Al abandonar la casa de Ignacio Mares me invadió una sombra de espanto. Se instaló de repente, sin que acertara a saber cómo desprenderme de ella. Había demasiadas cosas interconectadas, tantas que ya no podía obviar la posibilidad de que Noel Villalta fuera un asesino frío y despiadado. ¿Lo había sabido siempre aun cuando su rostro me transmitiera ternura? Parecía evidente que me había ofuscado en mi percepción de aquel caso. Deseaba tanto que fuera inocente que no había sabido procesar toda la información que apuntaba lo contrario.
Sólo me quedaba por realizar una prueba: el estudio pericial caligráfico, pero en la consulta había contemplado juntas ambas escrituras —la suya y la del criminal— y mis primeras impresiones no habían sido precisamente optimistas.
Había ido postergando el momento de realizar el peritaje, pero ya iba siendo hora de enfrentarme a la verdad. Desde que tenía la muestra del asesino en mi poder, me había limitado a entregarle a Care Ramos un pequeño perfil grafopsicológico y el periodista no había dudado en publicarlo en El Observatorio. Como es lógico, había omitido cualquier detalle relativo a mis sospechas. Lamentablemente, no podía fiarme de él, ni de nadie.
Tomé un taxi y fui a casa. Últimamente cogía demasiados, lo cual no era bueno para mi economía, pero me encontraba tan abatida que mis piernas apenas me sostenían. Lo único que deseaba era olvidarme de todo. Sin embargo, sabía que no podría hacerlo hasta que tuviera las conclusiones del estudio pericial en mis manos.
Estaba exhausta por toda la tensión acumulada, así que después de darme una ducha con agua caliente y de mordisquear un par de galletas acompañadas de un vaso de leche, me tumbé en el sofá. El sueño me venció de inmediato.
Me desperté sobresaltada. Eran cerca de las dos de la madrugada. Ya no era Noel el único que sufría desagradables pesadillas. También yo las experimentaba, y él era el protagonista.
En mi sueño alguien llamaba al timbre. A pesar de que la mirilla revelaba que se trataba de mi antiguo paciente, le permitía el acceso a mi apartamento.
Noel llevaba guantes.
Se acercaba a mí y me acariciaba el rostro con su mano trasplantada. Sin dejar de insinuarse con la mirada descendía por mi pelo y mi cuello hasta mis pechos… y yo me dejaba hacer. Ardía de miedo y deseo, a partes iguales. Deseaba sus besos como una potente droga, pero él retrasaba el momento de dármelos.
Al fin alcanzaba mis muñecas y, en lugar de acariciarlas, las agarraba con fuerza. Curiosamente, la mano trasplantada era más vigorosa que su propia mano. Sin soltarme, sacaba un pañuelo y las ataba sin que opusiera resistencia y, después, sin dejar de observarme, extraía un gran cuchillo y lo hundía en mi cuello con un movimiento de arco de violín. Su mirada, antes sugerente, tenía ahora otro brillo. Uno aterrador.
Antes de caer muerta, sacaba un Ib y se lo tendía. Él lo agarraba como un ave de rapiña y se lo guardaba en un bolsillo mientras mis ojos, exánimes, se cerraban.
Después de aquella pesadilla ya no pude volver a conciliar el sueño. Era incapaz de dejar de pensar en el simbolismo de todo aquello y también en las palabras de Ignacio Mares sobre la diosa Sekhmet y el Ib.
¿Por qué cometía el asesino aquellos crímenes rituales? ¿Qué esperaba conseguir con ellos? ¿Eran sacrificios en honor a La Poderosa? ¿Creía ese fanático que así podría librarse de la enfermedad o había algo más que se me escapaba? ¿Era Noel capaz de algo sí?
Necesitaba respuestas cuanto antes, así que me armé de valor y me dispuse a cotejar las escrituras. Ignorando la avanzada hora me senté a la mesa de trabajo y me puse manos a la obra.
Primero cogí la nota del asesino y la coloqué junto a la redacción de Noel.
