follando de verdad cuando se ve en primer plano el rabo entrando y saliendo del culo. El resto es simulado.
—Vaya…
—¿Crees acaso que alguien puede aguantar un rodaje de ocho horas con la polla metida en el culo? Acabarías destrozado ¿o no? —me pregunta algo desafiante y con una sonrisa picarona mientras se quita el albornoz de espaldas a mí y se queda totalmente desnudo. Su cuerpo está perfectamente definido y además del tatuaje de uno de sus brazos, y del enorme tribal que lleva en el costado, la palabra «more», que significa más en inglés, la tiene situada justo donde la espalda pierde el nombre… Me parece un tatuaje tan erótico que casi me ruborizo al imaginármelo a cuatro patas pidiendo más y más, tal y como indica el grabado de su piel.
—¿Qué haces? —le pregunto incrédulo e intentando que no se me note el nerviosismo.
—Meterme en el jacuzzi, te lo he dicho antes.
—¿Desnudo?
—No, si te parece me pongo el traje de buzo. ¿Te incomoda? —pregunta mientras se sienta dentro y las espumosas burbujas esconden su cuerpo.
—No, claro que no. Ya te había visto desnudo pero…
—Imagino que no es lo mismo verme en la tele que en persona ¿no? —se ríe.
—Sí, algo así. Es raro.
—Bueno, de todas formas me gusta que hayas investigado, que hayas hecho los deberes.
—¿Los deberes? Pero si todavía no me has dicho que hago aquí realmente ni que es lo que quieres de mí.
—¿Dónde me has visto desnudo? —me pregunta.
—¿Qué?
—Te pregunto dónde me has visto desnudo —repite.
—Pues cuando no sabía que eras actor porno primero te busqué en un videoclub. Luego, al enterarme, puse tu nombre en Google y ahí pude ver la cantidad de entradas que hay sobre ti y tus películas.
—Sí, he participado en unas noventa, más luego todas las sesiones de fotos, videos, etc… —me cuenta sin mostrar mucho interés, como si fuese algo normal que hace todo el mundo.
—Me sorprende tu humildad.
—¿Humildad? No, se llama tener los pies en el suelo —me explica.
—No todo el mundo lo tendría tan claro, creo yo.
—Ese es el problema de mucha gente, que se piensa que porque sale en la tele ya es especial. Y yo soy igual que cualquier otro. Cago, meo, a veces me duelen las muelas, o la cabeza, como a cualquier mortal.
—Me parece perfecto que lo tengas tan claro, pero todavía no me has dicho para qué estoy aquí —le ataco con la pregunta mirándole a los ojos directamente.
—Quiero que escribas un libro sobre mí, que cuentes mi historia —responde devolviéndome la mirada.
—¿Y por qué no lo haces tú mismo? —le pregunto.
—Porque yo soy actor porno y lo que se me da bien es follar, no escribir.
—Buena respuesta. ¿Y por qué yo?
—Digamos que he leído tus libros y me pusieron muy cachondo. Creo que podríamos entendernos, porque aunque venimos de mundos diferentes hablamos el mismo idioma.
—Vaya, si he conseguido poner cachondo a un actor porno, que ya debe estar curado de espanto, es porque tengo que ser muy bueno —le digo dándome más importancia de la que realmente creo que tengo.
—Sin duda el mejor, al menos en literatura erótica —me dice consciente del peloteo que le estoy exigiendo.
—¿Y cómo lo haríamos?
—He pensado que a partir de ahora deberías convertirte en mi sombra. Hay que entregar el manuscrito a la editorial en apenas un par de meses.
—Para el carro —le digo—. ¿Piensas que yo llego a mi casa y cago un libro o qué?
—No, por eso lo de pagarte tanta pasta, porque soy consciente del esfuerzo que supone.
—Pero es que tengo menos de dos meses y no te conozco da nada, no sé ni por dónde empezar.
—¿Qué tal viendo mis películas?
—Bueno, eso no creo que me lleve mucho.
—He hecho más de noventa.
—Sí, eso ya lo has dicho.
—Vaya, veo que eres observador. Eso me gusta.
—Aprendo rápido. Pero de todas formas no creo que viendo tus películas pueda sacar realmente nada en claro sobre ti —protesto.
—¿Estás dudando?
—Hombre… no me lo estás poniendo fácil precisamente.
—Mira Khaló, vamos a hacer una cosa. Como sé que eres un tío inteligente, voy a duplicarte el sueldo. Te pagaré treinta mil euros, en negro, para que no tengas que declararlos. Ahora, eso sí, durante estos dos meses tienes que estar pegado a mi culo en todo momento. Me acompañarás a rodajes, shows, actuaciones, grabaciones, sesiones de fotos, viajes…
—¿Viajes? —pregunto.
—Sí, me voy en unos días de gira por Nueva York, México y Sudamérica y tú tendrías que acompañarme. Lógicamente, los gastos corren de mi cuenta.
—¿Toda América Latina?
—¿Tienes el pasaporte en regla?
—Ahora mismo soy yo el que no está en regla, creo que vas un poco rápido.
—Te estoy ofreciendo escribir el libro de tu vida.
—Sí, eso lo sé, pero necesitaría más tiempo.
—El tiempo es oro. ¿Ves aquella mesita de allí?
—Sí —le respondo con un poco de miedo por lo que me pueda tener reservado.
—Hay una caja de cuero. Cógela, es para ti.
—¿Qué es? ¿Qué hay dentro?
—Lo necesario para que puedas empezar a trabajar: mis mejores películas, revistas donde me han entrevistado, mi currículum, un par de folios con mis datos más significativos y un sobre con quince mil euros de adelanto.
—¿Quince mil euros de adelanto?
—Sí. El resto lo tendrás cuando entreguemos el manuscrito a la editorial. También hay dentro una agenda donde están apuntados todos mis compromisos para estos dos meses. Mañana a las nueve de la mañana tenemos una sesión de fotos. Si no te presentas entenderé que te has rajado y que no quieres seguir adelante con el proyecto. En la agenda lo tienes todo. Ahora márchate y ponte a trabajar. Hay mucho que hacer.
—¿Me das quince mil euros y dejas que me marche así sin más? —le pregunto.
—¿Qué quieres? ¿Que te amenace con una pistola? No es mi estilo.
—No sé, pero este exceso de confianza es raro. ¿Cómo estás tan seguro de que no voy a coger el dinero y me voy a largar?
—Porque si voy a tenerte todo el día pegado a mí, es mejor que empiece a confiar en ti cuanto antes —me dice.
—Vaya, eso es casi halagador.
—Y porque seamos sinceros: con quince mil euros tampoco ibas a llegar muy lejos.
Asiento con la cabeza y antes de irme le echo un vistazo rápido a mi nuevo jefe. Sigue en el jacuzzi pero ya no burbujea. Su miembro flota flácido mientras sus ojos me desafían y su dulce y encantadora sonrisa me invita a marcharme.
—Khaló, antes de irte, ¿podrías alcanzarme el albornoz?