Capítulo 30

No tuve valor para negarme. ¿Cómo iba a dejarle tirado en aquellas circunstancias? Al final cedí. Por el bien de Noel el doctor Miríada y yo acordamos no decirle nada sobre mi decisión, al menos hasta que el primero diera con el especialista adecuado para tratar su caso. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron y al día siguiente Gerardo me telefoneó para decirme que Noel no quería regresar a mi consulta y que, por tanto, ya no hacía falta seguir con el plan. Algo que, por desgracia, ya intuía. Nuestra conversación en aquella cafetería cercana a la casa de mis padres me hizo presagiar lo peor: que Noel había perdido la fe en mí, si es que alguna vez la había tenido.

Al parecer, después de mi encuentro con Miríada éste telefoneó a Noel y le animó a que viniera a verme. Pretendía que se desahogara contándome su angustiosa experiencia en el río, pero Noel se negó aduciendo que mi ayuda no le había valido de mucho. Miríada trató de convencerlo, pero no hubo manera. De nada sirvieron sus recomendaciones y consejos. Noel era tozudo y no estaba por la labor de contar sus cuitas a alguien que no sólo no había escuchado sus demandas, sino que además parecía dudar de su cordura. No le refirió esto último al médico, pero era fácil deducirlo después de mi negativa a indagar datos personales sobre el donante de la mano.

Recibí la noticia con dolor, como si me hubieran asestado mi golpe. Le di las gracias y colgué el teléfono. En cuestión de instantes me derrumbé. Me sentía fracasada desde todos los puntos de vista posibles. Y lo peor, aquello suponía que no volvería a verlo. En aquellos momentos, mientras mi corazón se retorcía de impotencia, lo más probable era que Noel, ajeno por completo a mis emociones, me detestara.

No podía culparlo.

Aquel caso se rae había escapado de las manos. Ya era hora de que aceptara que no había sabido manejar el problema con la firmeza y el aplomo necesarios. Había antepuesto mi corazón a mi cabeza, cuando lo que la situación requería era mantener esta última bien fría. Pero ¿era posible tal cosa?

Aún con las manos temblorosas por la pesadumbre y el temor de no volver a tenerlo cerca, me puse las gafas y busqué su expediente. No me costó dar con él. Estaba sobre un montón de papeles que había en el lado izquierdo de la mesa. En él anoté la fecha y un resumen de mi conversación con el médico y le pedí a Teresa que lo archivara junto al resto de casos cerrados.

—¿No vendrá más a consulta? —quiso saber.

—No —contesté con pesar—, ya no es mi paciente.

—Qué pena, con lo guapo que era —comentó mientras cogía la carpeta—. Y también parecía buen chico. Aquí tienes el periódico de ayer que me pediste. Mi madre lo había tirado, pero llegué justo a tiempo para rescatarlo de la basura.

Le di las gracias y me giré en dirección a mi despacho cuando la joven reclamó mi atención.

—Ah, por cierto, mientras hablabas con Miríada ha vuelto a llamar el doctor Alberto Medran. ¡Es la cuarta vez hoy! —exclamó con un mohín de fastidio—. Le he dicho que estabas al teléfono, pero para mí que no se lo ha creído, porque ha contestado con sorna: «¡Qué raro que siempre que la llamo esté ocupada!». Perdona si me meto donde nadie me llama, pero el tal Medran es un poco grosero.

Otra vez Alberto.

Telefoneaba a todas horas. Imaginé que me había llamado para convencerme de que debíamos vernos, aunque conociéndolo su intención última fuera llevarme a la cama. Después me pediría perdón, me juraría —si llegara a considerarlo conveniente— que dejaría a su mujer y luego pretendería que todo siguiera igual que antes, como si nada hubiera ocurrido entre nosotros. No era la primera vez que actuaba de ese modo, pero sí la primera en la que yo le daba con la puerta en las narices. El embrujo que me había arrastrado una y otra vez a aceptar sus deseos, aun sabiendo lo que con posterioridad ocurriría, no surtía el efecto deseado. Alberto ya no tenía poder alguno sobre mí. Ahora era Noel quien ocupaba buena parte de mis pensamientos.

—Gracias, Teresa —dije cerrando la puerta.

—¿Qué le digo si vuelve a llamar? —la oí preguntar desde el otro lado.

—Que no estoy.

De regreso a mi despacho me senté junto a la ventana y saqué el paquete de tabaco que había adquirido por la mañana.

Estaba intacto, me resistía a abrirlo.

