Como si de una maldición se tratara Noel estaba abocado a sufrir un verdadero calvario. Él, que pensaba que todos sus problemas de adaptación habían finalizado, no imaginaba que en realidad no habían hecho más que comenzar. Y no precisamente por la negativa de Jiménez y Marco a tratarle. Cuando Noel abandonó su consulta por primera vez, sus maneras dejaron tanto que desear que ambos doctores juraron no atenderle en caso de que hubiera una próxima ocasión, pero cuando recibieron su nueva llamada recapacitaron. Había demasiado dinero en juego para hacerle ascos a un cliente de su posición económica.
La mano biónica, según le informaron, era mucho más cara que una prótesis mioeléctrica. Su precio era justo el doble que el de una convencional, aunque éste no era un escollo para Noel. La nueva mano —le aseguraron— le permitiría un grado de movilidad envidiable. Otras personas en su misma situación se quejaban amargamente de las pocas ayudas existentes por parte de la Administración para acceder siquiera a prótesis mioeléctricas de tipo «pinza», con una movilidad mucho más reducida. De hecho, algunos pacientes que habían sufrido amputaciones como la suya se lamentaban de que sus lesiones no fueran consideradas suficientemente graves como para percibir ayuda de clase alguna. Por paradójico que resultara, había que perder ambas manos para recibir una subvención económica.
Pero el obstáculo de Noel no tenía un origen económico ni mucho menos. Después de encargar la mano, de que ésta fuera hecha a medida y de un largo y tortuoso proceso de esperas en las consultas de los médicos se produjo la fatalidad. Por un azar de la vida, uno de los componentes con los que la prótesis había sido fabricada le provocó una alergia difícil de detectar a priori, pero extremadamente agresiva. Tanto fue así que Noel sufrió un shock anafiláctico que casi acaba con su vida. Los doctores Jiménez y Marco estaban tan desconcertados como el propio Noel.
Una vez que se hubo recuperado, Marco y Jiménez intentaron ofrecer una solución para un problema tan infrecuente, pero después de lo ocurrido Noel no estaba por la labor de convertirse en una cobaya. Así que se quedó compuesto y sin mano, porque la novia la había perdido tiempo atrás y, de momento, no había conseguido hacerla cambiar de opinión.
Pero las mayores complicaciones estaban aún por llegar.
Una mañana, cuando Noel intentó incorporarse en la cama, utilizando para ello el brazo bueno, advirtió que no podía mover esa parte de su cuerpo. Misteriosamente, había perdido la movilidad de su brazo izquierdo. Intentó llamar al timbre que había en la pared, que estaba conectado con la cocina para avisar a alguien del personal de servicio, pero descubrió con horror que por más que lo ansiaba el único brazo útil que le quedaba no le obedecía.
Este descubrimiento le llenó de angustia y horror. De manera paradójica, fue su muñón, ése que creía inútil, el que le sirvió para golpear el timbre hasta hacerlo sonar. A los pocos minutos se presentó Tristán y se hizo cargo de la situación. Él fue quien llamó a sus tíos para explicarles lo que había pasado, ya que Noel era incapaz de sostener el auricular del teléfono.
Cuando llegaron se encontraron con un Noel inusitadamente tranquilo. Con la ayuda de Anita se había colocado un batín de raso negro que tenía al pie de la cama y se había sentado en el salón a aguardarles como quien espera la llegada del autobús cuando no hay prisa. Sus tíos no entendían nada, no comprendían cómo podía estar tan relajado ante un hecho así. Al parecer, la ansiedad inicial había dejado paso a una despreocupación fuera de lo común.
Más adelante descubrieron que su extraña actitud en realidad no lo era tanto, tenía lógica dentro de un contexto. Esa indolencia ante un problema tan grave podría ser parte del trastorno de conversión que —según el equipo de psiquiatras que le había evaluado— padecía su sobrino. La belle indiference, así la definieron.
—¿Y qué quiere decir eso exactamente? —preguntó su tío.
Llevaban varias semanas de consulta en consulta y el problema no parecía resolverse, así que, finalmente, Noel fue derivado a un equipo de psiquiatras, que ya había realizado su dictamen.
—Es un fenómeno asociado al trastorno de conversión que Noel padece. Un estado afectivo que se caracteriza por la ausencia de angustia ante situaciones en las que tendría que existir un alto grado de ansiedad, como es el caso de su sobrino.
—¿Y por qué tiene el brazo paralizado? ¿Lo saben ya?
—Los médicos que han explorado a Noel no encuentran una causa física que justifique su parálisis, por eso nos llamaron. Como les he comentado, se trata de un trastorno conversivo.
—¿Y en qué consiste? ¿Tiene solución? —preguntó su tía con voz tenue.
Noel esperaba en la sala contigua, pues había que evitar que escuchara que se estaba hablando de él a sus espaldas.
—Como habrán podido deducir, su sobrino, aparte de ser manco, no padece un problema físico. La parálisis de su brazo es la expresión de un conflicto interno no asumido. No existe una concordancia anatomofisiológica para explicar la parálisis de su brazo. En otras palabras: Noel aún no ha aceptado el hecho de que ha perdido una mano.
—¿Quiere decir que la inmovilidad la provoca él con su mente? —su tía no acababa de entender la manera de hablar de aquel hombre de pelo cano, nariz aguileña y ojos de un azul intenso como nunca antes había visto.
—Sí, eso es.
—Perdone la pregunta, pero ¿está usted seguro de eso?
—Pues sí. Entiendo que duden de ello. Como saben, soy yo quien dirige el caso, pero hablo en mi nombre y en el de mis dos colegas. Y todos hemos llegado al mismo diagnóstico.
—Pero ¿lo hace él a propósito o sin querer? —intervino el tío de Noel—. Quiero decir, ¿está fingiendo?
—Es un proceso inconsciente, desde luego. Por eso he querido hablar con ustedes antes, porque hay que ser muy cautos a partir de ahora.
—Usted dirá…
Los tíos de Noel estaban seriamente afectados por aquella situación que les parecía extraña y difícil de asimilar. Parecía una broma cruel. Luego supieron que ese tipo de trastorno era bastante más frecuente de lo que la gente sospechaba.
—Hay que decirle las cosas con sutileza. De otro modo, Noel podría pensar que se está minimizando su caso, que no le tomamos en cuenta o que creemos que está seriamente perturbado.
—Haremos lo que ustedes digan —acató el tío de Noel.