Capítulo 35

—¿Sabe? Cuando recibí su correo electrónico estaba a punto de llamarla —comentó Care Ramos.

—Me alegro de que haya podido hacerme un hueco. Se lo agradezco de veras. Sé que es usted un hombre muy ocupado —dije mientras me sentaba con cuidado para no arrugar mi falda.

—No conocía este parque —comentó echando un vistazo a su alrededor—. Resulta turbador que haya tantas esfinges. Uno parece sentirse espiado en todo momento.

Estábamos en una terraza cubierta que había en el «parque de las esfinges». Después de enviarle un e-mail preguntándole sobre el nuevo crimen de El Depredador —éste era el nombre con el que la prensa había bautizado al asesino—, Care Ramos me había telefoneado. Decía que había logrado hacerse con una copia de una de las notas de puño y letra de El Depredador.

La camarera se acercó y pedimos dos cervezas.

—¿Entonces ha conseguido la nota? —pregunté cruzando las manos con parsimonia tratando de disimular mi impaciencia.

Care Ramos asintió. A continuación abrió una carpeta de plástico, de la cual extrajo un papel y me lo tendió.

—Aquí tiene. Espero que le sirva para su colección y que pueda elaborar un breve perfil grafopsicológico para nosotros. Ya sé que no es mucho, pero es todo cuanto he podido conseguir y no crea que ha resultado una tarea sencilla.

Procuré que mis ojos no revelaran la ansiedad y el horror que sentí al coger la hoja, pero lo cierto es que me daba pavor enfrentarme a un simple trozo de papel. Aquello podría terminar con mis —ya de por sí— exiguas esperanzas. Hasta ese instante, quitando algunos momentos de lucidez, había tratado de obviar la posibilidad de que Noel fuera un asesino despiadado. Pero ¿podría seguir haciéndolo después de analizar en detalle aquella nota?

La miré por encima, restándole importancia. La guardé con rapidez entre las páginas de mi cuaderno y después en el maletín del portátil para evitar que se arrugara.

—¡No sabe cómo se lo agradezco! La examinaré con atención y escribiré un pequeño perfil grafopsicológico para El Observatorio —prometí—, aunque no espere grandes revelaciones. Con un texto tan corto no se puede hacer demasiado. ¿Ha descubierto algo más sobre el crimen del cirujano?

—Bueno, aún es pronto. La cosa está muy reciente y la policía es reacia a dar información sobre el caso. Con esta nueva víctima, digamos «de alcurnia», los investigadores empiezan a tomarlo más en serio. Hasta ahora —lamento decir esto porque tengo excelentes amigos dentro del cuerpo— no parecían muy interesados en resolver los casos anteriores. Y no me refiero sólo a los de la vidente y el mendigo, que usted ya conoce, sino a los que se cometieron hace tiempo en esta misma ciudad. Nadie parece querer recordarlo, pero a mí me sonaba que hace varios años alguien se dedicaba a matar a sus congéneres de forma similar, así que me molesté en comprobarlo.

La camarera apareció con dos cervezas y un plato de aceitunas. Care Ramos aprovechó para encenderse un puro que había dejado a medias. Aquello me hizo recordar que aún llevaba el paquete de tabaco que había comprado días atrás. Había ido venciendo la tentación cada vez que se había presentado, pero no sabía si podría aguantar mucho más tiempo.

—Sí, ya me comentó algo sobre eso cuando hablamos la primera vez. ¿Ha averiguado algún dato al respecto?

—Bueno, aunque el criminal nunca fue capturado, se le siguió la pista a un sospechoso.

—¿Un sospechoso? ¿Y quién era?

—No lo sé. Aún no he conseguido averiguar su nombre, pero lo haré, porque este caso me tiene obsesionado… igual que a usted —señaló haciendo una pausa para beber un trago de cerveza—. No crea que no me he dado cuenta, sé que le interesa tanto como a mí, pero no acierto a comprender por qué. ¿No piensa decírmelo?

Sus palabras me dejaron descolocada. Me había pillado. De algún modo sabía que mi interés por los crímenes no era el de una simple coleccionista de escrituras, así que me esforcé por buscar una excusa convincente, pero no se me ocurría ninguna.

¿Cómo iba a contarle mis sospechas a un periodista?

—Me gusta la criminología —improvisé.

—Oh, vamos, ¿cree que voy a tragarme eso? Sé distinguir cuando alguien se interesa por los sucesos y se nota a la legua que usted no es de esa clase de personas.

—¿Y por qué no? Si se puede saber.

—Porque eso se lleva en los genes, se palpa y hasta se huele. Y usted, simplemente, no lleva ese gusano dentro. Es más, diría que no es fascinación lo que siente por estos crímenes, sino horror. Puedo verlo en sus ojos. Dígame, ¿conocía a alguna de las víctimas? ¿Es ése su interés personal? ¿Conocía a Madame Ivy o al mendigo? ¿Le une un parentesco con alguno de ellos?

Permanecí en silencio. Aquel hombre quería saber demasiado y yo no podía responderle sin soltar una nueva mentira.

—¿No quiere hablar? Bien. Pues no lo haga, pero prométame al menos que hará ese perfil para El Observatorio.

—Le prometí que lo haría y lo haré, Care.

El periodista debió de advertir mi cara de perro rabioso y reculó mostrando una actitud más suave.

—¿No se habrá enfadado conmigo? No pretendía entrometerme en su vida. Usted sabrá cuál es su interés por este asunto, pero, por favor, ándese con ojo y no olvide que un asesino anda suelto. Si conocía a alguna de las víctimas, debe cuidar sus espaldas. A fin de cuentas, no sabemos por qué las escogió ni qué le motivó a matarlas.

—Tiene razón, pero no se preocupe por mí, estaré bien —puntualicé ya menos tensa, recobrando la sonrisa.

Mientras Care Ramos pensara que mi interés obedecía a un supuesto parentesco con alguna de las víctimas, todo perfecto.

—La llamaré si descubro algo más sobre los otros crímenes. ¿Sabe? Usted me recuerda a una de esas esfinges que nos observan mientras hablamos.

—¿Por qué dice eso?

—Es impenetrable y tiene ojos felinos. Hermosos, pero fríos.

—Eso no es cierto —protesté.

—Sí que lo es. Tengo que irme —dijo levantándose al tiempo que hacía una seña a la camarera.

—Care, permítame que le invite, por favor.

—Gracias, mujer-esfinge.

Caminamos juntos hasta la salida. Yo también tenía que regresar al trabajo. Mientras andábamos los monstruos de piedra parecían escrutarnos en medio de un silencio sepulcral. Fue extraño. Había paseado por aquel parque cientos de veces, pero aquel día, por unos segundos, me sentí transportada al Antiguo Egipto y creo que al curtido periodista, pese a su carácter escéptico y positivista, le ocurrió algo parecido. No podría aseverarlo, pero su rostro demudó y empalideció.

Antes de despedirse dijo algo enigmático.

—¿Sabía que el asesino grabó un símbolo extraño en la frente de Madame Ivy?

—¿Qué clase de símbolo?

—Una especie de vasija. Es curioso, estas esfinges me lo han recordado; la policía cree que tiene que ver con creencias egipcias ancestrales.