Noel caminaba a paso vivo. El «poeta loco» había conseguido meterle el miedo en el cuerpo. No podía creer que, al igual que había ocurrido en su sueño, Madame Ivy hubiera sido asesinada. Necesitaba una prueba, tenía que comprobarlo.
El sudor había comenzado a resbalar por su frente y su rostro brillaba como si acabara de salir de la sauna. Se dijo que tenía que tranquilizarse. Debía obligarse a hacerlo o le iba a dar algo en plena calle. Quizá era a causa de la medicación, pero se sentía desfallecer, como si la sangre se le hubiera bajado a los pies sin previo aviso. Un poco más adelante divisó el portal de la casa de Madame Ivy. Desde luego, aunque sentía curiosidad por saber qué había pasado, no tenía intención de llamar a su puerta. Si de verdad la habían asesinado, la policía podría estar aún en el interior del domicilio.
Pasó de largo, pero entre la mugre que había en el suelo algo llamó su atención: había algunos trozos de lo que debía haber sido un precinto policial, lo que le hacía presagiar lo peor. Decidió meterse en el primer bar que encontró y pidió una botella de agua. La necesitaba. Desde la operación estaba obligado a beber mucha agua cada día para evitar posibles daños renales a causa de la medicación que precisaba. Y ahora se sentía seco, aunque sus ropas estaban empapadas por el sudor. El cuerpo le pedía una copa, pero sabía que no podía ingerir alcohol. Los médicos habían sido muy tajantes a ese respecto y lo tenía asumido, aunque a veces deseara poder saltarse todas las prohibiciones que le habían impuesto, que eran unas cuantas.
Nada más entrar al bar se dio cuenta de que ya había estado ahí antes, en concreto el día que fue a consultar a la falsa vidente. Noel se acercó a la barra y pidió una botella grande de agua. Después, se sentó en un rincón junto al ventanal y con un gesto de repugnancia apartó una copa vacía de anís que tenía una mancha de pintalabios rojo y un plato con restos de patatas alioli. También había migas de pan diseminadas por la mesa y algunas gotas de la salsa.
Noel sospechó que el camarero no tenía intención de abandonar la barra para venir a limpiar aquel desaguisado. Se le veía muy entretenido y en amena conversación a grito pelado con algunos de los clientes, ya borrachos, y posiblemente habituales, de aquel pringoso tugurio, así que él mismo tomó una servilleta y se dedicó a arrastrar las migas y los restos de alioli al suelo hasta dejar la mesa lo más decente que pudo.
Abrió la botella y bebió a morro. Le habían dado un vaso, pero le daba asco y prefería beber directamente del envase de plástico, no fuera a ser que cogiera una infección. Eso le hizo recordar que en su cazadora llevaba unos guantes. La cogió, extrajo el guante derecho y se lo colocó por si acaso. Era un procedimiento estéril, porque si iba a sufrir algún tipo de contagio de poco le serviría esa prenda, pero a Noel le hacía sentirse más seguro ante tanta mugre.
Después de beber varios tragos cortos recobró la compostura y comenzó a fijarse en lo que había a su alrededor, a escuchar lo que se hablaba en el bar. Era difícil no hacerlo. Era imposible decir quién gritaba más, si el camarero o los clientes que estaban alrededor de la barra. Parecía haberse establecido una competición de risotadas y palabras altisonantes.
Y resultó que hablaban de ella… de la madame. Al parecer, Madame Ivy no sólo había tenido una consulta de videncia abierta al público, también había manejado algunos turbios negocios relacionados con la prostitución. Eso era al menos lo que afirmaba uno de los tipos que estaba en el local.
Noel pensó en acercarse hacia donde se hallaba para indagar detalles sobre la muerte de la falsa vidente. Le interesaba especialmente saber cómo fue y si había alguna pista que indicara quién pudo hacerlo. Con este pensamiento en su mente se puso en pie, pero recordó de golpe algo que le obligó a sentarse de nuevo. No podía hacerlo, no podía ir allí, acababa de darse cuenta de que él mismo había estado en ese bar lanzando exabruptos e improperios contra Madame Ivy. Lo había hecho después de sentirse estafado al salir de su consulta y beberse varias copas. Alguien podría recordarle y eso le convertiría en sospechoso del crimen.
Bien pensado, lo más sensato sería abandonar cuanto antes el bar. ¿Y si Madame Ivy era de esas personas que anotaba sus citas en una agenda? A estas alturas su nombre podría estar ya en manos de la policía. Este pensamiento le heló la sangre, le aterró. Como si no tuviera suficientes problemas, sólo le faltaba verse envuelto en un crimen.
Decidió que lo mejor era marcharse. Se levantó, cogió su cazadora y echó un vistazo a su alrededor para comprobar si alguien le miraba. Nadie se había fijado en él, estaban demasiado exaltados hablando del crimen, y seguramente también por los efluvios del alcohol. En la mesa de al lado había un periódico y el suceso aparecía destacado en portada: «La vidente que no supo ver su muerte», rezaba el titular.
Aquello era una pesadilla.
Al salir se dirigió al kiosco más cercano y compró la edición de la tarde. Seguro que encontraría todos los detalles.
Sentado en su butaca favorita, Noel tenía los pies apoyados en un puf. Era uno de esos costosos sillones que te da un masaje con tan sólo apretar un botón, pero en aquellos momentos él no estaba para esas tonterías.
Le temblaban las manos, las dos. ¿Sería por la medicación? Entre ellas tenía el periódico y no estaba seguro de querer abrirlo por las páginas de sucesos.
«¿Y por qué no? Yo no he hecho nada», se dijo para tranquilizarse.
Únicamente había soñado con la muerte de la vidente y eso, de momento, no era un delito. Quizá en el futuro existiera un cuerpo de policía que se dedicara a investigar los sueños en los que se cometían crímenes. Todo era posible.
Se armó de valor y buscó la sección de sucesos.
VIDENTE ASESINADA EN SU CONSULTA
Gloria G. S. no supo predecir su propia muerte
Redacción:
Gloria G. S., de 56 años, apareció muerta ayer en su domicilio de la calle Armadillo, 13 con signos de haber sido estrangulada. El cadáver fue hallado por su hijo, quien, en el momento del crimen, se encontraba fuera del inmueble. Según declaró a la policía, al regresar ayer hacia las 2 de la madrugada abrió la puerta con su llave «porque pensé que estaba dormida y no quería despertarla». Pero, al acceder al salón, donde Gloria, que ejercía como vidente, recibía a sus clientes, la hallo tirada en el suelo sin vida e inmediatamente telefoneo a la policía.
Según ha podido averiguar este periódico, Gloria G. más conocida como Madame Ivy, que afirmaba ser descendiente directa de Rasputín, el que fuera «mago» de Nicolás II, el último zar de Rusia, era una conocida embaucadora y tenía antecedentes penales por estafa. Así mismo, podría haber ejercido de madame, aunque este dato aún está pendiente de confirmación.
A pesar de que la policía mantiene un fuerte hermetismo en torno al caso de la vidente asesinada, algunas fuentes cercanas a la investigación afirman que podría tratarse de un crimen ritual, ya que junto al cadáver se hallaron algunos símbolos extraños, así como una nota, cuyo contenido no ha trascendido. Sin embargo, tampoco se descarta que el crimen se haya debido a un ajuste de cuentas o una venganza.