Sabía que hacerlo sería mi perdición. Llevaba siete meses sin fumar, pero aquél me pareció un día tan bueno como cualquier otro para retomar mi antigua adicción. Los últimos acontecimientos con Noel como protagonista me habían vuelto más vulnerable de lo que quería o podía admitir. Lo abrí y lo acerqué a mi nariz para inspirar el embaucador aroma del tabaco fresco. Después extraje un cigarrillo y lo acaricié entre los dedos suministrándole pequeños golpecitos contra la mesa y al fin lo introduje en mi boca, pero no llegué a prenderlo. Lo dejé ahí, colgando entre los labios, acostumbrándome de nuevo a su tacto dúctil.

Sin mucho ánimo busqué la sección de sucesos en el periódico. En una de sus columnas se recogía el turbio asunto en el que se había visto envuelto Noel.

EXTRAÑO SUICIDIO EN EL RÍO

Redacción

La pasada tarde un hombre pereció ahogado en el río después de ser arrastrado por la corriente y otro casi perdió la vida al intentar salvarlo. El superviviente, que responde a las iniciales N. V., tuvo que ser reanimado por los servicios de emergencia, que acudieron al ser alertados por varios transeúntes.

Los hechos tuvieron lugar hacia las 19:05 horas. Según ha declarado N, V., que se encontraba dando un paseo en las inmediaciones del río, J. L. H., de 44 años, se arrojó al agua sin que por el momento se conozca el motivo de su extraño comportamiento. A N. V. la situación le pilló desprevenido, pues, al parecer, el fallecido no hizo o dijo nada que hiciera presagiar que tuviera intención de quitarse la vida.

Ante la gravedad del suceso, N. V. decidió tirarse al agua para intentar salvarlo, pero no pudo hacer nada, pues rápidamente fue arrastrado por la fuerte corriente que suele haber en ese tramo del río.

Varios jóvenes, que se percataron de lo que ocurría, se lanzaron al agua para salvar la vida de N. V., quien, convaleciente a causa de una intervención quirúrgica, chapoteaba en el agua incapaz de nadar con la soltura necesaria para regresar a la orilla. Por fortuna, llegaron a tiempo para sacarlo del río antes de que fuera arrastrado por el agua.

En lo que va de año seis personas han muerto ahogadas en el río. Los vecinos de la zona, preocupados por la sencillez con la que se accede a éste, han solicitado a las autoridades que tomen cartas en el asunto para evitar que los niños puedan acercarse con tanta facilidad a sus orillas.

Solté el cigarrillo apagado de golpe y lo estrellé contra el cenicero hasta quebrarlo por la mitad.

Después de leer aquel artículo comencé a plantearme que tal vez Noel no fuera el criminal que había supuesto. ¿Qué clase de sádico era aquél que ponía su vida en peligro para tratar de salvar la de un desconocido? Al no ser capaz de hallar una respuesta convincente una turbadora duda comenzó a asaltarme. ¿Y si había juzgado mal a Noel? ¿Y si sólo era un hombre torturado pero no un asesino? ¿Y si lo que me había contado aquella tarde en la cafetería escondía algo de verdad? Durante el resto del día estuve inquieta, nerviosa, revolviéndome en la silla sin poder centrarme en mi trabajo, dándole vueltas al asunto y por más que lo ansiaba no lograba serenar mi espíritu.

A eso de las ocho y media Teresa llamó a la puerta.

—Me voy —comentó mientras se ponía su cazadora vaquera—, he quedado con Ángela para tomar algo. ¿Te apuntas? Seguro que se alegrará de verte.

—No, gracias. Tengo trabajo pendiente —mentí sin mucha convicción.

No tenía ganas de nada y ella debió de notarlo, porque añadió:

—¿Seguro? Llevas aquí todo el día. Ni siquiera has salido para comer. ¿Te encuentras bien? Te noto un poco alicaída. Te vendría bien comer algo y relajarte un poco.

—Sí, gracias. Es sólo que quiero acabar de preparar esta dichosa conferencia y también estoy un poco cansada. Dale un beso a Ángela de mi parte.

Mi gesto no ofrecía discusión.

—Bueno, pues nada, no insisto. Otro día será. ¿Cierras tú?

—Sí, tranquila, yo me ocupo. Que lo paséis bien.

Después de que Teresa se marchara, me levanté y me dirigí al archivador de los casos cerrados para recuperar el expediente de Noel. Quería revisarlo, tenía que haber algo en él que había pasado por alto. No podía negar por más tiempo que su caso me obsesionaba. Con independencia de mis sentimientos hacia Noel, había algo realmente extraño en muchas de las cosas que me había referido y el hecho de que ya no fuera mi paciente no significaba que no siguiera interesándome aclararlas.

Cogí la carpeta y la guardé en mi bolso junto al cuaderno de notas. Después apagué el ordenador y las luces y salí cerrando con llave.