Transcripción:
¡Oh, tú!, Señora Poderosa,
que este sacrificio sea de tu agrado
y haga que me acojas bajo tu manto.
Transcripción:
Mi nombre es Noel Villalta.
Me han pedido que escriba una redacción de tema libre y no sé muy bien qué contar ni para qué puede servir este papel, pero me encuentro aquí para intentar resolver mi problema con los sueños. Tengo terribles pesadillas y mi médico, el doctor Miríada, ha creído conveniente que visite su consulta.
Le contaré algunas cosas sobre mí, quizá eso facilite su labor. Tengo 41 años y vivo solo. Antes tenía una novia, pero, por motivos que no vienen al caso o quizá sí, me dejó y hace poco me he sometido a un trasplante.
Al principio pensé que mis sueños tenían que ver con la medicación que a diario me veo obligado a tomar para combatir el rechazo del órgano trasplantando, pero el doctor Miríada me ha dicho que ambas cosas no están relacionadas. Dice que otros muchos trasplantados la toman sin experimentar cambios significativos en sus vidas, no al menos en lo referente a este tema.
Él cree que tal vez el estrés que he sufrido en los últimos meses haya podido ser el desencadenante de mis angustiosas pesadillas.
Sin embargo, nunca había experimentado este tipo de sueños tan vividos, profundos y detallados. De hecho, no solía recordarlos con mucha frecuencia hasta que recibí el órgano trasplantado.
Espero que esta terapia pueda ayudarme a resolver mi problema, aunque, para ser sincero, soy escéptico, porque no creo demasiado en la psicología y porque ya he pasado por las manos de varios médicos.
Pd.: Mi escritura ha cambiado bastante desde el trasplante. No sé si será capaz de entenderla. A veces ni yo mismo puedo hacerlo.
A simple vista, las similitudes eran asombrosas, pero había que comprobarlas.
En el caso que me ocupaba, determiné que el documento indubitado —es decir, aquél que no admitía duda sobre su autoría— era la redacción de Noel, puesto que sabía, sin temor a equivocarme, que había sido escrito por él, mientras que el documento dubitado sería la nota del asesino.
Tras escanearlos y examinarlos en profundidad, los amplié en detalle y fue entonces cuando empecé a encontrar alarmantes analogías.
Hallé la primera en las palabras «Señora», del documento dubitado y «servir», del indubitado, cuyos trazos finales eran oblicuos ascendentes.
Pero, desgraciadamente, no fue la única.
Pero lo peor estaba aún por llegar. Mi nerviosismo fue a más cuando comprobé que las «efes» de «sacrificio», en el documento dubitado y de «profundos», en el indubitado, coincidían tanto en el comienzo del trazo, en el que la presión se hacía progresivamente creciente, como en el grado de inclinación a la derecha. Asimismo, concordaba la forma del bucle e incluso —y esto era muy importante porque rasgos como aquél no eran en absoluto fáciles de falsear— en el pequeño debilitamiento de la tinta en la zona distal superior izquierda.
Por pura decepción solté un puñetazo a la mesa y estuve tentada de mandarlo todo al infierno, pero otro nuevo detalle reclamó mi atención.
Al proseguir con la pericia observé de nuevo la misma similitud en las «des» que ya había advertido con anterioridad. En esta ocasión aparecía en la palabra «de» escrita por el criminal y la palabra «doctor». Tenía las mismas características que ya había anotado tanto en los óvalos como en los palotes.
Después, al borde de la consternación, me centré en las «tes», y de nuevo encontré analogías. Estaban localizadas en la «t» de «manto», que había escrito el asesino en su nota, en la de «Villalta», en la firma de Noel y en el dichoso segundo «Toni», de la redacción de mi ex paciente. En todas ellas se apreciaban trazos angulosos triangulares. La coincidencia era incluso mayor entre la primera «t», la de «manto» y la última, la de «Toni».
Me llevé las manos a la cabeza. Ya no había duda: la nota de invocación y la redacción habían sido escritas por la misma mano, la de Noel Villalta.