El portal está abierto cuando llego. Me aseguro de que no hay nadie dentro y cierro. Hay que tener cuidado para que no se cuelen los yonquis, que luego dejan las jeringuillas ahí tiradas y alguna vez han intentado amenazar a algún vecino para que les den pasta.
Doy la luz de la entrada y no funciona, se ha vuelto a fundir. O tal vez han sido ellos que aflojan las bombillas para poder asaltar a la gente. Maldita la hora en que compré esta mierda de buhardilla, pero era barata y lo único que podía pagarme.
Mientras espero que llegue el ascensor me huelo las manos. Me huelen a polla. A la polla de Fran, que acaba de follarme. Todo yo huelo a Fran y si me chupasen, podrían conocer el sabor de ese hombre porque con cada follada, siento que además de penetrar en mí, que eso es obvio, me impregna de sí mismo. De su olor, de su sabor… Nadie me folla como Fran.
Aprieto el botón del cuarto piso y mientras las puertas se cierran, rezo para que el puto ascensor no vuelva a quedarse parado, una vez más. Vivo en el centro, sí, pero en un barrio asqueroso, lleno de putas y drogatas que hacen de las noches días y lo acompañan de bastante alboroto. El justo y necesario para que yo no pueda dormir, ni escribir, ni centrarme, ni nada…
Desde que publiqué Estoy Preparado me he quedado en blanco, absolutamente en blanco, y no me apetece hacer nada, porque aunque lo intente, nada me inspira. No me sale. Tengo mil historias en la cabeza y otras tantas empezadas en el papel, pero no soy capaz de acabarlas. Ninguna de ellas. Dejan de interesarme antes de hacerlo. Sólo quiero follar con Fran. Sólo eso. Es lo único que me apetece. Con cada embestida siento que me remueve por dentro y que me da vida. Y que de alguna forma me inspira, aunque sólo sea durante un rato. Por eso quiero volver a repetir, una y otra vez, porque cuando tengo su polla dentro vuelvo a ser yo, y mientras cabalgo siento que puedo hacer cualquier cosa. Pero luego se corre y yo me voy, y todo vuelve a empezar: el vacío, la soledad, la incapacidad para hacer nada… Y me agobio, y quiero repetir, y cuento las horas que faltan hasta volver a verlo de nuevo. No porque lo quiera, sino porque estoy enganchado y eso es mucho peor. Para mí Fran es como una droga y me pregunto cómo pasaré el mono cuando me diga que ya no quiere quedar más para follar.
La verdad es que tengo que centrarme. No puedo seguir así, porque aunque el libro anterior se vendió muchísimo, los ahorros se están acabando. Tengo que sentarme a escribir. La editorial no para de presionar, se me acaba el plazo, hace ya tiempo que tenía que haberles entregado el nuevo manuscrito. Pero aún no lo tengo. No puedo depender de una persona como dependo. No es sano.
Oigo un ruido raro, como metálico, y un segundo después el ascensor se para. Maldito edificio prehistórico. Doy al timbre de auxilio y tampoco funciona. Intento usar el móvil pero no hay cobertura. Me cago en Dios y golpeo la puerta por si alguien me oye. Por supuesto nadie lo hace. Son estos momentos los que a veces me hacen pensar que soy gafe.
Cuando la mano empieza a dolerme paro, porque está claro que nadie va a hacer nada y menos en este edificio en ruinas. Me siento en el suelo del ascensor y me dedico a esperar que alguien me saque de ahí. Debería haber subido por las escaleras. Eso me pasa por ser tan flojo. Me llevo las manos a la cabeza y vuelvo a percibir en mis manos el aroma del sexo. Llevo un par de meses follando con Fran. Lo conocí justo cuando volvía de Barcelona de promocionar la novela. Desde que lo vi en aquel bar sentí ganas de tirármelo. El cabrón es tan morboso… Me gusta su mirada de malo. Cuando te mira no sabes si quiere pegarte o que se la chupes, y eso me pone muy burro. Sus labios carnosos, el piercing de su pezón, su rabo…
Su rabo es uno de los mejores que he probado jamás. No es especialmente grande, pero si gordo. Lleno de venas que lo recorren y con un glande rosado que sabe a gloria. Me gusta llegar a su casa y no decir nada, sólo arrodillarme y empezar a mordisquearle el nabo por encima del pantalón de chándal que se pone siempre que sabe que voy a ir a verlo, precisamente porque sabe el morbo que me da. Nunca usa ropa interior y eso también me encanta, porque sé que en cuanto baje ese pantalón, su rabo caerá morcillón contra mi cara y sólo de pensarlo me pongo a cien. Abro la boca para sentir como termina de crecer dentro. Lo huelo, lo saboreo, lo memorizo…
Mientras me folla la garganta recorro las venitas hinchadas. Casi puedo sentir su relieve y cómo poco a poco me va abriendo la cavidad bucal más y más. La sensación de su miembro abriéndose paso por mi garganta es inexplicable. Es un subidón. Como cuando te metes popper, pero sin hacerlo. El piercing de mi lengua juguetea con su glande. Con mis labios se lo descapullo, dejándoselo a la vista. Cuando la siento bien dura, la saco de mi boca muy despacio para observar ese hilillo, mezcla de saliva y de líquido pre-seminal que cuelga desde el extremo de su rabo hasta la comisura de mis labios. La observo, durante un segundo, porque quiero retener en mi memoria hasta el más mínimo detalle. Abro la boca y vuelvo a tragar, porque para eso he ido a verlo. Sin decir nada. Sólo a tragar.
