Capítulo 18

Después de que Noel abandonara mi consulta y antes de recibir a la siguiente paciente, me coloqué de nuevo las gafas, busqué los folios que me había entregado y me dispuse a tomar algunas notas en mi cuaderno. Su escritura me impresionó. Negarlo sería absurdo. Se le veía tan frágil y atribulado que nadie, a menos que lo conociera a fondo, podría sospechar que Noel Villalta escondía una escritura tan compleja como la que tenía en mis manos. Lo primero que captó mi atención fueron los rasgos desproporcionados que presentaba aquel escrito, lo que lo convertía, posiblemente sin conocimiento de su dueño, en un ejercicio de caos. No hacía falta tener conocimientos profundos de grafopsicología para advertir que algunas de las letras no guardaban las proporciones adecuadas. Mis años de experiencia me decían que la hipertrofia de letras o de partes de ellas revelaba un desequilibrio interno y observando aquel conjunto de despropósitos no era descabellado pensar que Noel era de esas personas que tienden a deformar las cosas o que sacan conclusiones que no se ajustan exactamente a la realidad, sino a una realidad acorde a sus intereses. Además, indicaba cierta propensión a dejarse dominar por los impulsos. Me alarmó aún más descubrir otra faceta negativa en aquella muestra caligráfica. Estaba plagada de desigualdades de todo tipo. Aquél era un indicio de falta de homogeneidad y armonía. Constituía, en definitiva, una señal de desequilibrio y de escaso control sobre las reacciones.

Otro detalle a considerar eran los numerosos ángulos o movimientos triangulares presentes en el escrito. Dichos gestos gráficos descubrían que mi paciente intentaba ejercer una resistencia, un bloqueo interno, sobre sus impulsos. Aquello en sí mismo no tendría por qué constituir una señal de peligro, pero junto a otros rasgos negativos representaba dificultades de adaptación, rechazo e insatisfacción manifiesta. Todo ello, por lo general, terminaba degenerando en frustración, que a su vez daba paso a la ansiedad y la angustia, lo cual podría acabar desembocando en un comportamiento agresivo.

Me habían enseñado —y siempre procuraba tenerlo muy presente a la hora de realizar un informe— que un rasgo por sí solo no indica nada, por lo que no era recomendable evaluarlo de manera aislada. Cada gesto gráfico puede tener significados positivos, negativos o neutros, pero siempre debe ser contrastado con otros. Y, en este caso, por desgracia, sí había otros que complicaban aún más, si cabe, la interpretación de la peculiar escritura de Noel.

Recuerdo que apunté en mi cuaderno «escritura lanzada y acerada», pero el tiempo había pasado en un suspiro y antes de poder concluir mis anotaciones se presentó la siguiente paciente, una mujer que vivía condicionada por una serie de pesadillas recurrentes cuya temática principal era su madre fallecida, con la que no había congeniado mientras vivía.

Después de una fuerte discusión —y a pesar de la avanzada edad de su progenitura—, la mujer la había abandonado a su suerte hasta que un día le avisaron de que había aparecido muerta en su domicilio sin que nadie se hubiera percatado de ello en tres meses. Había sido el olor el que había alertado a los vecinos de que algo extraño ocurría en el 5o izquierda.

Como consecuencia, mi paciente vivía afligida por la culpa y los remordimientos. Estaba convencida de que podría haber evitado aquel fatal desenlace, que se había desencadenado por una mala caída, y no paraba de lamentarse y mortificarse por todo el daño que, según decía, le había infligido a su difunta madre.

Cada vez que venía a consulta refería todo un repertorio de sueños en los que la madre se le aparecía para hostigarla y vilipendiarla hasta tal punto que había cogido miedo a quedarse dormida, cosa que sucedía con cierta frecuencia durante el día, ya que por la noche apenas era capaz de pegar ojo. Después de varios meses habíamos logrado que sus sueños tuvieran un carácter un poco más amable. La madre ya no se presentaba para insultarla, únicamente se limitaba a retirarle el saludo y a mirarla con hostilidad, así que resolver su caso era sólo cuestión de tiempo.

He de reconocer que en esa sesión apenas le presté la atención debida. La escuché, eso sí, desahogarse de manera mecánica, como un autómata. Tenía aprendidos algunos gestos para aquellas situaciones que me salían con naturalidad. No lo hacía a propósito, desde luego, pero aún tenía en la cabeza aquellos rasgos acerados de la escritura de Noel que, sin embargo, no encajaban con lo poco que conocía de él. Había algo en aquel paciente que despertaba ternura.

Por mucho que su escritura revelara una personalidad sociopática y, posiblemente, agresiva, me resistía a creer que aquel individuo fuera capaz de matar a una mosca. Pensaba, eso sí, que exageraba y que incluso fabulaba al referirse a la vidente asesinada, pero tal vez esta actitud era sólo su manera de pedir auxilio frente a una existencia llena de insatisfacciones. ¿No había dicho él mismo que su vida era un asco?

En cuanto mi paciente abandonó la consulta, le pedí a Teresa que no me pasara llamadas.

—¿Ha telefoneado alguien mientras estaba en consulta? —pregunté, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho, como quien no quiere la cosa.