Y mientras se la chupo lo tengo agarrado por las pelotas; eso le encanta. Y cuando está muy excitado empieza a embestir más y más fuerte. El contoneo de sus caderas hace que aquella enorme barra de carne entre y salga salvajemente. Su vello, aunque recortado, me roza la nariz haciéndome cosquillas y cuando le suelto los huevos, estos chocan contra mi barbilla con cada entrada y salida.
Recordando el polvo con Fran me he vuelto a poner cachondo. Huelo mis manos una vez más y luego las lamo. Casi puedo volver a sentir el sabor de su semen en mi boca, chorreándome por la comisura de los labios. Mi polla empieza a desperezarse y yo cada vez tengo más ganas de masturbarme. La situación me da morbo. Estoy encerrado en un maldito ascensor, no sé cuándo vendrán a sacarme y en mi culo todavía puedo sentir las palpitaciones provocadas por la follada que me acaba de meter este hombre. Desabrocho mis vaqueros y dejo salir mi polla, que salta al vacío como si hubiese estado asfixiándose dentro de los pantalones. Empiezo a acariciarla lentamente, muy tranquilamente. Me escupo en una mano y restriego la saliva por mi glande circuncidado. Lo hago muy despacio mientras me observo en el espejo del ascensor.
Me miro el ojete y lo tengo rojo y abierto. Me paso una de las manos, que huele a la polla de Fran, y me lo acaricio. Luego me meto un dedo, pero no es suficiente, así que me meto otro. Los saco y me los chupo para que lubricados entren mejor.
De repente mi mundo desaparece y vuelvo a sentir que estoy en su casa de nuevo. Su enorme glande hace presión en la entrada de mi agujero. Como es gordo, al principio cuesta. Pone un poco más de lubricante en la punta y empieza a empujar muy despacio. Siento como las arruguitas que forman la entrada de mi cueva van cediendo hasta que se estiran totalmente para que aquel enorme intruso pueda penetrar en mis profundidades. Poco a poco. Muy despacio. Puedo sentir como me va encajando cada uno de los centímetros que forman aquel miembro. Cuando se encuentra en lo más profundo de aquella gruta, permanece allí un poco, para acostumbrarse a su nueva casa. Luego empieza a contonearse, como si estuviese dibujando ochos y a mí eso me pone a mil porque estimula todas y cada una de las paredes de mi culo.
Mis dedos entran y salen de mi culo mientras, con la otra mano, me estoy pajeando. Me observo en el espejo y me encanta lo que veo. Me pongo aun más cachondo. A veces saco los dedos y los huelo y luego los chupo. Es una mezcla de sabores que no podría explicar. Es sexo en estado puro.
A Fran le gusta follarme a cuatro patas, porque dice que le encanta el ruido que hacen sus pelotas al chocar contra las mías. Son como pequeños azotitos. De vez en cuando me da en el cachete con la mano bien abierta y yo gimo. Y lo disfruto. Lo disfruto tanto… como todo lo que él me hace.
Estoy tan cachondo que creo que voy a correrme de un momento a otro. Me viene, me viene… Acabo de correrme dos veces en su casa y ahora voy a hacerlo de nuevo en el ascensor. Pero algo lo interrumpe en el último momento, cortándome el rollo y por supuesto la corrida.
—Hola, ¿hay alguien ahí dentro? preguntan desde el exterior.
—Sí, estoy aquí, encerrado.
—No te preocupes, ya hemos ido a buscar la llave del ascensor a casa de la presidenta.
—Gracias —respondo mientras me guardo la polla e intento identificar aquella voz.
Creo que es Luis, el vecino del segundo. Está casado y tiene una hija, pero a veces cuando nos cruzamos se me queda mirando, y alguna vez incluso he llegado a pensar que me estaba tirando los trastos. No está mal y tiene un culazo de infarto. A mí no me importaría tirármelo. Me da morbo su extrema timidez, que intenta esconder bajo un look de intelectual, con sus gafas de pasta, de esas que están tan de moda. Cualquiera en esta situación pensaría en cualquier otra cosa, pero yo me acabo de quedar tan cachondo, que sólo puede pensar en sexo.
La puerta se abre y efectivamente aparece Luis.
—¿Estás bien, Khaló?
—Sí, pensé que ya habían arreglado el puto ascensor —le reprocho.
—Eso pensaba yo también, pero ya sabes cómo funcionan las cosas en esta mierda de edificio.
—Querrás decir como «no» funcionan —le digo sonriendo mientras observo que me está mirando descaradamente el paquete que todavía sigue medio duro.
—Luis ¿te encuentras bien? —le pregunto descarado—. Te has quedado como ido.
—No. Sí, perdona. Es que tengo mucha prisa —me dice avergonzado y dubitativo mientras hace ademán de marcharse.
—Bueno, nos vemos —le digo con una enorme sonrisa de satisfacción mientras me recoloco el paquete para hacerle ver que me he dado cuenta que me lo estaba mirando y que, efectivamente, tal y como él piensa, tengo un buen rabo.
—Sí, claro. Hasta luego —me dice sin moverse del sitio.
—Vale.
—Vale —le digo de nuevo—. Pues hasta luego.
—Sí, sí, si yo ya me iba. Venga, hasta luego —me contesta mirando al suelo mientras su cara se pone roja como un tomate. La situación es tan absurda como absurdo debe sentirse él. Debería lanzarse. Yo siempre estoy receptivo. Es una pena que no se dé cuenta.
Mientras subo los dos pisos que faltan para llegar a mi casa a pie, medito un poco sobre lo que ha pasado y acelero el paso para poder terminarme el pajote que se me ha quedado a medias. Podría haberme insinuado de una forma más descarada, pero igual mi vecino se habría asustado o se habría hecho el machito. Si quiero follarme ese culito tengo que andar con cuidado y con tacto. Pero este cae como que me llamo Khaló Alí.
Llego a casa y las piernas aún me tiemblan, no por el miedo, sino por el polvazo, el amago de paja y el morbo que me da el cabrón de mi vecino. Abro la nevera y pillo una cerveza. Hace tantos años que salí de Marruecos que casi he olvidado las normas de mi tierra. La prohibición del alcohol me la paso por el forro, como todo lo que no me interesa en esta vida. Cuando llego a casa una cerveza bien fría es lo único que me devuelve la vida.
Suena el móvil y es un número que no conozco. Me planteo no cogerlo, pero al final cedo.
—¿Sí?
—Hola. ¿Khaló Alí?
—Sí, soy yo. ¿Quién es?
—Hola, ¿qué tal? —me dice la voz desde el otro lado.
—Bien, pero… ¿me dices quién eres?
—Soy Martín Mazza.
—¿Quién? —pregunto sorprendido.
—Martín Mazza.
—Sí, eso ya lo has dicho. ¿Nos conocemos?
—No.
—¿Entonces?
—Te llamo porque soy un admirador tuyo —me dice.
—¿Cómo coño has conseguido mi número de teléfono?
—Llamé a la editorial.
—Joder, no me lo puedo creer. ¿Y te dieron el número así porque sí? —pregunto muy mosqueado.
—No, me costó convencerles.
—Bueno y ¿qué quieres?
—Charlar contigo un rato.
—Mira, tío, me halaga que te hayas tomado tantas molestias, pero estoy muy ocupado.
—Quiero que escribas un libro sobre mí —me dice.
—¿Cómo?
—Que quiero que escribas mi historia.
—Yo no escribo biografías —le respondo muy seco.
—Escribiste la tuya. Yo la leí —me contesta.
—Bueno, pero eso es diferente.
—Estoy Preparado ha marcado mi vida.
—Venga ya, no exageres.
—En serio. Después de leerlo me di cuenta de que sólo tú podías escribir un libro sobre mí —afirma.
—Pues lo siento, pero no estoy interesado.
—Soy actor.
—Mira… ¿Cómo decías que te llamabas? —le pregunto.
—Martín Mazza.
—Mira, Martín, me parece muy bien que seas actor, pero yo no voy a escribir un libro del primer niño pijo que aparezca, porque no es lo que hago. No quiero ser borde, pero te repito que no es lo que hago. ¿Has entendido?
—Te pagaré —me responde.
—¡Qué menos!
—¿Qué te parecen quince mil euros?