Teresa no sabía nada de mi relación con Alberto. Lo conocía porque a veces venía a buscarme, pero nada más. Creía que existía un trato sólo profesional. Por su bien y porque en el fondo no me parecía ético lo que hacíamos, la mantuve al margen de mis problemas. No quería convertirme en un mal ejemplo ni que cambiara su opinión sobre mí. Me había dado cuenta de que en cierto modo me admiraba. Y, además, era amiga de mi sobrina. Si se enteraba del asunto no tardaría en irle con el cuento. Y de ahí a que se enterara el resto de la familia había un paso.

—No —contestó Teresa abandonando sus apuntes—. ¿Esperabas la de alguien en concreto?

Sí, claro que sí. En el fondo albergaba la esperanza secreta y vana, por ese orden, de que Alberto hubiera telefoneado, aunque fuera con alguna de sus múltiples y rastreras excusas médicas, pero al parecer estaba muy ocupado con su nueva conquista, ya que también comprobé que no tenía llamadas perdidas suyas en mi móvil. Aunque aquello supuso una nueva decepción, en el fondo me alegré de que no diera señales de vida. Y, por mi parte, no tenía intención alguna de levantar el auricular para saber de él.

Antes muerta.

—No —mentí como una bellaca—. Era por saber si había alguna consulta más.

—No tienes más pacientes hasta las cinco.

—En ese caso, no me pases llamadas, a no ser que llame el doctor Miríada o su secretaria.

Cerré la puerta y me sumergí de nuevo en la escritura de Noel. En ese instante tuve el pensamiento fugaz de que me estaba refugiando demasiado en mi trabajo y mis pacientes. Me servían de parapeto para no pensar en Alberto y aquello no era bueno, pero rápidamente desterré esa idea, pues me incomodaba. Tomé de nuevo la redacción de Noel Villalta y comencé a estudiar los rasgos acerados que contenía. Dichos gestos eran impulsos incontrolados y estaban presentes en los trazos finales de las palabras y en algunas letras, pero sobre todo se observaban en las barras de las «tes», que acababan en puntas afiladas como agujas y que suponían una descarga de fuerza o tensión, generalmente de carácter agresivo, que podía manifestarse verbal o físicamente y de manera incontrolada. Aquello significaba que Noel podía ser de esas personas que utilizan la dialéctica para ofender y humillar a los demás o, tal vez, de las que pasan a la acción física.

El tipo de agresividad que manifiestan las personas que tienen rasgos acerados tenía mucho que ver con el ambiente gráfico, con el conjunto de la escritura. En personas cultivadas, los contenidos agresivos podían limitarse sólo al ámbito de la fantasía. Quizá éste era el caso de Noel, ya que por su historial sabía que pertenecía a una familia pudiente, que había crecido en un ambiente refinado y que había estudiado en buenos colegios.

Sin embargo, el conjunto de su escritura no podía ser más negativo. Mi paciente tenía una inteligencia penetrante, de eso no cabía duda, así que tal vez su agresividad se limitara «únicamente» a desarrollar un espíritu crítico y mordaz, capaz de hacer llorar a quienes le rodeaban con tan sólo el uso del lenguaje. «¿Sadismo verbal?», anoté en mi cuaderno.

Era posible que la agresividad latente que destilaban sus rasgos acerados pudiera afectar a sus fantasías. ¿Y qué eran si no los sueños? ¿Escondía Noel su faceta agresiva en ellos? ¿Había deseado inconscientemente acabar con la vida de la vidente y por eso la había matado en su pesadilla?

En cualquier caso, en función de lo que estaba observando, juzgué que existían en él impulsos difíciles de frenar, aspecto ratificado en que además desarrollaba una escritura lanzada, es decir, proyectada hacia la zona de la derecha, el área que se refiere al trato con los demás. Noel era una persona impaciente y cuando quería algo lo quería de inmediato. Verdaderamente, con un carácter así, tenía que haber sufrido mucho al perder su mano y sobre todo al ver que no podía restituirla con su dinero. Quizá por eso había llegado al trasplante cuando la mayoría de la gente que perdía una sola mano se conformaba con una prótesis más o menos avanzada.

El desorden de su escritura y lo mal organizada que estaba tampoco eran puntos a su favor. Me fijé en que había un dibujo junto a la firma. Tal vez había concluido el ejercicio de redacción demasiado pronto y se aburría. Extraje del cajón una lupa que me había regalado mi padre y lo examiné con detenimiento. Noel había dibujado algo parecido a una vasija o acaso un cántaro. A su lado había escrito «Toni» varias veces y lo había subrayado. Era algo parecido a lo que hacen muchas personas mientras hablan por teléfono. Hay a quien le da por escribir su nombre, otros pintan dibujitos, flores, corazones, etc., elementos, a la postre, que salen de la mano con facilidad y casi de manera inconsciente.

¿Quién era el tal Toni? ¿Su padre? ¿Su tío? ¿Un amigo?

Por su historial sabía que no tenía hermanos. Había leído que sus padres y su hermana habían fallecido en un accidente y que debido a ello Noel se había criado con sus tíos.

«Indagar sobre Toni», anoté.